Desayuna conmigo (viernes, 8.5.20) Solidaridad y humanitarismo
La encrucijada presente


En estos momentos, debería importarnos mucho más poner de relieve sus “carácter humanitario” para afrontar las secuelas sanitarias y económicas, no bélicas, que está causando la más que guerra mundial contra el coronavirus. Seguramente, esta crisis ha roto muchos de los moldes de la sociedad relativamente tranquila en la que hemos venido viviendo los últimos decenios, un tanto aletargados con relación a pandemias de menor alcance, que no cesan de producirse en algunas latitudes, y despreocupados de los estragos que en todo momento están causando en algunas partes del mundo las hambrunas que no cesan.


Efectivamente, han sido millones y millones los actos de entrega heroica gratuita que se han llevado y se siguen llevando a cabo para luchar todos unidos contra el coronavirus. Hay profesiones, como las del personal sanitario, las de los servicios de seguridad y las del transporte de mercancías, en las que los héroes se cuentan por miles y miles, pues han trabajado mucho más de lo obligado, incluso hasta el límite de sus fuerzas físicas y emocionales, y en condiciones de precariedad tales que a muchos les ha costado la salud y la vida. En cuanto a la población general, obligada a quedarse en casa, ha aceptado de buen grado la privación de libertad a que se ha visto sometida y ha cambiado la valoración del dinero, de su función del dios necesario para una vida de sosiego y diversión,reduciéndolo a su función primaria de instrumento de vida.

De hecho, cuando el virus sea un enemigo, si no muerto, sí al menos derrotado, las terribles secuelas que dejará en la economía harán necesario no solo que no decaiga el espíritu humanitario de la población durante los meses que la pandemia dure todavía, sino también que se prolongue y se incremente tras ella. Van a ser muchos los millones de seres humanos que se verán sin trabajo y sin ninguna expectativa de encontrarlo. La población en su conjunto ha sufrido mucho, lo sigue haciendo y tiene que armarse de fuerza y valor para sufrir mucho más todavía en los próximos años.
Las instituciones hoy celebradas y muchísimas otras, como las religiones y las ONG, tendrán que esforzarse por mantener alto el estandarte de la voluntariedad y la gratuidad a la hora de ayudar a millones de seres humanos que necesitarán apoyos para salir adelante.

En este día celebramos, además, el día de la victoria de Europa, el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados aceptaron el 8 de mayo de 1945 la rendición incondicional de la Alemania nazi tras el suicidio de Hitler. Sin duda, Hitler fue peor que el coronavirus que ahora nos azota, pues dejó tras de sí millones de cadáveres y una Europa sumida en la miseria. Es una celebración que nos invita a recordar con afecto y reconocimiento a las aproximadamente sesenta millones de víctimas durante los casi seis años que duró la contienda europea. Fue mucho el llanto y el dolor que semejante locura trajo a Europa y al resto del mundo. Lo deberíamos tener siempre presente, sobre todo en este tiempo en que, tras haber sido podada (el brexit) y sufrir un fuerte ataque de hongos (los escandalosos egoísmos nacionalistas actuales), Europa necesita entrar en una nueva primavera de renovación y crecimiento. El coronavirus nos está retando a dar ese paso, pues Europa sigue demasiado fraccionada todavía desde el punto de vista mental y sentimental.

Estamos, pues, ante un panorama en el que ni las armas convencionales ni las atómicas tendrán ficha que mover. La fuerza de la recuperación necesaria no ha de venir de su poder aniquilador de enemigos, sino de la solidaridad que exige valorar a todos los seres humanos, de cualquier raza y condición, como hermanos con los que es preciso colaborar para el bien de todos. En este contexto, se imponen como estructuras sociales consistentes el voluntariado y la gratuidad en muchos ámbitos de la actividad humana. Parece que ahora va muy en serio lo de que, si no nos ayudamos unos a otros para doblegar la crisis, todos pereceremos en ella. A mi criterio, esta crisis es una gran oportunidad para todas aquellas ideologías y creencias que se fundamentan en la gratuidad y en la entrega generosa al servicio de los demás. Es la hora de que el cristianismo, despojado de tantas adherencias históricas, recobre la frescura de su mensaje de salvación como religión asentada únicamente sobre el amor incondicional entre todos los seres humanos como la única forma de amar en serio a Dios.

Al margen de tanto sufrimiento y tristeza, que desencadena la encomiable acción humanitaria gigantesca que está en marcha, la mañana nos ofrece otras curiosidades menos densas, más livianas. Por ejemplo, un día como hoy de 1254, Alfonso X el Sabio otorgó la normativa fundacional de la Universidad de Salamanca, una institución trascendental del saber que tanto honra a mi tierra. También, un día como hoy de 1886, se inventó la Coca-Cola, esa especie de bandera americana que, con su sabor y sus burbujas, ha hecho y sigue haciendo las delicias de medio mundo. Y, finalmente, celebremos, como paso importante para un feminismo sólido y equilibrado, que, un día como hoy de 1931, las Cortes Constituyentes españolas reconocieron por primera vez el derecho de las mujeres a ser elegibles, algo que nos parece tan lógico y sencillo en nuestros días, pero que requirió grandes esfuerzos en su momento.

En resumidas cuentas, la humanidad sigue un camino que nunca dejará de ser ni tortuoso ni escarpado. La vida es un reto que no cesa ni un segundo. El cristianismo es alegría y resurrección, pero ni esa alegría está exenta de llanto ni esa resurrección puede esquivar la cruz.
Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com