Faris Odeh, el niño del tanque. ¿Quién puede poner fin a la guerra de Gaza?

Por tres delitos de Gaza y por un cuarto, por tres delitos de Israel...Así tronaba en el siglo VIII a.C. el profeta Amós, cuyos "oráculos" han sido recogidos en un que sigue estremeciendo (cf. Am 1, 6-8 y 2, 6-8), el primer texto de juicio político escrito quizá en occidente.

Gaza era entonces un reino principal de Filistea/Palestina; hoy parece un campo de concentración de refugiados palestinos, en su mayoría musulmanes, bajo vigilancia del Estado de Israel. Israel es, sin embargo, un fuerte estado militar, de religión oficialmente judía, que se siente amenazada por los palestinos de Gaza, a quienes no concede independencia como Estado.

            El enfrentamiento entre Israel y la "franja" de Gaza no mejora con los años. Hace un tiempo me pidieron un trabajo sobre el tema y acabé escribiendo un libro titulado Violencia y religión en la historia de occidente (Tirant, Valencia 2008), y en su portada pusimos la famosa imagen de un niño palestino, enfrentándose con piedras con un tanque israelita.

            El niño se llamaba Faris Odeh, era de la “raza” del antiguo David y luchó a pedradas con el nuevo Goliat, en la Segunda Intifada, en Gaza (9.112000) donde fue abatido por la bala de un soldado israelí cuando se agachaba a recoger más piedra.

Muy cerca de Gaza, en el entorno de otra ciudadtambién filistea, llamada Gat, se dice que el niño David mató también con una piedra a Goliat, el gigante acorazado. Ciertamente, las cosas no son iguales: Ni Faris Odeh es David, ni el soldado del tanquees Goliat, pero el enfrentamiento entre soldados de Israel y “fancotiradores” palestinos sigue ardiendo en las fronteras orientales del Mediterráneo, como está repitiendo estos días la prensa.

            El enfrentamiento tiene raíces y rasgos de tipo social y cultural, económico y religioso, político y militar, científico y sentimental… Así quiero indicarlo en las páginas que siguen, desde una perspectiva cultural y religiosa (no estrictamente política). 

violencia y religion en la historia de occident - Comprar Libros de  sociología en todocoleccion - 215449021

Esta es la portada de mi libro: En vez de David contra Goliat  se eleva  un niño palestino queriendo destruir a piedras a un gigante tanque. Éste ha sido para mí el libro de Faris,nuevo David, abatido cuando quería destruir a pedradasa un tanque.  

   Pero, además de ser "libro de Faris y el tanque", éste es mí libro del 11M 2004. Lo escribí tras volver de la Comisión del Congreso de los Diputados de Madrid, 14.Julio del 2004, donde acudí como experto en cultura y religiones para "aclarar" el sentido del atentado del 11M 2003.

Por eso he querido empezar presentando  unos párrafos de su prólogo. Después expongo la temática de fondo mi intervención que sigue siendo hoy (2021) aún más  importante que entones.

DEL PRÓLOGO DE  "VIOLENCIA Y RELIGIÓN EN LA HISTORIA DE OCCIDENTE".

 Este libro trata de las fuentes, historia y actualidad de la violencia religiosa y social en occidente.  La religión no ha inventado la guerra, pues con violencia y religión hemos nacido y convivimos desde siempre. No la ha inventado, pero ha desvelado su importancia, y a veces incluso la ha aumentado. Por eso es importante que la religión se vuelva principio de comunicación pacificadora, para superar la guerra.

   En este momento (en el año 2021, lo mismo que en el 2004), es necesario que le religión de los judíos de Israel y de los musulmanes (y cristianos) de Gaza sea fuente de paz.

Todos los momentos de la historia han sido cruciales, pero el nuestro (al comienzos del tercer milenio) nos parece especialmente crucial, de manera que si no abrimos caminos de paz podemos destruirnos todos.

         Estuve en las Cortes, el 14 de julio de 2004, caída ya la tarde, tras una jornada agotadora de los miembros de la Comisión. Sentí el interés y el respeto exquisito de representantes de algunos partidos minoritarios, empeñados en saber por qué ciertos musulmanes podían volverse violentos, y cómo podemos ser violentos también los herederos de la cultura bíblica, judíos y musulmanes. Me preguntaron sobre la identidad del Islam, sobre su presencia en España, sobre el tipo mejor de educación religiosa (en la escuela y fuera de ella) y sobre la simbiosis de culturas.  

De aquellas respuestas y de la situación religioso social en Palestina ha nacido este libro, para responder al interrogante de Faris, nuevo David, abatido por el Goliat de un tanque israelita. Yo había sido profesor de Fenomenología de la Religión, en  la universidad de la Iglesia Católica de España (en Salamanca) y por eso me llamaron para mi visión del tema en el Congreso. 

