Un despertar cristiano.El evangelio de José, hijo de David (Mt 1, 18-25)

He presentado ayer (19.3.2022) la intervención de José y María en el surgimiento de la iglesia. Hoy me centro en José, poniendo de relieve su presencia fundante en el despertar cristiano al comienzo del evangelio de Mateo. Cuatro son los evangelios canónicos, y cada uno tiene su argumento, marcado en el comienzo de su libro:

Marcos es el evangelio de la profecía de Isaías, que vomirnza con Juan Bautista, y así empieza diciendo: El comienzo del evangelio fue Juan Bautista, anunciando y ofreciendo un bautismo de conversión en el desierto (Mc 1, 1-2).

Juan es el evangelio de la Palabra de Dios que existía en el principio y se hizo carne en Jesucristo (Jn 1, 1-14) contando así la encarnación del Dios-Palabra en la historia de los hombres.

Lucas comienza con Zacarías, sacerdote de Jerusalén, que recibe en el templo el anuncio y promesa del nacimiento y obra del precursor del Cristo,  para seguir con María, que acoger la palabra de Dios, siendo así madre del Cristo.

Mateo escribe, en fin,  un evangelio de la genealogía de Jesús, hijo de Abraham, hijo de David, que se concretiza por medio de José, hijo de David, que acepta como esposa a María, que ha concebido por obra del Espíritu Santo, ratificando y culminando así la historia de Dios con los hombres.

Puede ser arte de una persona

José, un israelita que se hace cristiano

              En la noche de paso entre 18  y 19 de marzo hemos celebrado la Vigilia de José, de su encuentro con el ángel de Dios, en el “sueño” más profundo, terapia de iluminación (experiencia del Espíritu Santo), momento de con-versión (cambio de mente, meta-noia).

Todos nosotros, especialmente los “varones de iglesia” (hijos de David, rey guerrero poderoso…) estamos llamados a escuchar la palabra del ángel a José, para descubrir nuestra identidad y ponernos al servicio de la Madre de Jesús, del conjunto de la humanidad transformada por el Espíritu de Dios (imagen de Benjamin-Constant, 1845-1902).

            Ésta ha sido una la noche de la meditación y conversión de José. Con él se nos piden a todos (especialmente a los “varones/barones” de iglesia, tres cosas: 

  1. a) Que escuchemos la Palabra de Dios,en fidelidad, superando el nivel de las razones antiguas. Ésta es la noche de pascua de José, tiempo de salida del viejo Egipto, tiempo conversión de los varones que aún no se ve clara en ciertos estamentos de la Iglesia.
  2. b) Que aceptemos a María, es decir, a la madre del Hijo de Dios.Creer en Dios significa que creer en una mujer portadora de Dios, signo y presencia de la nueva humanidad que nace de Dios.
  3. c) Que nos pongamos al servicio de la Vida, que es Jesús, es decir, Dios con nosotros, Dios en los más pobres, en aquellos que nacen cada día. La conversión de Jesús es conversión de la Iglesia.

Pintura de San José y el Niño Jesús. Autor: Bartolomé Esteban Murillo.

Texto. Mateo 1,18-24

 El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros».» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

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  1. PROBLEMA PARA JOSÉ

 El relato de la concepción y nacimiento de ese Cristo incluye aspectos de carácter teológico y antropológico, cristológico y sacral, que ahora no podemos estudiar con más detalle. Debemos, sin embargo, evocar desde el principio los tres más significativos, en perspectiva cristológica[1]: 

Nacimiento irregular de Jesús. En clave de Ley israelita, desde el punto de vista de José, que es Hijo de David y portador de su promesa israelita, el surgimiento de Jesús resulta “contrario al orden patriarcal”, situándose en las fronteras del mayor “pecado” posible, que es el adulterio o ruptura del orden familiar. El esposo/padre José, que quiere abandonar a María, dejándola a su suerte, con el hijo en las entrañas, es el signo del mejor judaísmo (nacionalismo o legalismo religioso de cualquier tipo), que es capaz de abandonar a los humanos necesitados por extraños, impuros, diferentes, no queriendo acogerlos con su vida.

