Don Quijote y don Pío Rosarillo.

Pasó el “cuatrocientos aniversario” de la publicación del Quijote...


¡Los ordinales! Lo mismo que no se dice el “dos aniversario” ni “entró en la meta en el cinco puesto”, tampoco debiera decirse “ha celebrado su ochenta cumpleaños”, “llegó a la meta en el puesto cuarenta y dos”, “se ha celebrado el treinta y seis congreso”...


Pues eso, que el pasado año celebramos el “cuadringentésimo aniversario” de la 1ª edición oficial del Quijote; y si tal ordinal no se conoce, dígase otro más fácil, el “cuarto” Centenario del celebérrimo producto de las prensas de Juan de la Cuesta, allá por febrero de 1605, dicen que en C/ Atocha, 85 de Madrid (aunque yo no he visto placa alguna en dicho número).

Las lecturas posibles del Quijote son, han sido, dispares, enjundiosas y prolíficas. Remito a dos, la de Unamuno y la de Gregorio Marañón, habiendo otras como las de Azorín, Ramiro de Maeztu, incluso el poema de Rubén Darío “Rey de los hidalgos”, etc.

Las mías: dejando aparte el “Quijote para niños”, obligado en la escuela, mi primera lectura del Quijote la hice buscando figuras literarias y refranes: saqué un cuaderno bien repleto de apuntes; la segunda para contrastar hechos históricos y quizá por puro placer; la tercera, por necesidad profesional y por más placer, buscando aspectos relacionados con el romancero, los cancioneros musicales y con los poetas que presumiblemente leería Cervantes…

Pero hete aquí que por culpa de Religión Digital descubrí un aspecto no previsto: el paralelismo real entre el mundo fantaseado por Quijote/Cervantes y el de los crédulos.


Conste para sucesivas ediciones, que “crédulo” es el verdadero antónimo de “in-crédulo” y así lo usaré a pesar de la carga despectiva que encierra.


Don Quijote, no Alonso Quijano, podría intitularse prototipo del perfecto creyente /crédulo:

a) construye un mundo de símbolos y realidades en las que vive y a las que somete su criterio de conducta;
b) adecua su vida a una doctrina y a una fe creída y vivida;
c) sus pretensiones son nobles y de altas miras;
d) atiene su hacer a modelos previos;
e) el espejo de perfección es su “señora” a la que ofrenda sus andazas, a la que dirige sus plegarias y a la que se encomienda;
f) no admite de ningún modo las burlas de Sancho respecto a lo que cree y por dos veces se lo recuerda en sus espaldas …


¿Difiere en algo su mundo del de un creyente/crédulo? ¡En nada! ¿Pero es un mundo falso? ¡No para él, desde luego!

a) ¿Qué diferencia hay entre la acción caritativa de su convecino Pedro Alonso, o del mismo Quijote al rescatar al criado Andrés de su amo Juan Haldudo, y la del Buen Samaritano?
b) ¿Y entre las confidencias de don Quijote con la dueña Doña Rodríguez y las de Jesús con María, en Betania?
c) ¿Y entre el ensartar Don Quijote los monigotes del “titerero” Maese Pedro y los zurriagazos propinados a los mercaderes del templo?
d) ¿Qué diferencia hay entre Clavileño y la barca de Pedro repleta de peces? Remito, de pasada, a la maravillosa homilía de San Gregorio Magno explicando por qué, en el evangelio de Juan, fueron exactamente 153 peces. Et sic alia.


Dos mundos enfrentados: el de los crédulos, sean locos o píos, y el de los razonadores. ¿Quién puede situarse al margen de ambos, para establecer el fundamento, la realidad, la diferencia, la verdad del mundo respectivo? La pregunta, conste, no es en absoluto baladí. Lo mismo que un pez no puede juzgar el mundo de las aves, así ni Don Quijote ni Don Pío Rosarillo pueden opinar del mundo de los cuerdos o razonadores ni menos echarlo por tierra. Y viceversa.

Si dicen “¡Es que Don Quijote estaba loco!”, el Caballero de la Triste Figura respondería con parejo exabrupto: “La razón de la sinrazón que a vuestra razón se hace…” Y añadiría: “Vuesas mercedes las más de las veces creen lo que creen, sin querer creer lo que creen”.

¿Quién se halla fuera de ese ámbito dual para poder juzgar de locos a los crédulos y de cuerdos a los razonadores? Lo tengo que admitir: ni yo ni mis ancestros los filósofos existencialistas, materialistas o moralistas lo estamos, por padecer un tercer género de locura, el de intentar desvanecer las nieblas de la credulidad con el soplo efímero y débil de la racionalidad. Aunque en ello estamos.

Hay otro aspecto en los prolegómenos del Quijote, ciertamente apasionante: cómo la primera intención confesada por Cervantes fue la de denostar y raer de la faz bibliófila los libros de caballería… ¡por la vía del humor!

¡Quién nos diera poder tener una pizca de ingenio para intentarlo con la credulidad! ¡Hay tanto ridículo en las prácticas crédulas!. La credulidad no admite la risa como recordó Umberto Ecco en “El nombre de la Rosa”. No seríamos los primeros. Recordemos a Samuel Butler (1612-1680), poeta inglés, que importó el Quijote para fustigar el puritanismo rampante inglés con su “Hudibras”.
Volver arriba