PERFIL DOMINICAL - La novedad es el amor

*Hay que pasar mucho para poder entrar en el Reino de Dios” (Hechos. 14,22)

         “El primer mundo ha pasado… Y ahora todo lo hago nuevo (Apocalipsis de san Juan, 21,5)

         “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois mis discípulos será  que os amáis los unos a los otros” (Evangelio de san Juan,  13, 34-35).

**  Son los tres unos asertos directos y rotundos a favor de la novedad, originalidad y entereza de la “perspectiva cristiana”, que la esencian como religión revelada y la distinguen de cualesquiera otras religiones; todas ellas de puro nivel humano. Sin que, por ello, su estatuto de libertad haya de tener privilegios en el concierto social.  En el cristianismo, la “perspectiva” religiosa es de otra índole,  que se patenta en estos textos  de la,liturgia de este domingo.

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Que el cristianismo –es decir, la religión del mensaje de Jesús- sea la traza de una divisoria en la historia  humana y marque sobre sus páginas un “antes” y un “después”, parece una verdad de Perogrullo, de las que no necesitan demostrarse por evidentes.

        Tal vez, lo que no se acepte con tanta uniformidad sean otras cosas del mismo.   Como, por  ejemplo, que la novedad, originalidad y esencia de esta religión –en tiempos sobre todo en que a la excelencia se le discute la primacía en la escala normal de los valores (no en vano la post,-modernidad es el imperio de lo vulgar y corriente y el paraíso de las tenencias a uniformarlo todo para vulgarizarlo todo)- deban reconocerse por todo el que aspire a ser justo y no desequilibrado. Claro que ya antes de la post-modernidad, las libertades humanas, y la de conciencia en primer lugar, acotaban inmunidades personales.

        Pero no es momento de apologías más o menos. Quede lo dicho bien sentado y sigamos buscando el “perfil” de hoy, para estas reflexiones dominicales.

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        Que Ortega y Gasset no era un “meapilas” ,e parece tan claro como lo antes dicho. Sin embargo, nunca se le ve flirteando con “lo divino”, ni pasar ante ello sin hacerle los honores, por más que haya quien lo tilde de “ateo”.   Señal de que leer un libro es más que pasar sus hojas o ponerle un forro.

       Sea una muestra de ello -para el caso de este “perfil”- el rutilante párrafo de uno de sus magistrales ensayos, el que se titula Verdad y perspectiva, en los primeros pasos de Las confesiones de “El Espectador” (cfr.    Obras,  Alianza Editorial, Madrid, 1998. t.  II. pp. 17-18). Es bello su texto por los cuatro costados.

“Suele, con Goethe, oponerse la gris teoría de la vida al palpitante arco iris de la existencia. No discutiré ahora cuál sea el verdadero sentido de tal oposición,  pero he de prevenir una mala inteligencia.

      Cuando leo que Aristóteles hace consistir la beatitud, esto es, la vida perfecta, en el ejercicio teórico, en el pensar, siento que dentro de mì la irritación perfora el respeto hacia el Estagirita.

        Me parece excesivamente casual que Dios, símbolo del movimiento cósmico,  resulte un ser ocupado en pensar sobre el pensar.    Este afán de divinizar el oficio y el deber que cumplimos sobre la Tierra,  este prurito de no contentarse cada cual con lo que es, si esto que es no parece lo mejor y sumo, me parece un resto de política que perdura hasta en las más altas dialécticas. Aristóteles quiere hacer de Dios un profesor de filosofía en superlativo.

       Yo estoy muy lejos de pretender semejante cosa.   No quiero que la actitud teórica sea la suprema,  que debamos primero filosofar y luego, si hay caso, vivir.   Más bien creo lo contrario”.

      Al grano, pues. Dios no es un profesor, ni de filosofía, ni de matemáticas.  Como tampoco  lo es de retórica,  de alquimias o de cálculos de la resistencia de los materiales.

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       Si, como se sabe bien, la razón única del Jesús de Nazareth está en “evangelizarnos a Dios”, y eso no es otra cosa que decirnos de Dios –justamente- lo que necesitamos para podernos liberar y redimir, proclamar solemnemente –como hace hoy la Iglesia- y  enseñar -de la mano del apóstol más sensible a los dictados del corazón del Maestro-   que Dios es amor,  que el mandamiento del amor es un mandamiento  nuevo, primario y esencial en el cristianismo, y que la señal de la más auténtica identidad cristiana está fijada en “amarse los unos a los otros” implica sin duda poner el dedo en el mismo centro de las verdaderas esencias del cristianismo.

       Con ello el perfil dominical está servido.   Pero no nos cansemos tan pronto y demos algunos pasos más.

