¿O es que el cerebro del creyente no ha evolucionado?

¡Cuántas veces he pensado en ello! He intentado situarme en el nivel biológico que a los humanos teóricamente nos hace iguales...

 Y cuántas veces he dado vueltas y vueltas a lo que pueda diferenciar la mente de un creyente de la de una persona normal. 

Me martillean todas aquellas “verdades” que un creyente defiende como irrenunciables, apodícticas y de obligada creencia. Podría hacer un repaso a todos los enunciados estrictamente DOGMÁTICOS del Catecismo de la Iglesia Católica, pero sería enunciar algo que todos conocen. 

Y le doy vueltas y vueltas tratando de entender los constituyentes cerebrales de la persona que todo eso cree y, sobre todo, acepta como verdad y no consiente que nadie se las discuta. ¿Cómo es su cerebro? ¿En qué región del cerebro residen y se alimentan tales “verdades”? 

Dejo aparte cuestiones como el adoctrinamiento desde la niñez, la compulsión social, la costumbre, la falta de repuestos festivos... Hay mucho de todo esto en las personas que creen. Sin embargo estos condicionamientos no debieran impedir a la persona pensar para luego decidir. Hay algo más. Tiene que haber algo más en el cerebro que indica compulsión a creer. ¿Lo hay? ¿De qué se trata? ¿Es cuestión de evolución de determinadas zonas cerebrales? 

No consigo comprender

  • cómo una persona pueda creer que existen seres revoloteando por el etéreo que se llaman ángeles, demonios o dioses; 
  • no me entra en la cabeza cómo alguien pueda creer que existe un Ser Supremo, persona, que haya creado el mundo y que lo rija con su Providencia; 
  • cómo alguien puede creer que es realidad, verdad, el que una mujer pueda concebir un hijo, que además es dios, fecundada por un espíritu; 
  • no me entra en la cabeza que haya personas que puedan creer que sea verdad el hecho de que alguien, si realmente ha muerto, pueda resucitar; 
  • ni consigo entender lo que un creyente dice que le consuela cuando un ser querido desaparece: “... para los que creemos en ti, la vida no termina, sino que se transforma”, es decir, que se crean distintos al resto de los seres vivos.
  • no se me alcanza cómo alguien puede creer que su espíritu, su mente, su inteligencia, sus valores, su voluntad se puedan alimentar tragando un trozo de harina tostada (“el cuerpo de Cristo”) 
  • tampoco concibo cómo se puedan admitir textos “evidentemente” humanos admitiéndolos como salidos de la inspiración de todo un dios (“Palabra de Dios – te alabamos, Señor”).

 ¿Quién se equivoca? ¿Quién de los dos está en posesión de la verdad? O en otro orden de cosas: ¿Quién ha desistido de reflexionar? ¿Quién tiene más desarrolladas su inteligencia y su capacidad de razonar?

 No me digan que si alguien cree en algo, basta con eso para dar consistencia a la realidad que cree.

 Ni digan que si eso le sirve al creyente importa poco la consistencia real de lo que cree. Que la realidad no tiene nada que ver con aquello que cree, porque esto es el estímulo vital que guía sus pasos y su buen hacer en la vida.

 No digan que la persona que no desarrolla valores creyentes carece de algo fundamental en su vida, la fe.

 No puedo creer que alguien necesite toda esa parafernalia de credos y ritos para poder vivir. Me resulta inconcebible que una persona fundamente su conducta en esperanzas de una vida futura de la que se hace digno si sigue las sendas doctrinales y rituales que otros le marcan.

 Y entonces el asunto estriba en la diferencia existente entre esas dos personas, la que rige su vida según preceptos crédulos y la que se guía por un doble principio rector, su razón –respecto a verdades en las que creer— y el respeto y salvaguarda en su vida de los preceptos y valores que rigen la vida social.

 A veces he llegado a deducir que existe una evolución que camina de mentes primitivas a mentes racionales. Sí, hay mentes atávicas que tienen su cerebro condicionado; hay partes en el cerebro que todavía no han evolucionado; el proceso progresivo biológico no ha llegado del todo al término evolutivo que en otros sí se da.

 Y sucede que aquello que de más humano hay en la naturaleza, la capacidad racional, aquello que constituye el nivel más elevado de desarrollo en ella, la prefrontalización, el proceso crítico por el cual una criatura es consciente de su propia vida, de sus actos, de sus sentimientos... no ha llegado a su plenitud en quienes admiten sustratos de credulidad carentes del más mínimo fundamento racional. Así de claro

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