¿Sigue siendo infalible el papa?

Dogma tan fundamental e importante para la Iglesia no tuvo momento oportuno para ser proclamado en mil ochocientos años de historia y concilios mil. ¡Los papas no se convencieron de que eran infalibles hasta el año 1870!

Consuelo tardío, por la cantidad de "dogmas infalibles" anteriores que cayeron por inconsistencia interna. Pero con tal dogma, otros quedaron automáticamente confirmados como credos que hasta entonces habían sido burdas mentiras históricas.

Proclaman infalible a uno de los suyo, al Jerarca Máximo, aunque, para no exacerbar demasiado a la humana naturaleza, bien se curan de limitar los asuntos.

Nos parece bien que le añadan un título más, “el infalible”, e incluso es hasta muy sano para que, con rigor y seriedad, confirmen que los mitos son mitos. Cuando se trata de verdades, el hombre siempre es falible; pero nada se ha dicho respecto a ser infalible respecto a las fábula o las mentiras.

El Jerarca, evidentemente, es infalible si de calificar falsedades se trata. Yo, como Papa de Roma, hablando “ex cátedra”, proclamo que hay que interpretar de esta manera y no de la otra la siguiente fábula... Infalibilidad para ponerse de acuerdo y no ir cada uno diciendo que esto es así o esto de otra manera.

No es verdad científica, no es matemática, no es estadística, es falsedad verdadera “porque sí”. ¿No tiene enjundia el asunto de que una de las primeras verdades que declararon dogma tras el proclamar el de la infalibilidad fue... ¡la propia infalibilidad!?

Fijémonos en los motivos que aducen para declarar infalible la palabra del “jerarca catedrático” sobre fe y costumbres (sólo es infalible cuando habla “ex cathedra”):

  • la necesidad de la Iglesia, que tiene destino eterno: la verdad está en la unidad, según afirma Agustín de Hipona, y así debe mantenerse;
  • el testimonio unánime y secular de concilios y fieles;
  • el ser el papa Vicario de Cristo: si Él –con mayúscula por referirse a Cristo y hay que tener respeto gramatical—fue infalible, lógicamente debe serlo su enviado;
  • el testimonio de Pedro y su confirmación como “tú eres la piedra”;
  • la explicación dada por los Santos Padres a ese nombramiento;
  • la práctica secular de consultar todos a Roma cuestiones particulares;
  • el hecho de que todas las “verdades” que los papas han proclamado a lo largo de la historia, se mantengan hoy día como tales.

Sublimes razones científicas.

Pero hemos de volver a la seriedad de estos asuntos, porque aquello que “un humano” define como verdad cierta, se refiere a doctrina sobre fe o costumbres que se han de creer o practicar para salvarse. Y las más de las veces no son sino imposiciones “de moda” que el tiempo o la ciencia desmontan. Mientras tanto alguien ha dado la vida por nada o ha sufrido escarnio o menoscabo por ello.

Por la regla de tres de infalibilidad en el sostenimiento de una fábula, todos lo somos: ¿quién me puede negar que yo proclame como verdadero el relato de “El gato con botas”?

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