Dios -Logos o dios - logos.

El concepto “Dios”, de una u otra manera, está en la mente de todos los hombres, sea cual sea su creencia… Ahora bien, mientras para unos “dios” no pasa de ser una creación del hombre otros defienden su sustancialidad, creen en ella y la reverencian. El acercamiento de ambas posturas es asaz difícil por no decir imposible. Está en juego la realidad de un concepto.

En las cartas entre Benedicto XVI y P.Odifreddi, ambos están de acuerdo en asignar a Dios el concepto de “Logos”. En lo que difieren es precisamente en la asignación de atributos. Logos, que en griego quiere decir “palabra, pensamiento, idea, orden, razón” aparece en el Evangelio de Juan, autor que hace acopio de toda una tradición del pensamiento griego y helenístico.

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Podría referirse a una divinidad abstracta, pero desde el momento que tal dios decide nacer, las cosas cambian: el dios/logos se hace historia, realidad, se encarna. Y se sustantiva en Logos.

Logos, asimismo y siguiendo la teoría de Jung, podría asimilarse a un arquetipo del pensamiento universal, del hombre. Arquetipos son la figura de Don Juan, Don Quijote, Buda, Venus… Este Logos/Dios no pasaría de ser una de esas concreciones del pensamiento humano, quizá la más estilizada, universal y pletórica de cualidades.

El mito Dios/Logos/Palabra es enormemente sugestivo, lleno de vitalidad intelectual, susceptible de complejas elaboraciones (teología de alto nivel), capaz de enardecer la mente (mística) y de cautivar los corazones (fieles sensibleros). No es extraño, pues, que la mente de sus prosélitos se resigne a enmarcar tal mito en el reducto de una pura “imago mentis”. El fiel creyente necesita hacerlo realidad, darle vida.

En este sentido, el logos/Logos, que sería pensamiento común en los hombres, se convierte en algo trascendente, en el sentido de que trasciende lo humano, trasciende el puro relato para quedar objetivado y lleno de vida.

Pero ¿es así la realidad? ¿Está en juego la capacidad electiva del hombre? No es cuestión de elegir opciones ni está en juego la libertad de pensamiento o el respeto a las personas. Cuando el hombre no tiene posibilidad alguna de constatar realidades, porque superan sus capacidades –el logos convertido en Dios—debería restringir su elección a aquello que no excede los límites del conocimiento humano verificable y comprobable.

El conocimiento del hombre no es más que experiencia y dios no es objeto de experiencia.

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