Faris Odeh Wikipedia el

    Dije allí lo que voy exponer ahora, pasados ya  13 años. No tengo tengo respuestas definitivas, pero sé que podemos hacer hacer un camino. Violencia y religión han estado muy vinculadas a lo largo de la historia judía, cristiana y musulmana, pero las cosas pueden cambiar en el futuro.

En este contexto será bueno que pongamos de relieve aquello que la religión puede ofrecer al despliegue y desarrollo de una cultura de no-violencia dialogante, abierta al futuro de la humanidad,  empezando por el mismo Islam  (Madrigalejo,11 de Marzo 2005).

EL ISLAM Y LAS RELIGIONES MONOTEÍSTAS. UN POSIBLE (NECESARIO) CAMINO DE PAZ. 

(Reflexiones tomadas de Religión y globalización) 

No es un conflicto sólo religioso (es político, económico, social, cultural, militar…), pero es también religioso, y en ese nivel quiero situarme. Desde ese fondo quiero (desde la perspectiva de las tres religiones monoteístas) ofreceré tres afirmaciones generales o tesis que después desarrollaré. 

− Los judíos deben renunciar a la expresión política de su nacionalismo religioso, para ser lo que fueron: testigos de la 'diferencia' de Dios y fermento de esperanza y transformación mesiánica de la humanidad.[1]

− Los musulmanes han de superar todo fanatismo e imposición social y familiar, no para volverse occidentales o esclavos del sistema, sino para crear, desde sus raíces religiosas, espacios hondos de comunicación a partir de su experiencia inmediata, casi física, de la Soberanía de Dios.

− Los cristianos saben que Dios se ha encarnado en Jesús, revelando su Reino y, en ese fondo, añaden que su Iglesia debería ser fermento de comunicación gratuita, para todos los humanos. Por eso deben superar sus rasgos de dominio o jerarquía, rechazando los aspectos de capitalismo que han tomado.[2]

El tema de fondo es judíos, cristiano y musulmán. Ahora quiero plantearlo básicamente desde la perspectiva, siguiendo la propuesta mi libro sobre  Globalización y Religión,  donde elaboro los principio ya desarrollados en Monoteísmo y globalización. 

En el VII d.C., asumiendo elementos anteriores, judíos y cristianos (o judeocristianos) y desarrollando al máximo la creatividad de las tribus árabes, antes dispersas, Mahoma suscitó un movimiento religioso que sigue vivo en casi todas las zonas de la tierra.

  1. Universalidad y sumisión creyente[3].

En la base del mensaje de Mahoma y de la experiencia musulmana, desarrollada por la tradición posterior, late una mística radical de sometimiento a Dios, que así aparece como aquel que es y hace Todo. Este Dios superior acoge de un modo especial a los humildes y pequeños pero de tal forma  que, en realidad, ante su Juicio superior, terminan siendo iguales ricos y pobres, opresores y oprimidos. (1) Por eso, el Islam es religión de suma tolerancia: Dios sólo exige que nos sometamos a él, pues posee toda justicia y derecho y nada de lo que hagamos le puede influir, ya que él es quien nos hace, actuando por nosotros. (2) Pero, en otro plano, se vuelve intolerante, pues piensa que la voluntad de Dios, revelada en el Corán, puede y debe aplicarse sobre todo el mundo. En ese fondo distinguimos dos momentos de la vida de Mahoma.

Período mecano: mensaje universal, sin guerra (612-622 d.C.). En las suras antiguas, que son la raíz del Corán, Mahoma se muestra más cercano a las tradiciones pacificas de judíos y cristianos. No apela al Yihad o guerra santa, no establece una comunidad militante, sino que va construyendo una comunidad pacífica de sometidos a Dios, en medio de un entorno crecientemente hostil de politeísmo mercantilista. En ese momento, los signos primordiales de la revelación de Dios son la superación de la idolatría, la sumisión a la única divinidad y de justicia social, que se expresa en la ayuda a los pobres. Como prueba de su mensaje, Mahoma apela al juicio futuro de Dios. Éste es el Primer Corán o Islam, sin poder político ni sometimiento social[4].

Hégira y guerras de Medina: Sumisión a Dios y violencia militar (622-630). Pero cuando su grupo fue perseguido, Mahoma “recibió” de Dios un mensaje de ruptura y recreación miento social, que se tradujo en la creación de una comunidad liberada de creyentes (Hégira 622 d.C., año 1 de la era musulmana). En vez de dejarse matar o de seguir anunciando el Mensaje de un modo no violento, Mahoma y los suyos emigraron a Medina, donde respondieron con violencia a la violencia de los enviados del «sistema comercial» politeísta de la Meca. En este contexto se sitúa la intolerancia musulmana, proclamada el Yihad o guerra santa contra los paganos de la Meca, que se expresa en la muerte de los judíos de Medina que no aceptaban su mensaje y en la toma posterior de la Meca[5].

