Los “hijos del novio” no ayunan... Un ayuno que no es cristiano

Ayer presenté un post titulado, Si nosotros no ayunamos, otros morirán de hambre, que ha tenido el honor de ser comentado con mucha agudeza por Fernando, Emilita y varios más. Es difícil responder a las observaciones y preguntas que me han hecho y, por eso, he preferido sobre el tema, escribiendo unas observaciones más precisas sobre el “ayuno cristiano” (o, mejor dicho, no cristiano), comentando el texto básico de Mc 2, 18-22. Éstas son algunas de las ideas que quiero exponer en lo que sigue, y ellas bastarán para los lectores que no tengan tiempo para entrar en mi largo discurso:

1. El signo distintivo de Jesús no es el ayuno, sino la fiesta de bodas, es decir, el gozo del amor y la mesa común

2. No se trata, por tanto, de un simple “bocata solidario” (que no es malo, aunque puede velar la injusticia estructural del sistema) sino de un ejercicio consecuente de terapia de amor (de bodas) y de mesa compartida, que debe ser algo propio de la iglesia en su conjunto.


3. El ayuno en sí (como ejercicio presuntamente religioso) puede convertirse en ejercicio elitista de autosatisfacción, propia de “virtuosos”, mientras otros pasan hambre.

4. Por eso, el ayuno en sí no es cristiano. Jesús quería que nadie tuviera que ayunar por carencia (¡que todos comieran!) ni por ejercicio ascético... Jesús quería y quiere que todos compartan en amor la vida. Eso significa que tiene que cambiar el "ayuno" de la iglesdia, en la línea del evangelio (para que todos puedan comer en eucaristía mesiánica)

5. Hay, sin embargo, un ayuno cristiano, como ha visto la iglesia tras la muerte de Jesús, cuando dice: ¡El novio os será arrebatado y entonces…! Son miles de millones de personas las que viven “con el novio arrebatado”… En ese contexto se les plantea el ayuno (un ayuno que no debería existir).

6. Finalmente, lo propio de Jesús es el vestido nuevo y el buen vino: una terapia de vida y amor, no de ayuno

Texto: Mc 2, 18-22.

(a. Ocasión y pregunta) 18 Y estaban los discípulos de Juan y los fariseos ayunando; y vinieron a decir a Jesús: ¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y los tuyos no?
(b. Respuesta de Jesús) 19 Jesús les contestó:¿Pueden acaso ayunar los hijos (=amigos) del novio mientras el novio está con ellos? Mientras tengan al novio con ellos, no pueden ayunar.
(c. Excepción eclesial) 20 Llegará un día en que el novio les será arrebatado. Entonces ayunarán.
(d. Dos sentencias análogas) 21 Nadie cose un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, porque lo añadido tirará de él, lo nuevo de lo viejo, y el rasgón se hará mayor.22 Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque el vino reventará los odres, y se perderán vino y odres. El vino nuevo en odres nuevos.


Introducción. Comidas y ayunos

Éste pasaje es un paradigma o ejemplo eclesial, con sencillo contexto narrativo y larga respuesta o revelación sapiencial. En el centro destaca la presencia mesiánica del Novio (Jesús) que enmarca y define la vida de aquellos a quienes él ha venido llamando (poseso, leproso, paralítico...). Él no pide ni exige Jesús penitencia/ayuno, sino que invita a sus “hijos” (textualmente los hijos de la cámara nupcial: uioi tou nymphônos) a gozar de las bodas, que ofrecen solidaria a todos y, en especial, a los marginados del sistema.

Fariseos y bautistas entienden la religión como renuncia (es un modo de ayunar, es el signo de una prohibición). El signo de Jesús no es el ayuno (como proponen algunos “virtuosos” de la religión), sino el amor de bodas y la mesa común; él ofrece así su evangelio como gozo y comida de Reino, tiempo de bodas perdurables. Para situar mejor el tema empezaré ofreciendo una pequeña reflexión introductoria sobre comidas y ayunos.

