Audaz relectura del cristianismo (42). Sendas perdidas, esfuerzos baldíos

Despójate, ven y sígueme (Mc 10,21)

Fray Eladio Chávarri O.P.
El subtítulo de este post es lo que de forma subliminal viene a decirnos fray Eladio Chávarri O.P. en su excepcional obra sobre los valores y contravalores: cambia la perspectiva y emprende el camino que realmente te lleva a la mejora que pretendes de nuestra actual forma de vida. Dedicaremos este post a describir lo mucho que hemos caminado por veredas sin salida, sin un horizonte despejado y preciso. Para él es muy importante delinear bien el camino de la búsqueda de una humanidad mejor, más interesante, más rica y atractiva que la que vive el hombre de nuestro tiempo, si se quiere llegar a buen puerto. De nada sirve andar por caminos equivocados, caminos que nos desvían del rumbo humano y no nos llevan a ninguna parte. La búsqueda de una mejor humanidad no es empresa fácil. De hecho, muchos lo han intentado a lo largo de los tiempos de mil y una maneras y, tras esfuerzos titánicos dejándose la piel en el intento, han fracasado en su propósito debido a que siguieron “sendas perdidas”. Sendas perdidas son para Chávarri todos aquellos “caminos que naufragan en el vasto mar de los deseos, de las añoranzas y de las utopías”. Se trata de sendas que “se insertan en profundas vetas de la condición humana” y hasta puede que haya tantas “como personas ansiosas de más humanidad”.

De entrada, nuestro pensador se esfuerza por delinear bien el camino que debe seguir quien busque incrementar la humanidad y disminuir la inhumanidad de la forma de vida humana hoy imperante, la del hombre productor consumidor. Quien tal pretenda ha de contar con el tiempo humano (el pasado con su mochila, el presente con su quehacer y el futuro como proyecto), con la energía que nos da la razón crítica y con una imaginación creadora.

Atajos que eluden la cuestión

Frente a tan ardua tarea, el hombre “nunca disipará la tentación de peregrinar por atajos, por las sendas perdidas del regreso, de la proyección y de la reclusión (en lo relativo al pasado, presente y futuro de nuestro tiempo); de la definición, de la gran negación y de la gran afirmación, (en lo relativo a la razón crítica), y, finalmente, de la imaginación desmesurada (en lo relativo a la imaginación creadora)”.

Sendas perdidas del regreso (pasado). La memoria suscita constantemente añoranzas del pasado. Nuestra memoria histórica nos tienta a reproducir modelos pasados. Ello se debe a una pereza vital que invita a no esforzarse por incorporar novedades. “Del pasado recordamos lo bueno, pero no dejamos atrás paraísos perdidos a los que retornar”.

Sendas perdidas de la proyección (futuro).“El futuro inspira las numerosas sendas perdidas de la proyección”, que se ceban en la enjundia de las ilusiones vitales. Quien así procede, “olvidándose totalmente de la lenta, espinosa y entusiasta peregrinación cultural, imagina puertos seguros, oasis en medio del desierto de la vida, tierras que manan leche y miel. No se desea peregrinar; se quiere poseer la verdadera humanidad de un golpe”. Son espejismos que terminan hundiéndonos en su nihilidad.

Las sendas perdidas de la reclusión (presente). La demanda de nueva humanidad se traduce en egoísmo puro y duro, si bien se disimula a veces con matices filantrópicos. El complejo de casta provoca la reclusión. Se pretende un corte con la humanidad que se vive, del mismo modo que el puro, el escogido y el consagrado evitan cuidadosamente la contaminación mundana. “Reclusión en el espacio interior y reclusiones de jardín”. Se huye del hombre productor consumidor para buscar exclusivamente la salvación individual. “Se intenta promover nuevas humanidades en espacios privilegiados. El nombre (reclusión de jardín) me lo ha sugerido la famosa retirada de Epicuro. Encerrado en una amplia casa‑jardín, rodeado de exquisitos amigos, quiso salvar y desarrollar allí la prístina humanidad griega, que se hallaba a la sazón en franca decadencia. Ni los dioses, ni la muerte, ni la sociedad, ni siquiera la rica paideia fueron capaces de turbar la autosuficiencia de la nueva humanidad. El complejo de casta no podía presentarse más explícito. Un complejo que también ha animado con frecuencia a los recintos sagrados, particularmente a muchos conventos. Se parte de formidables creaciones de nueva humanidad, transmitidas a lo largo de los siglos”.

Fabricando camios que no llegan

Las sendas perdidas de la definición. La razón crítica, tan arduamente conquistada, es un instrumento para el progreso de la humanidad, pero puede arrastrarnos fácilmente por las sendas perdidas de la definición: “Tenemos gran afición a fijar límites precisos a los entes, a mojonarlos, a representarlos en cuadros perfectos de identidades y diferencias, donde cada uno ocupa su lugar natural. Esto es definir. Creemos captar así con rigor el ser propio de cada ente frente a todos los demás. ¿Qué otra cosa se puede pedir de un discernimiento crítico? ¿No respondemos con la definición al qué es, a la pregunta que se dirige a los mismos entes? Nada extraño que el pensamiento definicional haya dominado en Occidente hasta bien entrado el siglo XIX”. Pero la definición enclaustra el ser y lo fija, privándolo de muchas de sus potencialidades.