La mayoría de los musulmanes actuales no ven diferencia básica entre esos dos períodos. Otros pensamos (con algunos musulmanes) que esa diferencia existe, no sólo en un plano histórico y literario, sino también teológico y social, y que ella puede marcar la renovación del Islam futuro. Todos los monoteístas comparten la fe en un solo Dios. Pero se distinguen en la forma de entender su Presencia, que los judíos vinculan a un éxodo nacional, los cristianos a la cruz de Jesús y los musulmanes relacionan con la Hégira. Por eso, la forma de entender la Hégira en la historia musulmana resulta esencial.

Un Islam fundado en las suras del período mecano será tolerante: religión de personas marginadas, que apelan a Dios desde su pobreza, buscando un orden futuro de Justicia, abierto al juicio apocalíptico. Este es el Islam de los que pueden mantenerse y vivir en el exilio, sin tomar el poder, dialogando siempre con los hombres y mujeres del entorno.

Un Islam más centrado en las suras de Medina será más impositivo, de tal forma que los creyentes pueden defender (e incluso imponer) su religión 'verdadera' y su forma de vida social apelando a la guerra, no sólo contra los infieles o paganos exteriores, sino contra los disidentes interiores, defendiendo ante todo los «derechos» de Dios. Ciertamente existe y puede actualizarse el primer Islam (mecano) abierto a la paz universal, a través de la Palabra, sin necesidad de una Hégira violenta. Pero, en un sentido histórico (o por lo menos simbólico), la ruptura política y militar de esa Hégira parece necesaria[6].

Mahoma había entrado en contacto con judíos y cristianos y parece que, al principio, no quiso crear una nueva religión; se limitaba a recrear y adaptar las tradiciones precedentes, para expresar de esa manera la fe pura que Abrahán había confesado ya, según la tradición antigua. Pero judíos y cristianos no aceptaron esa innovación; por eso, acabó fundando una religión que, partiendo de Arabia, se extendió por Oriente Medio, Norte de África y Asia. Estas son sus notas principales:

Los musulmanes asumen expresamente la herencia de Abrahán (Ibrahim) que, acompañado de su hijo Ismael habría peregrinado hasta la Meca para orar ante la piedra sagrada de la Caaba. Ratificando el gesto del patriarca, para imitar su fe y expandir su herencia, los fieles musulmanes se comprometen a peregrinar también hasta la Meca, una vez en la vida, si es que pueden. En ese camino de fe y adoración, se confiesan herederos y garantes de la auténtica tradición de Abrahán, fijada según dicen en el monoteísmo musulmán y en la piedad que se centra en la Meca. Así se creen herederos del gran patriarca hanif, devoto de Dios, monoteísta, en la línea de una tradición religiosa que se había manifestado ya desde el principio (por Adán, Noé y el resto de los profetas). Mahoma completó de esa manera y culminó lo que habría iniciado Abrahán: superó el politeísmo de la Meca, vinculó a los creyentes en la verdadera adoración.

Los musulmanes mantienen un monoteísmo cercano al judío. Por eso rechazan la Trinidad cristiana lo mismo que la Encarnación de Dios en Cristo. Dios se presenta para ellos como el Señor siempre transcendente que dirige desde arriba el curso de la historia, de una forma que parece ya predestinada de antemano. De tal modo destacan el poder y acción de ese Dios que tienden a dejar en segundo plano la libertad del hombre. Jesús es para ellos un profeta excelso, hijo María, nacido de forma virginal, predicador del evangelio para los judíos. Pero estos no le recibieron y por eso quisieron matarle, cayendo de esa forma en gran pecado. Posteriormente, traicionando su mensaje, los cristianos divinizaron a Jesús, cayendo en gran pecado, por introducir la división en Dios y por confesar que un humano es divino.

El Dios lejano y poderoso (cuya acción parece imponerse de forma avasalladora) se ha venido a revelar a través de Mahoma, su profeta, mostrando claramente su mensaje, pues su palabra ha sido fijada en el Corán, el libro que recoge su más honda experiencia. En esa línea, el Corán no es palabra que brota de la historia e inspiración de los humanos (de Mahoma), sino que ha sido revelado inmediatamente por Dios (a través del ángel Gabriel), voz a voz, verso a verso, en su propia lengua árabe. De esa forma, en un sentido estricto, podemos afirmar que el principio de identificación de los musulmanes es el mismo Libro sagrado que ocupa para ellos el lugar que en el judaísmo tiene el pueblo elegido y en el cristianismo Jesús. En un sentido, el Islam se encuentra muy cerca del judaísmo, tanto por su visión profética de la realidad como por su manera de acentuar el monoteísmo. Pero hay una diferencia: El judaísmo es la religión de un pueblo particular, de manera que sigue esperando la llegada del tiempo mesiánico, pues sólo entonces podrá darse la unificación (globalización) religiosa y profunda entre los hombres. Por el contrario, el movimiento islámico ha empezado siendo árabe (en árabe ha revelado Dios su Corán a Mahoma), pero ha querido ser muy pronto universal: una revelación religiosa y un modo de vida que se ofrece a todos los hombres y mujeres, a quienes vincula.