Desde tiempos antiguos, las comidas han tenido y tienen un carácter sagrado. En esa línea, muchos israelitas han desarrollado una ley especial de comidas, suponiendo que sólo es verdadero judío aquel que come alimentos puros con otros judíos puros.

(a) Sólo alimentos puros (kosher), nunca impuros (como el cerdo), ni mezclados (como leche y carne; cf. Dt 14, 1-21; Lev 11), pues ellos constituyen una amenaza contra la santidad y separación del pueblo.

(b) Siempre con otros comensales puros, pues los impuros podrían mancharles. En ese contexto se sitúa lo que hemos indicado sobre el Bautista, a quien Jesús siguió al principio, de manera que, en aquel tiempo (estando con Juan), no comía ni bebía (cf. Mt 11, 18). Pero, como he señalado, Jesús se separó del Bautista, comiendo e invitando a comer (o dejándose invitar a comer) por publicanos los pecadores .

Esa continuidad y diferencia entre Juan y Jesus ha sido destacada por un texto del Q donde Jesús dice: «Ha venido Juan Bautista, que no comía pan, ni bebía vino [Mt: no comía ni bebía] y decís: tiene un demonio. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y que bebe, y decís es un comilón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores» (Lc 7, 33-35; Mt 11, 18-19). Así le acusan y pretenden condenarle. Pero esa misma acusación le presenta como experto en crear conexiones con los excluidos (publicanos y pecadores), en torno a la comida, al pan y al vino, alimentos culturales, cultivados con arte sobre el suelo madre, y bien elaborados, de manera que producen placer a quien los come. Desde ese fondo se entiende nuestro texto, que dividimos en cuatro partes (pregunta, respuesta de Jesús, excepción eclesial y ejemplos) y una conclusión.

2, 18: Pregunta: Fariseos y bautista ayunan, los discípulos de Jesús no ¿por qué?
La formulación del texto no es propia del tiempo de Jesus, sino del de Marcos, cuando los fariseos aparecen ya como un grupo organizado, con su propia religiosidad (lo mismo que los bautistas de Juan), distinta de la del grupo de Jesús, cosa que sólo parece haber sucedido en torno al año 70 d.C., cuando se están estabilizando las diversas tendencias que proceden del judaísmo (evidentemente, aquí se dejan a un lado celotas y sacerdotes, saduceos y apocalípticos). Veamos las diferencias que esta introducción de Marcos propone

1. Los fariseos (¿y los esenios?):

(a) Ayunan: Guardan ciertos días de penitencia, es decir, de expiación (Lev 16, 29-31) o duelo nacional y/o familiar.
(b) Comen: Toman alimentos cultivados y sus comidas comunitarias, con pan y vino, son signo sagrado de Dios y esperanza de salvación.
(c) Rechazan las comidas impuras (cerdo, sangre, animales ofrecidos a los ídolos...). De esa forma se separan de los no observantes (judíos impuros y todos los gentiles).

2. Juan (y otros bautistas).

(a) Ayunan siempre, no en tiempos especiales, oponiéndose al pecado del pueblo y de la humanidad, concebida como impura. Así pueden vincularse con los que pasan hambre, por razón de la injusticia social.
(b) Comen sólo alimentos silvestres, en actitud de protesta contra-cultural (los alimentos cultivados/vendidos aparecen como patrimonio de los más ricos, al servicio del sistema) y quizá de retorno a una vida de naturaleza. En esa línea, compartir los alimentos injustos va para ellos en contra de la voluntad de Dios
(c) Rechazan no sólo los alimentos impuros de la Escritura (cerdo, sangre…), sino los alimentos en sí buenos, pero culturalmente contaminados, como el pan y vino. Por eso, anuncian el juicio, no expresan el Reino. No podrían celebrar la eucaristía.

