En el campamento del laicismo, Don Rouco hizo mutis por el foro.

Se nos fue, del modo más gris posible, el señor Cardenal de Madrid tal como vivió en su “conseguida" sede arzobispal. Para algunos que bien lo conocen, personaje nefasto [por si esto leyere su fiel siervo Fidel, recuerde ciertas delicuescencias a las que se vio sometido por mor de su veneración hacia quien, tras su "exitus", ahora lo deja compuesto y sin novia]. Que Dios confunda la confusión que provocó. Despedida sin despedidas ni lloros. Se desvaneció por el camino de la senectud.

–“Don Antonio María Rouco Varela, no le deseo ni siquiera el descanso. No se lo merece, aunque tampoco le voy a decir “descanse en paz” ya que quizá los años próximos le traigan algún remordimiento, cosa que también deseo. Sin absolución.


Pero de la anécdota a la categoría. El peregrinar de Don Rouco ha gozado, perdón, padecido, una Pascua al revés: ha vivido primero en una pascua gloriosa --Iglesia aliada del caudillismo-; ha entrado después en el desierto cuaresmal --ay, sus manifestaciones anti zapateriles--; y ahora, o muy pronto, su otrora sometida Iglesia española quizá se encuentre en la Semana de Pasión, siempre tan santa. Todo esto lo cuenta mucho mejor José Manuel Vidal en su libro "Rouco. Biografía no autorizada".

Durante sus reinados, perdón, "arzobispalados" varios, la Iglesia vivió del franquismo, se alió con él, asistiendo, por otra parte, al hecho de que dentro de la misma Iglesia española surgiera el antifranquismo. ¿En qué “bando” estaba él? Posiblemente en todos, es decir, en ninguno. En el suyo, en el del medro, que no en el del medio.(1)

Porque, ¡hay que ver lo que son las cosas! Rouco fue un adalid entusiasta del Vaticano II. ¿Qué le hizo cambiar? Yo creo que su esencia de camaleón: llegado el papa friolero, quiero decir, el papa que surgió del frío, JP-2, percibió con claridad que con loas al Concilio no llegaría a ninguna parte. Y, lo mismo que su jefe, entonando salmos conciliares, lo fueron dejando de lado.

Pero, ¿qué sucedió para que en España, con una Iglesia oficial plegada al franquismo, surgieran brotes anti dictatoriales? ¿Y de ahí, no tanto al anticlericalismo cuanto al secularismo? Se concitaron muchos elementos propiciatorios del cambio: el rebufo de un concilio; dos figuras papales relativamente aperturistas, Juan XXIII y Pablo VI; un cardenal madrileño que se mostraba con “otro talante”, Tarancón... ¡Pero con y contra esos mimbres poco cesto anticlerical se podía urdir!


La Iglesia no supo "transitar". Ya en los tiempos rouqueños perdió mucho de su influjo social, pero, oh consuelo, al menos no tenía enfrente la visceralidad anticlerical de los de siempre, los mata curas. Sucedió que la masa social iba por otro camino y fue perdiendo de vista el desfile negruzco de las sotanas.

Haciendo pronósticos desde el pasado, ése hubiese sido un buen momento para que la Iglesia española se hubiese instalado en el espacio que le es propio: dejar los asuntos civiles, todos, en manos del César y ocuparse ella únicamente de las cosas de Dios. Fieles, ciudadanos, cada uno en su ámbito, sin interferencias mutuas. Eso hubiera sido lo ideal.

Pero el peso del pasado era muy pesado. No se decía a las claras, pero el espíritu del nacionalcatolicismo seguía vivo; la Cruzada que nos salvó del infierno comunista y del laicismo republicano todavía podía dar sus frutos; aún se percibían restos de conjuras conniventes entre judíos, masones y comunistas... Y Rouco quizá creyera que aún podía ser útil.

Para colmo, como “duce” del Estado Vaticano durante 25 años llegó alguien que, dicen, había contribuido decisivamente en la caída del comunismo; alguien del que dicen que decía que había que rezar por España; alguien que en su último año vivió con cierto malhumor el ascenso al poder de un rojo declarado [rojo no sé, pero que había superado con creces el nivel de incompetencia, desde luego, dedicado al ZiPi-ZaPe más de lo conveniente].

Son los pequeños detalles los que definen los giros --y no a la derecha o la izquierda, que son términos muy vagos--, sino giros impulsores o reculantes. Y tales detalles se concretan, por ejemplo, en la elección como Papa de un “viejo” profesor, vigilante otrora de las esencias doctrinales; el regreso del infierno al escenario doctrinal; la persistente condena de anticonceptivos, aborto de cualquier tipo, discriminación de los divorciados, malestar manifiesto ante la ley de parejas de hecho; oposición frontal a la ciencia más directamente relacionada con la vida; defensa pública de algo que nadie ha atacado, como es la familia; enfundarse el traje de víctima atacada por todas partes; las soflamas de éste u otro obispo domingo sí y domingo también; sacar a relucir, aunque lo vistan con tintes santificadores, a víctimas de la guerra civil trayendo a la memoria parcialidades demasiado recientes; asimismo la invitación a orar todos los domingos por una “España que agoniza”; las oraciones por la Monarquía descarriada; el larvado bofetón a determinado sector de la sociedad con el enquistamiento en un tema baladí como es Educación para la Ciudadanía, cuyos contenidos tenían más enjundia que todos los sermones sin preparar de tantos y tantos obispos “domingueros”... De todo eso se hizo adalid Don Rouco.

En su momento leí los contenidos de “Educación para la Ciudadanía” y ni antes ni ahora me entra en la cabeza que rechazaran algo que va en beneficio de la sociedad, comenzando ésta en los educandos. Deduzco que tenían miedo a la suplantación progresiva y total de la enseñanza religiosa por una enseñanza ética.


¿Contra todo eso tenía que alzarse la Iglesia, inmiscuyéndose en asuntos que no eran ni son de su competencia ocupando espacios civiles que nunca debiera? “Lógicamente”, pensaría Don Rouco.

Además y por si fuera poco toda esa denuncia, alguna justa, procede de un estamento sacro que en un pasado de larguísima secuencia impuso la opresión, el dominio, la tiranía, la esclavización doctrinal a sociedades y naciones enteras durante siglos. Alguien que no ha movido un dedo por la instrucción de “su” grey, sino que ha dedicado su verbo prepotente a adoctrinar. Una sociedad de prebostes que nunca ha buscado la educación para la verdad; al contrario, ha utilizado la verdad para adoctrinar, para inducir a creer, para imponer lo que se debía creer.

Pues así las cosas, lo que comienza a hervir en la olla de la "civilidad" es el caldo no sólo del laicismo, sino también del anticlericalismo . Es, por otra parte, su mismo caldo, en el que ellos mismos se están cociendo. Tiempo al tiempo, como en las buenas recetas de cocina.
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(1) Como oportunamente anota ACS, sus obispados y arzobispados fueron posteriores a Franco, a partir de 1976. Quedémonos con que creció en el sacerdocio "reinando" Franco. 19:30 h.
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