Karol Wojtila (1920‒2005), Juan Pablo II (1978-2005). Balance de un papado Xabier Pikaza: "A los 15 años de su muerte, el mensaje de Juan Pablo II, y su iglesia, nos parecen ya parte de una iglesia del pasado"

El ahora arzobispo de Cracovia, junto a Karol Wojtyla
El ahora arzobispo de Cracovia, junto a Karol Wojtyla

Juan Pablo II mantuvo la ley del celibato, y defendió el “honor clerical” en un contexto en el que empezaban a divulgarse los problemas de homosexualidad de un tipo de clero, con muchos escándalos de pedofilia

Juan Pablo II y sus colaboradores no lo vieron así. Pensaron que la teología de la liberación era ante todo un intento de “voladura” de la iglesia jerárquica, un mal comunismo y liberalismo para el pueblo, pero sin Cristo, y así impidieron que se abriera, que fecundara el conjunto de la iglesia, y lo hicieron desde un miedo social más que desde la raíz del evangelio

Nació hace cien años (18. 5. 1920) en Wadowice, Polonia, murió hace quince (1.4.2005) en el Vaticano. Fue papa durante casi 27 años (19782005), uno de los hombres más influyentes y discutidos del último siglo.  Le vi cuando vino a la Pontificia de Salamanca (año 1982) y luego en Roma, en un Capítulo de la Merced (año 1992) cuando cruzamos algunaspalabras sobre la teología de Salamanca. 

Tengo una idea sobre su teología y su papado desde el añ0 1981, cuando los integrantes de la Cátedra Domingo de Soto, de la Universidad de Salamanca, elaboramos un informe sobre su pensamiento socio/religioso, a petición de altas instancias, que no sabían cómo situarse ante él. 

             Fue un hombre discutido y algunos se atreven a decir que papa de partido, más que de Iglesia entera, un hombre cuya herencia sigue siendo grande, pero parece resquebrajada.  Contribuyo a la caída del marxismo político, pero esa caída fue ocasión o principio de nuevas dictaduras. Criticó el capitalismo antiguo, pero tras él surgió otro de tipo neo‒liberal peor que el anterior. Fue papa de la evangelización integral, pero cortó gérmenes de liberación eclesial que podían haber sido más prometedores.

No hay quizá en toda la historia nadie en cuyo nombre se hayan escrito y firmado más documentos, cientos de miles de páginas de encíclicas, exhortaciones, documentos, mucha muy buenas, pero en gran parte olvidadas en archivos, bibliotecas y centros de documentación electrónica. Se dice que un santo (un atleta de la fe), y fue canonizado pronto (¡santo súbito!), pero muchos que no se sienten representados por su santidad…

Juan Pablo II en el templo de Faustina Kowalska
Juan Pablo II en el templo de Faustina Kowalska

Así podríamos seguir y seguir con su paradoja. Tengo de él un recuerdo personal, eclesial y teológico “agridulce” (quizá más agrio que dulce) y siento que su papado no fue bueno para el conjunto de la iglesia, pero quiero recordarle con y cariño,  a los cien años de su nacimiento, pues fue un gran cristiano. Obispo de Roma.

JUAN PABLO II

Tras el brevísimo pontificado de Juan Pablo I, que duró sólo 33 días (del 26.8 al 28.9 del 1978), fue elegido papa el cardenal polaco Karol Wojtyla (1920‒2005), que tomó el nombre de Juan Pablo II y dirigió la Iglesia durante más de veintiséis años, en medio de muchos problemas. Pasados quince años desde su muerte, las directrices de su pontificado siguen marcando la de muchísimos católicos de forma que es difícil ofrecer aún un juicio imparcial sobre sus valores y sus posibles  deficiencias. Tuvo una enorme personalidad, potenciada por su experiencia anterior bajo la barbarie nazi (1939-1945) y la dictadura comunista (1945-1978), y fue un papa convencido de su misión magisterial y administrativa dentro de una la Iglesia, que él ha dirigido de forma incansable, ante el aplauso de algunos, el recelo de otros y la admiración de la mayoría.

