Cristianismo, benéfico o maléfico para Europa.

No soy yo quien pueda lanzar al viento loas sobre el pasado del cristianismo. Cervantes, citando a Ariosto en "Orlando Furioso" lo decía: "Forsi altro canterò con miglior plettro", y aquí lo referimos a los panegiristas de las grandes aportaciones del cristianismo. Otros lo han hecho.

 Por más que no podamos negar el inmenso acervo acumulado por el cristianismo, habremos de dejar tal cometido a quienes se dedican a ello entre sus mesnadas. Todo el pasado, en sus labios, es gloria y de ahí las infinitas loas, cantos, escritos, exhibiciones, "visitas guiadas" con que han introducido en las mentes menos críticas las bondades de su religión.

De ahí que nuestro pensamiento, y el de muchos predecesores, pueda significar una bofetada a principios, criterios y conocimientos fuertemente arraigados en las estructuras mentales de casi todos los creyentes, una y otra vez repetidos y enseñados en Occidente.

Pero repetidos por ellos, interesados en que así parezcan las cosas y que no sean lo que son, pretenden que la gente siga pensando que el cristianismo es y ha sido el no vas más en cultura, arte, filosofía, enseñanzas morales, etc. ¿Finalidad? No sucumbir, seguir detentando un poder que, vuelto gelatina, hoy se les escurre entre los dedos.

Pero no es así. Llevo demasiados años estudiando historia y demás ciencias afines y bastantes zambullido en "lo contrario" para afirmar con rotundidad lo que digo y para estar convencido de ello.

La historia es lo que es y es inútil hacer cábalas de lo que podría haber sido si... Aquí no hablamos de eso sino del influjo pernicioso de una creencia, que, como todas, ha sido sectaria y coactiva, sobre Europa.

¡La historia! ¡Qué razón esa de que la historia la escriben los vencedores! El cristianismo, herejía del judaísmo, se alzó con el santo y seña de la religiosidad institucional y desde que lo consiguió, en los albores del siglo IV, no lo ha soltado. Con el añadido de que ha tenido la suerte de “caer” en la sociedad más dinámica y abierta de las que en el mundo han sido.

Con esa conciencia de victoria se ha escrito la historia, la suya y la de los demás. Hasta los actos más contrarios al pueblo y a la humanidad, como revoluciones, guerras, saqueos, magnicidios, genocidios...resultaban justificables e incluso buenos si todo ello redundaba en mayor gloria de Dios. Frase de San Pablo, aunque expresada para justificar una mentira.

Pues eso, gloria de su religión que necesariamente pasaba por el filtro y cedazo de sus representantes en la tierra. Y ha extendido su brazo regular y secular hasta fronteras sin límites. Ha sido el imperio más longevo en tierras de Europa y el más extenso. Quienes en ella han ejercido el poder --papas, obispos, prelados, canónigos e incluso simples sacerdotes-- lo han usado al modo civil, y así, durante mucho tiempo fue un poder "de horca y cuchillo".

Ellos, los cristianos, se regodean en su pasado esgrimiendo, como supremo argumento fáctico de subsistencia, sus aportaciones a la cultura de la Humanidad y alardean de haber preservado la cultura grecorromana, de haber mantenido y avivado en sus cenobios la llama de la sabiduría... ¡Qué engaño de vencedores!

Sólo nos queda la imaginación para calibrar daños. También, y poco a poco, lo que se va investigando, descubriendo y publicando. Pero no es siquiera imaginable el daño que el cristianismo ha causado a Europa.

En los primeros tiempos la destrucción sistemática del mundo antiguo (1); posteriormente el desvío de energías hacia tareas deleznables o improductivas; en el ínterim las interminables guerras de religión; y siempre, el temor imbuido en el alma social del pueblo.

Algo podemos vislumbrar en el espejo del régimen de los talibanes afganos o en la próspera Arabia, sistemas quizá los más parecidos al imperante "sacro imperio" en Europa durante siglos.

