Audaz relectura del cristianismo (40). Acercamiento a un pensador excepcional

En este y en los próximos post haré, de la mano de Baldo, un gran esfuerzo para presentar a los lectores del blog la obra del profesor Chávarri por la enorme importancia que tiene su sistema filosófico sobre los valores y contravalores tanto a la hora de profundizar en la relectura del cristianismo que tan torpemente pretendo, como a la de comprender el ser humano: quién es, por qué actúa y qué metas tiene por delante. Hacerlo bien requiere tal concentración de pensamiento y altura de miras que mucho me temo que, por más empeño que ponga en ello, no lo conseguiré más que a medias. De todas formas, me daré por muy satisfecho si logro animar a algún lector a acercarse al pensamiento de un filósofo que, digámoslo sin hipérboles ni ambages, no solo está a la altura de los más conspicuos pensadores de la humanidad, sino también de los más seguros guías de la conducta humana.

Valores y contravalores

Como introducción, baste un aperitivo jugoso: el sistema filosófico de Chávarri de valores y contravalores nos permite, para no desviarnos del contexto propio de este blog, contemplar las virtudes, la gracia y la salvación cristianas como “valores”, y los vicios, los pecados y la condenación eterna como “contravalores”. Advierto de antemano que, diciendo lo dicho, abuso de un lenguaje propio de la dimensión vital religiosa de la vida humana, que durante tantos siglos ahormó la vida humana en su totalidad, para calificar también los valores propios de las demás dimensiones de esa vida, teniendo en cuenta que Chávarri habla, además de la religiosa, de otras siete dimensiones: biosíquica, económica, epistémica, estética, ética, lúdica y sociopolítica. Pensar que todo valor es gracia y todo contravalor, pecado, puede sernos de gran ayuda para abrir una espectacular panorámica que contemple la envergadura del ser humano.

La pugna por conseguir un cristianismo válido para nuestro tiempo se desarrolla hoy, igual que lo hizo ayer y lo hará mañana, en el gran partido de nuestra vida, en el que permanentemente compiten los valores y los contravalores. Si sustituimos los conceptos de “dios” y “bien” por el de “valor” y los de “demonio” y “mal” por el de “contravalor”, seguramente lograríamos saber mucho más sobre todos ellos, pues veríamos a Dios como alguien o algo que enriquece y mejora realmente nuestra vida y, en el polo opuesto, al Demonio como alguien o algo que la empobrece y deteriora.

En otras palabras, insertada de lleno en el sistema de Chávarri, la mejora del cristianismo que pretende esta relectura audaz pasa por pulir y acrecentar todos los valores de la vida humana y por contrarrestar y reducir sus correspondientes contravalores. El lector habrá advertido ya que, en ese sistema, los conceptos de valor y contravalor tienen un significado muy diferente del que les damos habitualmente, pues desbordan por completo las dimensiones social, ética y religiosa, ámbitos a los que normalmente circunscribimos el concepto de valor cuando hablamos, por ejemplo, de “educación en valores humanos”.

Apuntes curriculares

Fray Eladio Chávarri López de Dicastillo nació en Ollobarren (Navarra) en 1932. Es dominico. Se doctoró en la Universidad de Friburgo. Fue profesor de Lógica en el Estudio General de Las Caldas de Besaya y de Lógica Matemática en el Instituto Superior de Filosofía de Valladolid. También fue profesor de la Universidad Santo Tomás de Roma y del Estudio General Dominicano de México. Ha escrito muchos artículos en la revista “Estudios Filosóficos”, de la que fue director. En ellos ha ido sentando las bases de su propio sistema de “valores y contravalores”. Los dominicos lo han honrado con el mayor de sus títulos, el de “Maestro en Teología”. En la actualidad, vive en el convento de Villava (Pamplona), retirado de toda actividad por las secuelas de un ictus sufrido hace unos años.