Introducción general

  Ha sido uno de los personajes sociales y religiosos más significativos de la segunda mitad del siglo XX, de manera que su pensamiento y acción ha definido de manera poderosa la vida de la iglesia católica y la política de Europa, con la caída de los gobiernos comunistas vinculados al eje soviético. Sus aportaciones pastorales y sociales son muy numerosas y aparecen reflejadas en encíclicas, exhortaciones y cartas, con otros textos más ocasionales, que ocupan más de cien mil páginas escritas.

Wojtyla y Wizinski
Wojtyla y Wizinski

A pesar de ello, Juan Pablo II ha sido más pastor que pensador, más hombre de acción que teólogo. Significativamente, en esa línea, él dejó los temas teológicos de fondo en manos de J. Ratzinger (futuro Benedicto XVI), a quien nombró presidente de la Congregación para la Doctrina de la fe (1981), encargado de defender un tipo de ortodoxia católica. Su pontificado ha sido generoso en el diálogo con las diversas tendencias políticas y sociales, pero ha implicado un tipo de repliegue eclesial hacia posturas de mayor “seguridad” teológica y de más uniformidad intraeclesial.

La enseñanza de Juan Pablo II  abarca prácticamente todos los temas de la teología, elaborados de un modo básicamente trinitario, desde Redemptor Hominis (1979), donde desarrolla el misterio de Cristo, hasta Dominum el Vivificantem (1986), que se ocupa del Espíritu Santo, pasando por Dives in Misericordia (1980), que trata de Dios Padre. Su teología ha sido en principio muy tradicional, pero ha tenido el valor de ofrecer una especie de cuerpo teológico completo, aunque quizá menos atento a las novedades de la modernidad, desde un punto de vista evangélico.

Juan Pablo II fue el papa del 2º Milenio, y así preparó y comentó con inmenso interés la celebración del Jubileo 2000 del Nacimiento de Cristo, desde la Carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (10.11. 1994), que anunciaba y organizaba el magno acontecimiento, hasta la Novo Millenio Ineunte (6.1.2001), con la que ratificaba la entrada y tarea del nuevo milenios, comenzando con unas palabras muy significativas:

Al comienzo del nuevo milenio, mientras se cierra el Gran Jubileo en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimiento de Jesús y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a «remar mar adentro» para pescar: « Duc in altum » (Lc 5,4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. «Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces» (Lc 5,6) (Tertio Millenio 1, http://w2.vatican.va/).

Fueron palabras hermosas, llenas de evangelio y esperanza para el tercer milenio, pero no se tradujeron en un nuevo impulso eclesial, pues, mirado en conjunto, el papado de Juan Pablo II siguió anclado en el segundo milenio, de manera que el “duc in altum”, rema mar adentro, de Jesús a Pedro no se tradujo de hecho en un compromiso más hondo de “navegación eclesial”, en la línea de la nueva derrota/ruta de Iglesia al comienzo de tercer milenio. Juan Pablo siguió anclado en la iglesia y teología del comienzo del segundo milenio (del año 1000 d.C. en adelante) que comienza significativamente con la “conversión de los eslavos” (y en especial de los polacos) y con la Reforma Gregoriana, con la institución de la Iglesia Jerárquica Romana.

Fue el mayor representante del paso de la Iglesia del segundo al tercer milenio, pero a los quince años de su muerte (2005) su mensaje y su iglesia nos parecen ya parte de una iglesia del pasado. Tenemos mucho que aprender de él, de su firmeza en la fe, de su intento de seguridad, de su entrega… Pero su iglesia no es ya sin más la nuestra. 

Benedicto XVI sostiene el cuadro de Juan Pablo II
Benedicto XVI sostiene el cuadro de Juan Pablo II

Tres magisterios. Social, cultural e interreligioso.

Magisterio social. Ése ha sido quizá ámbito más fecundo de su pontificado, en línea de justicia, como puede verse en Sollicitudo Rei Socialis (1987) y en Centesimus Annus (1991), donde retoma y recrea algunos motivos básicos de la Rerum Novarum de León XIII. El Papa se opone no sólo al marxismo, sino también, y de un modo especial, al capitalismo, poniendo de relieve el valor primordial de la persona y la prioridad del trabajo sobre el capital. Sus palabras han sido escuchadas con respeto por políticos y pensadores de varias tendencias, pero no han sido aceptadas por todos, ni aplicadas de un modo consecuente en el campo de la política y la economía internacional (capitalista). En esa línea, su insistencia en la prioridad del trabajo personal sobre la riqueza (el capital) y el mercado va en contra del nuevo espíritu y práctica del capitalismo, dominante en la actualidad.

