El evangelio de la Tierra: De Mateo a los dos “franciscos”

Con un apéndice sobre la sal (P. J. Ynaraja)

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Publiqué hace dos días en RD un trabajo titulado  Dom 9.2.20. Sal de la tierra, Luz del cosmos. Eso es la iglesia, y quizá más de uno se ha perdido en su extensión. Hoy retomo y presento de un modo esquemático el tema del Evangelio (=sal) de la tierra, partiendo de Mateo, en una línea que desemboca en Francisco de Asís (Hermana‒madre tierra) y Francisco papa (Laudato si, tierra‒ecología).

La iglesia posterior ha destacado más el Evangelio de un tipo de Cielo y de un tipo de Iglesia, tomada como "sociedad perfecta", como si ella fuera el Reino. En contra de eso, Jesús proclama un evangelio de la tierra,  que heredarán los mansos, y “salarán” los creyentes, como dice el Padrenuestro cuando dice que la voluntad de Dios ha de hacerse así en el cielo como en la tierra. Añadiré como apéndice y complemento una bellísima reflexión de mi amigo P. J. Ynaraja sobre la sal de la tierra.   

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1. Introducción. La Biblia y la promesa de la tierra

Uno de los temas centrales de la Biblia (Antiguo Testamento) es la tierra, desde la palabra originaria de Gen 1,1 (en el principio creó Dios los cielos y las tierra), hasta las últimas promesas de la Nueva Tierra del libro de Isaías.

  1. En el principio de Israel está la promesa de la tierra, que Dios ofrece a los patriarcas nómadas errantes… La tierra que Dios mismo concede a los hebreos esclavos en Egipto… La tierra como don, como promesa para que pueda compartirse entre todos.
  2. Ciertamente, en un momento dado, hay en la Biblia (AT) conflictos por la tierra… Pero al final, en el fondo de todo, la Biblia dice que la tierra no puede comprarse ni venderse (Lv 25), sino que ha de repartirse entre todos los hombres y los pueblos, a partes iguales (tema de fondo del libro de Josué).
  3. Mateo, el más judío de los evangelios, ha escrito “el evangelio de la tierra”, como indican tres de sus palabras fundamentales: felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5, 5); sois la sal de la tierra (5, 13); así en el cielo como en la tierra (6, 10).

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 2. Mateo: 1. Los mansos heredarán la tierra (Mt 5, 5)

Ésta es la bienaventuranza de la tierra, quizá la más entrañable de todas, posiblemente la más actual. Sólo con mansedumbre y respeto podremos acoger la tierra de Dios (nuestra tierra), como herencia de vida, como espacio de encuentro en gratuidad entre todos los hombres..

  1. La tierra como tal no se puede conquistar por la guerra. Todas las guerras de conquista de la tierra han sido fatídicas y desgraciadas, sin excepción: La primitiva de los israelitas contras los cananeos en la Biblia; las de conquista de cristianos o musulmanes, las de colonización de América etc. Toda guerra de conquista de la tierra va en contra del don de Dios, de los hombres, de los pobres.
  2. La tierra se “hereda”, se recibe como un regalo, con el mismo nacimiento… Somos beneficiarios de una tierra que hemos recibido como don Dios y de nuestros antepasados, como dice Lev 25, 23… Bíblicamente, la tierra no puede ser propiedad particular de nadie, aunque algunos las pueden recibir y trabajar como “administradores”, pero siempore al servicio de todos.
  3. La tierra es lugar de felicidad… En contra de lo que dice la Salve no somos unos “desterrados” en la tierra (un valle de lágrimas…), sino que estamos llamados a ser felices en ella, por sus flores y frutos, por su riqueza y fraternidad.