– Presencia superior de Dios. En contra de lo que podía esperar un tipo de judaísmo legal (¡hay otros judaísmos proféticos y místicos!), Dios mismo se expresa y actúa en la mujer “irregular” María, fecundándola por medio de su Espíritu Santo, introduciendo así su gracia creadora dentro de la humanidad. Ciertamente, el buen judaísmo de José es signo y lugar de acción sagrada, pero actúa por ley, dentro de unos esquemas de nación sacral y familia ya fijada: la fidelidad a su acción y presencia se identifica con la obediencia a las estructuras de legalidad que defiende al propio grupo. Pues bien, el Dios de María supera los esquemas de esa legalidad y viene a mostrarse, de un modo inmediato, en el proceso de surgimiento mesiánico de Jesús, por medio del Espíritu Santo.

Universalidad humana. Está expresada por la acción de Dios, que actúa creadoramente, y por el gesto acogedor de María, que supera la ley de los varones. Allí donde parecía reinar el orden de los padres de familia, según buena ley (patriarcalismo de José), emerge la más alta función de María, mujer y madre, que aparece como signo de acogida universal humana, en línea de gratuidad. No se trata, por ahora, de obedecer a teorías, de creer verdades generales, sino de aceptar la vida que nace, desbordando los cauces que la ley quiere ponerle. Por eso, José (varón israelita) debe «convertirse», superando la ley de los varones, para aceptar la más alta acción y presencia creadora de Dios en María.

Vivir Toledo - Capilla de San José - Imagenes

Los tres aspectos se encuentran vinculados: la presencia directa de Dios, expresada por la acción de Espíritu Santo en María, supera el nivel de paternidad humana (israelita, masculina) de José. Naciendo de María virgen, Jesús desborda el patriarcalismo legal en que se mueve la genealogía anterior de los varones, abriéndose a la universalidad de lo humano. Por eso, debemos afirmar que origen de Jesús resulta legalmente irregular. Por medio de José, Jesús será asumido en la familia israelita, pero no por sangre, sino por obediencia a Dios y decisión creyente, en la línea de aquello que Pablo ha llamado la descendencia según la promesa, y no según la carne (Rom 9, 8) ((Pablo sabe que no son Hijo de Dios los “hijos de la carne”, sino aquellos que nacen según la promesa (Rom 9, 8).

Eso significa que el verdadero esperma o descendencia de Dios se expresa y expande en línea de promesa universal, simbolizada por Abraham, en plano de fe o confianza universales, superando el nivel de la ley nacional que José, como varón y patriarca, debería haber garantizado. La conversión de José implica para Mt el cumplimiento y superación de todo patriarcalismo humano y religioso (como ratifica 23, 8-12). Siendo judío (como muestra su genealogía anterior de varones y su misión dirigida al pueblo de la alianza: cf. 1, 21), Jesús viene a presentarse desde ahora como más que un simple judío, como nuevo ser humano. 

PRESENCIA DE DIOS, MARÍA

Evangelio de Mateo

 Conforme a la visión israelita, el origen conforma a una persona. Es lógico que Mt quiere expresar la novedad de Jesús presentando el sentido más profundo de su nacimiento. Para ello ha proyectado sobre su concepción aquellos dos momentos que Pablo separaba en Rom 1,3-4 (Hijo de David según la carne, Hijo de Dios por la resurrección). Según Mt 1, 18-25, Jesús nace al mismo tiempo como Hijo de David israelita (por José) e Hijo de Dios universal (por la acción del Espíritu en María). Desde ese fondo podemos evocar su genealogía completa, destacando tres momentos: 

María, su madre,

estaba encinta, por obra del Espíritu Santo (1, 18). No se dice cómo ha sido, no tiene que decirse, aunque por todo el contexto sabemos que la acción maternal de Dios sobrepasa el nivel legal-patriarcal de los varones, para inscribirse en el plano más hondo de la maternidad humana, representada por María. Conforme a Lc 1, 26-38, María dialoga con Dios, en palabra de fidelidad y colaboración personal. Mt ha preferido dejar la función de María en un rico silencio apofático.

¿Cómo explicar la acción de en nuestra historia? ¿Cómo decir lo que es más hondo que todas las palabras? En el origen de la vida hay un silencio superior, que no es ausencia de voz sino lugar donde toda voz se funda y recibe su sentido. Este es el nivel del mito, que ha de entenderse no como irracionalidad, sino como proto-racionalidad: origen y fuente de donde brotan todas las palabras. El ser humano no “inventa” su vida, ni logra encerrarla por leyes patriarcales, pues la fuente de la vida es el Espíritu de Dios, que se expresa ahora de forma ejemplar por medio de María[2].