Compromiso y misión cultural. Nuevos areópagos. Su encíclica Redemptoris Missio (1990) ofrece un programa muy audaz de misión cristiana, vinculando la lucha contra la pobreza (en los cuartos mundos, dominados por el hambre y la injusticia) con la presencia de la iglesia en el nivel de la cultura, abriendo así nuevos areópagos para que el cristianismo dialogue con el pensamiento actual (en la línea de Hech 17):

« a. El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una aldea global. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales…

b. Existen otros areópagos hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio.

c. Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida. Conviene estar atentos y comprometidos con estas instancias modernas…» (Redemptoris. Missio 37).

Jornada de oración por la paz Asis-1986
Jornada de oración por la paz Asis-1986

Diálogo con las religiones.  Juan Pablo II ha destacado la vinculación entre las diversas religiones, dialogando no sólo con los monoteísmos abrahámicos (judaísmo, Islam), sino también con otras tradiciones espirituales, como han mostrado los encuentros celebrados en Asís, bajo al patrocinio de San Francisco, al servicio de la comunión y la paz. Ningún Papa había mostrado anteriormente esa capacidad de diálogo y respeto por las tradiciones religiosas. Sin embargo, son muchos los cristianos y creyentes de otras religiones que tienen miedo de que su postura implique una actitud de dominio y superioridad cristiana (católica), de forma no están de acuerdo con la declaración Dominus Iesus, de la Congregación para la Doctrina de la fe, firmada por el Cardenal Ratzinger (2000), donde se insiste especialmente en esa superioridad formal de la Iglesia católica.

Juan Pablo II anunció el tercer milenio de Cristo, y lo hizo con inmenso rigor intelectual, con grandes documentos y sínodos dedicados al tema. Pero él, con su modelo de Iglesia, siguió formando parte del segundo milenio, ratificando y en algún sentido culminando la visión de la Reforma Gregoriana y del comienzo del segundo milenio. Quizá no supo darse cuenta de que comenzaba un milenio realmente distinto, que ciertas cosas no podían restaurarse, que había que ir de verdad más a lo profundo, con su lema latino duc in altum (Lc 5,4),  que puede traducirse por “navega de otra forma”, que el mar es ya diferente. En esa línea puede entenderse (y reformularse) gran parte de su magisterio.

Magisterio intraeclesial

En este campo, el magisterio de Juan Pablo II ha sido más “tradicional”, insistiendo en las últimas posiciones de Pablo VI, en los temas ya indicados sobre el celibato ministerial, regulación “física” de la sexualidad y prohibición del ministerio de las mujeres. A esos temas hay que añadir su fuerte toma de postura en contra de la Teología de la Liberación, con lo que ello ha implicado en la visión social y en la libertad y compromiso de la iglesia en el campo concreto del compromiso directo a favor de los pobres.

Imagen del interior de la encíclica Humanae Vitae
Imagen del interior de la encíclica Humanae Vitae

1. Moral de la persona. El papa ha ratificado la doctrina de Pablo VI (Humanae Vitae, 1968), profundizando en ella, de un modo más sistemático y exigente, en su encíclica Evangelium Vitae (1995). Ciertamente, ha sido ejemplar su defensa de la vida, en todos los momentos, pero en algunos casos (como en el rechazo global de los métodos anticonceptivos) resulta posiblemente poco matizada y mal fundamentada en el conjunto del NT, más centrada en un tipo de prohibiciones que en el despliegue personal del amor y de la vida de las parejas cristianas.

2. Antropología. Juan Pablo II ha querido ser un antropólogo, en línea personalista, y son muy valiosas sus reflexiones sobre el sentido de la vida y la dignidad de los hombres y mujeres. Pero su visión del hombre y de la mujer parece más centrada en un tipo de posible “derecho natural” (fundado en un tipo de antropología fisicista) que en el mensaje del evangelio leído desde la modernidad. De esa manera, su visión del hombre y de la mujer (y en su conjunto la visión de la humanidad) tiene un sentido y fundamento más “ontológico” que bíblico.