Los musulmanes defienden una pacificación intrahistórica de la humanidad, vinculada a la expansión del Islam (la religión originaria y verdadera) y al establecimiento de la Umma o comunidad de los creyentes. En ese sentido, para ellos resulta esencial el universalismo “histórico”, ya en este mundo. No existe, por tanto, un mesianismo posterior, sino que el tiempo mesiánico ha llegado ya por medio de la revelación del Corán, que puede y debe unificar a todos los hombres. Ciertamente, la unidad sagrada de la Umma se ha roto pronto y los musulmanes se han dividido en grupos a veces enfrentados. Pero todos ellos siguen añorando el cumplimiento de la unidad sacral islámica que debe extenderse a los pueblos (estados) de mayoría musulmana, expandiéndose luego hacia todos los humanos, ofreciéndoles la paz (islam significa pacificación) a través del cumplimiento de la voluntad de Dios. En ese aspecto, el Islam implica cierto mesianismo: los musulmanes esperan extenderse un día a todos los países de la tierra, para establecer de manera universal el orden sagrado de su (la) religión verdadera.

En principio, los musulmanes quieren respetar a los creyentes de las religiones del Libro (judíos, cristianos) y piensan que sólo pueden convertir por fuerza a los paganos. Pero allí donde ellos son mayoría procuran adueñarse de los resortes de la administración judicial, política y económica (como lo pide su misma sari'a), para así ofrecer a todos los humanos la "plenitud sagrada", que consiste en el sometimiento a Dios, en la forma musulmana. En ese aspecto, en el fondo del islam sigue habiendo un tipo de presión violenta, sin verdadera separación entre el plano religioso y social (y político). Por eso los mismos estados musulmanes se sienten obligados a proteger y expandir las normas de la vida musulmana, queriendo que la globalización del mundo de la vida (la construcción de la Umma) se realice a través de la sharía o ley musulmana. 

  1. Tres monoteísmos, la paradoja musulmana.

En el principio del monoteísmo está Israel; como herederos y “reformadores” de la religión de Israel han surgido y se han extendido cristianos y musulmanes.

Israel es la  religión de Ley y Pueblo. Para los judíos, herederos nacionales de la religión israelita, es importante la transcendencia de Dios, la historia de su revelación y el mismo Libro santo, pero en un sentido estricto ellos se definen por la Ley nacional (explicitada en Biblia y Misná, comentada en el Talmud) y por la existencia del mismo pueblo, que debe conservar y cultivar su identidad para así ofrecer signo de Dios a las restantes naciones de la tierra, hasta que llegue la plenitud mesiánica. Desde ese fondo podemos precisar la novedad de cristianismo e islam.

El cristianismo es religión de Encarnación mesiánica. En el lugar donde los judíos ponen la Ley, encuentran ellos a Jesús, Hijo de Dios. Por eso, en el principio de su fe se encuentra (al menos implícitamente) la confesión cristológica (¡Jesús es Cristo, Hijo de Dios!), con sus implicaciones trinitarias (Dios mismo es camino y encuentro de amor, expresada en Jesús). Lógicamente, más que de una revelación del Libro, ellos hablan de una Encarnación del Hijo de Dios en la vida y pascua de Jesús, Señor y Salvador, que aparece como fundador del nuevo pueblo de Dios, abriéndose de forma misionera a todas las naciones de la tierra.

El Islam es la religión del sometimiento profético. Su gesto de sumisión responde a la voluntad creadora de Dios, a la que deben asentir todos los hombres y mujeres de la tierra, respondiendo a la Palabra o Libro eterno de Dios (Corán). Dios se manifiesta a través de esa palabra, formando una comunidad abierta a todos los humanos, a quienes invitan a someterse a la voluntad de Dios, según el Corán. No hay pueblo escogido, en el sentido judío del término. No hay tampoco encarnación de Dios (ni en Cristo ni en Mahoma, ni en María o un profeta de otro tiempo). Pero Dios ha revelado su Palabra por Mahoma a todos los pueblos de la tierra, suscitando así el Islam, término emparentado con shalam/shalom que significa, al mismo tiempo, sumisión (a la voluntad de Dios) y pacificación (culminación de la historia, reconciliación entre los humanos).