       Quedábamos en que Dios no es un profesor de filosofía o de matemáticas, ni de nada que permita ver en Dios un teorizante más, frío y lejano como cualquier teorizante.    Dios no ejerce de nada. Dios “es”. “Es amor”, y lo es ante todo y sobre todo. Para el hombre –es lo que nos interesa- es amor, y espera, por lógica y en la forma que sea, una respuesta de sólo amor.

       Por lo mismo, ni la fe, ni la religión cristiana,  ni la Palabra y los Sacramentos son  cosa de lógica ni de cálculos fìsicos y matemáticos.    Son otra cosa.

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       DIOS ES AMOR y por amor se define  al Dios cristiano.  No es ciencia ni es técnica,  ni arte siquiera o belleza  solamente lo que importa más aquí y ahora.  En un mundo como el de hoy, no  basta con atiborrarse de conocimientos,  de números o de caprichos cumplidos.  En los hombres y mujeres hay algo más que la cabeza. Y, por eso, la medida del valor de algo no está sólo en el censo de los datos que llevamos en la cresta o la mollera,   aunque a algunos obsesos de lo “progre”  esas medidas les parezcan lo  más y lo  mejor. Lo humano más cabal cursa y va mejor –pongamos también y con mayor seguridad- de la mano del amor que damos, lo mismo que de la mano del amor que recibimos. 

       El corazón en el ser humano es una  necesidad absoluta, tanto o más que la cabeza. Lo sentía Unamuno y, antes que él,  lo desvelaba ya  Baltasar Gracián en el gráfico Primor IV de su Héroe, al evocar que “gran cabeza es de filósofos,  gran lengua de oradores, pecho de atletas, brazos de soldados, pies de cursores, hombros de palanquines y gran corazón de reyes…”¸ pero todo lo cuadra y  redondea al añadir: “Que importa que el entendimiento se lance si el corazón se queda”.   Este dicho lleva dentro un principio de valor  mayúsculo,  tal vez supremo.    En el cristianismo lo es.

  Pero, como no es asignatura fácil la del amor, adobemos el perfil con algunos interrogantes de soltar al aire a modo de retos para salir –cada  cual-  a su paso.

¿Es fácil el amor? En la teoría? En la práctica?

        ¿Puede ser complicado amar? ¿Es amor  el “amorío”? ¿El amor se acaba? ¿Hay amor cuando se le cambia el destinatario?

        ¿Es amor el amor romántico, el amor platónico,  el amor de pura epidermis? 

    Romancear el amor ¿se será jugar con él e incluso pervertirlo en su misma esencia? ¿No sería lo mismo o algo parecido  hacerlo mercancía, objeto de consumo en tiempos del consumismo o relativizarlo hasta volverlo “nada” como sucede con las proclamas nihilistas?

   ¿Ha de haber algo de compromiso en la esencia del amor?, 

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  Don Julián Marías,   en su relevante obra –fruto de años y años de buen pensar y reflexionar  sobre la novedad, originalidad y entereza del cristianismo-, que lleva por título el ambicioso de La perspectiva cristiana (Alianza Editorial, Madrid, 2005, cap.  XI,  Dios como amor, pp. 95-99) alerta de cosas y verdades –tan sugerentes y cumplidas-  que bien pudieran servir para cerrar hoy mis reflexiones sobre este perfil del 5º domingo de la Pascua cristiana.

“La  pslabra clave del cristianismo es amor”.    “Esto es el núcleo mismo de la religiosidad cristiana,  diferente de todas las demás, y que no se puede pasar por alto como se hace con frecuencia.    SI en el cristianismo se pierde de vista el amor,  se omite un aspecto decisivo de la perspectiva cristiana”. Y como el propio J. Marías apunta al encarar su obra; “El cristianismo es primariamente una religión y me parecen indebidas sus utilizaciones para otros fines… Pero hay también en el cristianismo otros aspectos del mayor interés. El cristianismo lleva consigo muna visión de la realidad,  enteramente original y que se añade a su contenido religioso, del cual  emerge y  que no se reduce a él.   El hombre cristiano, por serlo, atiende a  ciertos aspectos de lo real, establece entre ellos una jerarquía, descubre problemas y acaso evidencias que de otro modo le serían ajenos.   Y esto es a lo que yo llamo ‘la perspectiva cristiana’ (Prólogo, p. 10)

En el cristianismo, amigos, la máxima y  suprema novedad es el amor.   Y no cualquier amor, sino el vale su peso en oro. Y no es un sucedáneo esta novedad.  Es sencillamente, el amor.

SANTIAGO PANIZO ORALLO

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