La senda perdida de la gran negación. Esa misma razón crítica puede arrastrarnos fácilmente, con mil argumentos, a un “no” repetido que nos aboca a una gran negación de todo: “Si vamos estampando el no en cada acción, institución, valor, norma, relación y actitud de este hombre (el hombre productor consumidor), nos quedaremos al fin con el gran no, el vacío total”. No es cuestión de negar los formidables logros del hombre productor consumidor actual sino de potenciar y mejorar sus muchos valores propios y de contrarrestar el sufrimiento que causan sus muchos contravalores.

La senda perdida de la gran afirmación: “Cada ente se presenta ante la razón crítica como un ser a medias. Nunca se ha sentido a gusto el hombre con estos retazos de ser, con esa dispersión descafeinada que se debate entre la nada y el esse. La salida más corriente a esta desazón metafísica ha sido la creación del Gran Ser. Él reúne en su seno la dispersión del ser y le concede la máxima intensidad. La razón crítica contempla cada cosa como una participación del Gran Ser, o como un camino hacia Él. El siglo diecinueve europeo trasladó esa grandiosa perspectiva al ser humano. No se encontraba a gusto con la ruptura de la humanidad en humanidades dispersas por las distintas culturas y, mucho menos, con la poca intensidad de sustancia humana que discurría por cada una de ellas. No es raro que A. Comte, lleno de celo antropológico, identificara le Grand‑Être con l’Humanité”. La vida humana es una simbiosis con la infinidad de seres “dispersos”, normales y limitados que la alimentan en una relación valorativa siempre mejorable.

Atractivos caminos de fantasía

Senda perdida de la imaginación desmesurada. “Necesitamos hombres capaces de jugar a demiurgos con el material de que disponemos. La mayoría de nosotros ve la perspectiva rígida, pesada y fija de las cosas, mientras los creadores las contemplan maleables, prontas a hermanarse unas con otras y abiertas a nuevas formas de existencia. Es una mezcla armoniosa de fantasía, sentimiento, razón y acción. Piénsese al respecto en las docenas y docenas de potencialidades ocultas halladas en el petróleo. La imaginación creadora se ha manifestado particularmente en el arte. Cascadas de armonía arrancadas al sonido, asombrosas manipulaciones de los tenues reflejos de la luz y del color; la piedra, el cemento o el mármol, convertidos en monumentos y estatuas. Pero, sobre todo, el prodigioso trato de la palabra en la creación literaria y la admirable composición de imagen, movimiento, lenguaje, sonido y color en el cine”.

Esa imaginación puede volverse desmesurada y entonces se torna “razón sin medida, sin proporción, sin sentido alguno del límite. Es hija indómita del lenguaje fabulador. Crea los lugares más fantásticos o los más abominables, los tiempos pletóricos o totalmente vacíos; los personajes de inconmensurable nobleza o enteramente viles. Lo diáfano y lo oscuro, damas y corceles, amores y odios, depresiones y entusiasmos, libertades y esclavitudes, todo ello es puesto en la anchura de la infinitud. La palabra es todopoderosa, crea todo, como si jugara conscientemente a ser la Palabra. Se cae en la borrachera del esteticismo, se vive en el delirio de la droga y del deseo”.

“La razón desmesurada penetra, asimismo, en todas las sendas perdidas citadas más arriba. Simplifica sociedades al máximo, ensancha paraísos perdidos, infla las ilusiones milenaristas o metahistóricas. Pone la desmesura en las reclusiones, las definiciones, las negaciones y las afirmaciones. No nos hagamos ilusiones. Ni el principio de realidad ni la razón crítica pueden acallar esta razón desmesurada, que se apoya en la magnífica fuerza de la imaginación creadora. Gramsci se pregunta, como de paso, en Cultura y literatura, si el superhombre de Nietzsche no estará inspirado por las novelas francesas de folletín (Eds. Península, Barcelona 1973, p. 189)”.

“Todos estos caminos extraviados –concluye Chávarri-, aunque se revistan de legitimidad, acaban en la misma meta. Se pretende salir del HPC (hombre productor consumidor) hacia humanidades imposibles”.

Caminar con los pies en la tierra

Quedémonos hoy con que muchos de los intentos de mejora de nuestra condición humana, realizados sobre todo en los dos últimos siglos en campos como la filosofía, la política, la ciencia, la economía e incluso en la religión, no han alcanzado los objetivos perseguidos al haberse encaminado por sendas sin salida. Es muy difícil mejorar la condición humana del hombre productor consumidor de nuestro tiempo, pero no lo lograremos si no utilizamos nuestro enorme potencial de mejora de la forma debida, si no caminamos por caminos que tengan salida y nos lleven a cuotas de mayor humanidad. En su decisiva obra, Chávarri traza sendas de esfuerzo y paciencia que sí conducen a la mejora deseada, sendas bien delineada por más y mejores valores, bien señalizada para no desviarse en el intento y perecer por las secuelas nocivas de alimentarse de sabrosos contravalores ponzoñosos.

 Email del autor: ramonhernandezmartin@gmail.com

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