Este símbolo básico de la fe viene expresarse por medio de María, madre de Jesús, sitúa el nacimiento de Jesús en el trasfondo de la experiencia y deseo universal del nacimiento divino, que aparece de algún modo en casi todas las religiones de la tierra. Lo que el judaísmo legal había cerrado (Dios se expresa sólo a través de las leyes de vida de un pueblo) se abre ahora hacia la totalidad de la experiencia humana: lo divino se expresa como fuente de vida en el surgimiento de un niño.

La concepción virginal no es mito no el sentido de mentira o simple cuento, de leyenda o relato edificante, sino símbolo básico de la fe, porque nos sitúa en el origen y principio de toda realidad, allí donde Dios se expresa poderoso en nuestra misma vida humana (maternidad/paternidad y filiación). Defensores y adversarios de este mito lo han venido interpretando con frecuencia en un nivel puramente histórico-biológico, diluyendo de esa forma su sentido. Mt lo sitúa en un nivel más hondo, de surgimiento fundante y así nos permite dialogar con una tradición religiosa universal, pues muchos pueblos saben que en la base de la generación verdadera humana actúa y viene a desvelarse el más hondo Espíritu divino. Mt añade que la acción del Espíritu generador de Dios se ha expresado de forma ejemplar y para siempre por María[3]

Su padre (José, Hijo de David: 1, 20)

ha de acoger ese misterio en fe, superando el patriarcalismo genealógico y convirtiéndose al Espíritu de Dios que obra en María, pues el nacimiento y obra de Jesús desborda el nivel de esperanza nacional, apareciendo como misterio de fe, por encima de los datos legales y biológicos.

La ley judía ha regulado de forma minuciosa (alguien diría obsesiva) la identidad patriarcal de los varones, que quieren asegurar con toda fuerza su poder (su propiedad) sobre los hijos, imponiendo así una serie de normas muy minuciosas sobre la sexualidad (sangre menstrual, pureza….) de las mujeres. José supera ese nivel, apareciendo así como creyente que acoge la obra de Dios y no como patriarca que define y regula con su acción la realidad (la vida humana). Entendido así, el relato de la concepción por el Espíritu nos sitúa ante el misterio de la creatividad supra/histórica e histórica de Dios, que, siendo fuente de vida primigenia/eterna se ha expresado, de forma ejemplar y para siempre, en el signo maternal de María, dentro de la historia.

Espíritu Santo.

Huida a Egipto - Wikipedia, la enciclopedia libre

 Por medio de la mujer/María y superando el nivel del patriarcalismo legal de José, viene a expresarse la creatividad del Espíritu de Dios (1, 18.20), anticipando el despliegue posterior del evangelio: el bautismo en el Espíritu (3, 17), el envío final en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu (28, 16-20). Por nacer del Espíritu de Dios (no de la ley humana), Jesús será mesías universal. De esa forma, su misma biografía humana (nacimiento, decurso vital, muerte/pascua) son signo y presencia del Espíritu divino, revelación humana de Dios sobre la tierra. Pues bien, el Espíritu no sustituye a María/madre, sino que actúa por ella.

Tampoco niega o destruye la función de José, sino que le sitúa en el lugar de la palabra y acogida creyente: debe acoger a María, aceptando a Jesús como hijo, dentro de la estructura de la ley israelita. José es por tanto el primer creyente explícito, el primero que acepta la presencia y acción del Espíritu de Dios, por medio de María[4]

ESPÍRITU Y PALABRA, EL NACIMIENTO DE EMMANUEL

 Seguimos con el texto anterior, destacando las palabras de cita y cumplimiento (1, 22-23). El personaje principal de la escena es Dios, a quien el texto presenta como Kyrios o Señor (Yahvé), conforme a la terminología usual de las traducciones griegas de la Biblia israelita. Pues bien, ese Dios se expresa y actúa de tres formas que se encuentran implicadas, conforme a un esquema que puede interpretarse a la luz de Gen 1 (que vincula acción del Espíritu y Palabra de Dios), culminando en el surgimiento del Humano, que es signo y presencia del mismo Dios sobre el mundo:

Espíritu Santo, maternidad de María.