Todavía asistimos a patéticos coletazos en el esfuerzo y energías que gasta la Iglesia tratando de preservar parcelas mínimas del inmenso poder del que antaño gozara.  Han perdido la batalla, pero todos hemos asistido a sus denodados esfuerzos por el control de la educación, parcela hasta hace bien poco detentada por ellos; asimismo las componendas y triquiñuelas legales por mantener la exención de impuestos; incluso en algunos países el mantenimiento de leyes que castigan severamente las blasfemias (vaya palabreja nefanda); el que no se vituperen sus divinidades; el que no salgan a la luz las numerosas trapacerías pasadas y actuales...

También en esto han perdido la partida: hoy, como de cualquier actividad humana, se hace chiste, burla y mofa de credos políticos, sociales... y también religiosos. Cierto es que toda creencia merece un respeto, pero no la creencia en sí sino los que creen: no se les puede llevar a juicio ni condenar por creer y defender esto o aquello. Pero lo que creen, como cualquier doctrina,  ¿por qué no? Por otra parte, los denuestos lanzados contra la fe creída, es la manera que tiene el pueblo de superar miedos, opresiones y desagrados.

Las cosas son como son y hay que aceptarlas así, ése es nuestro pasado, pero ello no impide que lamentemos lacras propiciadas por los credos en tal pasado y, sobre todo, que despreciemos como inservible “para hoy” lo que ha sido improductivo e incluso nefasto para el buen desarrollo de la sociedad.

¿Que por qué hablamos del daño del cristianismo en Europa? Sí, daño, porque incluso cuando se reconoce lo positivo de su pasado, no podemos olvidar cuánta energía intelectual perdida por mentes privilegiadas dedicadas a tiempo completo a nimiedades teológicas –bizantinas dijeron en su tiempo— y a asuntos que nada tenían que ver con el verdadero desarrollo social!

Es tópico hablar de ello pero la imaginación se espanta con el recuerdo aterrador de tantísimas personas torturadas, asesinadas, quemadas por nimiedades, como la Trinidad o la transustanciación. En las religiones afines, por hadices o historietas imbéciles referidas a Mahoma –Islam--, o por falsos mesías --Judaísmo--.

¡Cuántos escritos condenados a la hoguera! ¡Cuántas fuentes de conocimiento arrojadas a las llamas! ¡Cuánto pensamiento abortado por no tener cauces para ello! ¡Cuántos filósofos todavía “malditos” por imposición idealista! ¡Cuánta ciencia abortada en el mismo planteamiento! Y hoy, como ayer, cuántos teólogos que recibieron el óstracon a sus cátedras o publicaciones. 

¡Cuántos pensadores de buena fe vieron truncadas sus investigaciones por culpa de documentos de los que no podían disponer por secuestro o destrucción! Incluso del “maestro” Aristóteles, cuyas obras se perdieron por culpa de emperadores, muy cristianos ellos, como Justiniano.

Cuando gracias a traducciones árabes Europa los descubrió, tuvieron que reconocer, a regañadientes, que había sistemas éticos y morales derivados de la filosofía anterior o coetánea al cristianismo. Y decían: Eran prefiguraciones de la Verdad venidera…¡Estólidos!

Y si descendemos del monte al llano, añadamos el daño social producido por condenar al pueblo a vivir en el temor a “pensar” mal, incluso sin saberlo; a vivir en un miedo omnipresente a todo, especialmente a la muerte, con o sin confesión o al Juicio Final.

O la perpetuación durante siglos de sociedades de analfabetos, sociedades, no lo olvidemos, controladas en los estratos inferiores por los rectores de la fe, a veces tan ahítos de ignorancia como ellos.

Todos los que pensaban un poco no podían por menos de vivir en un estado de terror por la posibilidad de errar, a la vez que generaban imponentes sistemas lógicos y dialécticos absolutamente improductivos.

Tienen suerte de que la sociedad actual haya sido y siga siendo tolerante y olvidadiza. O como diría E.P.Thompson por “la enorme condescendencia de la posteridad”. No, no han recibido de forma congrua el “premio” al daño producido.

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(1) En su momento me impresionó la lectura del libro del profesor Vlasis Rassias, “Demoledlos”, sobre la destrucción sistemática de la cultura y religión antiguas durante un mínimo de cinco siglos. Ya en 2006, en los inicios de este blog, hice recensión de él.

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