Desayuna conmigo (martes, 14.7.20) ¡Vive la France!

El amor nace en los árboles

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Siempre asistí atónito a lo largo de años de estudio a las pugnas soterradas o desprecios indisimulados entre los habitantes de los distintos países europeos, seguramente como sedimento de una larga historia de enfrentamientos, guerras, rapiñas, expolios, engaños y traiciones. La estancia de un curso en Roma, dos en París y uno en Ginebra me demostró con profusión una realidad muy distinta al entrar en contacto no solo con estudiantes y gentes de esos países, sino también con profesores y estudiantes de otras muchas partes del mundo.

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Francia en particular, cuyo día nacional hoy se celebra con satisfacción y alborozo, a pesar del coronavirus, me acogió con brazos tan abiertos que no me costó en absoluto sentirme francés en ella. Desde mi entrada por la Universidad de Dijon en el verano del 67 para aprender fonética hasta mi último adiós en el de 1970, si obviamos soledades y esfuerzos, me encontré allí como en una luna de miel o, mejor, como un hijo adoptivo querido. Fueron años exigentes, de gran apertura al mundo real, forzosamente plural, con la eclosión de una clara percepción del cristianismo como fraternidad universal. Años de estudios intensos, pero también de trabajos con responsabilidades importantes, tanto en el campo de la enfermedad (capellanías durante meses de Cliniques Saint Eloy de Montpellier y de los hospitales de Hazebrouck y Lisieux), como en el de la emigración española en el Distrito 18 de París y en Saint Mandé Tourelle, lugares en todos los cuales fui dejando trozos del corazón.

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Los seguidores de este blog me disculparán por el emocionado título con que hoy abro este desayuno y con el que me acerco mentalmente a Francia para celebrar con todos los franceses y sus simpatizantes no ya la toma de la Bastilla, un día como hoy de 1789, que está en la base de la celebración que de este día viene haciéndose desde 1880 y que tanta trascendencia tuvo para el curso posterior de toda la historia europea, sino mi pertenencia intelectual y emocional a una nación amiga, que tanto me impactó con su acogida y me aportó con su forma de ser y sentir. Nunca podré olvidar el fiasco que, celebrando este día, me llevé en el convento de Saint Jaques cuando acompañé al procurador a la bodega y limpié con un trapo una botella de vino antes de servirla en la mesa.

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Han pasado desde entonces muchos años y no he vuelto por allí y ni siquiera he seguido de cerca su acontecer cultural y cristiano, pero el sentimiento aquí manifestado es sincero y sigue vivo. Hablo de mi propia experiencia, pero también podría hacerlo de la de cientos de miles de españoles que, de jornaleros medio muertos de hambre, allí aprendieron a ser pequeños burgueses gracias al fruto de unas manos laboriosas muy apreciadas por los franceses. Y es que esos españoles iban a Francia a ganarse la vida, con sudor y llanto, no a comer la sopa boba ni a mendigar apoyos sociales o subvenciones. Por mal que le pese a muchos, los franceses nos valoran y nos quieren a los españoles.

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Este 14 de julio nos pone encima de la mesa otra importante celebración, la del “día mundial del chimpancé”, animal en cuyos comportamientos sociales los humanos nos vemos muchas veces reflejados, pues compartimos con él aproximadamente el 98% del genoma. Desde que el 14 de julio de 1960 Jane Goodall, etóloga y antropóloga reconocida internacionalmente, inició sus estudios sobre los chimpancés en Tanzania, no solo hemos conocido los peligros y amenazas que atentan contra esta especie, sino también sabido mucho de sus comportamientos y sentimientos. De ahí que esta celebración nos incite a velar por el trato y cuidado de los chimpancés que se encuentran en cautiverio y a prohibir el tráfico ilegal de todos los demás.

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La verdad es que se abusa mucho de los que están en cautividad porque, por un lado, no se les da, ni mucho menos, el trato que como a seres vivos se les debe y, por otro, se los utiliza como conejillos de indias para investigaciones biomédicas y cosméticas, pues su casi identidad con el hombre facilita mucho las cosas. Deberíamos ser conscientes, además, de que tienen relaciones duraderas, cariñosas y compasivas, entre miembros de una misma familia; de que cazan de forma cooperativa; de que utilizan rocas y elaboran herramientas rudimentarias con varas y ramas de árboles para usarlos como lanzas y de que entienden, incluso, aspectos del lenguaje humano, como relaciones sintácticas y conceptos de números. En definitiva, los chimpancés son una fuente importante de información para  comprendernos mejor a nosotros mismos.

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Para no atiborrarnos ni indigestarnos esta mañana, recordemos someramente la muerte de Billy el Niño cuando solo tenía 23 años, un día como hoy de 1881, a manos del sheriff Pat Garret. La historia real de Billy, vaquero convertido en forajido en el salvaje oeste, seguramente no tuvo más trascendencia que la legendaria, fomentada por las muchas películas de tiros de las que es el protagonista. Y, por otro lado, no dejemos pasar en silencio que un día como hoy de 1954 murió Jacinto Benavente, nuestro flamante premio nobel de literatura en 1922, prolífico autor de casi doscientas obras literarias de tragedia, comedia, drama, sainete y poesía.

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Mención aparte merece el “espíritu de Ermua”, al que aludíamos hace un par de días al hablar del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Tras su muerte, ocurrida en la madrugada del día 13, unas horas después del atentado en la tarde del día anterior, un día como hoy de 1997 comenzaron en Ermua y en otros muchos lugares de España una serie de manifestaciones masivas contra el terrorismo etarra que fueron un punto de inflexión y principio del fin de ETA. Nació así lo que dio en llamarse el “espíritu de Ermua” como una apuesta segura y definitiva por la paz, apuesta que debe seguir en pie como antídoto contra toda tentativa de volver a empuñar las armas como solución de tensiones o crispaciones políticas. Lo españoles nunca deberíamos olvidar que la guerra civil y el terrorismo etarra fueron caminos que nos llevaron al precipicio del dolor insensato.

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Hoy nos han salido al paso, sobre todo, Francia, la nación de la libertad y las iniciativas, pero también una nación sólidamente cristiana, y nuestros congéneres, los chimpancés, animales en quienes florecen los albores de nuestras habilidades y sentimientos primitivos. También lo han hecho las pistolas de fogueo del lejano oeste y las de fuego real asesino de ETA, mientras Jacinto Benavente, que tan bien supo acoplarse a los vaivenes políticos de su tiempo, nos invita a recrearnos con los placeres de la literatura. Es la vida misma, tan rica en sus manifestaciones, la que hoy nos invita a vivir. Sin duda, ello requiere esfuerzo. A vivir con el “¡viva Francia!” de su día festivo, con el derecho a vivir de aquellos a quienes les fueron arrebatadas por las pistolas rápidas del oeste y por las de gatillo ligero de ETA, y también con el de la vida de los chimpancés, esos animales tan parecidos a nosotros y que, quizá sin reservas ni remilgos, con sus balbuceos y gestos den gracias a Dios por sus vidas.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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