SOBRE EL FANATISMO / 4

Es peligroso usar tópicos cuando se trata de una figura tan poliédrica como él, pero a la fuerza tenemos que servirnos de conceptos previos que sean comunes. Es lo que decíamos en el artículo primero: la necesidad de encuadrar en nuestros esquemas mentales lo que vemos, para poder entenderlo.
Es lo que nos pasa en este caso, la necesidad de servirnos de una palabra inteligible para todos, el fanatismo y así hacer un retrato psicológico del individuo fanático, sea el fanatismo que sea, religioso o político (en este “páter” creemos se daban ambos quizá sirviendo el segundo al primero).
Dos características definen al fanático: por una parte la defensa tenaz, a veces desmedida, de sus creencias, ideas y opiniones; por otra, el entusiasmo y preocupación ciega por algo que incita a la acción.
Damos por supuesto que en todo lo que se pueda decir hay grados. Así, se podría hablar de personas “más o menos fanáticas”. En un grado elevado, el fanático cree estar en posesión de la verdad, por lo tanto nadie puede cuestionarle; no se presta fácilmente a razonamientos y en general no los admite, menos desde luego una discusión sobre lo que para él son dogmas infalibles; lógicamente trata de convencer a los demás, como sea, de su verdad; no cree en que sobre determinados aspectos de la vida, pueda haber pensamientos diversos o divergentes.
En otro orden de cosas, en lo que a integración social se refiere, la persona fanática se distingue por dos rasgos esenciales, la absorción de la individualidad en la ideología colectiva y el desprecio de la individualidad ajena (Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido.). Una persona es “individuo” porque es único e insustituible. La “individualidad”, en su forma más exaltada, genera héroes, artistas, filósofos, santos… aunque también grandes criminales, siempre dentro del entorno social que da forma al “estilo de época”.
En el campo contrario, nos encontramos con la persona “mediocre”, que pretende encasillar dentro de su camisa de fuerza mental todo lo que supera la media. El fanatismo crece dentro de ese submundo de personas mediocres con pretensiones de prejuzgar a los demás. No es el caso de nuestro “páter”, que en cierto sentido se creía único. ¿Entonces qué?
El fanatismo no es mera exaltación frenética. Generalmente el fanático no suele ser una persona irritable, nerviosa o rabiosa. A él le basta sintonizar plenamente con la ideología colectiva donde puede expresar sus sentimientos, vivencias y aspiraciones. El fanático piensa, siente, ama, odia, quiere y actúa con el colectivo que más se ajusta a su mentalidad.
¿Tiene lo que decimos algo que ver con la conducta de nuestro personaje? En parte sí, en parte no. El que en su tiempo llamaron “padre” se había incardinado a una Congregación religiosa; era todo su mundo y de ella bebió consignas y hasta sentimientos. Lo que expresan sus gestos y lo que leemos en sus entrevistas tienen visos de reproducir conductas tópicas del que está convencido de que sus ideas son las que debe seguir la sociedad. En este sentido podríamos decir que era un fanático.
Sin embargo, no podemos englobarlo dentro del mundo fanático, en primer lugar porque parecía ir “por libre”, él solo, enfrentado a quien fuera; y porque toda su vida fue un constante querer salir de la mediocridad pretendiendo realizar obras que supusieran una ruptura de lo que se venía haciendo hasta entonces. Él buscaba la redención de la persona, del marginado, especialmente por la educación… aunque también por la predicación de la fe.
Nuestro padre fue una figura tan paradójicamente ecléctica, tan poliédrica, que difícilmente se le puede encasillar en tal o cual categoría. Pero sí, tenía elementos propios del fanatismo: por su convicción inconmovible y por buscar si no la incardinación en grupos sociales tan “sui géneris”, cercanos al anarquismo, sí su anuencia.
Para el fanático la aprobación crítica de las ideas colectivas se convierte en su estructura mental, en la esencia que vivifica su personalidad. La Congregación religiosa, el Partido, la Hermandad… suplen la función nominativa y definidora que antes correspondía a la familia o a la profesión.