Los cristianos han empezado confesando a Jesús como enviado de Dios (¡es Cristo!), para ampliar o profundizar su fe en el misterio total de la revelación (Creo en Dios Padre, creo en Jesucristo su Hijo y creo en el Espíritu Santo). La confesión de fe recibe así una forma trinitaria: Son cristianos los que descubren a Dios como Padre, aceptan su manifestación plena en el Cristo (su Hijo) y los que creen en su Espíritu, poder salvador vinculado al mensaje y pascua de Jesús.  En un sentido estricto, esta confesión tiene un carácter más teológico: no está centrada en el pueblo que debe responder a Dios (¡escucha, amarás...!) sino en el Dios que es misterio en sí mismo (trinidad) y que se manifiesta como salvador universal (por la encarnación y la efusión del Espíritu Santo). Pero ella resulta inseparable de la aceptación de Cristo por medio de la Iglesia: sólo es creyente verdadero el que asume la comunión católica, es decir, universal, fundada en Cristo.

Los musulmanes universalizan y simplifican la confesión de fe judía. Así atestiguan en su sahada o credo básico  que no hay dios fuera de Allah y que Mahoma es el profeta (enviado) de Allah. Esta palabra no se encuentra al pie de la letra en el Corán, pero condensa toda su enseñanza. En ella se contienen las dos verdades fundamentales: la Unicidad de Dios (considerado como Señor universal) y su revelación definitiva (por medio de Mahoma). Esta  confesión, proclamada en árabe desde todos los minaretes del mundo y repetida sin cesar por todos los creyentes, resume la fe musulmana. Ella sola basta para expresar la sumisión religiosa, de forma que quien la proclama, hombre o mujer, es musulmán (pues no hay en el Islam rito iniciático como la circuncisión judía o el bautismo cristiano). Dios ya no tiene un nombre especial (como Yahvé en los israelitas); tampoco aparece vinculado de forma intradivina (trinitaria) a su mesías o revelador (como el Padre de Jesús para los cristianos). Es simplemente Dios y, siendo transcendente, habla (revela su Corán/Libro eterno) a su profeta o enviado que es Mahoma. Esto es confesar la fe para un musulmán: someterse a Dios y aceptar su manifestación por medio de Mahoma.

Los modelos quedan claros. Para el judaísmo es determinante la vinculación entre Dios (Yahvé) y su pueblo histórico (mesiánico). El cristianismo ha extendido la confesión de fe en forma teológica: son creyentes aquellos que acogen y despliegan la vida de Dios en su Hijo Jesucristo. Los musulmanes han condensado la fe de una forma profética y universal, a través del Corán de Mahoma y del surgimiento de la Umma o comunidad de creyentes que acogen y cumplen su palabra.

 En ese contexto podemos insistir en la paradoja. Como he venido diciendo, islam significa sumisión y pacificación. Durante muchos siglos, los países musulmanes del Norte de África y del Oriente Medio, desde su propia situación de supremacía no amenazada, han mantenido dentro de su seno valiosas minorías de cristianos y judíos. Pues bien, en estos últimos decenios, la casi totalidad de las minorías judías han tenido que emigrar hacia Israel o hacia otros países; los cristianos también han emigrado en gran parte. Con un tipo de modernización, en muchos lugares islámicos ha crecido la intolerancia, el deseo de imposición y una especie de resentimiento intenso en contra de la presencia de otros grupos sociales y religiosos. El mundo musulmán se encuentra al menos parcialmente, decidido a rechazar y expulsar de su seno a los cristianos y judíos que aparecen como injerencia de occidente, oponiéndose así a un tipo de globalización religiosa que no sea la suya (la del triunfo del Islam sobre las otras religiones)[7].

  1. Camino abierto, con una conclusión cristiana

El derrumbamiento del bloque comunista (1989-1991), con los grandes cambios posteriores, como el atentado contras las Torres Gemelas (Nueva York 2001) y la crisis financiera posterior (207-2013), puede ser comienzo de una serie de cambios más profundos no sólo en los países de occidente, sino en todo el mundo. En el contexto de esos cambios mundiales sería importante un diálogo más hondo entre los creyentes de las grandes religiones del libro. Pienso que se puede empezar poniendo de relieve dos actitudes convergentes:

Desideologización. No se trata de abandonar las religiones, sino las “ideologías” religiosas, expresadas en forma social y cultural. Es necesario que los creyentes particulares abandonen los presupuestos de una verdad previa de tipo impositivo y empiecen descubriéndose como humanos, para ahondar así en sus experiencias específicas, de tipo profético y místico. En este sentido, el camino de la democracia, iniciado en occidente, marca el comienzo de un futuro esperanzador para que las religiones puedan descubrir su más honda verdad. Siguiendo ese camino, la política y la vida social deben convertirse en espacio de diálogo igualitario, sin que existan posiciones de ventaja de unos o de otros. En este nivel ideológico deben superarse las imposiciones nacionales o religiosas. Cada grupo debe renunciar a sus particularidades culturales o raciales. Sólo de esa forma puede lograrse una infraestructura de diálogo universal, en igualdad y tolerancia[8].

