Sé sumisa… El apócrifo del Arzobispo de Granada

Muchos apócrifos se escribieron en el siglo II-III d.C., y la mayoría afirmaban que el pecado era obra de mujer:

Abandonando la obediencia debida a su marido divino, Eva o Sofía habían querido ser independientes, suscitando de esa forma un orden social per-vertido. La solución estaba en la nueva y más alta obediencia, llamada a volver al “redil” de su marido como ovejita buena.

Así lo expone de manera ejemplar el más famoso de los libros de aquel tiempo, titulado Apócrifo de Juan. En esa línea, mutatis mutandis, podríamos hablar ahora del Apócrifo de Don Javier Martínez, Arzobispo de Granada. Lo ha escrito una mujer de Italia y él lo ha asumido como propio, como sigue diciendo la prensa de un lado y otro del Océano, con críticas generalizadas.

Razón tiene este Apócrifo en muchas cosas, y están fuera de lugar algunas críticas que le han dirigido los partidarios del stablishment religioso o político. Especialmente desgraciada me parece la nota de la Sra. Ana Matos, Ministra de Sanidad y Servicios sociales del Sr. M. Rajoy. Grandes problemas tiene esa señora en su ministerio para meterse en camisas de once varas.

Este apócrifo del Arzobispo me parece fuera de tiempo y lugar, pero no es para que lo critique un Ministro del Rey de España, sin entender lo que en sentido gnóstico significa sumisión de la mujer, sin barruntar lo que implica para el varón el "morir" por su mujer.




La forma en que el apócrifo dice a la mujer que “se someta” está compensada por la manera en que dice al marido “entrégate y muere por ella como Cristo”. El marido que esto entienda nunca "matará" a su mujer, sino al contrario: La servirá y morirá por ella.

En esa línea de sumisión y muerte puede lograrse un equilibrio bueno, donde al fin la de abajo (la mujer) termina estando arriba (como quiere la Epístola a los Efesios, que es la clave de este embrollo).


Pero el problema esté en que hoy el lenguaje ha cambiado (cosa que no sabe la Sra. Matos, y quizá tampoco el arzobispo de Granada)... y siendo el lenguaje cambiado las cosas se entienden (o quieren entenderse) del revés, como a muchos les sucede en este caso (por conveniencia política en el mal sentido de la palabra).

Bien se dice en castellano que algo es un adefesio (ad-efesio), para indicar algo que no se entiende, como en la carta del apócrifo de Pablo a los Efesios, y así lo quise indicar el otro día al ocuparme del tema.

Había pensado no insistir en el tema, pero a la vista de que siguen críticas y contracríticas he pensado introducir una pequeña nota sobre el Apócrifo de Juan, para indicar su posible semejanza estructural respecto al apócrifo adefesio de Costanza Miriano, asumido por D. Javier Martínez, Arzobispado de Granada.

Bien entendido, este Apócrifo de Javier el Arzobispo se puede sostener... pero no responde a la doctrina y práctica de Jesús, ni a la igualdad radical de las personas humanas, sino que es más bien un adefesio gnóstico, rechazado ya en el fondo por la Gran Iglesia del siglo III-IV, como cualquier estudiante de teología sabe. Así lo indico en la nota que sigue, sobre el Apócrifo de Juan, el valentiniano.

Buen día a todos, con el deseo de un poco de luz en todo este ad-efesio... y tomen las imágenes con un poco de humor

APÓCRIFO DE JUAN:

Texto gnóstico*, fijado en su forma actual en el siglo III d.C., tras haber recibido diversas redacciones; es uno de los testimonios más significativos del gnosticismo cristiano. Su pensamiento está emparentado con la escuela de Valentín* y desarrolla, de un modo bastante completo, el mito de la caída del alma (que es en el fondo la caída de Dios).

Ha sido conservado y descubierto en la biblioteca de Nag Hammadi (año 1945), siendo desde entonces muy estudiado. Tiene la forma de evangelio gnóstico, es decir, de revelación que Jesús, el Salvador resucitado, transmite a Juan, su discípulo preferido (a quien se identifica con Juan Evangelista). Sus temas centrales son muy importantes para conocer una de las líneas de desarrollo del cristianismo.

(1) El mito de Sofía*. Punto de partida

La figura básica de este evangelio y del conjunto de la doctrina (mito) gnóstico, tiene forma de mujer: es Sofía, el aspecto femenino de Dios, en sentido positivo y negativo.

La Sofía buena nos vincula con el fondo positivo de la realidad, es decir, con el Gran Padre.

