El poder y la potencia: el héroe y el dragón

La simbología que mejor encarna el litigio entre la potencia oscura y el poder luminoso es el “mito del héroe”, que cohabita nuestro subconsciente cultural tradicional. En dicha mitología la potencia está simbolizada por el monstruo o dragón, caótico e informe, mientras que el poder está simbolizado por el héroe ascensional sea pagano o cristiano: Teseo o Perseo, san Jorge o san Miguel. En esta mitología está implícita o implicada una axiología o valoración profunda, ya que el héroe poderoso lucha desde la derecha y desde arriba frente al dragón situado/sitiado abajo y a la izquierda. Toda una axiología política que atraviesa el tiempo y el espacio simbólicamente.

El tradicional mito del héroe poderoso y del dragón potencial reaparece en la configuración ritual y folclórica del torero y del toro respectivamente, aquél simbolizando el poder vertical y éste la potencia horizontal. Reaparece aquí la contienda entre el poder patriarcal del torero y la potencia matriarcal del toro, otrora considerado el hijo natural de la Diosa madre y sus fuerzas telúricas.
En la lucha entre la potencia y el poder ha vencido tradicionalmente el espacio del poder frente a la potencia del tiempo, lo celeste o vertical frente a lo terráceo u horizontal, la derecha frente a la izquierda y el autoritarismo frente al libertarismo. La excepción ha sido la inversión revolucionaria, en la que la potencia (popular) prevalece temporalmente sobre el poder aristocrático, una inversión que deja intacto el modelo estructural de vencedores y vencidos.

Sólo la democracia trata de solucionar medialmente este dualismo esquizoide, asumiendo una posición de mediación entre el impulso igualitario de la potencia (popular) y el pulso aristocrático del poder individualista. La democracia media entre potencia y poder, igualdad y libertad, izquierda y derecha, abajo y arriba. La auténtica democracia remedia el dualismo entre la potencia dracontiana y el poder heroico, reconvirtiendo la lucha real en lucha simbólica entre los opuestos compuestos.

En la política clásica la alternativa entre la derecha y la izquierda garantiza la mutua corrección temporal del espacio simbólico. Cuando dicho bipartidismo queda bloqueado, es la hora de pactar directamente entre formaciones opuestas, las cuales requieren mutua corrección democrática o representativa. En este contexto la estructura sustancial del Estado debe reconvertirse en urdimbre relacional de carácter dialógico e intersubjetivo. En efecto, la realidad auténtica consta de contrastes a todos los niveles, contrastes que hay que nivelar o ajustar en justicia, coimplicándolos en un proyecto/proyección de signo común y unitario (com-unitario).

Hemos interpretado la potencia como emergencia matricial y el poder como recurso patriarcal. Pero esta oposición entre potencia y poder se resuelve dialógicamente en su mediación relacional de carácter fratriarcal: el fratriarcado es la coimplicación antropológica de los opuestos, horizontal y vertical, arriba y abajo, derecha e izquierda. En la fraternidad universal todos somos personas, a la vez iguales y diferentes, se trata de una posición ilustrada de inspiración cristiana que se traduce en un humanismo humanitario.

La potencia sin poder es libertarismo, el poder sin potencia es autoritarismo. Pues el poder necesita de la potencia para poder ser realistamente, mientras que la potencia necesita del poder para llegar a ser idealmente. Entre la potencia situada abajo y a la izquierda, y el poder situado arriba y a la derecha, se nos concederá el derecho a buscar un punto de encuentro medial, una centralidad mediadora: alguien podría pensar que así hacemos el propio elogio de la clase media y tiene razón, pues que la clase media es la única que puede mediar entre la derechona y la izquierdona, el arriba y el abajo, de un modo afectivo/efectivo dada su posición estratégica.

Por eso la clase media se reclama de un cierto personalismo o interpersonalismo, frente al individualismo neoliberal y al colectivismo populista. Desde Kant la persona se confronta al Estado como un fin y no como un medio. Sin embargo, en esta revisión personalista el Estado debe transformarse de mero medio técnico-instrumental como en el neoliberalismo, a situarse como ámbito de remediación democrática de nuestros conflictos.

La cuestión actual, como diría M. Duverger, es que el poder es el poder del vencedor frente a la potencia del vencido. Pero en democracia no debería haber vencedores ni vencidos, vendedores y vendidos, sino la complicidad de potencia y poder: el poder de la potencia (popular) y la potencia del poder (político). Y ello frente al mercantilismo cosificador del capitalismo neoliberal, y en favor de una democracia liberal de carácter social.
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