El tiempo litúrgico de la esperanza

La vida humana es, cristianamente hablando, una larga espera.

El ancla, símbolo clásico de la estabilidad, se convirtió, ya para la iconografía cristiana del siglo II, en la imagen privilegiada de la esperanza.

Lo importante de la Navidad no son los adornos, ni los regalos, ni las vistosas luces de sus fiestas, sino esto tan sencillo a la vez que profundo y mistérico: Que Jesús vino, está viniendo, viene, para quedarse a vivir con nosotros como el Emmanuel.

Signos del adviento

El primer domingo de Adviento sirve de pórtico al año litúrgico, que concluye con la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Sus lecturas pueden variar según se trate del ciclo A, del B o del C. El de este año 2021 - 2022, es ciclo C, cuyas lecturas evangélicas provienen de san Lucas, el evangelista de la misericordia.

Momento fuerte, sin duda, este del Adviento, para recordar quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Es, por otra parte, de notar en este sentido que los verbos de las lecturas en la santa Misa están en futuro. Y es que la vida humana es, cristianamente hablando, una larga espera. De ahí que la persona que de la vida nada espera esté ya, como sentencia el refrán, muerta. Lo cual no deja de ser paradójico, pues si la vida es al fin y al cabo espera, también de la espera en esperanza se puede afirmar que es, a la postre, vida. 

Sea de ello lo que fuere, el Adviento es, por excelencia, el tiempo litúrgico de la esperanza. Su primera parte insiste precisamente en la parusía, o sea en la última venida del Señor. Porque el sustantivo adviento –del latín adventus-, hace referencia sin más a la venida del Señor.

En el primer lenguaje cristiano adventus era concepto relacionado con la última venida del Señor, la de su vuelta gloriosa y definitiva. Pero al aparecer la Navidad y Epifanía, pasó a significar la venida del Señor en la humildad de nuestra carne, cuyo inicio tiene lugar en el Portal de Belén.

Al tema de la esperanza dedicó Benedicto XVI su segunda encíclica: Spe salvi (30.11.2007), basada mayormente en la Epístola de san Pablo a los Romanos. Los fieles que se lo propongan pueden disfrutar con su lectura de la belleza y profundidad de la esperanza cristiana, la cual está, en efecto, inseparablemente unida al conocimiento del rostro de Dios, ese que Jesús, Hijo unigénito del Padre, nos reveló con su encarnación, su vida terrena, su predicación y, sobre todo, con su muerte y resurrección.

La esperanza es considerada como la «segura y sólida ancla de nuestra alma» (Hb 6,19). Y el ancla, símbolo clásico de la estabilidad, se convirtió, ya para la iconografía cristiana del silgo II, en la imagen privilegiada de la esperanza.

El Adviento del Ciclo C, ya digo, se basa en el Evangelio de san Lucas, evangelista de la misericordia: ilustra magníficamente toda la dimensión misericordiosa propia del Adviento entendido como venida del Señor en la humildad de nuestra carne. El hombre es la única criatura libre de decirle sí o no a Dios. De ello, en consecuencia, se sigue que puede apagar la esperanza eliminando a Dios de su vida, siendo así que Dios quiere hablar, por la Iglesia, a la humanidad y salvar a los hombres. La celebración del Adviento, por eso, es la respuesta de la Iglesia Esposa a la iniciativa de Dios Esposo, «que es, que era y que viene» (Ap 1).

Es de notar asimismo que en el verbo de la narración no se usa el pasado —Dios ha venido— ni el futuro, —Dios vendrá—, sino el presente: «Dios viene». Se trata, pues, de un presente incesante, o sea de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también mañana: «Dios viene» en todo momento. Anunciar que «Dios viene» significa, por tanto, que quien viene es Dios mismo a través de uno de sus rasgos esenciales: el Dios-que-viene.

Es Padre que nunca deja de pensar en nosotros sus hijos y, respetando por completo nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros: ansía visitarnos, vaya. Y ello porque quiere liberarnos del mal y de la muerte, viene a salvarnos.

El Adviento, por eso, se ha de vivir en comunión con todos los que esperan en un mundo más justo y fraterno, a cuyo compromiso por la justicia pueden unirse también, de algún modo, hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes, pues todos, en definitiva, albergan el mismo anhelo de un futuro de justicia y de paz, que es como tener, de salida, medio camino recorrido.

Lo importante de la Navidad no son los adornos, ni los regalos, ni las vistosas luces de sus fiestas, sino esto tan sencillo a la vez que profundo y mistérico: Que Jesús vino, está viniendo, viene, para quedarse a vivir con nosotros como el Emmanuel.

Bueno será, pues, aprovechar este maravilloso tiempo preparando nuestros corazones para recibir al Señor, en trance de visita. Es cuestión de limpiar nuestra conciencia con el sacramento de la reconciliación, de afinar el alma y de acrecentar en estas semanas la oración, la limosna, las buenas obras y sobre todo el deseo del Salvador, «Cristo Jesús, nuestra esperanza» (1 Tm 1,1), que nos trae nuevas luces siendo él la Luz.

El Niño Jesús durmiendo

Mucho ayudará recordar las expresiones habituales -de la esperanza cristiana que se contienen a diario en la liturgia, y que nuestros labios a menudo repiten, a veces hasta de manera casi mecánica («Venga tu reino», «Ven, Señor Jesús», «Mientras esperamos tu venida», «Bendito el que viene en nombre del Señor», etc.).

El cristiano dejaría de serlo si no pidiera la venida del Señor. Y este año con la pandemia, los sobresaltos familiares a veces, la misma vacunación en marcha, un volcán desatado en La Palma, razón de más.

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