No entran en lo que deben pero les encanta meterse en los charcos.

Don Antonio Algora, obispo de Ciudad Real, es el último superviviente, junto a José Sánchez, de un tipo de obispos que fueron una auténtica plaga de Egipto para nuestra Iglesia hispana: los obispos "sociales".

Cuando él llegó eso ya no se llevaba y tal vez de ahí le venga ese aspecto de inmensa tristeza que siempre le acompaña. O también pudiera ser que todavía no haya digerido la mala faena vaticana de su traslado de Teruel a Ciudad Real. Porque nombrar obispo prior de las Órdenes Militares a un obispo "social" hay que reconocer que tiene no poco de mala milk.

Los obispos "sociales" lo pasan muy mal y por eso parecen muchas veces malhumorados. Recuerdan a aquel siniestro personaje del Evangelio que protestaba del derroche del perfume. Y aunque hoy ya no se atreven a decirlo, hace unos años no se les iba de la boca, aborrecen procesiones y cofradías. Dinero y trabajo según ellos tirado y que se le hurta a los pobres. Y ese desafecto, aunque hoy como digo procuran disimularlo, termina aflorando. Ahora en Ciudad Real.

Existe allí una cofradía, la de la Humillación de Nuestro Señor Jesús de las Penas, que sacaba en procesión de Semana Santa una imagen de propiedad compartida y discutida. Posiblemente nuestro obispo, tan "social" él, pensaba que hacían el indio por las calles de su capital. Lo cierto es que la imagen necesitaba una restauración y la cofradía estaba dispuesta a asumirla pero a condición de que los otros propietarios hicieran donación de sus partes alícuotas a la Hermandad. Las conversaciones no llegaron a buen fin y los cofrades decidieron adquirir una nueva imagen que sería ya de su absoluta y exclusiva propiedad. Dieron con una, francamente digna, y se ilusionaron con ella. En todos esos pasos habían contado con el consiliario y con el vicario general que les manifestaron era absolutamente comprensible la pretensión de tener una imagen propia.

Pues todos tan contentos hasta que se encontraron con un decretazo del obispo, de fecha 17 de febrero de este año, que les imponía la restauración de la vieja imagen, artísticamente, en mi opinión, de mucho menos mérito que la que pensaban adquirir y la renuncia a la nueva. Quia nominor leo.

No discuto para nada la autoridad del obispo. La tiene. Pero cuando no hacen uso de ella en infinidad de ocasiones que la reclaman a gritos parece que son ganas de incordiar ejercerla sobre unos cofrades ilusionados y buena gente por algo que al obispo debía traerle sin cuidado. ¿Quieren una nueva imagen, que es digna y hermosa, pues por qué tiene que impedir el obispo ese deseo? Comprendo perfectamente que el obispo se niegue a soltar un euro de la diócesis para la adquisición de la nueva imagen. Pero nadie se lo había pedido.

Y si tuviera una devoción especialísima por la imagen antigua, que en la vida se le notó, estoy seguro de que la cofradía le regala encantada su parte en la propiedad para que la lleve a su oratorio privado y se encomiende fervorosamente a él todos los días.

Estamos ciertamente ante una cuestión menor pero que va a dejar heridos en el camino. Que no van a ver en el obispo al padre de todos sino a alguien empeñado en hacerles la cusqui. Sin motivo alguno. Si luego hay cofrades de las Penas que se alejen de la Iglesia, algún día Jesús le pedirá cuenta de ello al obispo de Ciudad Real, Prior de las Órdenes Militares.
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