Otra visión de la vida monástica.



Hace días vi en TVE 2 un interesantísimo reportaje sobre el monasterio de Poblet, reportaje que volvieron a repetir en TVE 1 en horas de gran audiencia. Al verlo, uno no puede dejar de admirar la inmensa labor de reconstrucción que han hecho los monjes desde los años 40 después del desastre de su desamortización. Y, hoy, admiramos lo avanzado de sus ideas como enaltecimiento de la vida natural, libre del yugo tecnológico que impera en nuestra sociedad urbana, aunque también beneficiándose de tales avances.

Labor encomiable.

En la lógica santificadora, la vida monástica es el "summum" del camino de perfección.
Así lo ha entendido también el budismo, aunque en términos más antropológicos. Puesta en el punto de mira de la persona que cree, la otra, la persona normal que conoce la historia admite "su" lógica, la comprende, la entiende y encuentra hasta aspectos encomiables y defendibles en el devenir de la vida monástica: en siglos pasados una forma de huir de la penuria, ascenso social, elemento de cohesión de Europa, vida ilusionante para algunos, preservación de la cultura secular, literatura y arte, muro contra el poder salvaje de los señores feudales...

Bien: la persona normal admite todo eso, pero ¿se puede esperar esa misma galanía de la persona crédula, a saber, que sea capaz de considerar la vida monástica también bajo criterios de análisis racional?. ¿Puede pensar si esa perfección soñada, con los criterios evangélicos, no habría sido posible también dentro de la vida civil, con el añadido de que habría sido más benéfica para la sociedad?

Pues he aquí algunas consideraciones.


La primera reflexión, que debería hacerles pensar, es que tal institución no se da en el resto de las grandes religiones e incluso está proscrita dentro de la otra facción cristiana, el protestantismo: ¿por qué, si es el camino más seguro de perfección?.

La segunda reflexión se ciñe más estrictamente al hecho del monaquismo como elemento aglutinante de individuos que se integran en una comunidad para vivir determinados ideales. Y es aquí donde el que piensa deduce que el monaquismo sólo se puede entender como enfermedad del psiquismo social, en otras palabras, como una enfermedad dentro del proceso de socialización del hombre y como un epifenómeno de la cultura.



El monje huye de la vida y el monacato aleja a un ser humano de la convivencia de sus congéneres. Entre los motivos siempre se dan elementos turbios o extrínsecos. En su etapa álgida, la inercia coactiva: el monasterio se nutría de niños que eran recogidos y vivían desde su más tierna infancia en el convento; continuaban en él merced a una permanente coacción sobre las conciencias. Gran importancia social tuvo el colectivo de los "vagaudas" o "goliardos".

Otro, el dato cierto de que el monacato era la única vía para escapar de la miseria. Los monasterios dispusieron de inmensas propiedades, la mayor parte de ellos con cientos de hectáreas de tierras de labor o pasto, arrendadores y usufructuarios de rentas sobre villas anexas, derechos de portazgo, alcabalas sobre molinos o batanes... El sistema feudal ejercido por ellos perduró cuando ya lso burgos dieron al traste con el ejercido por la nobleza.

Dado el poder acaparador del monacato sobre la cultura, el monaquismo ha sido el Moloch del progreso humano, destruyendo vidas, quebrando fantasías, desmoronando el mundo emocional de millones de personas, condenándoles a tener bocas y mentes cerradas y la inteligencia secuestrada.

En términos culturales, por más que aireen frutos de la más acendrada espiritualidad, la aportación de tan ingente número de personas dedicadas a la oración y al trabajo ha sido más bien magra. Aportación, además, que se ha ido en humo, que no ha servido para nada, porque no han hecho sino revolver en su propio fango cultural.

Catedrales, iglesias, bibliotecas, monasterios... en su día fueron secuestro de vidas y haciendas y, para la posteridad, elementos de museo y quincallería de la verdadera cultura. La verdadera cultura es aquella que hace ascender al hombre de su condición de siervo, paria, proletario... a persona cultivada y autosuficiente. Poco de eso consiguiótanto credo opresor en el pasado.

Con esto no estamos defendiendo el "status" actual, que deja mucho que desear en cuanto a cultura, educación e incluso instrucción. Sin embargo la condición del trabajador, hoy día, nada tiene que ver con el del Medievo.

No se pueden hacer cábalas sobre "possibilia" --¿qué hubiera sido si...?--, pero sí hay un dato: en sólo 150 años ha habido más progreso, bienestar y cultura en Europa que en los 1.500 anteriores, ello propiciado por una nueva mentalidad, la emanada del espíritu de la Ilustración e incluso de Revolución Francesa, de la que hay que salvar lo perdurable, sus ideales, que no sus hechos.

Por otra parte, nada diríamos si los monasterios hubieran sido sociedades civiles de personas que se juntaban con fines culturales o sociales. Pero el fundamento de tal institución es el Evangelio. No casan bien sus enseñanzas con aquello en lo que llegaron a ser los cenobios.

Decir todo esto choca con los miles de libros y testimonios enaltecedores del legado monacal, incluso con la idea que queda en la mente de quien conoce vagamente el legado monacal, pero deberían pensar también en las razones: ¿alguien ajeno a ellos ha tenido interés en decirlo? ¿Alguno de los suyos pudo atreverse a decir lo contrario? ¿O a alguien no perteneciente a este mundo, le ha interesado tal sistema de arruinar la vida de una persona?


Y lo que se dice del pasado, también lo decimos del presente del monacato, aunque éste ya cae bajo el dominio de la biología, dado que su media de edad se sitúa en la Edad Media.

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