‒ Democratización y justicia económica. Una verdadera globalización religiosa sólo es posible allí donde se ponen en marcha los mecanismos que conducen a una auténtica participación de bienes (de trabajos y de posibilidades de consumo) entre todos los seres humanos. Para ello es necesario un esfuerzo de paz (respeto mutuo, de desarrollo integral) que vincule a los diversos pueblos y grupos. Es evidente que a ese plano debe darse un trasvase creativo y "creyente", en el mejor sentido de la palabra: hay que ofrecer posibilidades a los grupos económicamente menos desarrollados, se han de poner en marcha los procesos que conducen hacia el diálogo pleno entre los humanos. Han de caer las fronteras en clave económica, encontrándose medios de cooperación igualitaria entre todos los grupos humanos.

              Eso implica un tipo de fe” en la comunicación en cuanto tal, sin ventajas de unos sobre otros. Vivimos en un mundo donde los pequeños grupos dialogan y discuten (luchan) en espacios cerrados, al servicio del triunfo de los propios intereses. Ahora es necesario suscitar un diálogo mundial, en clave económica (comunicación de bienes), social (colaboración entre los diversos grupos) e ideológica (compartiendo la palabra, las creencias). Sólo allí donde los humanos sean (se vuelvan) capaces de dialogar de esa manera podrá haber paz sobre la tierra.

Sólo en ese contexto se puede hablar de la aportación de las utopías religiosas, entendidas en clave de libertad, de aportación humana. Hemos comenzado hablando de la desideologización, hemos seguido hablando de la comunicación económica. Pues bien, al llegar al final de este argumento, pensamos que resulta absolutamente necesaria la colaboración de los grandes ideales o utopías religiosas, que proclaman el mesianismo, la pacificación final y el encuentro entre todos los humanos.  Son muchos los que piensan que el monoteísmo es contrario a la “globalización pacífica”, es decir, a la comunión positiva, creadora, de todos los hombres. Ese proyecto implica no sólo una aportación, sino una renuncia previa:

Los judíos deberían renunciar a su nacionalismo sacral (sobre todo en perspectiva política) para hacerse de verdad fermento mesiánico en el mundo. Si un día pusieran su potencial utópico/mesiánico al servicio de la reconciliación humana, si se hicieran germen de diálogo y encuentro entre todos los pueblos (especialmente para sus hermanos musulmanes) cambiarían las condiciones de nuestra historia. Eso significa que, para ser plenamente judíos (es decir, mesiánicos), ellos tienen que renunciar a un tipo de intransigencia nacional: no han de vivir para sí mismos sino para los otros, siendo un pueblo germen, un pueblo semilla al servicio del conjunto de la humanidad (de lo mesiánico), superando su actitud de resistencia (mantenerse como están, ser grupo distinto),  convirtiéndose en germen de esperanza para otros pueblos.

Los cristianos deben renunciar a una pretensión de superioridad y a su vinculación con el poder colonial. De un modo directo o indirecto, los países cristianos de occidente han expandido sus imperios coloniales y han dominado por un tiempo sobre el mundo, unidos al  poder de los estados y  a la economía dominante. Pues bien, las iglesias de occidente han de superar esos esquemas de dominio y poder, rechazando el modelo de poder que se ha vinculado a ellas. Sólo la creación de auténticas comunidades mesiánicas, al servicio de la reconciliación universal, puede ser fermento de concordia y humanización. 

Los musulmanes deben renunciar a un mesianismo intrahistórico vinculado a la expansión impositiva del Islam (que sería la religión originaria y verdadera) y al establecimiento de la Umma o comunidad de los creyentes por medio de una “violencia sagrada”. El modelo venerable de Mahoma tomando la Meca por la fuerza (año 630) debe ser relativizado y superado, a favor del Islam originario, con su llamada a la fe y a la unión de la comunidad desde los más pobres de la Meca. En el fondo del islam actual sigue habiendo un tipo de presión violenta: no hay verdadera separación entre el plano religioso y social (y político).  Sólo cuando el Islam renuncie a un tipo de triunfo político podrá ser influyente de verdad en un plano social[9].

              He comenzado esta sección diciendo que es necesario superar todas las ideologías. Ahora corrijo aquella expresión y digo que es necesario suscitar una ideología o utopía creadora de la reconciliación universal. En esa perspectiva hablo del mensaje de Jesús, indicando que su triunfo es todo lo contrario a la imposición[10]. De esa forma evoco un cristianismo que no quiere triunfar como cristiandad, un cristianismo que no quiere imponerse como victoria de un grupo o de un pueblo, de una clase social o cultural. Los cristianos no buscan el triunfo de un grupo (ni siquiera de su propia iglesia en cuanto tal) sino la fraternidad universal que sólo puede lograrse en esquemas de donación gratuita y creadora (muerte de Jesús) y de comunicación total (la Trinidad).

