La nota episcopal de los obispos catalanes

Los obispos de las diócesis catalanas daban a la luz, coincidiendo con el inicio de la Cuaresma, una “Nota pública”, “que ruega (sic) por la paz y la justicia en Cataluña”. Por sensibilidad social y religiosa, me parece obligado reflexionarla y valorarla en su contexto con brevedad, en su contexto verídico de sustancia y circunstancia. Me solicita, más que nada, su perfil pastoral-eclesial, aunque sin sacarla de sus casillas reales. Dice lo que dice y por lo que dice ha de verse.
Por lo que yo deduzco, el episcopado catalán se propone “rogar” –clamar, pedir por favor, suplicar- que se hagan la paz y la justicia en Cataluña; utiliza como instrumento esta Nota y aprovecha la coyuntura de la Cuaresma y su invitación anual a la “conversión” o retorno. Si no me equivoco, la Nota pide actitudes, iniciativas, actuaciones a favor de “la paz y la justicia en Cataluña”, tan afectada “por la crisis institucional, económica y social que vivimos”, como secuencia y deriva –parece lógico añadir esto- del momento socio-político causado por sucesos, de iniciativa catalana, que planean -institucional, económica y socialmente- y que aún colean, no sólo sobre Cataluña, sino sobre la España entera, desde hace varios años, que me atrevería a llamar “infaustos” en general, y de modo especial dañinos para la Iglesia de Cristo en Cataluña y en la entera nación española. No me parece que haya salido bien parada la Iglesia con tan lamentable “affaire”.

He leído y releído varias veces y meditado, punto a punto, de arriba abajo y transversalmente esta Nota de los Sres. obispos catalanes, publicada el 16 de febrero actual. La he pensado y repensado y vuelto de nuevo a pensar, como no podía ser menos ante un documento de esta trascendencia social y, por supuesto, religiosa.
Al tratar de valorarla, sin escaparse de su verídico contexto, el marcado por los hechos acaecidos, me he propuesto ser todo lo imparcial que pueda sin ofender a mi conciencia y creencias, ni evadirme de lo que realmente expresa el documento episcopal en cuestión. Ambas cosas las creo premisas necesarias para ser objetivo, sin dejar -a la vez- de imprimir al comentario la imprescindible dosis de subjetividad.
He de confesar sin esperar más que asumo esta reflexión con ganas sinceras de aplaudir con fuerza el “ruego” de los obispos. Sin embargo, la Nota, unas vez leída, releída y meditada, me deja más frío que caliente, más escéptico que entusiasmado, más confuso que alumbrado por las ideas que componen la Nota en cuestión. Me explicaré.

Malo es –creo yo- el silencio cuando es obligado no callarse para no caer en connivencias de que apercibe el socorrido axioma de que “quien calla consiente”.
Pero creo también que, si malo es el silencio cuando se debe hablar o hablar mejor o más alta y justamente o sin reticencias o diplomacias (en la Iglesia, sigo creyendo, las diplomacias debieran ser las menos por fidelidad a la “misión”), peor es hablar o a destiempo, o a medias palabras o tintas, o igualando en responsabilidades y deberes a quienes, en la realidad de las cosas y de los hechos, no son iguales ni mucho menos.
No es malo – añado- citar al papa Francisco con un párrafo de una encíclica –la “Evangelii gaudium”- de perfiles genéricos y plurales; aunque creo sería mejor citar esa otra idea suya, dicha por él en el acto de recepción de las cartas credenciales del embajador de España cerca de la Santa Sede, ocurrido por cierto en los mismos días álgidos del problema: que “la ilegalidad no es cristiana”. Lo de la cita sí y de la cita no pasaría de algo anecdótico, si no fuera que -dada la concreta finalidad de la Nota- tan relevante omisión se convierta para muchos en un matiz o indicio no desdeñable a la hora de valorarla. Y no digo con esto que esté del todo mal lo que se dice. No está mal, pero…

El estropicio –que se sepa- (porque es un verdadero estropicio lo causado con esta aventura político-social increíble) no lo trajo la “reacción” de la ley frente a la ilegalidad y los sofismas y mentiras adyacentes, sino la “acción” de quienes abrieron el fuego de la guerra en unos tiempos en que las guerras –todas ellas- están muy mal vistas –con la “bendición” incluso de una buena parte de la Iglesia, incluso de la jerarquía. Alguno de los actuales firmantes de la Nota se desmarcó en su día de aquel Club de los 300 –casi todos curas y frailes- que salieron en defensa entusiasta del alarde separatista-independentista y expresamente afirmaron que lo hacían con la “venia” de sus obispos? Los hechos hablan y algunos, llegado el caso, acusan.

No diré, en suma, que esté mal la Nota. No. Pero deja al descubierto demasiados flancos que me invitan a verla como “más de lo mismo” en la línea de ambigüedad, de no llegarse al fondo de las cosas, de igualar a todos cuando no todos los co-responsables en esta lid son iguales y, en una palabra, de -como se dice- “nadar y guardar la ropa”, en un momento ciertamente delicado de la convivencia pública.