La huida a Egipto», Francisco de Zurbarán (1598-1664) | Idios Greco

Ella aparece silenciosa, acogiendo en su seno (en su vida) el fruto del Espíritu, como ha dicho ya el narrador (1, 18: eurethe en gastri. ekhoousa ek pneu,matoj a`gi,ou) y confirma luego el ángel (1, 20). El texto supone así que hay cierta connaturalidad entre Espíritu Santo (Santidad de Dios expresada como fuente de vida, poder generador) y persona de María (humanidad que es lugar de surgimiento de la vida). El silencio de María no es por falta de palabras, sino porque ella acoge el misterio y lo expresa fondo donde anidan y se fundan todas las palabras. A ese nivel, no debe decir nada: ella es y se expresa, como fuente de vida (fe fundante), en la raíz de todas las palabras.

Ángel del Kyrios, palabra a José.

 La obra del Espíritu en María era misterio apofático, que no puede decirse. Pero la acción de Dios en José necesita la palabra clarificadora del del Ángel o Enviado del Señor, que le habla en sueños, penetrando con su luz en la noche de su duda y de su decisión contraria al Espíritu divino (abandonar a María, marcharse). El Ángel habla desde fuera (como enviado y mediador), sin identificarse con aquel a quien dirige su palabra. El Espíritu, en cambio, actúa por dentro, sin necesidad de palabras, pues se identifica con la vida más profunda de aquel o aquella a quien ofrece su presencia (en esta caso, con María). Significativamente, la palabra del Ángel a José está al servicio de la obra del Espíritu en María.

Dios con Nosotros, Emmanuel.

 Las dos líneas anteriores de acción/presencia de Dios (el Espíritu en María, el Ángel a José) se identifican y culminan en el surgimiento del Niño, acogido por ambos, Niño que, conforme a una valiosa experiencia de Israel, recibe el nombre de Emmanuel, Dios con nosotros. Aquí no hay mediación interior (Espíritu en María), ni exterior (Ángel a José), sino identidad plena de Dios con el que nace. El mismo Niño, nacido de María y anunciado a José, viene a mostrarse como Dios en Persona, en medio de la historia.

Los tres elementos se encuentran implicados: la presencia fecundante del Espíritu en María, la palabra del Ángel a José y la identidad de Jesús Dios (=Dios con nosotros). María aporta la experiencia fundante de la vida, el don materno del Espíritu, que alienta por encima de todas las palabra. José debe acoger en fe el regalo del Espíritu en María, obedeciendo de esa forma a la palabra del Ángel de Dios. Ambos, María y José, deben unir sus experiencias, vinculando así el aspecto materno y paterno de la visión de Dios y de la misma cristología.

JOSÉ Y MARÍA, MATRIMONIO DE CREYENTES

 La cristología del siglo XXI deberá recuperar los elementos maternos y paternos de este camino que lleva a Jesús, integrando el Espíritu de María y el Ángel de José. Es evidente que, cerrados a nivel de Mt 1, 18-25, esos símbolos resultan insuficientes y deben ser ampliados y fecundados de forma evangélica: el Ángel aparecerá como testigo de la Pascua, sacándonos de la tumba vacía de Jesús, para llevarnos a la montaña de la pascua (28, 1-7); el Espíritu, como don divino y principio de misión universal, junto al Padre y el Hijo (28, 16-20). Pero desde aquí se hallan unidos y deben vincularse como principios permanentes de toda interpretación cristológica[5].

Pudiéramos dar un paso más. La madre que engendra, apareciendo como signo del Espíritu, es una experiencia religiosa universal. Pues bien, para destacar el valor de su Dios transcendente y de su Ley, los israelitas han debido marginar de alguna forma esa experiencia. Por eso, ellos se encuentran más cerca de José, Hijo de David, a quien el Ángel le pide que obedezca a la palabra de Dios.

Pues bien, en inversión gozosa (quizá un poco irónica), al culminar su camino de obediencia, José, el Israelita, no viene ya a ponerse ante una ley nueva y más alta, sino ante el misterio de la vida divina que se expresa y nace a través del signo de la mujer. Ciertamente, a nivel de historia, tanto María como José son igualmente israelitas. Pero simbólicamente, a nivel de experiencia y respuesta personal, ellos han venido a situarse en dos planos distintos, bien complementarios:

– María, ampliando el nivel israelita, simboliza la humanidad entera, como lo ha sentido y expresado pronto la fe de la iglesia, al situarla en un espacio de maternidad universal. Ella es anterior a todas las leyes, ella aparece en el transfondo de todas las religiones de la historia: por ser mujer y madre es signo de Dios, de esa manera representa al conjunto de los pueblos.

