Sargón, Rómulo, Moisés.

Aparece en la revista “Historia. National Geographicic” de enero un largo artículo dedicado a Ciro II el Grande, rey persa aqueménide que reinó entre el año 539 y 530 a.c. Como entradilla leo el siguiente texto:

Los orígenes legendarios de Ciro son muy semejantes a los de otros héroes abandonados en su infancia, como Sargón de Acad, Moisés o Rómulo. Heródoto nos transmite el siguiente relato. Cuando nació Ciro, su abuelo materno el soberano medo Astiages soñó que le arrebataría el trono y ordenó a su consejero Harpago que matase al pequeño. Pero aquel lo dio al boyero Mitradates, cuyo hijo recién nacido había muerto. A instancias de  su esposa, Mitradates le puso a su hijo difunto los ropajes de Ciro y lo abandonó en el bosque, mientras que crió al príncipe. Un día, Astiages reconoció al joven por su prestancia y castigó la traición de Harpago matando a su hijo y sirviéndole su carne en un banquete.  Tiempo después, Harpago ayudó a Ciro cuando se rebeló contra Astiages y lo destronó.

Las leyendas se repiten y en el relato anterior reconocemos historias “sagradas” relacionadas con Moisés en el Antiguo Testamento, y con Jesús en el Nuevo. El faraón infanticida del Antiguo Testamento se llamará Herodes en el N.T.

El rey Sargón de Acad murió hacia el año 2.215 a.c. Una leyenda posterior, del siglo VII a.c. dice:  

Mi madre, suma sacerdotisa me concibió y en secreto me parió. Me dejó en una cesta de junco, con betún me selló la tapa. Me echó al río, que se alzó sobre mí… Akki el aguador me tomó como su hijo y me crio. Ishtar me concedió su amor, y durante […] años he ejercido la monarquía

De los hermanos gemelos Rómulo y Remo es conocida su leyenda como fundadores de Roma. Fechan su vida legendaria en el siglo VIII a.c. Leemos respecto a su infancia lo siguiente:

Amulio, temeroso de tener en el futuro dos posibles rivales, ordenó su asesinato, pero el hombre encargado del infanticidio no pudo cometerlo y los abandonó a su suerte en el río Tíber. La corriente llevó la cesta en que estaban cobijados a un pantano llamado Velabrum, en un lugar entre las colinas Palatino y Capitolio llamado Cermalus. 

Las leyendas sobre Moisés se conocen por el libro del Éxodo. El que dicen  que escribió el Pentateuco y que liberó al pueblo hebreo de la tiranía del faraón, perteneció a la segunda generación de israelitas descendientes de Jacob, afincado en Egipto. Dice también la leyenda que se libró de la muerte decretada por el faraón contra los recién nacidos porque su madre Jocabed lo escondió durante tres meses, aunque, al fin, al no poder ocultarlo por más tiempo,  lo depositó en el río en una cesta embreada. Una princesa egipcia lo encontró y lo adoptó como hijo suyo hasta llegar a consejero áulico del faraón y primer ministro.

Los estudiosos afirman con toda seguridad que Moisés no pudo escribir ningún libro del Pentateuco, relatos que responden a cuatro o cinco “tradiciones” o escrituras (Y, E, D y S), las principales la Yahvista y Elohista, según los dos nombres con que citan a Dios, Yahvé y Elohim (éste, por cierto, es un plural).  Y deducen, también, que el Pentateuco fue escrito entre el siglo X, como fecha más tardía, y el años 400 a.C. como más temprana.

También se ha puesto en cuestión la existencia real de Moisés, pudiendo tratarse de un epónimo o personaje que reúne en sí los signos y características de distintos pueblos o tribus, como lo fue Abraham.

Las historias que relatan temores paranoicos de ciertos tiranos son frecuentes. La más conocida es la de Herodes, temeroso de que un recién nacido le arrebatara el trono, por lo que decretó la matanza de inocentes. El matar a posibles rivales ha sido una constante a lo largo de la historia, asesinatos reales o mitológicos. Se podría entender incluso la matanza de los Romanov por parte de los bolcheviques el 17 de julio de 1918 como remedo final de una obsesión secular.

Siempre ha sucedido a lo largo de los siglos: las leyendas de unos pasan literales o tergiversadas de unos pueblos a otros. Ese “nihil novum sub sole” nos confirma el hecho de que muchos relatos del Antiguo y Nuevo Testamentos no son sino copia de leyendas anteriores, mesopotámicas, egipcias e incluso hindúes; que no se pueden tomar al pie de la letra; que se han de entender, no como relatos verídicos o históricos sino como alegorías de hechos reales distintos o como explicación fabulosa de sucesos, inquietudes o instintos humanos.

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