Entre sus libros, dos son las obras principales en las que despliega su trascendental concepción de los valores y contravalores como sistema de hondo calado filosófico y trascendental para entender el devenir humano. Ambas obras han sido publicadas por la editorial Sanesteban de Salamanca: Perfiles de nueva humanidad, 1993, de 472 pág., 21.00 euros, y

Los Valores y contravalores de nuestro mundo, 2018, de 371 pág., 20.00 euros, editada esta última por su discípulo Baldo.

La lectura de estos libros es muy exigente, requiere gran concentración. La dificultad se debe, entre otras razones, a que no se puede dar un paso en su comprensión sin tener en cuenta lo anterior. Recordarlo constantemente supone un esfuerzo a veces descorazonador. Además, muchos conceptos adquieren en el sistema de nuestro autor un significado nuevo, bastante diferente del habitual. Pero, si uno vence esos escollos, encontrará una recompensa gratificante como pocas.

Punto de partida

Chávarri parte de una evidencia tan universal como la de que todos los hombres deseamos, de alguna manera, mejorar nuestra forma de vida y nos esforzamos por conseguirlo. Desde luego, lo hacen los políticos de todas tendencias al presentar programas cuyo único fin es describir lo mucho que mejorarán la vida de los ciudadanos si ellos ganan las elecciones. Es curioso constatar que todos los programas buscan lo mismo, aunque lo hagan por caminos cuyas diferencias muchas veces son solo aparentes. También lo hacen los investigadores, los médicos, los agricultores, los filósofos, los profetas, los albañiles y los barrenderos, por citar solo algunas de las profesiones que tienen por misión hacer posible la vida humana y mejorarla.

La fuerza del sistema de Chávarri radica en que el desarrollo de su pensamiento se asienta en los sólidos cimientos que ofrece la forma de vida del hombre actual, tan llena de valores y contravalores en los ámbitos de la producción y del consumo, ámbitos que pertenecen a las dimensiones biosíquica y económica de la vida humana. La conciencia de dichos valores y contravalores le ofrece un punto de apoyo para delinear cómo conseguir una forma de vida que se alimente también de los valores propios de las demás dimensiones vitales, que mejore constantemente esos mismos valores y que se inmunice cada vez más frente a sus contravalores. El camino queda así expedito: más valores, mejores valores y menos contravalores en todas las dimensiones vitales del ser humano.

El horizonte

La meta fija un horizonte de humanización que es preciso ir conquistando con infinita paciencia, la inherente a la dificultad que entraña todo proceso de cambios sustanciales en la forma de pensar y de obrar de la sociedad. Se trata de un horizonte siempre abierto, cual permanente aspiración retadora a avanzar más y llegar más lejos, pues, afortunadamente, por mucho que explote sus potencialidades de mejora, el hombre nunca alcanzará un grado de humanización acabado ni desplegará del todo su enorme envergadura.

En el anverso de ese horizonte, puesto que los contravalores van pegados a los valores como si de lapas se tratara, tampoco conseguirá despojarse de ellos del todo. El progreso hacia una forma de vida mejor se desarrolla, pues, en dos frentes simultáneos: aumentar y mejorar los valores, por un lado, y disminuir y adelgazar los contravalores, por otro; más valor supone menos contravalor y viceversa.

Esperanza radical

Con elegancia, finura y gran profundidad, Chávarri afronta la dimensión vital que dimana del hecho incuestionable de que todos tenemos en nuestra mente y en la realidad más afincada en nuestra vida una “metahistoria”, una vida más allá de nuestra historia, un destino en ultratumba, sea el que sea, que se nos muestra como consumación. De ahí que reduzca con aplomo a pura especulación lo mucho que se ha escrito en libros teológicos y devocionarios, o imaginado en pinturas y esculturas sacras y profanas, o desarrollado en películas morbosas y atrevidas, sobre la forma de vida del más allá.