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3. Mateo: 2. Vosotros sois la “sal de la tierra”… (Mt 5, 13)

     He comentado este tema con cierta extensión el pasado día, al presentar en conjunto el sentido de las bienaventuranzas… Aquí me limito a añadir tres reflexiones:

  1. Según la Biblia (y en especial según Jesús), la tierra no está cerrada en sí, sino que se abre como espacio de vida y don originario para los hombres. Se trata por tanto de una tierra antrópica, tierra de hombres y mujeres, humanizada a lo largo de siglos y siglos. Por eso, los hombres no son “dueños” de la tierra, en sentido material ni comercial, no tienen el poder de usarla y abusarla (ius utendi et abutendi), como supone cierto derecho romano, sin deber y tarea de cuidarla
  2. Dios ha creado a los hombres como un bien para la tierra… para que la cuiden y completen, para que la humanicen y embellezcan. La tierra no es lugar de lucha y competencia a muerte (de conquista y utilización), sino de gozo agradecido y de cuidado…
  3. Los hombres han de ser “sal de la tierra”, han de mimarla y mantenerla, han de velar por ella. Sólo si los hombres cuidan la tierra, la tierra cuidará de ellos. Sobre el sentido del hombre como “sal” buena para la tierra he tratado como digo en la postal anterior.

4. Mateo 3: Hágase (=hagamos) tu voluntad, así en el cielo como en la tierra (Mt 6, 10)

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La tierra es el lugar donde se cumple (se ha de cumplir) la voluntad de Dios. Ésta no es una palabra cualquiera, sino el centro de las palabras de Jesús, según el evangelio de Mateo, el centro del evangelio. En torno a esto se pueden y deben precisar tres consideraciones:

  1. No se sabe si esta tercera petición viene directamente de Jesús o es de la Iglesia, pues ella no aparece en el Padrenuestro corto de Lc 11, 2‒4. Algunos dicen que es un añadido de Mateo, en la línea de Gen 1, 1 (al principio creó Dios cielo y tierra…) o de la oración del huerto, donde Jesús dice a Dios “hágase tu voluntad”. Otros contestan que esta petición es originaria de Jesús, y que Lucas la ha suprimido porque le parecía demasiado “terrena”. Sea como fuere, ella forma parte del Padre‒nuestro oficial de la Iglesia.
  2. Esta es una petición dirigida a Dios… a quien los cristianos pedimos que cumpla (=se cumpla) su voluntad, no sólo en el cielo, sino también en la tierra, mostrando así que está tierra concreta (un astro del sol, con viento y agua, montes y ríos…), esta tierra material es objeto del cuidado de Dios. Así le pedimos a Dios que cumpla en la tierra su voluntad de amor.
  3. Esta es una petición que han de cumplir los mismos hombres… Ciertamente, los hombres queremos que se cumpla la voluntad de Dios en el cielo, pero, al mismo tiempo, nos comprometemos a “cumplirla” en la tierra. Cada vez que “asumimos y rezamos” el Padrenuestro nos comprometemos a cumplir la voluntad de Dios en la tierra: Es decir, en el cuidado de la tierra.

5.  La hermana-madre tierra  en la oración de Francisco de Asís

    Francisco vincula la “tierra” a los otros tres elementos del mundo, entendido en sentido extenso (después de hablar del orden superior del sol‒cielo‒estrellas, del que trata la estrofa anterior de su canto). Esta estrofa de la tierra   dice así:

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por el aire y el nublado, el sereno y todo tiempo, por el cual a tus creaturas das sustentamiento. Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, Que es muy útil y humilde, preciosa y casta. Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche; él es bello y alegre, robusto y fuerte. Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra que nos sustenta y nos gobierna; ella produce diferentes frutos, con flores de colores y con hierbas.

Somos viento y agua, fuego y tierra, cuatro elementos. Ante ellos estamos, en ellos existimos; en su fraternidad moramos, como equilibrio inestable, complejo, de vida. Conforme a una tradición antigua, estos elementos forma la esencia cuádruple del mundo sublunar, personificados, de dos en dos, en parejas de unidad fecunda, esponsal y fraterna; aire/viento y fuego son masculino, agua y tierra, femeninos.  Aquí me centro sólo en el fuego y la tierra.