– José empieza siendo sólo israelita, pero debe superar ese nivel. Por eso, el Ángel le pide conversión: que acepte a María, es decir, que acoja y se ponga al servicio del despliegue de la vida. Mt anticipa de esa forma un tema esencial del evangelio: Jesús pedirá a los judíos (“buenos” viñadores) que pongan los frutos de su viña al servicio del reino, es decir, de todos los humanos (cf. Mt 21, 33-45); ellos no responderán, José sí ha respondido.

 Estamos ante una bella y profunda inversión de lo que suele llamarse el carácter lineal de la historia que iría avanzando de lo menos a lo más perfecto, sin necesidad de rupturas interiores. El mismo Dios de Israel (que es el Kyrios) ha pedido a José la más fuerte ruptura: que ponga su camino anterior al servicio de la Mujer que engendra y da a luz; que supere su Ley israelita, para abrirse de esa forma al servicio de la vida que se expande a todas las naciones. Como la iglesia antigua ha descubierto, aquí parece repetirse el esquema de Gen 3, 20, donde se dice que Adán, varón, llamó a su mujer Eva “por ser madre de todos los vivientes”[6].

Según Gen 3, 20, era Adán quien reconocía a Eva como Madre de los viviente. Aquí es José el israelita, hombre de ley, quien debe aceptar a María, sabiendo que el Espíritu de Dios actúa en ella y reconociendo el valor salvador de su Hijo; de esa forma asume y elabora de esa forma la primera cristología de la historia, según Mt:

– Esta es una cristología materna, elaborada desde la fecundidad de la vida humana reflejada en la mujer. Ella, que está grávida y dará a luz (1, 23), empieza a ser para José el signo de Dios. Quedan en segundo lugar todas las leyes sacrales del pueblo, las instituciones religiosas o sociales. La Palabra del Ángel de Dios lleva a José hasta María. El texto no la justifica, no nada de ella, sino que se limita a presentarla como parthenos, es decir, como virgen o, mejor dicho, como doncella/joven que puede dar a luz, conforme al sentido original de la palabra hebrea de Is 7, 14 (almah).

– Esta es una cristología dirigida hacia la salvación: José debe llamar al niño Jesús, pues salvará a su pueblo de sus pecados. José impone al niño un título mesiánico, implicado en el sentido hebreo del término Jesús, Ieshoua., Yahvé Salva. El contenido y alcance de ese título (con la identificación más concreta de los miembros de su pueblo) sólo puede concretarse desde el conjunto del evangelio.

– Esta es una cristología teológica, pues llamarán a Jesús Emmanuel: Dios con nosotros. Pasamos así del plano del actuar/salvar (Jesús, como nombre de acción) al plano de la presencia/ser (Emmanuel, Dios con nosotros). Antes de hacer nada, Jesús es presencia universal de Dios, abierta a todos los humanos. La Ley de Israel les divide y distingue conforme a su origen y a sus obras. El nacimiento de Dios en Jesús les unifica. De esa forma, siendo israelita (cumpliendo la palabra de Is 7, 14), Jesús es presencia universal de Dios

JOSÉ ES LA IGLESIA. CREER EN LA MUJER, SER COMUNIDAD

 Al llegar a este plano (del Emmanuel) pasamos de la cristología de José (que acoge y nombra al niño) a la cristología universal de la Iglesia, expresada por la cita reflexiva de 1, 22-23: el mismo autor del evangelio reflexiona, desde la base de la Escritura israelita y resume todo lo anterior presentando a Jesús como Emmanuel y abriendo de esa forma un arco (o puente) que se cerrará al final del evangelio: sólo este Dios-con-nosotros podrá decir sobre el monte de la Pascua Yo-estaré -con-vosotros (con misioneros y pueblos humanos) hasta el final de los tiempos (28, 16-29) .

La cristología expresa la presencia divina en el nosotros de la comunidad y el evangelio de Mt traza un camino que lleva de la madre con niño y del padre legal hacia la comunidad fraterna donde el Cristo se expresa plenamente.