Que conste. No ha sido el resto de España quien ha creado el problema. Yo, al menos, no me siento deudor de los “catalanes” por haberles robado nada; al contrario, creo que han sido más los españoles que han respetado e incluso reconocido los méritos de los catalanes que los que han apuntado contra ellos. Lo que no entiendo ni entenderé nunca, y menos en la iglesia, madre de todos por igual, es que a unos los ame y distinga más que a otros, o que esos más amados sean precisamente los que abanderan rebeliones e insidias contra los otros; precisamente los que no piensan como ellos.

Dice la Nota que los obispos hablan en nombre de sus particulares iglesias. Está bien que lo hagan así; son sus pastores. ¡Faltaría más…! Pero eso no es óbice para que se dé “a cada cual lo suyo”; y eso –creo yo- vale dentro y fuera de la Iglesia y para todos, porque la justicia es una virtud universal que en la Iglesia no se diluye ni se dispensa a capricho sino que en ella se sublima y ha de afinarse más que fuera de ella.
Tratando de ser ecuánimes los obispos en esta Nota, hablan, por ejemplo, de la “prisión preventiva” dictada judicialmente para varios de los del “golpe”. Y en su ruego piden que se reflexione sobre este particular. Pero este ruego de que todos “reflexionen” ante el hecho ¿a quién va dirigido? ¿A los jueces que aplican las leyes? A otros para que presionen a los jueces? A este respecto, se debiera pensar también algo en esa sana idea de muchos según la cual a sus ministros Cristo, fundador de la Iglesia, les confirió una misión divina: la de formar las conciencias pero no la de sustituirlas por las suyas. O no!

No veo nada nuevo en esta Nota como no sea eso que he dicho ya: más de lo mismo.
Y por eso, la respeto –no faltaría más-, pero ni la aplaudo ni la comparto. Lo siento de veras. Y pena es que las “ideologías” se mezclen tantas veces con pretendidas razones pastorales y de apostolado…. Como dice el Kempis: “A veces nos mueve la pasión y pensamos que es el celo” (Tratado II, c. 5,4).

Es necesaria la paz. Y restaurar la concordia maltratada en Cataluña y fuera de ella, a consecuencia de tan deplorable “affaire”. Es necesario sin duda llamar a todos a la paz y a la concordia. Pero –cuidado-, dentro de un orden, sin hacer “tabla rasa” y, por supuesto, sin igualar responsabilidades como si todos los actores del drama en que nos hallamos fueran igualmente responsables del estropicio.

Por cierto, acabo de oír cómo en Cataluña se ha utilizado la lengua –y una educación discriminatoria que la protege con desmesura- como instrumento de dominación ideológica, cultural, política, social e incluso religiosa. ¿No debería también la Nota episcopal indicar algo –aunque fuera genéricamente- sobre esta violación institucional de los derechos humanos, especialmente de los padres y de los propios niños?

Sres. Obispos firmantes de la Nota en cuestión.
Les respeto en lo que dicen, pero no puedo olvidar aquello tan serio y cumplido del “Amicus Plato, sed magis amica veritas” Ni dejo de admirar ese concepto del “respeto” que Calderón de la Barca, un clásico que no pasa de moda, canta e inculca en esa admirable escena IX de la Jornada 3ª de El alcalde de Zalamea. Se puede leer con provecho siempre que se pide reflexionar, sobre todo a los jueces.
Su Nota me vale como un buen deseo y poco más. Deja, como llevo diciendo, demasiados flancos abiertos y vacíos de lo que un cristiano –libre, no hipotecado y orgulloso de su fe en estos tiempos duros- tiene derecho a esperar de su religión y más si de la Iglesia de Cristo y de sus pastores se tratara.
He de insistir. No me desencanta la Nota episcopal por lo que dice, sino por lo que no dice, debiendo decirlo, sobre todo si la cosa va de justicia y de paz. Una sola cara de la verdad es poco cuando de estos sagrados valores se trata.
Perdonen, de todos modos. No podría decir otra cosa ni decirlo de otro modo.


Termino. Luchemos por la paz; pero que nadie piense en edificar la paz sobre otras bases que las de la verdad y la justicia. “Opus iustitiae, pax”; o sea: “la justicia, fundamento de la paz” , y el camino la verdad sin máscaras en el punto de mira de toda buena justicia sean, si se quiere hacer la paz. Dios no ayude a todos.