En contra de eso, la Sophía pervertida nos convierte en buscadores vanos de una verdad envidiosa. Desde ese contexto, esta “apócrifo de Juan” ha vuelto a narrar en sentido de la creación, vinculando el despliegue (y caída) de Dios con el gran drama del hombre.En principio, todo es bueno, pues Sofía forma parte del Dios absoluto:

«El Espíritu invisible... no encierra dentro de sí nada inferior, puesto que lo mejor está en él, siendo él solo absolutamente perfecto....Es incircunscriptible, porque nadie le precede para circunscribirle; indistinto, porque nadie le precede para imponerle una distinción; inconmensurable, porque nadie le precede para medirle; invisible, porque nadie le ve; eterno, porque siempre es; inexpresable, porque nadie le puede captar para expresarle; innombrable, porque nadie le precede para nombrarle» (Apócrifo. Juan, NHL II, 1, 2-3).


Pues bien, en ese mismo principio positivo existe un riesgo. En el Dios absoluto mora Sofía, la Sabiduría femenina, que aparece como culminación del mismo Dios: ella está dentro del pléroma o plenitud que forman los cuatro u ocho aspectos polares (masculino/femenino) de la divinidad (que pueden llamarse Barbelo u Ogdóada). Pero, al mismo tiempo, ella se encuentra en el borde de esa plenitud, en el lugar donde, mirando hacía lo externo, ella puede despeñarse y despeñarnos, haciendo que quiebre la armonía divina y que se exprese (brote) aquello que carece de sentido (un mundo material donde las almas divinas se encadenan a la materia).

(2) Texto básico, la gran caída.

Dios aparece al mismo tiempo como relación de polaridad sexual (lo masculino y femenino se completan en ella) y como procesión o proceso engendrador de vida, que se expresa y desemboca en la caída (es decir, en el gran pecado divino). En su forma perfecta, ese proceso debe cerrarse y se cierra (o completa) en el misterio intradivino, formando una especie de cuaternidad (u ogdóada) inmanente, en círculo perfecto de comunicación y engendramiento. Para que la divinidad se mantenga en sí misma (dentro de Barbelo o totalidad sagrada de cuatro elementos), los aspectos polares de lo masculino y femenino han de corresponderse. Pero ella, Sofía, ha roto la unidad, ha dejado de ser sumisa:

«La Sabiduría deseaba hacer manifiesto a qué se parecía lo que ella pensaba, sin aguardar el beneplácito del Espíritu, que no estaba de acuerdo, ni su colaboración y aprobación. Como consecuencia del desacuerdo de la persona de su pareja, no encontró su conformidad... y sin el beneplácito del Espíritu (masculino) y sin el reconocimiento de su pareja realizó su salida. Presa de la fuerza irresistible que hay en ella, su pensamiento no quedó improductivo y fue entonces cuando apareció viniendo de ella un producto incompleto y discordante, ya que lo había creado sin su pareja. Él no se parecía en nada al aspecto de su madre, siendo él mismo de otra forma. Cuando ella (Sofía) se dio cuenta de que el objeto de su deseo había tomado la forma anómala de una serpiente, con cuello de león, de ojos crepitantes y brillantes de relámpago, lo rechazó lejos de ella y lejos de los lugares celestiales, para que no lo viese ninguno de los inmortales, ya que lo había creado por ignorancia. Y lo rodeó de una nube luminosa y puso un trono en medio de la nube, de manera que nadie lo viera más que el Espíritu Santo que se llama madre de los vivientes y le dio el nombre de Yaldabaot» (Apócrifo de Juan, NHL II, 1, 9-10).


Si lo hubieran hecho así, plenamente y para siempre, si Sofía no hubiera mirado y deseado desde sí misma (para sí), de un modo egoísta (rompiendo su pareja) no habría existido este mundo que en forma condensada puede presentarse como “pecado de Dios” (un error que se expresa en forma femenino).

El pecado consiste en que la mujer (Sofía) piensa y quiera por sí misma. Cuando todo vuelva a ser perfecto, cuando ya la mujer no quiera ya nada por sí misma, en el final, desaparecerá de nuevo ese mundo, que ha nacido por la caída de lo divino-femenino (que es la caída de las almas).

Eso significa que la creación en su conjunto es mala, por ser deseo de mujer. No ha sido efecto de la voluntad positiva del Dios abarcador (del Pléroma), ni producto de su principio masculino sino una consecuencia indeseada del deseo egoísta de Sofía: un engaño de carácter femenino (pero engaño, al, fin, del mismo Dios).

(3) Riesgo de Dios, la vida humana.

Según eso, el mundo surge como efecto del riesgo destructivo de la fuerza engendradora mala (o imperfecta) del principio divino femenino.

Este mundo actual es consecuencia de un pecado de Dios, pero no de “todo Dios”, sino sólo de su aspecto femenino. En cuanto masculino el Espíritu es perfecto: se basta a sí mismo, existe en armonía y expresa de manera siempre plena lo que lleva en su interior. Por el contrario, en cuanto femenino, el mismo Espíritu divino puede volverse peligroso.

En otras palabras, la mujer (lo femenino) es el “riesgo de Dios”. Por eso, a fin de no destruirse a sí mismo debe mantenerse siempre en unidad profunda con lo masculino, en gesto de obediencia y colaboración. En el momento en que Sofía, la mujer divina, se centra en sí misma y quiere engendrar desde su propia independencia (sin contar con su pareja) ella suscita algo monstruoso.