El fuego es la luz que se mantiene y vigoriza destruyendo, trasmutando a su paso la existencia de las cosas, poder de alegría y belleza que se despliega consumando y consumiendo lo que existe. Pero a su lado está siempre la tierra que permanece y se muestra fecunda, dadora de vida.

  Francisco se siente unido al fuego, llamándole “fuerte y robusto”, consumiéndose y siendo a favor de los demás, como el Buen Señor de Jesucristo. Muchas veces, seducidos por un ideal de quietud como signo de poder y permanencia, hemos interpretado la vida a partir de seres que perduran siempre idénticos, dando la impresión de que no cambian: metales, roca, montaña. Pues bien, en contra de eso, Francisco nos conduce hasta el hermano fuego, que arde y se consuma y muere dando luz. Así también la vida es para nosotros un camino de pascua que se expresa y alimenta en la señal del fuego intenso, alegre y bello, que alumbra muriendo.

Pero el fuego resulta inseparable de la tierra de la que nace y en la culmina toda la vida del mundo. Esta tierra madre femenina (unida al agua también femenina) recibe la luz-calor del sol, la fuerza y robustez del fuego, y de esa forma puede presentarse como madre de todos los vivientes, origen que nos sustenta y camino que nos guía (nos gobierna: ne sustenta et governa), cuidando nuestra vida, siendo, al mismo tiempo nuestra hermana. Ciertamente, la tierra es útil: produce las hierbas y los frutos. Pero, al mismo tiempo, se presenta como hermosa en el despliegue de sus frutos diversos, con sus flores de colores y su hierba (et produce diversi fructi con coloriti flori et herba).

De esta manera, Francisco nos arraiga en el fuego y en la tierra. Algunos hombres pretenden negar con orgullo este origen, negando así la propia condición de creaturas. En contra de eso, Francisco nos sitúa sobre el surco de la madre tierra: en ella hemos nacido y en ella vivimos, hermanos del sol y las estrellas, familiares del viento y de las aguas, como fuego divino de vida. Somos por tanto fuego y tierra, luz y oscuridad; llevamos la gloria de Dios en vasos frágiles de barro que se quiebran. Por eso es necesaria la humildad, que es el realismo del agua y de la tierra, como dicen las palabras finales de este canto: “Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad”.

6. El Papa Francisco y la tierra (Laudato si’, 2015)

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 De manera consecuente, en contra de nuestra tentación mortal de modernos agresores del mundo, el Papa ha condenado una explotación (producción extractiva) y utilización egoísta de los bienes de la tierra, al servicio de los intereses de algunos, advirtiendo que en esa línea terminarán envenenando la atmósfera que respiramos y poniendo en riesgo la vida de los hombres en la madre tierra (Laudato si’ num. 165). En esa línea, él condena la actitud de muchos políticos actuales, que se han hecho esclavos de los poderes económicos, que toman la tierra como objeto de conquista y guerra productiva, de forma que terminan por destruirla.

  Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida (=de la tierra), especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación (núm. 189).   “Es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes” (193).

  El lema de un tipo de modernidad ha sido “atrévete a saber” (sapere aude), atrévete a dominar, a colonizar la tierra  Esto significa: Atrévete a cambiar las cosas, dominando todo lo que puedas, en un plano racional y moral, político y económico: Domina la tierra, utiliza la tierra... Atrévete, sin más, en el plano del átomo y la bomba, en la combustión de carburantes fósiles y en la especulación financiera, con plena libertad, sin cuidarte de la vida de los otros, pues tu libertad está por encima de ellos, y lo que sea bueno, egoístamente, para ti será bueno para ellos.

            Ese principio, que estaba latente en un tipo de Ilustración del siglo XVIII-XIX, ha desembarcado en el siglo XX en la economía liberal de los Estados Unidos de América y de otros pueblos que se llaman falsamente “libres” (=libres para destruir la tierra), lo mismo que  en el colectivismo (marxista) de otros países (como China) expresándose en la economía y política mundial de la actualidad (siglo XXI), de tipo ya puramente liberal y capitalista, empeñada en el dominio ilimitado del hombre sobre el mundo, en línea de progreso siempre creciente y consumo mayor de energía.