3. Orden ministerial. Juan Pablo II ha sido un hombre de Iglesia, pero en una línea ordenamiento externo más que de libertad personal, de obediencia a la ley más que de autonomía individual y de búsqueda comunitaria. En ese plano, salvando todas las distancias, su postura puede compararse con la del neo‒conservadurismo eclesial y social (filosófico y económico) de muchos políticos y pensadores del último tercio del siglo XX. Fue un papa que venía de un contexto distinto, el primer papa polaco, el primero en haber sido formado en un entorno comunista. Quizá por eso le pareció más importante el mantenimiento de un orden cristiano, fijado desde fuera (en línea clerical y de autoafirmación eclesial) que el despliegue de la libertad del evangelio.

4. El tema de la pederastia en un tipo de clero. Juan Pablo II mantuvo la ley del celibato, y defendió el “honor clerical” en un contexto en el que empezaban a divulgarse los problemas de homosexualidad de un tipo de clero, con muchos escándalos de pedofilia. Conoció bien el problema, pero no se atrevió a enfrentarlo con seriedad, llegando a sus raíces. Era quizá demasiado mayor para ello, su visión de la iglesia resultaba demasiado “sacral/espiritual”, para en el tema de su “carne” (en la línea de Jn 1, 14). Murió quizá con la pena de no poder plantearlo y empezar a resolverlo con claridad y caridad, con verdad cristiana. No conocemos bien los detalles de la “trama” clerical del “alto Vaticano”, donde Juan Pablo II no se sentía a gusto. Evidentemente, a pesar de sus valores (y en parte por ellos), no era el hombre capaz de platear evangélicamente los temas.

Juan Pablo II amonesta a Ernesto Cardenal
Juan Pablo II amonesta a Ernesto Cardenal

5. Teología y moral de género. A los temas anteriores ha de añadirse el de su teología y moral de género, con prohibición del acceso de las mujeres a los ministerios. Ciertamente, Juan Pablo II ha sido un papa muy interesado por la función y dignidad de mujer en la iglesia, como muestra su carta apostólica Mulieris dignitatem (1988), donde ha defendido un feminismo de la diferencia. Pero en esa línea de diferencia de género y sexo, y fundándose en una visión jerárquica del Cristo Varón, el Papa ha seguido rechazando el acceso de la mujer a los ministerios eclesiales (Ordinatio Sacerdotalis, 1994). En ese contexto, muchísimas mujeres y varones han sentido y sienten dificultad en aceptar la visión antropológica, bíblica, teológica que está al fondo de su teología y doctrina sobre la mujer, pensando que ella no es definitiva, de forma que podrá y deberá ser revisada en el futuro.

Teología de la liberación

No es quizá el tema más importante del papado de Juan Pablo II y debe interpretarse además en el contexto de su visión general de su teología, de su Iglesia y de la historia cristiana. Pero ha terminado siendo el más significativo y mediático. Bien encauzada, animada y potenciada (¡y corregida!) por el Vaticano, la Teología de la Liberación podía haber sido un elemento clave de la Nueva Evangelización y del nuevo despliegue de la iglesia. Pero la tarda visión del Vaticano (con el Papa Juan Pablo II) convirtió este tema en un campo de ruinas, no sólo de la Teología de la Liberación, sino del conjunto de la Iglesia.

La Teología de la Liberación había nacido en América Latina para extenderse a todo el mundo, abriéndose a las iglesias protestantes e incluso hacia otras religiones (como el budismo y algunos tipos de hinduismo). Más que una teología escolar (académica), es un estilo integral de pensamiento y vida cristiana, desde la perspectiva de los pobres, en línea de evangelio. Aceptando en principio algunos valores de esa teología Juan Pablo II (y Benedicto XVI) han reaccionado ante ella con recelo, pues han tenido miedo de sus posibles connotaciones comunistas y antijerárquicas (sobre todo anti‒jerárquicas).

     Juan Pablo II tuvo miedo de “dejar” la teología y la vida de la iglesia en manos de los fieles, esto es, del pueblo de Dios y de las comunidades vivas según el Evangelio. Quizá sintió el “síndrome del poder”, pensando que sólo desde una perspectiva de poder, bien dirigido desde arriba, con obispos obedientes a la letra de la jerarquía (más que al Paráclito de Cristo) puede dirigirse y triunfar la iglesia. Esa fue la “lucha sorda” de Juan Pablo II y de sus asesores con unas iglesias más centradas en la vida y obra de las comunidades, pensando que ellas conducían por un lado al comunismo y por otro a un tipo de relajación personal y social. Por eso, para prevenir los riesgos de un tipo de libertad cristiana, ellos se empeñaron en crear una Iglesia Obediente en torno al papado, con obispos bien sometidos a una autoridad fijada desde fuera, obispos funcionarios, no pastores libres de una iglesia de cristianos adultos. Lograron la obediencia (¡un tipo de obediencia!), pero corrieron el riesgo de perder la vida real de la Iglesia.

