El abismo entre el rico epulón y Lázaro es la misericordia de Dios

- Érase una vez un rico y un pobre…
Por segundo domingo consecutivo la Palabra de Dios nos plantea la cuestión de la riqueza y de la pobreza. El rico epulón y el pobre Lázaro.
Por desgracia en la historia siempre hay un rico y un pobre, más bien unos pocos ricos y muchísimos, la mayoría: pobres…
Ser rico o ser pobre nos sitúan de manera distinta ante Dios, ante el ser humano, ante la vida.
El rico confía en su riqueza, no en Dios. El pobre vive con la mirada puesta siempre en quien le pueda ayudar en el ser humano y en Dios.
Ante el Dios de JesuCristo es bueno ser pobre, sentirse pobre, incluso pecador.
- Al rico lo entierran.
Llama la atención en el evangelio de hoy, cómo al pobre Lázaro lo llevan a la vida y al rico lo llevan a la muerte: le entierran en el Hades: en el abismo.
- v 26 Hay un abismo entre los ricos y los pobres
El abismo no es económico (aunque también). Tampoco se trata de un abismo entre el cielo y el infierno, sino de la enorme diferencia que hay entre vivir del dinero o vivir de la confianza en la misericordia del Señor.
El abismo es la misericordia de Dios.
Hay un abismo entre la riqueza y la misericordia. Hay un abismo entre los drones y tanques de Netanyahu y los niños muertos en Gaza. El abismo es la misericordia.
Se nos ha olvidado la misericordia.
Lázaro significa “Dios ayuda” con su misericordia. La esperanza de Lázaro es la misericordia de Dios, no la riqueza.
El pobre Lázaro vive confiando en la misericordia de Dios
El abismo es que el pobre confía en la misericordia de Dios y el rico no se fía de Dios sino, más bien, de su cuenta corriente.
La riqueza confía en su drones, tanques, aranceles,
El rico no intuye la bondad y la misericordia ni aunque le manden a Moisés en persona, a los profetas o a todas las potestades religiosas… La riqueza ciega.
Solamente los perros tenían compasión de Lázaro y le “suavizaban” las heridas.
JesuCristo tenía compasión, sentía lástima de los pobres, enfermos, débiles…
- tres miradas bíblicas
05.1 Lázaro y Job
El pobre Lázaro en cierto modo se parece a Job del AT, que estaba lleno de lepra, llagas y, por tanto, marginado.
Harto sufrimiento tenían Job (y Lázaro) como para que encima “los del partido”, los del Obispado: los amigos (¿) de Job: Bildad, Elizaz y Sofar le vengan dando “la barrila” con la “doctrina oficial”: eres pecador y por eso te has vuelto leproso…
Job se rebela contra Dios y le emplaza a un careo: “Yo no he pecado, ¿por qué me castigas y me marginas con esta lepra?”.
Job termina postrándose ante Dios y reconoce: “He hablado como un necio… ¿Quién soy yo para intentar comprender problemas que me superan?”
Hay situaciones que no se comprenden en la vida. Nos rebelamos contra Dios y decimos ¿Dónde está Dios en el aplastamiento de las gentes de Gaza? ¿Dónde está Dios en las guerras, en el hambre de tanta gente?
En la segunda guerra mundial, en un campo de concentración nazi ejecutaron a parte de la población judía del campo. Entre los ejecutados estaba un niño. El resto de la población fue obligada a asistir a la ejecución. Alguíen de los “asistentes” a “contemplar” la ejecución preguntó en voz baja: “Dios, ¿dónde está Dios?”. Otro que también asistía a la ejecución le respondió también en voz baja: “ahí, en ese niño ejecutado”
Dios está en el pobre Lázaro. Dios está en los pobres “lázaros” de la vida.
- 2 El rico epulón y el hijo pródigo
Otro detalle que llama mucho la atención es que el rico de esta parábola vive, más o menos, de la misma manera que el hijo pródigo; es decir: espléndida y perdidamente. Los dos, el rico epulón y el hijo pródigo se “pegaron la gran vida” y los dos llegaron a situaciones de muerte.
Al rico, lo entierran y lo dejan en la muerte. El rico epulón no recurre a la misericordia de Dios Padre sino a la prepotencia religiosa: al poder de Abrahán.
El hijo pródigo, por su parte, se acuerda de la bondad, de la misericordia de su padre. Cuántos jornaleros en la casa de mi padre… Y vuelve a casa muerto como el rico epulón. Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida… había que celebrar una fiesta.
Lo que le devuelve la vida al hijo pródigo salva no es el poder religioso sino la misericordia de Dios Padre.
05.3 ¿Y si leemos la parábola desde el buen samaritano? (Lc 10,29-37)
El buen samaritano es un modo de presencia en la vida y ante la muerte. Nos encontramos en esta parábola con otro hombre medio muerto en el camino de la vida, otro “Lázaro”.
Los hombres religiosos: el sacerdote y el levita pasan de largo. Es lo que tenían que hacer, porque su religión les impedía “tocar sangre”, tocar la “muerte”. Lo suyo era el templo, la ley, culto, los ritos, pero no los pobres ni la misericordia.
Pasa por la vida un samaritano: extranjero, traidor a la causa judía, medio pagano por aquello de los dioses baales de Samaria, etc. Este es el que recoge al herido medio muerto y lo pone enseguida en su coche, lo lleva a urgencias y allí dispone que le atiendan lo mejor posible; él corre con los gastos. Al samaritano no le importa ni tocar la sangre, ni lo estipulado en la ley, en el Derecho Canónico. Al samaritano le importa la vida, la persona medio muerta. Al buen samaritano le importa “Lázaro”.
¿Y si escuchásemos la voz de la vida, del sufrimiento de Lázaro?
- 06. Lázaro: “Dios ayuda”.
A Lázaro (Eleazar) le pusieron sus padres o Lucas o Jesús un nombre significativo: Dios ayuda.
Dios auxilia siempre, porque somos sus hijos y nos bendice especialmente en situaciones de miseria y de muerte.
Dios ayuda. El hijo perdido tiene constantemente en su cabeza y corazón nostalgia de la casa del Padre, y eso es lo que le salva. El buen samaritano se acerca al herido.
Dios ayuda en la vida.
La salida a las grandes cuestiones de la vida y de la muerte, de la salvación y del abismo, están en la misericordia de Dios.