Nos estamos atreviendo a saber y explorar la tierra, y a dominrla, pero en línea de producción para el poder de algunos y, en el fondo, para explotación y destrucción de todos. Estamos logrando conquistar de la tierra, actuando así como dioses, pero en la medida en que conseguimos hacerlo del todo nos matamos. Nuestra “empresa” de fabricación mundial, con sede en China y USA ha conseguido mucho dominio sobre la tierra: Hemos amasado y amontonado una gran cantidad de bienes “de consumo” (pero no de humanización), un gran capital financiero, pero estamos quizá envenenando las fuentes de vida de la tierra, igual que la fraternidad entre los hombres. Hemos creído que éramos eternos y que nuestro poder era “divino” en un plano material, pero olvidando que la tierra es limitada en ese plano, que de ella venimos y en ella somos, de manera que si la destruimos nos destruimos a nosotros mismos.

Apéndice de Pedro José Ynaraja Diaz, sobre la sal.

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 (mi amigo P.J. Ynaraja   ha venido publicando durante muchos años una página especialmente intensa sobre los textos de la liturgia de los domingos  y sobre la Biblia y la tierra santa:  https://betania.es . Me acaba de enviar una reflexión sobre la sal (=sois la sal de la tierra), que con su permiso quiero publicar. Gracias, Pedro José, por los trabajos que me has ido “regalando”, son tus imágenes, tus comentarios. Gracias por todo.Lo que sigue es tuyo:.

 La sal es la única piedra comestible. En tierras catalanas, y en otros sitios también,  hay una montaña de sal. Su visión asombra. A la blanca sal común de ciertas zonas, acompañas estratos de sales químicamente parecidas, de diversos tonos. Mas que montaña parece una enorme roca de ágata.

En la actualidad, la sal que encontramos en nuestros comercios, procede de la evaporación del agua del mar o de ciertos pozos o manantiales. Cuando uno mira la estantería de ciertos  establecimientos, observa que se le ofrece sal de diversas procedencias. Hasta del Himalaya veo anunciado. Por diversa que sea su procedencia, por definición, será cloruro sódico.

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Por lo que he leído, el pueblo bíblico aprovechaba la sal del Mar Muerto. Este producto, como en el caso de  la localidad mencionada, debía separase de las otras sales que también se  depositan y cristalizan. Una vez logrado el proceso y alcanzada con éxito la separación, debía compactarse para facilitar su traslado. La sal al principio es higroscópica, atrae el agua, y en ella se disuelve y lentamente después va saliendo, perjudicando el barnizado de un mueble, si sobre él se había depositado.

La sal es un buen conservante, el de más barato precio, de aquí su importancia. Cercano a donde Jesús predicaba estaba Mágdala, población que acogía el resultado de la pesca, para, puesta en sal, conseguir su conservación. Al proceso, utilizado aun hoy en día, se le llama salazón y era tan famoso el producto de esta ciudad, que sus géneros se exportaban hasta la misma ciudad de Roma. (perdonadme, queridos lectores, que me haya entretenido con la sal.

La razón es que desde antiguo yo pensaba que la comparación puesta por Jesús era imposible que pudiera existir. Para destruirse la sal, era preciso que fuera atacada con acido más fuerte, nítrico, sulfúrico… que en aquel tiempo no existían. Un ingeniero de salinas que presentó un trabajo sobre este tema en clase de Sagrada Escritura, estudio al que se había entregado llegada su jubilación profesional, me tranquilizó informándome. La sal de aquel tiempo no perdía sus propiedades  a causa de una agresión química, sino simplemente, por una acción física de la especie de briqueta, sal gorda prensada junto con algo de arcilla). Si el bloque de sal se estropea no sirve para anda.  

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