      No toda la culpa fue de, de ninguna manera. La “culpa” era más bien del nuevo “espíritu” que estaba surgiendo por doquier: Un nuevo capitalismo del orden,  una nueva estructura de poder que empezaba a triunfar en los años 70 y 80 del siglo pasado en el campo económico, político y social, con un sordo y fuerte (y falso) liberalismo anti‒cristiano (o de gentes que utilizaban y utilizan el cristianismo para defender sus privilegios y seguridades). Desde eso fondo quiero interpretar la reacción del papa Juan Pablo II ante la teología de la liberación (o, mejor dicho, ante lo que ella podía representar en ese nuevo tiempo).

romero en homilia
romero en homilia

1. Visión general: Contra la Teología de la Liberación que parecía antijerárquica y anticritiana.  Juan Pablo II fue un hombre crecido en un contexto marxista, y posiblemente no ha podido conocer los matices de la teología de la liberación, surgida y crecida en América Latina, en un contexto eclesial y social muy distinto, que a su juicio era proclive al comunismo y contrario a la identidad jerárquica de la Iglesia católica. Así lo indican los documentos que fueron preparados, bajo su mandato, por la Congregación de la Doctrina de la fe: Libertatis nuntius (1984) y Libertatis Conscientia (1986), destacando los errores doctrinales y los peligros eclesiales de esa Teología, que, a su juicio, sería dependiente del marxismo y destruiría la autonomía de la iglesia, para convertirla en una instancia social, sin base en la revelación de Jesucristo.

Muchos teólogos y creyentes piensan que esas condenas no responden en realidad a lo que quiso y quiere la teología de la liberación, y el mismo evangelio, de manera que ellas deberán ser revisadas en el futuro (como lo están siendo de hecho en el pontificado de Francisco, a partir del 2013). Pero mucho más que esos documentos ha influido la forma en que Juan Pablo II ha tratado a personas de Iglesia que, a su juicio, podían caer en un tipo de posible comunismo o de olvido de la dimensión espiritual de la vida cristiana, como San Óscar Romero (asesinado el año 1980). También ha sido importante su política de nombramiento de obispos para América Latina (y para el conjunto de la Iglesia), en una línea de seguridad doctrinal y de imposición eclesial (en contra de las directrices del tiempo de Pablo VI)

2. Miedo a pensar desde la libertad del evangelio, con la libertad de Jesús. La teología de la liberación recibe el agua de diversas fuentes. Ella se inspira en el movimiento de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) que habían surgido en Brasil, en torno al año 1960 y asume elementos propios de la teología política que estaban desarrollando en Europa, también en los años sesenta, algunos teólogos católicos y protestantes como J. B. Metz y J. Moltmann. Ella se inspira también en algunos de los grandes documentos del Vaticano II (Gaudium et Spes) y del CELAM (Medellín 1968), que han sido ratificados por Pablo VI: Evangelii Nuntiandi (1976). Pero su fuente básica es el intento de leer y actualizar el evangelio de Jesús desde la perspectiva de los pobres y excluidos que son la mayoría de la sociedad latino-americana.

Fue un movimiento de teólogos, de obispos, de presbíteros, de religiosos y religiosas… de pueblo. En el origen de la Teología de la Liberación hay diversos obispos y teólogos, como H. Camara, P. Casaldáliga, S. Méndez Arceo, R. Muñoz, H. Assmann, J. Comblin, J. L. Segundo, S. Galilea, L. Boff, I. Ellacuría y J. Sobrino. Pero su representante más significativo sigue siendo Gustavo Gutiérrez, que publicó un libro titulado: Teología de la Liberación (Lima 1971; Salamanca 1972), donde ofrecía un programa completo de vida cristiana, estableciendo una especie de nuevo giro copernicano: había que pasar del cristianismo como ideología (justificación sacral del orden establecido) al cristianismo como principio de transformación social, sin abandonar por ello el misterio de la vida y la trascendencia, sino todo lo contrario, potenciando un nuevo compromiso evangélico de fidelidad a la historia de Jesús y de solidaridad con los pobres.

