Seminario, vocación religiosa, ¿decepción clamorosa?


Tanto en blogs aledaños como en artículos que cadenciosamente aparecen en Religión Digital aparecen noticias relacionadas con el estado calamitoso en que se encuentran los Seminarios españoles. No de piedras cuanto de íncolas.

Las cifras son las cifras y las causas son de muy diversa índole y cada uno puede adjudicar culpabilidades según criterios de conveniencia: que si los obispos y su mal hacer, que si la sociedad pletórica de laicismo, que si la falta de valores en los jóvenes, que si las familias...

Si ahondamos en la relación del vocacionado con su vocación -- porque a fin de cuentas es el individuo, la persona única, quien elige el camino por el que va a transitar o del que se va a desviar-- quizá percibamos aspectos más recónditos o sucedáneos causales.

Ya de por sí resulta sarcástica la paradoja de la por ellos intitulada vocación religiosa como respuesta afirmativa a la llamada de Dios que no es otra cosa que el encubrimiento de un destrozo, el de muchas vidas encandiladas por el servicio a un proyecto sublime.

Y la paradoja estriba en que cuando siguen la vía emprendida es vocación, gracia, colaboración con Dios; en cambio si desertan, si ven que eso no era lo suyo, que no se sienten llamados... siempre hay unas palabras evangélicas henchidas de angustia, como un volver la vista atrás, dar de lado la llamada de Dios, culpa, fracaso...

Todas las cursivas son expresiones manejadas una y otra vez por “el estamento”. Palabras que ocultan un tinglado artificioso condicionando el vivir diario de un hombre al que infunden sentimientos de culpa y miedo al fracaso: Señor, no soy digno de ti, quiero serlo, ayúdame en la duda, fortalece mi fe... Era vocación encandilar a un niño de doce años con instalaciones, compañeros, excursiones... Es traición la reflexión personal, el percibir "que no"...

Muchos, los más, en el pasar de los días, en el lento transcurrir de las horas silenciosas dedicadas al arrobo en la meditación, absortos en lo divino, lo único que sienten es el in-alienante deseo de gritar un rotundo y enérgico “¡Se acabó”!

Es ésta una de las realidades: la humana necesidad de romper con proyectos que destrozan vidas quebrando ilusiones sin vislumbre de horizontes.

La otra realidad es la de seguir... ¡huyendo hacia delante! El seminarista “menor” no vive contento con el presente, pero piensa que los años de “estudios sacerdotales” traerán la plenitud a su alma. Cuando llega, siguen las dudas, pero atisba nuevos horizontes y confía en que la ciencia de Dios, la “teología”, lo llene: pero tampoco. Y huye hacia el “diaconado” –¡quiere pertenecer a la estirpe de Esteban!— para luego, ah, la suprema dignidad del “sacerdocio”. Ésa sí le henchirá y colmará de Dios.

Pues tampoco.
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