3. Jesús (y los cristianos o mesiánicos).

(a) No ayunan: Rechazan la visión penitencial de la existencia. Entienden y celebran las comidas como signo de Dios, pero han de ser comidas abiertas a los pobres, sin distinciones de pureza-impureza, como en las multiplicaciones (cf. Mc 6, 34-46; 8, 1-2 par).
(b) Comen y beben, en medio de un mundo injusto, no para avalar la injusticia, sino para iniciar un camino de revelaciòn de Dios (de Reino), compartiendo el pan y los peces (multiplicaciones) y el pan y el vino con los necesitados, por alegría y por solidaridad. En ese contexto ellos pueden afirmar que está presente el novio: el amor es más fuerte que la injusticia; la creación de Dios supera a la injusticia de los hombres (cf. Mc 2, 19).
(3) No rechazan ningún alimento. En principio, comen de todo, superando así, como había hecho ya Juan, un tipo de leyes de pureza que ratificará (cf. Mc 7, 15-19). En esa línea, la Iglesia de Jesús superará pronto el régimen de comidas puras e impuras (cf. Hch 15), aunque quedará en el fondo, como indicaremos, el tema del ayuno por la ausencia del novio (cf. Mc 2, 20), que puede vincularse al ayuno por solidaridad con aquellos que sufren (o no pueden comer).

Este esquema (que compara a Jesús con fariseos y bautistas) nos recuerda que la historia de Jesús no desembocará en un sistema de creencias, sino en un proyecto y programa de comidas (es decir, de Reino). En esa línea (de un modo tanteante) podemos presentar a Jesús como nazoreo mesiánico (novio de las bodas mesiánicas), distinguiéndole de los fariseos (separados observantes) y de los nazireos como Juan quienes, según la tradición, eran personas consagradas: se abstenían de vino, dejaban el cabello largo y asumían la causa de Dios, como soldados de la guerra santa (Num 6, 1-21; cf. Sansón, en Jc 13, 5.17; 16, 17) .

Fariseos y bautista podrían aceptar el camino de Jesús, pero sólo a condición de que exigiera penitencia a los conversos (pecadores, publicanos...), creando así una una iglesia penitencial, centrada en el ayuno, pues ellos interpretan la religión como ejercicio programado de autodominio, en las márgenes del mundo (Bautista) o en los pueblos habitados (fariseos). Ellos, bautistas y fariseos, son lo mejor que Israel ha ofrecido en clave nacional judía. Por eso, como representantes de la tradición legal, vienen y preguntan a Jesús: ¿por qué tus discípulos no ayunan?... (2, 18) .

En la línea de fariseos y bautistas, los discípulos de Jesús deberían ayunar, realizando así un gesto de ruptura frente a otros grupos de judíos ayunantes. (a) Los bautistas centran el camino de Dios en un "bautismo de conversión», en el que confiesan sus pecados; ellos tienen que reconocerse pecadores, por eso ayunan. (b) Por su parte, los fariseos ayunan dentro de la lógica legal del judaísmo, para obedecer la ley de Dios que así lo ha mando. La mortificación constituye para unos y otros un aspecto esencial del camino de los hombres religiosos, que sólo así pueden evitar el contagio de un mundo destructor y someterse a la fuerza soberana del Dios que impone su ley para educarnos y mantenernos sumisos.

La experiencia religiosa de fariseos y bautista puede condensarse en los rituales de purificación y sacrificio que se encuentran muy bien explicitados en la ley de penitencia grande a la que alude Lv 16. Ellos destacan así la importancia de un tipo «ley» entendida como exigencia activa de un tipo de sumisión, que mantiene la unidad de los hombres con Dios por medio de las obras buenas de ayuno y conversión. Por eso, ellos, verdaderos israelitas se deben curtir por el ascetismo, mortificando los apegos de la vida y logrando de esa forma un tipo nuevo de transparencia ante el Dios que se revela como ley para los hombres.