Frente a ella, solo cabe una “esperanza radical”, es decir, una esperanza pura, descarnada, sin más clavos ardiendo a los que agarrarse que una confianza absoluta en la promesa de un Dios que no miente y la irrenunciable aspiración humana a la supervivencia. La muerte, que pone fin a nuestra historia y consuma nuestra vida, nos adentrará en una nueva forma de vida que nos es absoluta y totalmente desconocida. Algunos se aventuran a decir que ni ojo vio ni oído oyó lo que allí se nos tiene preparado, mientras otros aseguran que nuestro único destino posible es la “nada”, pero ni unos ni otros saben realmente qué ocurre tras la muerte. Frente a un hecho tan trascendental, a Chávarri solo le cabe la “esperanza radical”, expresión de la que me he servido para titular este blog.

Los modelos humanos

Ya hemos dejado constancia de que, para su desarrollo sistemático en pro de la mejora de nuestra forma de vida, Chávarri no procede a tientas y a locas, ni elucubra con ansiedades, ni avanza con las manos por delante en medio de una densa oscuridad. Progresar sin despegar los pies de la tierra y proceder con coherencia y efectividad requiere partir de “modelos humanos” verificables, pues no se puede hacer una escultura sin una materia que modelar. Su desarrollo parte del hombre actual, cuya vida está completamente ahormada por la producción y el consumo. De ahí que su enorme esfuerzo intelectual se dirija a alumbrar el camino de la mejora de la condición humana a base de mejorar los grandes valores que enriquecen esa forma de vida, completándola con los valores de las demás dimensiones de la vida humana, y denunciar con contundencia los enormes contravalores que la deterioran.

La meta final le viene, dibujada en gruesos trazos, es decir, sin la meticulosidad detallista de una fotografía, del gran modelo humano que es la figura primigenia de Jesús de Nazaret, camino y luz. Es ahí donde Chávarri alcanza el cénit de su pensamiento y de su propia vida humana, pues no solo se lanza a la búsqueda de una mejor humanidad con la fuerza de su razón y con los destellos y las herramientas que le proporciona Jesús de Nazaret, sino que también se enrola personalmente, con su profesión religiosa, en una forma de vida impregnada por el mensaje evangélico.

Un gran teólogo

Tras haber sido alumno de Chávarri hace muchos años, tuve la gran fortuna de charlar con él en Valladolid varias veces durante horas, todavía no hace mucho, cuando los estragos de su ictus no eran tan incapacitantes como en la actualidad. ¡Sugestivas charlas distendidas y abiertas, extrañas quizá para quien pudiera oírlas, en una cafetería pucelana, frente a un café con leche y una tónica! Para adentrarme mejor en su forma de pensar, él mismo me sugirió que me pusiera en contacto con Baldo, un buen amigo mío ya por entonces. Ni que decir tiene que desde ese momento he venido colaborando con él, en franca camaradería y fraternidad, en la tarea difícil de dar a conocer el pensamiento de un hombre que puede aportar mucho a la humanidad.

Uno de esos días, de retorno ya de la cafetería al convento de San Pablo de Valladolid, Chávarri me confesó que lamentaba seriamente no ser “teólogo”, pues echaba mucho de menos el potencial de análisis y discernimiento que le habrían proporcionado las herramientas de la teología. Al oírlo, solté una sonora carcajada y, con una seriedad y contundencia que no dejaban lugar a dudas, le aseguré que realmente él era posiblemente el mejor teólogo con quien yo me había tropezado a lo largo de mi vida. Su condición de “Maestro en teología” lo rubricaba. Me pareció que encajaba mi rotunda aseveración con agrado y alivio, pero, como respuesta, solo me dedicó una sonrisita irónica de navarro de ley, tan característica suya.

Quedémonos hoy con el descubrimiento de un pensador cuya obra tiene mucho que enseñarnos en estos tiempos en que tanta confusión se ha apoderado de nuestras mentes y en los que, siendo seguramente los mejores de toda la trayectoria humana, nuestras miras cortoplacistas y egoístas nos están atiborrando de contravalores.

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