Asalto al cielo - Creer a pesar de todo

El tiempo fuerte de la “cuaresma cristiana” enfila hoy su primer remonte hacia la esperanza, la luz y la vida que pronostica en cercanía, y, además, transfiere al que lo desea con la garantía que da la Pascua de resurrección. Este tiempo evoca –a la letra- aquellos cuarenta días de Jesús en el desierto antes de salir a evangelizar a Dios a los hombres necesitados de liberación y con ganas de liberarse. Allí, en aquel sequedal inhóspito, cuna de alacranes y sabandijas, durmiendo al sereno y sin una miga de pan que llevarse a la boca, buscaba Jesús curtirse para la brega que le esperaba en su camino de anunciar al mundo un hombre nuevo para un reino nuevo: “de verdad y de vida; de santidad y de gracia; de justicia, de amor y de paz”-
Era una revolución en el mejor sentido de la palabra lo que se trataba de escenificar sobre la tierra; en liza con las “fuerzas vivas” de un judaísmo desfasado y periclitado y de un paganismo –el de Roma- con la religión –o sea, la conciencia o el alma del hombre a los pies de los caballos del Poder imperial. La empresa era soberbia, de liberación auténtica: en un caso, del ritualismo –formalista y de apariencias de los judíos; y en el otro, del totalitarismo imperialista romano, acaparador y “canalla”, que no dejaba a la libertad del hombre ni el resquicio sagrado de una conciencia exenta del asalto del Poder. El Evangelio de Jesús era la afilada cuña que amenazaba entrar en la viaje y rugosa madera del Dios del Sinaí, por un lado, y de los dioses antropomorfos del Olimpo y de los cielos inanes del paganismo. Tal empresa de liberación era soberbia, sobre-humana y de un altísimo riesgo. Y era menester prepararse, curtirse, doblarse el espinazo, alejarse para medir las distancias… Y para eso, nada mejor que el “desierto”, la soledad que ayuda a pensar y concentrarse, una vuelta al interior de sí mismo para no soñar despierto, y sobre todo, el aire puro, sin contaminar, la noche estrellada y el meticuloso rumor nocturno de la vida en el desierto, con el aplomo de los pies el el suelo y lel fulgor de la vista en el cielo.
Era el camino, el único camino, de la liberación y el tentador lo sabía y estaba al acecho. Y no desaprovechó la ocasión de insinuarse para –si podía- jugar su baza de incordiar todo lo posible los planes de Dios. Y ataca.
El pan, la economía, los dividendos, las finanzas….
La gloria del mundo, el vedettismo, el divismo, los oropeles y el celofán…. Milagrea un poco y verás cómo te seguirán los divos y divas del relumbrón y los podios
El mando… La erótica eviterna del poder, tomando, como todos los erotismos, las fantasías y los sueños por realidad y verdad.

Las más clásicas tentaciones del hombre; bienes, gloria y poder.
Jesús le ve venir a cada paso que da el tentador. Y al final, cuando ya el tentador tiene la osadía de creerse señor absoluto del mundo y juega la carta de hacer regalos a Dios este atrevido contrincante de Dios, Jesús le manda con viento fresco y se queda prensando en sus caminos de libertad y salvación del hombre y en lo costoso que va a serle meter a Dios en los caminos del hombre.


La “cuaresma” cristiana es, pues, un tiempo apropiado para pensar más allá de las narices y para tomar conciencia de que esta revolución, en el mejor sentido de la palabra, no se hace como las falsas revoluciones con bayonetas y a bombazos, sino con a amor y servicio, a Dios y a los hombres.
Las Cuaresma es, por tanto, tiempo de lucha con uno mismo.
Es tiempo serio, pero no triste, porque en la perspectiva inmediata de la Cuaresma están la luz y la alegría de la Pascua de resurrección
Es también un tiempo fuerte para gente fuerte y no enclenque y acomplejada o asustadiza.
Tiempo por todo ello para pensar, para rezar, para amar y para “convertirse”, sobre todo. Y como “convertirse” no consiste en mudarse de chaqueta o de camisa, este tiempo es para renovarse por dentro; afinar la fe; desoxidar las creencias; apuntalar la esperanza cristiana y, además de eso y sobre todo, hacer del amor el eje de la existencia, humana y cristiana.

Es el tiempo. Aunque se rían o se sonrían muchos. Como enseña Ortega en una de sus lecciones de verdadero “maestro”, verosímilmente habrá menos necios en dos o tres que en diez o quince. No hay que tener miedo a ser minoría. Puede estar el mando del lado de las mayorías; pero no siempre ha de estar la razón.
El orgullo de ser cristiano tiene en la Cuaresma y Pascua su tiempo más oportuno y fuerte. El que lo quiera, bien; y el que no, lo mismo. Nuestro Dios respeta –lo que no hacen algunos diosecillos- la libertad de los hombres.


El “asalto al cielo”, con que rotulo este ensayo, que ha servido –en la boca ligera y desenvuelta del jefe mayor de un novel partido político español del momento- para enhebrar una quimera y dar con ella sensación de “algo”, en la de un cristiano que se abre a la Cuaresma mira do a lo alto, es decir, a Dios y a los valores definitivos que la fe abona es la pura realidad. El asalto al cielo no es en verdad ni una quimera ni una utopía, pero si se le refiere al de verdad y no al de la fantasía excitada o artificial de un vulgar aprendiz de la verdadera política.
Por eso, hablo del “asalto al cielo” al iniciarse la Cuaresma y de la necesidad de creer a toda costa y a pesar de todo. Creyendo se aclaran muchas cosas que, de otro modo, aunque a muchos parezcan muy claras, no son verdad.
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