Bautistas y fariseos son virtuosos de la ascesis, capaces de vencerse y dominar sus apetencias con esfuerzo. Así interpretan la vida y religión como heroísmo. Pero, a los ojos de Jesús su ayuno corre el riesgo de volverse elitista porque puede vincular la salvación de Dios con la obra de los "buenos" y esforzados. Pero ¿qué pasa con los demás, con los millones de pobres del mundo que no logran comportarse como ascetas? Además, ese tipo de ayuno corre el riesgo de silenciar (o de poner en un segundo plano) la gracia de Dios. En contra de eso, Jesus ha definido su evangelio como amor activo, por encima de la ley-ayuno. Ciertamente, él ha debido superar la tentación de Satán, que ha pretendido ofrecerle otro camino, como sabe bien 1,12-13. Pues bien, significativamente, en contra de aquello que se dice en las tentaciones del Q (Mt 4,1-11 y Lc 4,1-13), el Jesús tentado de Marcos no tiene ayunar). Para él, la victoria sobre Satán se sitúa en otro plano.

2, 19. Respuesta de Jesús: Los amigos del novio no ayunan.

Esta versículo se compone de una pregunta (¿pueden ayunar los hijos/amigos del novio mientras el novio está con ellos?) y de una respuesta que se supone que han dado los mismos oyentes (¡no pueden ayunar..!). Esta técnica es propia de las discusiones judías de aquel tiempo.

Jesús empieza planteando una pregunta que era normal en las discusiones de aquel tiempo, y que está recogida en diversos pasajes (posteriores) de la Misná. La mayor parte de los grupos judíos afirmaban que el gozo de las bodas está por encima de la ley del ayuno (e incluso de la recitación del Shema, para el novio), de manera que los ayunos quedaban dispensados en tiempo de bodas. Es normal que los oyentes respondan a Jesús: ¡No, los amigos del Novio no ayunan en tiempo de bodas! Hasta aquí todo es normal. La novedad de Jesús está en suponer que él ha venido como “novio” y que su camino mesiánico debe entenderse como tiempo de bodas, hasta que se culmine el Reino de Dios.

Éste es el principio general, que los oyentes de Jesús formulan: Mientras el novio esté con ellos, los amigos del novio (literalmente “los hijos de la cámara nupcial” no ayunan (2, 19), pues ellos están invitados a una fiesta y es normal que deben alegrarse con aquel que les invita. Jesús está invitando a sus amigos (discípulos, pobres, enfermos) al gozo supremo de la Boda del Reino de Dios, como gran mensajero de bodas como Novio universal. Lógicamente, él no quiere iniciar a poseídos y leprosos, paralíticos y publicanos, en técnicas de ascesis, que les seguirían encerrando sobre el mundo viejo de la lucha y muerte.

La religión de Jesús no es ayuno, sino gozo. No es terapia de negación, sino de bodas, de alegría, vino y ropa nueva de fiesta, pues él viene él como “novio”, invitando a los hombres y mujeres del camino a la fiesta de las bodas (la fiesta universal de Dios). Por eso, la “religión” no es resultado de un esfuerzo humano (según la ley de los ayunos), sino regalo gratuito de Dios.

No son los hombres (¡los pobres, leprosos…!) los que tienen que dar algo a Dios ayunando, sino que es Dios el que “da” su reino a los hombres. Por eso, la Iglesia de Jesús no se funda en ayunos y ritos; no se eleva sobre leyes represivas y separaciones (como quieren fariseos y bautistas), sino que brota y culmina en forma de una Boda mesiánica, en la que el mismo Jesús aparece como novio, amigo universal que ofrece a los hombres y mujeres su alegría. Por eso, lógicamente, sus hijos (= amigos) no ayunan estando a su lado (2, 19).
Mientras los novios celebran el amor, en fiesta que reúne a la familia, sería indecoroso que algunos de su grupo fuera pregonando ayuno. Pues bien, Jesús ha venido a ofrecer a los hombres las bodas de Dios. Por eso es normal que sus discípulos no ayunen, pues están invitados a las bodas universales del amor gratuito, que no son de sangre (disputa entre los pretendientes), sino de vida compartida (abierta a publicanos y pecadores). Jesús no es predicador penitencial, profeta del gran miedo sino amigo cercano, Hijo querido de Dios (cf. 1, 11) que va abriendo a los hombres y mujeres el camino del gozo de la vida, la experiencia fascinante de la transformación esponsal, la terapia del gozo compartido. Noviazgo y amor no son ley, no se realizan con imposiciones. Por eso sus discípulos no ayunan .

