La pérdida de los símbolos religiosos
Ningún diccionario de símbolos otorga repuesto a la conjunción de modernidad y vida diaria con ritos y dogma. Necesariamente los símbolos de que echan mano derivan del pasado aunque converjan en lo único que puede sustentarlos: el psiquismo humano.
La madre, el “eterno femenino”, el andrógino, el centro, el dragón, los números, las figuras geométricas, el árbol, el círculo, la montaña (pirámide, torre, ziggurat, etc), el jardín, el pastor, la cárcel, la nave, la espada, el sol, la luna... ¿qué dicen al hombre que suspira por la liberación del fin de semana; atado a la rueda de la industria, de los legajos o de los ladrillos; pendiente del funcionamiento de unas máquinas; enredado en la complejidad de la informática; agobiado por las letras de cambio; arrinconado por todos los que empujan por encontrar su hueco en la sociedad? Nada. Como mucho, un suspiro cultural.
Por otra parte, el mundo actual tampoco, ni todavía, tiene un repuesto para el monumental entramado simbólico de las religiones. La sustitución de “las religiones” no pasa por la fundación de una “Religión de la Humanidad”. Las religiones han sido virus y plagas en el desarrollo de la humanidad, caminos torcidos en la evolución del hombre, cuando no secuestro de aquello que diferencia al hombre. El único destino posible para ellas sería su desaparición si el hombre dispusiera del necesario repuesto simbólico.
La mayor parte de las religiones nacidas en los últimos doscientos años no dejan de ser un remedo, una sustitución, un “quítate tú para ponerme yo” de las religiones oficiales. Pretendiendo obviar fallas, caen en otras similares.
¿Y qué tenemos hoy? Podríamos decir que la "espiritualidad" se guía por tres grandes vectores religiosos: grandes religiones institucionalizadas; “movimientos”, que son las propiamente denominadas sectas, que siguen las mismas pautas organizativas de las grandes religiones y que arramblan con cuatro conocimientos dogmáticos de las mismas propalándolos en el mercado de las religiones para hacerse con prosélitos seguros y decididos; y, finalmente, una especie no definida de nebulosa flotando por ese mercadillo que no es ni lo uno ni lo otro y que incluso se integra “de iure” en ellas: forman “grupos místicos”, “espiritualistas”, "sufistas", “catecumenales”, “esotéricos”, “renovadores”, “neo”,... sin una clara definición ni menos concreción.
Y nada de eso puede llenar el conglomerado "espiritual" del hombre, que amalgama inteligencia, conocimiento, sentimiento, emotividad, voluntad, pulsiones... incluso fiesta de todo ello.