Cristianismo e historia: la perspectiva científica /3

El escepticismo organizado es un valor básico de la ciencia   (Thoms Merton).

En el caso particular de la historia del cristianismo, el enfoque científico es crítico, en oposición al teológico confesional, que es dogmático. Son dos métodos antitéticos que se rigen por procedimientos opuestos, no conciliables entre sí.

El método histórico-crítico, negado por los fundamentalistas protestantes e integristas católicos, aplicado al estudio de la Biblia y al nacimiento y desarrollo histórico del cristianismo, se abrió camino de forma lenta y con enorme dificultad en la época contemporánea, con la oposición y condenas emanadas de la jerarquía católica contra los considerados errores del pensamiento moderno.

El lector interesado puede constatar esta condena del pensamiento moderno leyendo el Syllabus de Pío IX, el papa que se autodeclaró infalible (1) ex sese, no ex consensu Ecclesiae (por sí, sin el consenso de la Iglesia).

En el estudio crítico de la Biblia la tradición protestante se adelantó en cien años a la católica, la cual manifestó una enorme resistencia a los nuevos métodos, como se hizo evidente en la crisis del movimiento modernista de comienzos del s. XX, cuyo protagonista más conocido fue el investigador y erudito francés Alfred Loisy.

El método teológico tradicional identificaba las definiciones dogmáticas de los concilios y sus artículos de fe ortodoxa con los hechos históricos, como si fueran la expresión verdadera de los mismos y en continuidad con la figura histórica de Jesús, considerado el fundador de la religión cristiana.

Con este procedimiento dogmático se invadía el campo conceptual y racional de la ciencia histórica. El Jesús histórico nunca se consideró un ser divino ni la segunda persona de la Trinidad.

El magisterio eclesiástico, por ejemplo,  se extralimitaba en sus funciones al afirmar como hechos históricos los dogmas, entre otros, la virginidad de María, la encarnación, el evento sobrenatural de la resurrección de Jesús, o la institución por el Jesús divinizado de un nuevo culto sacramental. 

Se trataban los evangelios, tanto los tres sinópticos como el de Juan como documentos históricos fidedignos, sin distinguir en ellos los hechos legendarios de los hechos históricos, y sin separar los relatos míticos o simbólicos de los relatos históricos.

El uso habitual del términoJesucristo, antes señalado, supone ya un sesgo confesional implícito, al no distinguir entre el Jesús histórico, predicador galileo y el Cristo de la fe, figura celeste y mítica de la cristología de Pablo, continuada más tarde por los evangelistas, después del año 70 del s. I y por los otros escritos del N.T.

Tal distinción es el abc de la investigación independiente desde el deísta alemán Hermann Samuel Reimarus a finales del s. XVIII, aunque ya había sido insinuada de forma incipiente en el s. III por el filósofo neoplatónico Porfirio.

De modo semejante, al  mezclar  de forma confusa la teología con la historia, se afirmaba que la única interpretación correcta de los textos bíblicos era la del magisterio eclesiástico, autoproclamado único guardián de la ortodoxia, como consta en numerosos documentos oficiales. Esta pretensión de poseer la interpretación verdadera, servía de legitimación para perseguir los errores de los innumerables heterodoxos a través de la historia.

La reconstrucción del cristianismo desde un enfoque histórico es una tarea paralela a la deconstrucción de la imagen distorsionada de Jesús, construida por la teología, que continúa en la actualidad.

La presunta fijación de una ortodoxia proclamada como verdad absoluta e inmutable, que interpretaba de forma especulativa y filosófica la revelación bíblica, queda desmentida por la propia historia de la dogmática, que va corrigiendo las diversas fórmulas  dogmáticas en polémica con las opiniones de los numerosos heterodoxosMarción, Arrio, Eunomio, Sabelio, Macedonio, Nestorio, Eutiques, Apolinar, Pelagio, Lutero y muchos otros a lo largo de la historia. La investigación independiente y crítica ha demostrado que existe una evolución de la doctrina  referente a los dogmas, a la moral y al culto sacramental.

La filosofía de la ciencia contemporánea, especialmente las obras  de K. R. Popper y de Mario Bunge, se ha implicado en la demarcación entre la verdadera ciencia y las diversas pseudociencias. Según Popper, una teoría que no pueda ser refutada por ningún acontecimiento concebible no es científica, de modo que “la irrefutabilidad no es una virtud de una teoría, como se cree habitualmente”, sino que es un vicio, pues “todo conocimiento científico es hipotético y conjetural”.

Mario Bunge define la pseudocienciacomo un conjunto de creecias, que tienen la pretensión de pasar por conocimiento científico (hipótesis o teorías), cuando realmente no lo son, por no cumplir los requisitos exigidos a la verdadera ciencia. Como ejemplos clásicos de psudociencia cita lateología, la ufoloxía, la astrología, la biología creacionista o la parapsicología, dedicada a cazar fantasmas. 

Las describe como charcas de agua contaminada al lado del río de la ciencia, en la que beben multidudes de crédulos e incautos, como se vio recientemente con los negacionistas de la última pandemia, apoyados por el nacionalpopulismo de líderes políticos, como Trump o Bolsonaro.

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(1) Véase el libro del jesuita  Martina, Giacomo (1970), La Chiesa nell'età dell'assolutismo, del liberalismo e del totalitarismo,   Morcelliana, Brescia, p. 597 ss. Traducción española con el título La Iglesia, de Lutero a nuestros días (3 vols.), Ediciones Cristiandad, Madrid.       

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