El icono de la natividad - el icono del nacimiento de Jesús. Capilla del  Convento de la Santísima Trinidad en Lomnica, Vranov nad Toplou, Eslovaquia  Fotografía de stock - Alamy

La tarea de Jesús consistirá en suscitar esa fraternidad mesiánica fundada en el don del Padre y el amor del evangelio: “Pero vosotros no os dejéis llamar Rabí; porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis a nadie Padre vuestro sobre el mundo, porque uno es vuestro Padre, el de los cielos…” (Mt 23, 8-9).

Sólo posemos entender a Mt en la medida en que, partiendo de María y José, recorremos su camino de fraternidad, desde el Sermón de la montaña. Este no es un tema teórico, propio del logos helenistas (no se trata sin más), ni de organización eclesial o experiencia de misterio (no se trata de construir una nueva comunidad o pueblo de seguidores de Jesús), sino un tema de búsqueda y experiencia fraterna de vida: allí donde los humanos aprendan a compartir en amor mutuo, conforme al camino de Jesús y a su mensaje (Sermón de la montaña) sabrán que es Emmanuel, Dios con nosotros, pasamos así de José y María, unidos en fe y solidaridad, a la comunión de los creyentes, hombres y mujeres, que creen en Jesús, como portadores de una misma palabra de salvación, allí donde culmina el adviento.

Notas

[1] He desarrollado extensamente el tema del nacimiento virginal, en diálogo con la teología y doctrina de la iglesia, en Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 353-436; he planteado el mismo tema en perspectiva mariológica y eclesial, en Amiga de Dios. Mensaje mariano del NT, Paulinas, Madrid 1996, 117-143. Visión monográfica en S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia IV. Nacimiento e infancia de Jesús en San Mateo, BAC 509, Madrid 1990. Aproximación a la figura de José, desde perspectiva protestante, en S. Benko, Los evangélicos, los católicos y la Virgen María, Casa Bautista, Barcelona 1981, 118-140. En perspectiva católica, cf. S. Blanco, J. C. R. García Paredes, R. Alonso y A. Aparicio, María del Evangelio I: Mateo, EphMar 53 (1993) 9-80; A. Serra, Biblia, NDM, 307-313; P. Grelot (ed.), Joseph et Jésus, Beauchesne, Paris 1975 (=DS 8, 1974, 1289-1323); R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid 1982. Entre los comentarios, cf. M.-J. Lagrange, Matthieu, ÉB, Paris 1948, 9-18; A. Schlatter, Matthäus, Calwer, Stuttgart 1963, 10-24; U. Luz, Mateo I, BEB 74, Salamanca 1993, 135-153.

[2]  Esta acción de Dios en María pertenece al mito originario, a la experiencia y despliegue fundante del misterio de la vida, como han visto, entre otros: Acevedo, C. M., Mito y conocimiento, Iberoamericana, México 1993; L. Cencillo, Mito. Semántica y realidad, BAC, Madrid 1970; G. Durand, Las estructuras antropológicas de lo imaginario, Taurus, Madrid 1982; F. Gusdorf,  Mito y metafísica, Nova, Buenos Aires 1960; R. Panikkar, The Intrareligious Dialogue, Paulist, New York 1978; Id., Myth, faith and hermeneutics, Paulist, New York 1979; G. Widengren, Fenomenología de la religión, Cristiandad, Madrid 1976, 169-188.

[3] Para un estudio del transfondo religioso del tema, cf. S. Benko, The Virgin Goddes. Studies in the Pagan and Christian Roots of Mariology, SHR 49, Brill, Leiden 1993; R. Panikkar, Dimensione Mariane della Vita , Locusta,Vicenza 1970. En línea histórico/teológica, desde diversas perspectivas, cf. T. H. Boslooper, The Virgin Birth, SCM, London 1962; J. C. R. García Paredes, Mariología, SapFide, BAC, Madrid 1995; R. Laurentin, Les Évangiles de l’Enfance, Desclée, Paris 1982; I. de la Potterie, Maria en el misterio de la alianza, BAC 533, Madrid 1993. Análisis del transfondo teológico en S. de Fiores, María en la teología contemporánea, Sígueme, Salamanca 1991.

