Hay otra Semana Santa

Si oyes o ves no pocos medios de comunicación, la Semana Santa no existe. Existen las “vacaciones de primavera”, los viajes que saturan las autopistas y carreteras, las muchedumbres que se agolpan en la costa y las playas... La Dirección General de Tráfico preveía 14, 4 millones de desplazamientos por carretera de largo recorrido entre los días 15 y 25.

¿Semana Santa? Sí, claro, las procesiones. Las procesiones a todas horas en las teles y en las radios. Procesiones, especialmente en el Sur, con una honda carga religiosa y otra cultural y folklórica. En ellas toman parte fervorosos creyentes y algunos que en su vida pública o privada parecen mostrar poca o ninguna inclinación a las manifestaciones religiosas.

Pero no vamos a restar aquí ningún interés, incluido por supuesto el espiritual, a las procesiones. Lo que sí queremos afirmar –frente al silencio y al desconocimiento de no pocos medios- esa otra

Semana Santa profunda que reúne en las iglesias a muchos millones de personas el Jueves Santo, el Viernes Santo, el Sábado y el Domingo de Pascua
. Incluidas, por supuesto, las iglesias abarrotadas de esas zonas vacacionales.

Me ahorro más comentarios y ofrezco tres textos que, en su modestia, quieren ir al centro de lo que los creyentes celebramos en esos días que el calendario y el lenguaje popular considera sagrados.

EUCARISTÍA (Jueves Santo)

Alabado seas, Jesús, en el sacramento del altar.
Querido, mimado, muy bien tratado seas.
Alabado sea el pan que empezó en los trigales
y el vino de la cepa generosa.
Alabada la mesa donde pusiste el pan
y bendijiste el vino.
Bendito sea el vaso que se llenó del fruto de la vid
y los manteles donde lo posaste.
Bendita aquella cena, la primera, la única,
la que nos junta
en una eternidad de atardecida
a millones y millones de seres humanos,
hermanados, atónitos,
llegados de toda la tierra habitada.
Bendita y alabada aquella noche,
enajenada e íntima,
en que tú, Señor,
habiendo amado a los tuyos,
los amaste hasta el fin.


Señor Jesús, que te morías de amor
en la noche en que ibas a ser entregado,
tú, trigo triturado y cordero ofrecido,
herido y muerto de amor:
proclamamos tu amor, anunciamos tu muerte.
Adoramos tu pan para andar el camino.
Te adorados a ti y adoramos la hora
en que te diste con tus propias manos.


Ayúdanos a ofrecer tu mesa y nuestra mesa
a todos los pobre del mundo.
Ayúdanos a invitar a tu amor, a invitar a tu cena
a todos los ciegos, cojos y mendigos del mundo.
Ayúdanos a ampliar y prolongar tu mesa
de manera que alcancen los asientos
para todos los hombres,
incluidos,
una vez bien lavados el corazón y las manos,
todos los que maltrataban tu cuerpo y derramaban tu sangre
en el cuerpo y la sangre de los otros,
incluidos tus propios asesinos-verdugos
a los que perdonaste “porque no saben lo que hacen”.


Gracias, gracias
por habernos dejado en estos signos
tu muerte apasionada.
Amén.


(Cien oraciones para respirar, Madrid, San Pablo, 1994, p. 85-86)


A CRISTO CRUCIFICADO (Viernes Santo)

¿Qué ocurre contigo, Cristo mío, que tu cruz sigue en pie después de dos mil años? ¡Qué grande eres, Señor, y qué extraño! ¡Qué alto y misterioso tú, el varón de dolores!


Beso tu cruz, Señor, y beso tu cielo. La tierra beso donde el madero se alza. Beso la Muerte y el Dolor, con mayúsculas. Beso tu muerte y la gloria que de ella nos nace.

Señor Jesús: todo, todo está consumado. ¡Nunca se remató con tanta perfección una obra tan divina y tan humana! Ya nos has redimido. Ya has abierto los brazos para siempre. Ya has amado hasta el fin a los tuyos. Ya te has metido en la piel de los pobres, de los desvalidos, de los aplastados y eliminados.


En tu cruz, Señor, haces tuya la causa de todos cuantos caen cada día en la trampa mortal del desprecio y el odio, del aniquilamiento y la injusticia. Haces tuya incluso, como redentor, la causa última de los que ponen esas trampas y necesitan, y hasta qué punto, ser liberados de su propia trampa.


Señor Jesús: nadie tan vivo e inmortal como tú, ni tan muerto de amor. Ten misericordia, pues muestras el corazón abierto, de todos los crucificados de la tierra...


Déjame apoyar en ti mi cabeza y mi cansancio, abrazarme a ti. Déjame creer en ti, amarte a ti, esperar en ti, vivir en ti y de ti con todos mis hermanos que te aman. También con los que dicen no amarte y llevan, sin embargo, en su corazón y en sus acciones la marca clara de ti.


Déjame decirte que te amo, Señor Jesús, tú que quitas el pecado del mundo, tú que amas y mueres de amor por lo mejor y lo peor de los hombres.


Déjame adorar tu cruz y bendecirla, y anunciar tu muerte y proclamar tu resurrección, para que todo el mundo sepa que nadie hay tan vivo como tú, que vives y reinas, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.


Amén.


(Cien oraciones para respirar, p. 77-79)


A CRISTO RESUCITADO (Domingo de Pascua)

Sal del sepulcro. El aire te reclama,
señor del fuego, dueño de la vida.
¡Arda la primavera renacida,
hermana de la flor y de la llama!


¡Viva la cruz que en árbol se derrama
por la alta madrugada florecida!
Tanto la gloria en ti crece y anida
que vive en ti y por ti inmortal la rama.


Aleluya. Aleluya. Para verte
se pone en pie de luz la primavera
sobre la tumba oscura del invierno.


Dame la mano, Cristo, a vida o muerte.
Dame la vida a vida duradera
para vivir en ti vivo y eterno.


(Obra poética, p.436)
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