El “género”: ¿Teoría o ideología?

En Colombia se han levantado grandes controversias por la llamada “ideología de género” que según se dice se quiere introducir en los colegios o que atraviesa los Acuerdos de paz o a la que se ha referido el Obispo de Roma, Francisco, por ejemplo, en la Exhortación Amoris Laetitiia (56): “Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada ‘gender’ que ‘niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer (…) No hay que ignorar que ‘el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender) se pueden distinguir pero no separar”. Sin embargo, junto a esto, en la academia, en los proyectos sociales y en otras instancias políticas y culturales, se incorpora cada vez más la “teoría de género” porque es una categoría de análisis que, por una parte, deconstruye estereotipos culturales y, por otra, permite incluir a los que, con base en esos estereotipos, se les ha dejado de lado o en condiciones de subordinación. Es decir, es muy importante distinguir que una cosa es lo que se llama “ideología de género”, que parece negativa; y muy otra cosa es una teoría de género, que es necesaria e indispensable. De ahí la necesidad de discernir y “quedarse con lo bueno”.
Concordamos con la explicación que da Francisco sobre la ideología de género en su Exhortación. Pero también estamos de acuerdo con la “teoría de género”, entendida como aquella que nos ha hecho comprender que el hecho de nacer mujer o varón (biológicamente hablando) no debe determinar (culturalmente hablando) que la mujer sea “sentimental, intuitiva, impulsiva, casi irracional por todo lo anterior”, etc., y el varón sea “racional, frío, independiente, de grandes proyectos, capaz de dirigir naciones y empresas, líder innato”, etc.
Esas actitudes que se atribuyen a las mujeres y a los varones en razón de su sexo biológico han llevado a que las mujeres sean consideradas de segunda categoría, se les haya negado la posibilidad de estudiar, limitadas a los oficios domésticos, dependientes de los varones, incapaces de llevar su propia vida y, a los varones, se les haya hecho sentir dueños de todo, incluidas las mujeres y, además, se les haya impedido ser tiernos, llorar, ocuparse de la crianza de los hijos, etc. Todo esto se corresponde a lo que antes llamamos “estereotipo cultural” y que ha hecho mucho daño a varones y mujeres. La categoría “género” ha permitido darnos cuenta de que eso no debe ser así.
También esta categoría ha permitido “incluir” a los que han permanecido excluidos. Cuando se habla de perspectiva o enfoque de género lo que se pide es que se incluya, especialmente a las mujeres –porque han sido las más excluidas en el sistema patriarcal de nuestras sociedades (machismo que el Papa también señala) en todas aquellas instancias en las que no se les ha permitido entrar o no se les quiere dejar entrar o no se toma conciencia de que deben entrar. Y también este enfoque de género quiere responder a las necesidades particulares de mujeres y varones frente a la realidad. En el caso de los Acuerdos de Paz, hay claramente un enfoque diferencial de género que toma en cuenta las situaciones particulares de las mujeres –especialmente- pero también de los varones, para restituirlos tal y como cada género precisa. Ciertamente este enfoque no es negativo ¡sino todo lo contrario!
Pero lo que ha asustado tanto, por ejemplo, en los Acuerdos de Paz es que también los excluidos de nuestra sociedad son la población LGBTI y un país que pretende construir la paz no puede dejarlos fuera. Son colombianos, compatriotas, verdaderos hijos e hijas de nuestro Dios. Ante este hecho inobjetable el mismo Papa dijo: “Si una persona es gay, ¿quién soy yo para juzgarla?
En fin, todo lo anterior implica muchos aspectos y no alcanza este espacio para tratarlos. Pero lo que interesa desde una responsabilidad humana y cristiana es tomar conciencia de que cuando se habla de “género” hay que distinguir entre “ideología” y “teoría” y no es ético ni cristiano, llamar a todo ideología, cuando lo que hay en juego es la dignidad de las personas y la superación de estereotipos de opresión. El cristiano ha de saber dialogar y no puede actuar bajo imaginarios sino con razones válidas, que permitan la convivencia, la tolerancia y la verdad, en este mundo actual, irreversiblemente plural a nivel cultural y religioso. Además, un mundo en el que la Palabra de Dios sigue vigente, siempre y cuando sepamos ofrecerla como Buena Noticia de salvación y no como arma de condena y exclusión, tan lejano esto a la praxis del Reino anunciada por Jesús.
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