Ecclesia semper reformanda.

Una primera razón a su propia pregunta: La respuesta es que no quiero dejarme arrebatar algo que forma parte de mi vida… … en una palabra, nací en un solar católico que no me gustaría perder ni abandonar, y esto como teólogo. ¿Cómo teólogo?
Y en otro párrafo, añade: No sólo por razón de mis raíces católicas sino también por razón de esta tarea (la de teólogo)que para mí es la gran oportunidad de mi vida y que sólo puedo realizar plenamente siendo teólogo católico en el marco de mi facultad teológica. Sus raíces lo hacen católico; su tarea lo confirma en su credo. El Concilio Vaticano II lo tuvo como asesor; Juan Pablo II lo defenestró como teólogo. Así es de voluble la fortuna.
¿Y no existen otras razones? Al menos en el artículo de referencia no se ven.
Da igual. Son dos razones suficientemente fuertes como para ponerlas en parangón con las razones que otros puedan dar de las suyas. Por lo general son razones afectivas y emocionales, razones que priman también cuando de votar o encuadrarse en un partido político se trata. La Iglesia para Küng es la madre que no para mientes en la fealdad de su hijo, que para ella es lo más hermoso del mundo.
Y tanto en este artículo como el la célebre carta dirigida poco ha al actual papa --respondida por Francisco el pasado 4 de marzo--, entra a diseccionar los males que aquejan a la Iglesia, que, en el fondo, no son otra cosa que la misma estructura que la sustenta. Y contra eso poco puede hacer un papa quizá bienintencionado como el actual.
La frase del título, “Ecclesia semper reformanda”, es del propio Francisco y está tomada de dicha respuesta a Hans Küng, que hace dos meses cumplió 88 años. Desde luego que la Iglesia siempre ha estado en un proceso de reforma, pero muy a su pesar. La Iglesia no quiere cambiar: siempre lo hace a regañadientes y siempre llega tarde.
Sucedió con Lutero, drama que se cerró en falso con Trento, cuyos efectos han pervivido hasta nuestros días. Recordemos asimismo el caso del Modernismo y del sacerdote Rosmini. Sus ideas fueron condenadas por el Vaticano I y aceptadas por el Vaticano II. Llegaron demasiado pronto. Como quizá suceda con H. Küng.
Quizá hoy las cuestiones dogmáticas no sean tema de debate ni de puesta en duda. Pero hay otros cánceres que corroen a la Iglesia católica y que han dado como resultado la espantada de gran parte de la sociedad.
Sus ritos están esclerotizados; falta vida y espíritu en la vivencia de lo que creen; sus jerarcas remiten los problemas muchas veces a un Derecho Canónico trasnochado y envuelto en “juridicismo”; internamente viven todavía de los fastos triunfalistas, ayer rituales, hoy en celebraciones festivas donde se exhibe al líder y cuyo culto es poco menos que adoración del dios en la tierra; por más que pretendan haber dado paso a la diversidad, todavía el centralismo impregna y controla todo, donde la disidencia se mira con lupa y desconfianza; con relación a sus propios pensadores, el dogma sigue siendo algo intocable y rígido, por más que determinadas investigaciones hagan ver la necesidad de definirlo de otro modo…
¿Ecclesia reformanda? Poco menos que imposible con las actuales estructuras de funcionamiento.
Y el mundo camina por otros derroteros. El hombre se sigue preguntando por Dios y lo hace de manera distinta a como lo hacía en tiempos pasados. Lo mismo que la mente del hombre evoluciona, individual y socialmente, de igual modo debiera hacerlo la esclerotizada Iglesia. Y no es así.
Y a los que miramos las cosas desde fuera, ¿qué nos va o nos viene? Pues desde luego que nos da igual y que con su pan se lo coman y que cambien todo para que nada cambie, que dicho en el original francés suena mejor: Plus ça change, plus c’est la même chose. Es el lampedusismo hecho realidad en la Iglesia. Y eso sucederá al paso de Francisco.