Jesús no ha venido levantando un estandarte de leyes y vedas, sino con el vino y vestido de las bodas abundantes, queriendo que todos los hombres coman y beban y se casen (=celebren al amor). Ha venido como nymphios o novio de la humanidad, en palabra que quizá debe entenderse desde la experiencia primera del gozo de amor del paraíso, cuando Adán canta la belleza de una vida con Eva (cf. Gen 2, 23-24). Por eso, frente a la ley de ayuno que imponen a sus comunidades los bautistas y los fariseos, Jesús ha proclamado la gracia de las bodas, que definen el sentido de la iglesia. El amor de Dios es fuente y principio de todo y el amor se expresa en la comida compartida, que es signo de vida, el sacramento de la iglesia.

El seguimiento de Jesús se entiende así a manera de experiencia nupcial. Pescadores como Andrés y Simón, publicanos como Leví y sus amigos, enfermos como la suegra de Simón o el poseso de la sinagoga y la muchedumbre de “curados” de la noche de Cafarnaúm (que son los personajes que han venido apareciendo en Marcos, antes de este pasaje) no han venido a Jesús para ayunar con él, para llorar y lamentarse en el desierto hasta que llegue la liberación siempre anhelada y alejada, sino para compartir sus bodas de reino.

En esa línea, lo contrario al ayuno de bautistas y fariseos no es comer mucho en plano material, en gesto de egoísmo, sino comer juntos: sentarse a la mesa con los marginados (publicanos), aceptar su invitación y seguirles invitando, de tal forma que la vida se convierta en gozo de comunicación. Por eso, el signo de comer (sentarse juntos a la mesa), vinculado al gozo de las bodas (la forma suprema de comunicación interhumana), es el signo supremo de Jesús, la verdad del evangelio (como diría Pablo: cf. Gal 2, 5. 14).

2, 20. Una excepción (de la iglesia): Pero vendrán días en que el novio les sea arrebatado, entonces ayunarán.

Conforme a la lógica del relato (como han visto casi todos los investigadores del evangelio de Marcos) esta frase debe entenderse como añadido (una excepción) introducida por la iglesia posterior, que no niega la frase previa (¡los amigos del novio no ayunan…!), pero la matiza.

De forma que parece inesperada, sobre la alegría de las bodas, estas palabras de la Iglesia proyectan una sombra de sangre. De pronto se nos dice que el novio será “arrebatado”, indicando así, quizá, que tiene enemigos, personas que matarle… (o que tiene que ser arrebatado por Dios, sin culminar él mismo, directamente, las bodas mesiánicas). Es como si el novio tuviera que morir para ser fiel a su amor. Entonces, cuando él falte, ayunarán (llorarán) sus amigos.

Éste es en Marcos el primer anuncio, todavía velado, pero intensamente triste, de la pasión del novio, a quien llevarán con violencia, dejando abandonados a sus "hijos" (seguidores), que aprenderán entonces a ayunar, no por separación elitista o por ascesis escatológica (como fariseos y bautistas) sino por solidaridad de amor, no para negar la mesa compartida y la alegría de las bodas, sino para experimentarla mejor, con más realismo, con más profundidad.

Sería difícil encontrar símbolos más hondos, palabras más hermosas: la presencia del novio se traducía en forma de comida que comparten y celebran con él sus amigos; por el contrario, su ausencia se hace ayuno, tristeza por el novio. Cuando el amigo falta, cuando llega el luto al alma individual y a la familia, no hay que exigir ayuno pues lo cumplen por sí mismos, de manera natural, los auténticos amigos. Pero se tratará de un ayuno que debe desembocar de nuevo en la mesa compartida y al signo de las bodas, pues en ellas se recuerda al novio arrebatado.

