Banderas de guerra que son trapos de cocina.
Hace unos lustros, la convivencia sin “sacramento” y las relaciones sexuales previas y esporádicas avivaron el ardor guerrero de los pastores. Ya más bien antes que después comenzaron los considerandos, las sutilezas, los distingos para terminar escondiendo sus invectivas y dejando que el tiempo impusiera su criterio. Donde hubo banderines de enganche y donde hubo guerra ahora hay olvido, preterición, campo desierto o paz.
En el fondo y en la forma, una lucha contra molinos de viento. O quizá el cansancio de lidiar contra lo irremediable.
Algunos podrán recordar la polémica de los años 60/70 respecto a los anticonceptivos. ¿Qué queda de aquella moralidad pregonada a la contra?
Sí, el tiempo pone las cosas en su sitio, pero demasiadas veces en contra de los criterios pazguatos de tanto doctrinario a destiempo.
Como todo, sirvió mientras existió. Es la misma sociedad civil la que pone las cosas en su sitio.
Un ejemplo relacionado con ese "poner las cosas en su sitio": los "matrimonios de homosexuales". No hacía falta que la Iglesia convocara manifestaciones multitudinarias: la sonrisa misericorde de cuantos asistíamos a la invención de tal patochada, tenía más fuerza que los gritos de los auto proclamados defensores de la familia.
Esa extravagancia política parida por gobernantes sin chicha, quedará como algo que hasta puede llenar las págianas de humor de cualquier "Codorniz" rediviva. Se quiso dar carta de naturaleza (jurídica) a un acto folklórico que la risa de la sociedad hará que se esconda o se encamine por actos más administrativos que protocolarios.