En esa línea pienso que es necesario recuperar el ideal judío de una pacificación abierta, pero sin que se absolutice ningún grupo. Es necesario recuperar también el ideal islámico de sumisión a Dios y de pacificación universal, pero sin imposición social.  Es bueno recuperar también el ideal cristiano,  centrado en la afirmación de que “la palabra se ha hecho carne”. Desde ese fondo, sin olvidar la aportación de las religiones de la interioridad (hinduismo, budismo, tao) se entienden las aportaciones de la última parte del libro.

[1] Si un día pusieran su potencial utópico-mesiánico al servicio de la reconciliación, si se hicieran germen de diálogo y encuentro (en especial con cristianos y musulmanes), contribuirían poderosamente a la pacificación del mundo. Para ello deben abandonar su victimismo (hacerse mártires, aun cuando lo sean), volviéndose solidarios de todos.

[2] Los musulmanes enfatizan la sumisión y ven al hombre como 'esclavo' o servidor de Dios, más que como sujeto libre que vive en libertad creadora y amor generoso. Por eso, su propuesta puede parecer insuficiente e incluso equivocada para aquellos que interpretan la libertad como principio creador y el amor como fuente de diálogo para todos los creyentes (y humanos). Sólo abandonando su poder particular, las religiones podrán ser lo que son: espacios de comunicación universal gratuita. En esa línea, los cristianos deben celebrar ya la Vida de Dios en Cristo. Ellos no creen en organizaciones ni estructuras sacrales, sino en la comunión del Espíritu, que es código de amor compartido, que vence a la muerte. Pero es claro que muchas veces se han puesto al servicio del sistema o de sus propios privilegios.

[3] Mahoma se sintió heredero de la tradición de Israel, vinculada estrecha a la tierra de Palestina, donde Abraham y los patriarcas, los profetas y Jesús habían desarrollado su misión. Pues bien, a los pocos años de su muerte, los guerreros musulmanes conquistaron Jerusalén y consideraron propio el lugar de su templo, donde alzaron su Mezquita Lejana y sagrada, que permanece hasta hoy (en gesto que muchos judíos entienden como expresión de violencia). Los musulmanes se extendieron pronto por gran parte del mundo. Desde su nueva perspectiva de expansión victoriosa, los musulmanes han dejado en segundo plano los rasgos más sufrientes de Israel (pueblo paria, comunidad de exilados), para destacar y universalizar un rasgo de unificación social y apertura hacia todos los pueblos de la tierra.

             He presentado el  tema en X. Pikaza y A. Aya, Diccionario de las tres religiones,  Verbo Divino, Estella  2008. Desde una perspectiva básicamente social, cf. T. Ali, El choque de los fundamentalismos. Cruzadas, Yihad y modernidad, Alianza, Madrid 2002; G. Keppel, La Yihad. Expansión y declive del islamismo, Península, Barcelona 2001; B. Lewis, ¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Próximo, Siglo XXI, Madrid 2002;M. Rodinson, Mahoma y el nacimiento del mundo islámico, Era, México 1974; Mahoma, Península, Barcelona 2002; B. Tibi, La Conspiración: el trauma de la política árabe, Herder, Barcelona 1996; J. Vernet, Mahoma-Muhammad, Planeta, Barcelona 1995; W. M. Watt, Mahoma, profeta y hombre de estado, Labor, Barcelona 1968.

[4] Sobre esta base debería desarrollarse el futuro del Islam, centrado en un mensaje no militar ni estatal de pacificación abierta a todos los hombres y mujeres, desde el sometimiento a Dios. En esta línea puede situarse la inspiración básica de Mahoma y del Islam, como don de Dios y camino de pacificación humana. Pero aquella inspiración tuvo que «adaptarse» de hecho, ya desde el principio a causa de la intolerancia de las autoridades de la Mesa que, en los últimos años de este período (618-622), fueron persiguiendo cada vez más a los «sometidos», hasta que la situación se volvió insostenible. Mahoma y los suyos pudieron haber optado por el martirio, como hizo Jesús, que murió fracasado en Jerusalén, sin oponer una nueva violencia militar a la violencia de sus acusadores y asesinos. Pero no lo hicieron sino que, en medio de la persecución, optaron por mantener su identidad y expandirse de un modo militar, iniciando una ruptura (año 622), que marca la identidad musulmana posterior

[5] De esa forma se consuma la paradoja musulmana. Mahoma mantiene, por un lado, la tolerancia superior, fundada en el sometimiento a Dios. Por otro proclama la intolerancia y la guerra contra los enemigos del Islam, en gesto que culmina con la toma de la Meca (630).

