Los 7 pecados capitales… + 1 de la Historia de la Iglesia (3)
Dejando a un lado las consideraciones prologales que la visión contraída o reducida de la Historia de la Iglesia sugiere, veamos muy por encima los ocho Pecados Capitales que la Iglesia ha cometido, todos, para más Inri, de manera simultánea.
Sigo insistiendo en que el pasado de la Iglesia --la Tradición-- es y debe ser, según su propia doctrina, vida actual. Dar de lado lo que ha sido la Iglesia ¡durante siglos! es querer engañarse... ¿o querer agregarse de algún modo a tales prácticas? ¿Por qué si no acuden a textos y ejemplos del pasado para nutrir el presente? También "aquello", "lo otro", lo que se oculta es pasado y debe ser presente. ¡Un poco de honradez intelectual aunque no se espere honradez consecuente!
1. GUERRAS. Guerras intestinas y guerras exteriores, guerras directas y guerras en colaboración, guerras contra extraños y guerras contra los propios súbditos, guerras civiles y guerras represivas, guerras por territorios y guerras por ambición de poder…
Todo en un afán desmedido de dominio político: en un principio, caído el Imperio de Occidente, para liberarse de la tutela de Oriente; luego para capitalizar el poder en Occidente, aliándose con éste para domeñar al otro y, siempre, para sacar provecho de unos y otros.
Aquel “mi Reino no es de este mundo”, pronunciado en los momentos álgidos (algué en griego significa “dolor”) de la vida del Fundador, tendrán su máxima expresión en la bula Unam Sanctam de Bonifacio VIII (leer en este ENLACE), en vigor hasta la muerte de León XIII (1903)
Guerras que la misma Iglesia inició; guerras en las que participó; guerras bajo su propia dirección, encaminadas al exterminio de pueblos enteros (v.g. vándalos, godos, eslavos en tiempo de los Otones).
Bien pronto Cristo trocó el manto que curaba con sólo tocarlo por la coraza, el yelmo y la espada; el Siervo de Dios se trasformó en Cristo rey; los fieles cristianos, soldados de Cristo (en el sentido más literal y no como en otros tiempos se dirá “para luchar contra el pecado”: tales soldados irían contra las “sedes del pecado”, fueran infieles, nativos o cristianos espirituales).
Algo trasluce la soberbia película “El reino de los cielos” donde las cruzadas aparecen como lo que fueron, guerras católico romanas y crímenes de los sucesivos papas… prometiendo victoria donde luego hubo carnicería. “…aunque no hubiese otros combatientes sino huérfanos, niños de corta edad, viudas y réprobos, es segura la victoria sobre los hijos del demonio”. Las cruzadas no fueron un hecho criminal aislado: ese “espíritu de cruzada recubrió el esqueleto de varios siglos. Todo, son sus palabras, por haber valer “los valores eternos”, “las verdades santificantes”, “la salvación final” (¿no suenan estas palabras a “solución final”?)
Ese sentido de “cruzada” ha perdurado hasta ayer: cruzada fue la Guerra Civil de España; cruzada se tituló la invasión de Rusia; cruzada, en palabras de los obispos usanos, la Guerra de Vietnam; cruzada la confrontación Este-Oeste, la “guerra fría”.
¿Y cómo no calificar de “terrorismo”, con palabras de hoy y hechos de siempre, determinadas actuaciones punitivas emprendidas por la Iglesia? ¿Cómo ha sido durante siglos la lucha contra la herejía? ¿Y la Inquisición? Terrorismo han sido los sucesivos y renovados “pogromos” antisemitas, de los que tomaron modelo las huestes nazis copiando hasta los mínimos detalles; terrorismo la caza de brujas; terrorismo genocida el exterminio de los indios por parte de celosos protestantes en el N de América y de férvidos frailes católicos en el S.
Y a “imitación de Cristo” los mismos papas y cardenales se presentaban revestidos de caso y coraza al frente de sus propios ejércitos (como es “natural” el “reino de los cielos” de la Roma cabeza de la cristiandad tenía sus propias herrerías para la fabricación de armas)
En los siglos IX, X y XI “…la Iglesia imperial está completamente militarizada y su potencia de combate llega a duplicar la fuerza de los príncipes seculares. Los cardenales y obispos envían ejércitos en todas direcciones, caen en los campos de batalla, encabezan grandes partidos, ocupan cargos como prelados de la corte o ministros, y no se conoce ningún obispado cuyo titular no anduviese empeñado en querellas que se prolongaban a veces durante decenios” (Deschner)