Éste es el gesto que brota del amor (entrega y muerte) del esposo, que Marcos desarrolla en la segunda parte del evangelio (desde el anuncio de 8, 31) y que culmina de un modo especial en el pan y vino de la eucaristía, es decir, del Reino que sigue viniendo. No se trata, por tanto, de ayunar para no comer, sino de ayunar para comer mejor (cf. 14, 23-25). Pierden su importancia los ritos fariseos y bautistas, con sus leyes minuciosas sobre aquello que se puede o no se puede comer, y desde la ausencia externa del amigo (arrebatado) surge la exigencia de fortalecer la comunión en la comida.

2, 21-22. Dos afirmaciones análogas

En el contexto anterior ha introducido Marcos que quizá tenían otro origen, pero que se encuentran aquí perfectamente situadas y que sirven para comentar y expandir su respuesta principal (no la excepción de la iglesia). Hemos visto que los seguidores de Jesús (¡hijos de las bodas!) no ayunan sino que comen, en fiesta de amor y de solidaridad compartida.

La referencia a la muerte del novio y al llanto de sus amigos ha sido una excepción, propia de la iglesia posterior (para explicar o justificar, en parte, el ayuno que algunos están introduciendo de nuevo en la iglesia, como atestigua Mt 6, 16-18). Pero el texto vuelve al argumento primero (¡los amigos del novio no ayunan!) y lo refuerza con dos signos importantes en contexto de bodas: el buen paño del la fiesta; el vino bueno de la celebración. Jesús ha ofrecido a todos (publicanos y dementes, leprosos y paralíticos) la alegría de alegría de las bodas de su Reino (cf. 1,15). Por eso es normal que piense en el vestido nuevo y en el vino nuevo

a. El paño nuevo (2, 21). “Nadie pone un remiendo de paño nuevo en el vestido viejo…”. Vestido viejo es aquí la práctica de ayunos de los fariseos y bautistas, una religión hecha de leyes, ascesis y prohibiciones… Paño nuevo es su tela de bodas: la alegría del Reino, la comunión de amor y mesa con los pobres. Ciertamente, hay en la iglesia algunos que quieren compaginar lo antiguo y lo nuevo, ayuno y bodas (como hará Mt en 13, 51-52). Pero el Jesús de Marcos se mantiene tajante en la negación del “espíritu de ayuno penitencial”; a su juicio, el paño nuevo del Reino no puede ponerse como remiendo sobre los vestidos penitenciales, pues los rasgaría y sería peor el remedio que la enfermedad.
Las bodas de Jesús exigen un vestido nuevo de gracia y de bodas, como sabe en otro contexto el mismo Mateo (cf. Mt 22, 1-14), pero es el mismo Dios quien ofrece ese vestido, para que hombres y mujeres puedan lucir de un modo nuevo y gozoso la alegría de la vida, de las bodas.

b. El vino nuevo (2, 22). El vino nuevo del Reino (al que Jesús seguirá invitando a sus discípulos al final de su vida: 14, 25) no puede echarse en los odres viejos de un tipo de judaísmo penitencial (en la línea de los bautistas y los fariseos), sino que exige un odre nuevo. Seguimos estando en un contexto de bodas, de vino de reino (un tema que Jn 2, 1-12 ha reelaborado de otra forma), donde es imprescindible el vino. Jesús no es nazireo (de los que no beben vino, como Juan), no es asceta que se priva de los dones de la vida. Por eso le han podido acusar de bebedor (cf. Q: Lc 7, 34). Él mismo ha querido traer el “vino nuevo”, una nueva forma de comunión y vida que no puede echarse en los viejos odres gastados (algo que Lc 5, 39 ya no entiende del todo, introduciendo en este contexto un refrán que dice: “pero el viejo es mejor”).