[4]  Reelaboro de esta forma mi tesis mariológica fundamental (María como la primera creyente de la historia), expuesta en La Madre de Jesús, Sígueme, Salamanca 1990. Para estudiar mejor el tema, además de comentarios a Mt y de obras sobre María que venimos citando, cf. R. E. Brown (ed.), María en el NT, Sígueme, Salamanca 1982; J. McHugh, La Madre de Jesús en el NT, DDB, Bilbao 1978; Muñoz León, D., El principio trinitario inmanente y la interpretación del NT, EstBib 40 (1982) 19-48; 277-311. Para una aproximación al sentido y obra del Espíritu Santo en la concepción de Jesús, cf.: M.A. Chevalier, de Dios, I. Secretariado. Trinitario, Salamanca 1982; M. D. G. Dunn, El Espíritu Santo y Jesús, Secretariado Trinitario, Salamanca 1981; C. Schütz, Introducción a la Pneumatología, Secretariado Trinitario, Salamanca 1991; E. Schweizer, El Espíritu Santo, Sígueme, Salamanca 1992. He presentado el sentido de Yahvé en el primer itinerario de El camino del Padre, EVD, Estella 1998. Para un estudio más profundo del tema, cf. Transfondo histórico y estudio sobre el origen y sentido del nombre de Yahvé en A.M. Dubarle, La signification du nom du Yahveh, RSPh 35 (1951)3-21; R. de Vaux, Historia antigua de Israel I, Cristiandad, Madrid 1974, 315-348; T. N. D. Mettinger, Buscando a Dios. significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia, Almendro, Córdoba 1994, 31-64; W. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 163-208.))

[5] ((Estas observaciones nos sitúan en el lugar donde se vinculan maternidad y paternidad de Dios, el Espíritu (María) y la Palabra (José). Interpretación antropológica y teológica del tema en L. Armendáriz, El Padre materno, EstEcl 58 (1983), 249-275; S. del Cura, Dios Padre/madre, en Dios es Padre, Sem Estudios Trinitarios 25, Salamanca 1991,277-315; R. Hamerton-Kelly, Theology and Patriarchy in the Teaching of Jesus, Fortress, Philadelphia 1979; P. Ricoeur, “La paternitè: du fantasme au symbole”, en Id.,Le conflit des interprétations, Seuil, Paris 1969, 258-473; R. R. Ruether, Sexism and God-Talk, SCM, London 1983; Ph. Trible, God and the rethoric of sexuality, Fortress. Philadelphia 1978; A. Vázquez, Freud y Jung. Dos modelos antropológicos, Sígueme, Salamanca 1981, 88-120; Id, “Los símbolos familiares de la Trinidad según la psicología profunda”: EstTrin 14 (1980) 4-69; A. Vergote, Psicología religiosa, Taurus, Madrid 1973, 191-216 . Para una visión exegética y teológica, cf. F. X. Durrwell, Nuestro Padre. Dios en su misterio, VI 110, Sígueme, Salamanca 1990; A. Torres-Queiruga, Creo en Dios Padre, Sal Terrae, Santander 1986. He planteado con cierta detención el tema en La Madre de Jesús, Sígueme, Salamanca 1989, 287-406.) 

[6]  Según Gen 3, 20, es el varón (que no es ya Ha-Adam, ser humano en general, sino Adam, hombre concreto) quien descubre y confiesa la supremacía de la mujer, llamándola Eva, Jawah, Vitalidad. Conforme al relato anterior (Gen 2-3), la mujer había estado buscando su identidad en camino conflictivo, queriendo de algún modo hacerse diosa y siendo de hecho la protagonista de la historia, fundadora de la estirpe humana (cf . Gen 3, 15). Pues bien, ahora es el varón quien le da nombre: Eva, La Viviente. De esa forma reconoce y expresa la identidad y supremacía de la mujer: ella es Eva, Jawah , madre de aquellos que viven/son. Por eso aparece especialmente vinculada con Yahvé, que es también vida, pues los dos nombres (Eva-Yahvé, jawah/jayah) están relacionados; cf. H.N. Wallace, Eve, ABD II, 676-677; A. Bonora, La creazione: il respiro della vita e la madre dei viventi in Gn 2-3, PSV 5 (1982); J. Bergman, Hayah, ThDOT III, 369- 371. Sobre el matriarcado como principio religioso he tratado en Hombre y mujer en las religiones, EVD, Estella 1996. Cf. también: E.Neumann, Storia delle origini della coscienza, Astrolabio, Roma 1978; Id., La grande madre. Fenomenologia delle configurazioni femminili dell’inconscio, Astrolabio, Roma 1981; A. Ortiz.Osés, Mitología cultural y memorias antropológicas, Anthropos, Barcelona 1987.)

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