           Pues bien, en contra de eso, Juan Pablo II y una parte de la Institución del Vaticano tuvieron miedo de esa teología y de ese movimiento de iglesia, pensaron que con ella se destruían los principios del orden cristiano. Recuerdo perfectamente los temas de fondos. Conviví por entonces (año 1984) con Mons. Aparicio, buen amigo, obispo auxiliar de Cuzco, hombre muy tradicional, pero escandalizado por la forma en que (así me decía) Ratziner y Juan Pablo II querían acallar la voz del pueblo cristiano, desde fuera, desde arriba, condenando a la teología de la liberación.

3. Cristianismo, realidad social.  La teología de occidente, a partir de su encuentro con el helenismo, en el siglo IV, se había desarrollad como ciencia teórica, dentro de una visión sacralizada y jerárquica de la realidad. Había terminado siendo, al menos en parte, una ideología, un pensamiento para garantizar el orden establecido, tanto en plano político como económico. Pues bien, la teología de la liberación quiere retomar la inspiración de los profetas y de Jesús, como mensajero y promotor del Reino de Dios. Por eso apela a las ciencias sociales, no para dejarse manejar por ellas, sino para conocer mejor el mundo real y para transformarlo, a partir de la escucha de la Palabra de Dios.

Rouco, con Juan Pablo II
Rouco, con Juan Pablo II

             En ese campo puede apelar (y a veces lo ha hecho) al análisis del marxismo, pero no como filosofía teórica (o metafísica atea), sino como herramienta de análisis social y de conocimiento de la realidad. La palabra central de la teología de la liberación no proviene del marxismo, ni de ninguna teoría sociológica, sino de la experiencia bíblica, es decir, de la Palabra de Dios, tal como resuena en el Éxodo, en la voz de los Profetas y, de un modo especial, en la vida y pascua de Jesús. El intento de la Teología de la liberación era recrear la Iglesia desde los pobres, como quiso e hizo Jesús, como hicieron sus primeros seguidores.

       Pero Juan Pablo II y sus colaboradores no lo vieron así. Pensaron que la teología de la liberación era ante todo un intento de “voladura” de la iglesia jerárquica, un mal comunismo y liberalismo para el pueblo, pero sin Cristo, y así impidieron que se abriera, que fecundara el conjunto de la iglesia, y lo hicieron desde un miedo social más que desde la raíz del evangelio.

3. Conciencia de Iglesia.  Pueblo de testigos. La teología de la liberación afirma que la Iglesia debe superar el pensamiento establecido sobre bases de poder, más platónicas que cristianas (al servicio de la sacralidad de un sistema que se entiende como expresión de la voluntad de un ser divino superior), para descubrir las exigencias prácticas del evangelio, al servicio del Reino de Dios, partiendo de un Dios que se introduce en la vida de los hombres, actuando desde abajo, desde los pobres y excluidos, como dice Pablo (cf. Flp 2, 6‒11), como hizo Jesús.

No quiere, por tanto, un pequeño cambio externo, sino una transformación radical de la iglesia, tanto en plano externo (al servicio de la liberación de los pobres) como interno, superando así una visión de Dios como poder que impone desde arriba y que se revela a través de una jerarquía con poder sobre el pueblo. En este contexto se sitúan los numerosos casos de cristianos defensores de la justicia social, asesinados por esos poderes establecidos, entre los que ha de citarse Mons. O. Romero (1989), con I. Ellacuría y sus compañeros de la UCA, el Salvador (1989).

     Pero Juan Pablo II tenía miedo de que en el fondo de un tipo de liberación y libertad evangélica (cristiana) se escondiera un puro anti‒cristianismo, una pura ideología social contraria al orden sagrado del evangelio. Fue una gran pena, un gran dolor, una ocasión fallida de evangelio. Hoy (año 2020), tras 40 años de lucha en contra de la teología de la liberación (con lo que ella podía haber sido) es quizá demasiado tarde. Ya no se trata de volver sin más a lo que pudo haber sido una iglesia de la liberación. Se trata, más bien, de empezar desde abajo, desde la base‒base de la vida, desde el evangelio

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