"El Evangelio no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa" Vocación al amor

"En un artículo publicado en La Vanguardia el miércoles 30 de julio encontramos el siguiente titular: 'El Seminario de Barcelona cierra, con 28 alumnos, después de cuatro siglos"
"El artículo enmarca este hecho en 'la crisis de práctica religiosa sin precedentes en España, con una caída de vocaciones y sacramentos'"
"Pero los recuentos no pueden robarnos una mirada de fe que nos ayude a contemplar la realidad desde otra perspectiva"
"Podemos ser pocos o muchos, podemos experimentar más fuerza o más debilidad, pero lo decisivo es poner el corazón"
"Pero los recuentos no pueden robarnos una mirada de fe que nos ayude a contemplar la realidad desde otra perspectiva"
"Podemos ser pocos o muchos, podemos experimentar más fuerza o más debilidad, pero lo decisivo es poner el corazón"
Estimadas y estimados: en un artículo publicado en La Vanguardia el miércoles 30 de julio encontramos el siguiente titular:«El Seminario de Barcelona cierra, con 28 alumnos, después de cuatro siglos». Como el mismo diario matizó dos días más tarde, no se trata del cierre del Seminario, sino de su integración en el proyecto común de las diversas diócesis catalanas, conocido como Seminario Mayor Interdiocesano, iniciado por la Tarraconense hace treinta y siete años.
Lo que quisiera subrayar, sin embargo, es que el artículo enmarca este hecho «en la crisis de práctica religiosa sin precedentes en España, con una caída de vocaciones y sacramentos». Aunque al final del texto se reconoce que la Iglesia sigue creciendo en América, África y Asia, ciertamente las estadísticas europeas respaldan los comentarios del articulista.
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En nuestra vieja Europa, los cristianos podemos sentirnos más desalentados por estos datos sociológicos, que también debemos saber escuchar para hacer una reflexión seria y humilde. Pero los recuentos no pueden robarnos una mirada de fe que nos ayude a contemplar la realidad desde otra perspectiva, a evitar el alarmismo y las actitudes catastrofistas, a menudo ancladas en la nostalgia de un pasado que ya no existe, y a recordar que el Evangelio no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa.
En efecto, podemos ser pocos o muchos, podemos experimentar más fuerza o más debilidad, pero lo decisivo es poner el corazón, vivir con pasión y valentía nuestro seguimiento a Jesús. Como en todos los ámbitos humanos y sociales, lo que importa y lo que mueve es descubrir el fuego interior que no podemos extinguir a ningún precio. Quizá este tiempo de crisis nos impulse a desenterrar lo más esencial de la vocación cristiana. Y esta vocación no se agota eligiendo una forma de vida o siguiendo unas normas determinadas, sino que se eleva hacia una llamada a la belleza, al bien y a la verdad, una llamada a buscar la plenitud del amor. Esta es la vocación que se vislumbraba en el clamor del millón de jóvenes reunidos en Roma hace un mes, con motivo del Año Jubilar.
Como afirmaba el papa Benedicto en la encíclica Caritas in veritate, «el amor —caritas— es una fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz [...]. Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; el amor y la verdad nunca les abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano» (n. 1).
Más allá del baile de cifras de la sociología, el Evangelio nos exhorta a profundizar en la única vocación cristiana que se abre a toda la humanidad: realizar el sueño de Dios, el gran proyecto de fraternidad que Jesús llevaba en el corazón cuando, en su testamento espiritual, suplicó al Padre: «Que todos sean uno» (Jn 17,21).