[6] Desde nuestra perspectiva cristiana, sería conveniente recrear el Islam, de manera que la Hégira se adapte a las nuevas condiciones de la humanidad y, de un modo aún más hondo, a la experiencia fundante del Dios de Mahoma, en dialogo con judíos y cristianos. Sería importante separar el Islam de la ciudad concreta de la Meca, de manera que los creyentes puedan descubrir a Dios en todos los lugares de la tierra, en todas las comunidades de los hombres, en gesto de reconciliación universal. Pero es claro que ese proceso de recreación lo han de realizar los mismos musulmanes, aunque los demás, judíos y cristianos, les podemos acompañar, asumiendo también una tarea paralela y convergente de refundación de nuestras tradiciones.

En los últimos siglos, muchos musulmanes se han sentido amenazados por un tipo de política y religión que ellos vinculan a los cristianos: varios países de mayoría islámica fueron colonizados entre el siglo XVIII y XX; la mayoría siguen siendo pobres y se sienten dominados por la cultura y organización del sistema neo-liberal, que ellos interpretan como propio del cristianismo de occidente. Algunos se han dejado vencer por la inquietud (por el temor de que la marea de occidente les destruye) y, asumiendo interpretaciones extremas del Libro (Corán) y tradiciones de la 'guerra santa', se han sentido llamados a proclamarla. Otros están dispuestos a iniciar una guerra santa contra las pretensiones imperialistas, ateas y opresoras del mundo occidental.

El sentimiento de fracaso ante el sistema ilustrado de la modernidad, la humillación colonial y la situación de pobreza, hace que algunos busquen la seguridad en una guerra santa, dirigida por líderes violentos en contra del sistema occidental (que muchos de ellos ven como judeo-cristiano). A pesar de eso, la mayoría de los musulmanes desean la paz y anhelan la concordia social, por razones y experiencias religiosas Ha existido y existe un terrorismo propio de grupos islamistas. Pero es mayor aún el terrorismo del sistema, con la complicidad de gran parte de la propaganda de occidente.

[7] El Corán y la tradición musulmana tienen gran estima de Jesús (y de la Virgen), por no decir del cristianismo.... Pero muchos musulmanes, hombres de la pacificación final, parecen volverse intolerantes: piensan que han fracasado los ideales del capitalismo occidental y las revoluciones del marxismo; creen que no existe más salida que una vuelta hacia formas de integrismo fundamentalista, en parte violento.

[8] Para ello han de romperse muchísimas barreras sociales y nacionales. Es necesario que desaparezcan los mesianismos histórico/políticos de un grupo o de otro (sean judíos o musulmanes, sean cristianos o amarillos); no deben existir naciones elegidas, ni iglesias, ni ummas o pueblos sagrados (de buenos y sabios...). A ese nivel sólo existen seres humanos, abiertos a la humanización integral. Dejamos de tener un apellido (judíos o cristianos, etc). Somos simplemente humanos; no tenemos que defender ningún particularismo, ninguna verdad previa, ningún mesianismo de grupo. Buscamos sólo el bien del ser humano.

[9] Ciertamente, la unidad sagrada de la Umma, lograda por la fe y las armas, se ha roto, de manera que los musulmanes se han dividido en grupos algunas veces enfrentados. Pero muchos siguen añorando el cumplimiento de la unidad nacional islámica que se extendería a todos los pueblos (estados) de mayoría musulmana y después a todo el mundo, incluso por las armas. Éste es su ideal mesiánico en el sentido fuerte de ese término: los musulmanes esperan extenderse un día a todos los países de la tierra, para establecer de manera universal el orden sagrado de su (la) religión verdadera.

[10] El cristianismo sólo puede expandirse en clave de cruz, es decir de entrega de la vida y de servicio gratuito en favor de los demás. Ésta será una expansión paradójica que se consigue únicamente abandonando el deseo de triunfo (en una línea cercana a la del budismo). Sólo cuando la lógica de la imposición desaparece, sólo cuando el mismo cristianismo está dispuesto a morir (en cuanto grupo aparte) puede expandirse su verdad, es decir, la verdad del ser humano como capaz de dar la vida, de crear comunidad a partir del servicio de amor (de la cruz). El cristianismo quiere convertirse en comunidad mundial, es decir, humana, pero de manera que ella exista un lugar para todos los pueblos y culturas, es decir, para todas las religiones, para judíos y árabes, para chinos e hindúes, para africanos y europeos. En ese sentido, el triunfo del cristianismo se identifica con el triunfo de la humanidad sin más, es decir, de la comunicación universal.  

Volver arriba