Dejemos los Evangelios de una vez.

Sin ánimo alguno de entrar en polémicas, les supongo a todos cuantos aquí entran conocedores de los conceptos más elementales relacionados con los Evangelios. Yo, después de mucho seguir a mi consejero áulico Antonio Piñero, amén de otros que también he consultado antes de saber de él, tengo claras las cosas en relación a los escritos del Nuevo Testamento.

Tampoco creo que lo que sabemos de los Evangelios incida demasiado en la credibilidad que merecen ni tampoco en la aceptación o rechazo de los mismos por un quítame allá esas pajas de si son tardíos, de si son copias de copias de copias, si los evangelios actuales tienen añadidos o interpolaciones, de si no pretenden hacer historia... Hoy como ayer el lector de los Evangelios y Epístolas lo que buscan es confirmación y alimento de su fe. Para qué buscar tres pies al gato si el asunto no trata de gatos.

Todos sabemos que ninguno de los cuatro evangelistas era discípulo de Jesús ni eran apóstoles. Los Evangelios son, así de claro, anónimos. A mediados del siglo II a quien fuera se le ocurrió poner nombre a los autores de los mismos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Y dijeron que Mateo y Juan habían sido apóstoles, en tanto que Marcos había sido el secretario de Pedro y Lucas el acompañante médico de Pablo. Lucas, como no se fiaba demasiado de las visiones de su maestro Pablo, dijo de su Evangelio que lo había compuesto recabando todos los datos posibles sobre Jesús. Pero no se privó de recoger noticias que nadie se puede creer, como todo lo referido a la infancia de Jesús.

Y, curiosamente, el orden en que se citan tampoco corresponde a razón de peso alguna, como pudiera ser la de prelación histórica; tampoco por el grueso del libro: Mateo, 28 capítulos; Marcos, 16; Lucas, 24; Juan, 21. El orden cronológico debiera ser Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Y antes de éstos, otros “evangelios” perdidos que sirvieron de base para la relación de los sinópticos al menos.

Pudiera ser que aquellos “evangelios” primeros, que según parece eran recopilación de dichos de Jesús, estuvieran escritos en arameo, la lengua hablada en Galilea e incluso en Jerusalén, pero los Evangelios que se conservan están escritos en griego, los cuatro. Aquellos apuntes primeros les servirían para confirmar, con sus dichos, que el Mesías había resucitado y estaba sentado a la diestra de Dios Padre.

Recordemos que Jerusalén fue asediada el año 67 y destruida el año 70. A partir de esa fecha hubo una dispersión de judíos –la Diáspora— a otras provincias del Imperio, sobre todo de grupos que creían en Jesús y mal acomodados entre los judíos ortodoxos de Israel. Su apostolado primero lo realizaron en las sinagogas, exponiendo las profecías del A.T. sobre Jesús y cómo éste las había cumplido. Pero a la vez esparcieron su doctrina entre gentiles filo-judíos. Los profetas también habían dicho que la fe en Yahvé debía extenderse a todas las naciones (Isaías, 66.20).

Necesitaban material escrito para tales predicaciones, sobre todo aquellos predicadores que no habían convivido con Jesús ni habían tenido relación directa con los Apóstoles. Así nacieron relatos breves fundados sobre todo en la tradición oral, que los estudiosos llaman “fuente Q” (que no deja de ser una redundancia, porque “Quelle” /kvel.le/ en alemán significa “fuente”).  El Evangelio de Marcos nació de esas fuentes, hacia el año 70 o más tarde. El cap. 13 es sintomático: o se refiere a la desolación que está sucediendo en Jerusalén o ya ha sucedido, que sería lo más probable. De ahí la fecha de redacción. El que se suponga su redacción en Roma sería para convencer a los romanos que no todos los judíos eran iguales: los “cristianos” no habían participado en la rebelión. Es más, fueron los judíos los que condenaron a Jesús, un judío no violento ni revolucionario.

También se supone que Marcos conocía la doctrina esparcida por Pablo de Tarso. Lo que Pablo enseñaba era teología de una vida y una muerte, la de Jesús, algo por encima de dichos y hechos. Marcos también intenta en su Evangelio que se mire la vida de Jesús con otros ojos, los que ven en Jesús el Mesías o el Dios presente entre los hombres, el Dios salvador, el Dios hecho hombre, etc.  A fin de cuentas, aquellos “dichos” de Jesús recopilados, no dejaban de ser moralinas que cualquier Juan Bautista podría haber escrito.

Y éste fue el choque principal entre los seguidores de Jesús residentes en Palestina, los judeocristianos, que veían a Jesús sobre todo como un profeta, el Mesías que liberaría a Israel de sus enemigos y que haría la guerra ayudado por ángeles nada menos; el que cumpliría las promesas de que Israel era el pueblo elegido que dominaría el mundo. Y éstos, los Doce, por más que digan que se esparcieron por todo el mundo, es más seguro que no salieran de los límites de Palestina: los había engullido Pablo de Tarso.

Pero, como decimos, los Evangelios se escribieron fuera de Palestina, en terrenos ya dominados por la predicación de Pablo y sus “apóstoles”, cuyos nombres aparecen en las Epístolas paulinas. Y se escribieron sobre todo entre gentiles. Los judíos quedaron haciendo patria, de entonces hasta nuestros días.

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