El rito ordinario y el extraordinario.

Cuestión primera y fundamental es que todos tienen que reconocer que ambos ritos son buenos y santos. Y que a unos les puede agradar más uno que otro.
Hay que prescindir del odio que parece advertirse en algunos, partidarios tanto de la nueva misa como de la antigua, por la otra.
El Papa no quiere que ninguno de los dos ritos sustituya al otro. Deja a los fieles que escojan el que les parezca más adecuado a sus sentimientos eclesiales y pide a los sacerdotes que se muestren dispuestos a acoger lo que los fieles deseen.
Y eso es todo. Así de fácil.
No tiene sentido comparar una misa antigua bien dicha con una moderna que sea una profanación. Como si no se hubieran profanado misas antiguas. Una misa antigua, bien dicha es santa. Y una misa nueva bien dicha, también.
Y en mi opinión obran igual de mal los párrocos que impongan la antigua a quienes no la desean que los que la nieguen a los fieles que la soliciten.
Si en una parroquia una mayoría de fieles pidiera la misa tradicional el párroco debe celebrarla por ese rito. Y si fueran mayoría los fieles que deseen el rito ordinario, en ese se debe celebrar. Si hubiera varias misas y siempre que la minoría tuviera una cierta consistencia, quiero decir que no fueran diez personas, se debería celebrar alguna según el deseo de esa minoría.
Los institutos religiosos que tuvieran por norma celebrar con el rito extraordinario por supuesto que lo harán así en sus propias capillas y también en otras iglesias que deberían serles cedidas, dándoles toda clase de facilidades, siempre que pudieran acreditar que a esa misa iba a acudir un grupo de fieles de cierta entidad. Y sin perturbar las misas normales de esa iglesia. Pero tampoco dándoles una hora intempestiva que hiciera irrisoria la concesión.
Ejemplo al canto. Si en los Jerónimos hubiera misa los domingos a las seis y a las ocho de la tarde y se presentara un sacerdote solicitando celebrar por el rito extraordinario se le debería decir que tiene la iglesia a las siete o a las nueve a su disposición. No a las siete de la mañana. Y si concedida la hora resultase que a esa misa acudían tres fieles habría que decirle al solicitante que primero busque asistentes y luego pida la hora.
Y si en una parroquia, el párroco o algún vicario cree que puede ser provechoso para parte de su feligresía celebrar el rito extraordinario debe hacerlo anunciando previamente que una de las misas dominicales va a celebrarse así. Si luego se encuentra con que a esa misa no va nadie él mismo dejará de decirla. Y si se le llena, estará encantado con su decisión.
Los obstáculos, porque aquí mando yo, me parecen impresentables. Y la pretensión de que todas las iglesias tengan el rito extraordinario una utopía.
Luego está el tema desafortunado de las traducciones que es de esperar se vaya corrigiendo. Parece que el pro multis está al caer. Y quedan el alma, los hombres de buena voluntad, el consustancial...
También los gestos son importantes. El arrodillarse en la consagración me parece de restauración obligatoria. Lo de la comunión en la boca o en la mano me parece más secundario. No es más digna la una que la otra. Y lo dice alguien que comulga en la boca. Y con ambas se puede pecar. Más importante me parecería comulgar de rodillas. Como reverencia a Cristo presente.
Creo que interpreto la voluntad de Benedicto XVI. Si no fuera así me lo decís y me retractaría inmediatamente. Pero me lo decís con fundamento. No como gusto particular.
De este modo se terminarían las discusiones y los fieles podríamos ejercer la santa libertad de los hijos de Dios.