¿Qué significa ser hijo adoptivo de Dios?

Dios no nos adopta como hijos porque no tiene mas remedio, ya que nos ha creado, sino porque libremente se ha fijado en nosotros, porque nos ama, porque le agradamos.

La primera cualidad que san Pablo destaca en la persona justificada, en aquel que ha acogido a Cristo y ha recibido el Espíritu de Dios, es la de ser “hijo de Dios”. Según san Pablo se trata de una “filiación adoptiva” (Rm 8,14-17; Gal 4,4-7; Ef 1,3-5). La fórmula no tiene que confundirnos y hacernos pensar que se trata de una filiación de segunda categoría. En el contexto de la cultura antigua, la filiación adoptiva tenía tanta o más importancia que la filiación natural. En esta línea, San Agustín dejó claro que tiene más derechos sobre el hijo el padre adoptante que el padre engendrador: “cuando un hombre se hace hijo de otro de cuya sangre no ha nacido, prevalece la voluntad del adoptante sobre la naturaleza de quien le engendró”. Recuerdo que Nerón era hijo adoptivo de Claudio, que lo prefirió a los hijos tenidos con su mujer.

Cuando san Pablo califica de adoptiva nuestra filiación con Dios, subraya la gratuidad de la elección divina. Dios no nos toma como hijos de forma forzada o necesaria, porque no tiene más remedio que hacerlo, o porque le obliga a hacerlo el hecho de habernos creado. Nos adopta como hijos porque libremente se ha fijado en nosotros, porque nos ama, porque le agradamos. Cierto, en el Nuevo Testamento hay otro modelo de comprensión de la filiación divina (hablaré de este otro modo en un próximo post). Ahora importa aclarar que el modelo de la adopción deja clara la iniciativa y la libertad divina al hacernos sus hijos. Supera con mucho la idea de una adopción puramente jurídica o incluso moral.

La adopción es un modelo que apunta a una realidad mucho más profunda: somos hijos de Dios, porque Dios nos ama como no se puede amar más. La fuerza de la filiación está en el amor. No en la carne o la sangre, sino en el amor, que es más fuerte que todas las sangres. Por eso san Pablo (en los dos primeros textos citados al principio: Rm 8,14-17 y Gal 4,4-7) contrapone el espíritu de adopción al espíritu de esclavitud: los hijos adoptivos son libres; verdaderos hijos y, por eso, herederos de los bienes divinos.

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