Reflexión final.

El ayuno de fariseos y bautistas era de tipo sacral y corría el riesgo de volverse fin en sí, expresión de una ley que los humanos pueden y deben cumplir con su esfuerzo, como si a Dios le interesara controlarles a través de penitencias (de comida y/o sexo). Jesús lo ha superado, de tal forma que todos los intentos por recuperarlo al modo antiguo (como negación o control) significan una recaída en el judaísmo. Cuando la iglesia cristiana retorna a ese ayuno traiciona su novedad mesiánica.

El nuevo ayuno cristiano (introducido como excepción sobre el principio general del no-ayuno) , está vinculado a la muerte de los amigos. La raíz de ese ayuno cristiano es la ausencia del novio, consecuencia de su entrega por el reino. Al mismo gesto esponsal de Jesús (que es lo contrario al ayuno) pertenece la donación de su vida hasta la muerte. Jesús es novio (mesías) siendo Hijo del humano, entregándose en favor de los humanos, como novio en manos de la novia y viceversa (cf. 8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Por eso, los que quieran estar con Jesús (hijos o amigos del novio) han de asumir su ayuno en gesto de acompañamiento solidario (tomar la cruz y seguirle en la entrega: cf. 8, 34-9, 1). Este será ayuno de fidelidad: quien da la vida así no necesita leyes, no le hacen falta normativas exteriores: el mismo amor le hace entregarse por los otros.

De esa forma, la misma entrega de Jesús rompe la estructura separada (elitista) de la penitencia judía y nos introduce de forma poderosa en el mundo real donde hombres y mujeres ayunan porque se aman, porque se dan mutuamente y ponen la vida en manos de los otros, porque sufren la violencia de este mundo que les utiliza y oprime. Esta es la falta de novio, recordada y celebrada precisamente con vino en 14, 23-25. Los seguidores de Jesús ayunan (sufren) porque el "novio" les ha sido arrebatado y también por los amigos de Jesús, es decir, por aquellos (parientes, amigos, pobres...) que están necesitados. Este es el ayuno cristiano de la solidaridad que no consiste sin más en no comer sino en querer que todos participen en la fiesta de las bodas de Jesús, con pan y vino, con libertad y gozo grande. Para que ellos puedan celebrar sus bodas ha ayunado (ha muerto) Jesús. Sólo en este contexto recibe sentido el nuevo ayuno de sus seguidores.

En el principio de la iglesia está la fiesta del amor que se vuelve comida compartida. Como novio de esa fiesta será asesinado Jesús, iniciando un ayuno que brota de la misma fiesta del amor. Amar es ser arrebatado (dejar que te maten) aquellos que son enemigos del amor (los antiguos y nuevos profesionales de violencia). Pero amar es a la vez ayunar de forma activa, poniéndose al servicio exigente de los otros (del amado, los amados), entregándose por ellos.
Exigencia y momento de amor es el ayuno que Jesús ofrece a sus discípulos. Su propio camino de muerte se vuelve modelo para ellos. Los que sigan a Jesús en su entrega por el reino descubrirán la exigencia de este nuevo ayuno: sabrán sufrir con él, sufrirán con todos los que sufren, ayudándoles de un modo eficaz y cariñoso. Jesús no ha sido domador religioso ni su iglesia se define por ayunos. No ha querido reprimir por ley los malos instintos de los humanos, para formar así una familia de esclavos obedientes, sino que se ha presentado como amigo universal para suscitar entre los pobres y caídos (expulsados) de su pueblo las bodas del reino a las que todos se encuentran invitados. Así ha iniciado un camino de amor hecho de gozo que resulta en realidad más exigente que todos los viejos ayunos. Quien ama de verdad sabe que debe entregar la vida por sus amigos, no en gesto de penitencia sino por gracia y don de Dios. Quien esto sabe conoce ya el más hondo misterio de la iglesia57.
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