CUESTIONES QUODLIBETALES: HUELGA FEMINISTA / b

La mujer es un animal de cabellos largos e ideas cortas (A. Schopenhauer)
No se nace mujer, se llega a serlo (Simone de Beauvoir)

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El término “sexismo” no se refiere a una hipertrofia de la sexualidad en cualquiera de sus formas, sino a la discriminación social de las personas por razón del género o cualquier situación de dominación de un sexo sobre el otro.

Este vocablo comenzó a utilizarse en EE. UU. a mediados de los años sesenta, en analogía con el término racismo, que denota toda discriminación por razón de etnia o raza. Si el racismo es un prejuicio que afirma la existencia de razas humanas o etnias superiores e inferiores, el sexismo es un prejuicio que sostiene la superioridad de un sexo sobre el otro, normalmente la del hombre sobre la mujer (en esto coincide con el popular machismo).

El sexismo puede manifestarse en ideas y creencias a nivel ideológico, pero también en actitudes o conductas y también en el mismo lenguaje, en cuanto vehículo del pensamiento.

Por ejemplo, no es difícil ver rasgos sexistas en la asimetría semántica de expresiones tan corrientes como “hombre público”, dedicado a la política o “mujer pública”, dedicada al oficio de la prostitución. De forma similar, hay asimetría semántica sexista entre el indefinido “fulano” y “fulana” (mujer de mala vida) o cuando se califica algo de “cojonudo” con un juicio de valor positivo y “coñazo”, con connotación negativa. Sexista es también calificar a la mujer como “sexo débil”.

El término “androcentrismo” se ha construido en analogía con etnocentrismo y es un prejuicio que considera el varón como el centro axiológico del universo y sitúa a la mujer en la periferia. Así, el varón sería superior y medida de todas las cosas, de forma semejante a como el etnocentrismo afirma una etnia o cultura como superior a todas las demás.

La visión androcéntrica del mundo, lo mismo que el machismo, aunque es un rasgo hegemónico en los hombres, puede afectar y afecta también a las mujeres. Desde hace milenios, el androcentrismo contaminó el pensamiento humano, en el ámbito religioso, teológico, literario, filosófico e incluso científico. Lo analizaremos con detenimiento.

Para significar las relaciones de poder entre los dos sexos, los estudios de género, especialmente en el campo de la antropología cultural, utilizan el término “patriarcado”. Etimológicamente significa el poder o gobierno del padre, pero su significado es bastante más amplio. Consiste en el sistema histórico de dominación masculina, basado en la autoridad, privilegios y hegemonía del varón (no sólo del padre) en todos los ámbitos de la vida, principalmente en la pública, pero también en la privada.

En el siglo XIX, Federico Engels, basándose en la hipótesis de Bachofen sobre un primitivo “matriarcado”, sostuvo la existencia de sociedades matriarcales. Sin embargo, la investigación posterior de numerosas culturas a lo largo del s. XX, también en el ámbito de la antropología feminista, demostró, como señala Marvin Harris, que todas las sociedades y culturas fueron patriarcales.

La tesis de la universalidad del patriarcado desbancó el mito romántico del matriarcado, lo que no niega la existencia de sociedades matrilineales, un concepto diferente.

En cuanto al término “feminismo”, está muy extendida una definición tergiversada que lo concibe como una especie de “machismo de signo femenino”, como revancha de las mujeres frente al poder de los hombres. El feminismo es por un lado una ideología que defiende la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en todos los ámbitos sociales, pero simultáneamente es un movimiento social, básicamente femenino pero también masculino, que lucha por la emancipación de la mujer del secular dominio patriarcal o poder del varón.

En el ámbito teórico, se distingue entre un feminismo de la igualdad, el más extendido, y un feminismo de la diferencia. El primero es heredero directo del pensamiento de la Ilustración y reivindica la igualdad real de oportunidades entre hombres y mujeres, en oposición a las desigualdades y diferencias jerarquizadas de género creadas por el sistema patriarcal.

Trata de defender la igualdad de derechos, no la igualdad de identidades. Conviene no confundir la igualdad con la diferencia de identidades (¡viva la diferencia!). El derecho a la diferencia no puede implicar derechos diferentes, pues ello comportaría desigualdad.

Para el feminismo de la igualdad, hombres y mujeres deberían construir su propia identidad personal con independencia de los roles y estereotipos de género. Los roles de género son los atributos y comportamientos esperados de las personas en función del sexo al que pertenecen. Los estereotipos de género son clichés o creencias sobre presuntos rasgos que pertenecen por naturaleza a hombres y mujeres. Por ejemplo, las mujeres son emotivas y los hombres racionales (“los hombres no lloran”).

El feminismo de la diferencia, en cambio, trata de superar el feminismo ilustrado de la igualdad formal de derechos por imitar el modelo masculino dominante. Frente a él propone un modelo alternativo basado en valores diferentes propios de las mujeres, como la sensibilidad, la emotividad, el cuidado, la ternura o la paz frente a la agresividad histórica del varón.

Desde otra perspectiva más utópica, este feminismo lucha igualmente por la emancipación femenina del omnipresente poder patriarcal.
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