Eso significa que el mal provine de la caída de lo femenino, pero dentro del mismo Dios, lo que significa en último término que el mal es divino, pues proviene de la Sofía divina, que se vuelve adúltera por no engendrar con su marido en Dios. La mujer sólo es fecunda y buena cuando se vincula con lo masculino (con el esposo verdadero que la complementa y salva). Al separarse del esposo ella se vuelve fuente de pecado. El cuerpo de la mujer “divina” centrado en sí mismo, en búsqueda de satisfacción aislada (de identidad propia, separa del marido), ese es el origen de todos los males para el gnosticismo.

Según ese mito, somos descendencia divina pervertida, de una diosa egoísta, dentro de un Dios que sigue siendo bueno en sí (en lo masculino), pero que ha venido a dividirse. No tendremos salvación si no reconocemos este origen, si no vamos descubriendo y purificando nuestra propia realidad divina ensuciada y perdida en la materia. La salvación consistirá en lograr que la Sofía interior, nuestra parcela femenina (prostituta de sí misma) vuelva de nuevo a la virginidad perfecta de su esposo divino (que ha sido influido por la caída, pero que conserva en sí el poder originario de la vida).

De esa forma, el hombre actual, a quien podemos definir como “Dios caído” por el error de lo femenino, debe encontrar su propia perla: que el alma perdida retorne a su casa, que descubra el aspecto bueno de su madre celeste (por medio del signo bueno de Dios, que es Jesucristo, según los cristianos). Divina ha sido la caída, divina ha de ser la reconciliación, el retorno al pléroma, es decir, la superación de lo femenino malo, para que así el hombre recupere el aspecto femenino bueno de la divinidad, en armonía (obediencia) respecto a Dios masculino, dentro de un todo armónico. El cristianismo gnóstico del Apócrifo de Juan se puede entender, según eso, a la luz de los tres momentos de nuestra historia.

En un principio, fuimos realidad de Dios y eso seguimos siendo en lo más hondo: una parcela de la divinidad eterna. En ese aspecto, todos somos preexistentes. Formamos parte de la Sofía verdadera, la mujer que miraba en su origen al esposo bueno, en gesto de comunicación e integración divina. Existimos como seres positivos al principio, seremos para siempre.

Somos alma caída, sabiduría femenina pervertida. En el momento en que Sofía se ha buscado a sí misma y ha querido engendrar desde su propia soledad, separando su divinidad femenina de la fuente original de Dios (del Dios masculino, que es principio y norma de todo ser), ella ha suscitado un monstruo, engendrándonos a nosotros. Por eso, la creación actual (en cuanto separada de la plenitud de lo divino) resulta esencialmente femenina: expresión de la mujer que deja de mirar a su marido divino, de someterse a él y de obedecerle, engendrando así un mundo imperfecto.

Seremos, al fin, alma salvada, pero sólo si superamos el aspecto femenino malo, si volvemos a la obediencia total (con la Sofía de nuevo sometida plenamente al Dios masculino). Nuestra conversión se identifica, según eso, con la conversión de Sofía. Como mujer que se somete a su marido así debemos ser todos los seres humanos. Reinará lo masculino, no habrá más desobediencias femeninas. Todo será de esa manera bueno. Retornaremos según el ejemplo de Jesús, el gran revelador, por medio de la Sofía buena (redimida), en matrimonio con ella, hacia la fuente del propio ser divino; dejaremos con ella nuestra búsqueda egoísta (es decir, la contemplación de una corporalidad caída, lejos del esposo divino) para introducirnos de nuevo en el pleroma, totalidad de lo sagrado, a través del gran matrimonio divino.

Ésta es la visión del Apócrifo de Juan, ésta es una de las formulaciones más precisas y claras del mito gnóstico. Lógicamente ha sido condenada por la Gran Iglesia, que ha seguido viendo la creación como buena, que ha rechazado la identificación del pecado con la mujer.

Texto básico en J. M. ROBINSON (ed.), Nag Hammadi Library in English, Brill, Leiden 1977 (=NHL) y A. PIÑERO (ed.), Textos gnósticos. Biblioteca Nag Hamadi I, Trotta, Madrid 1997, 209-236).

Cf. también B. LAYTON, Gnostic Scripture (London 1987, 23-51); L. MORALDI, Testi Gnostici (Torino 1982, 105-164); M. ERBETTA (ed.), Gli Apocrifi del Nuevo Testamento I/1, Marietti, Casale Mo. 1975, 160-187. Traducción parcial en R. KUNTZMANN y J. D. DUBOIS, Nag Hammadi, Verbo Divino, Estella 1988, 37-38. Para un estudio general del tema cf. K. RUDOLPH, Gnosis, Clark, Edinburgh 1977; F. GARCÍA BAZÁN, Gnosis La esencia del dualismo antiguo, Castañeda, Buenos Aires 1978.
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