PREPUBLICACIÓN: 'Humanos, sencillamente humanos. Los desafíos del transhumanismo', de Felicísimo Martínez Díez (San Pablo) "¿Es el Homo Sapiens la última estación de la historia?"

Transhumanismo
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San Pablo publica 'Humanos, sencillamente humanos. Desafíos del transhumanismo', el nuevo libro del Padre Felicísmo Martínez Díez

El autor presenta sus meditaciones ante la 'ideología transhumanista' que pretende mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana mediante nuevas tecnologías, sobre la dimensión ética y los cambios que llegarán con este tipo de progreso

"Semejantes avances en la investigación científica y en las posibilidades tecnológicas requieren más que simples meditaciones. Requieren un desarrollo acelerado de la ética"

"Son muy radicales las propuestas que hace el transhumanismo ya a corto plazo. Y, por consiguiente, son muy profundos los problemas éticos implicados en esas propuestas"

"¿Cuál es la identidad del ser humano? ¿Se puede seguir hablando de la naturaleza humana? ¿Es la actual etapa de la humanidad una simple «estación de paso» hacia una vida posthumana? ¿Es el Homo Sapiens la última estación de la historia?"

(Editorial San Pablo).- "El transhumanismo es definido por sus más destacados representantes como «un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías, para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como son: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición mortal» (The Transhumanist FAQ).

El transhumanismo se considera a sí mismo como un paso intermedio entre el humanismo actual y el «posthumanismo» que vendrá. Parte del supuesto de que «la especie humana en su forma actual no representa el final de nuestro desarrollo, sino más bien una fase relativamente temprana» (The Transhumanist FAQ). Insiste en que el homo sapiens representa un estadio que puede y debe ser superado. Y va más allá en sus afirmaciones: la especie humana no es el final, sino una etapa en el proceso de la evolución.

Se trata de una idea que de alguna forma recoge aquellos pensamientos expresados por el Zaratustra de F. Nietzsche: «Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado... El superhombre es el sentido de la tierra... Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra, y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobrenaturales... El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo... La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: Lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso... Yo quiero enseñar a los hombres el sentido de su ser: ese sentido es el superhombre, el rayo que brota de la oscura nube que es el hombre».

Si la meta del transhumanismo es el posthumanismo, esto quiere decir que los cambios que se pronostican en el ser humano al ritmo del progreso científico y técnico serán cambios muy profundos, muy substanciales y muy radicales. Se necesitan modificaciones tecnológicas radicales en el cerebro humano, en el cuerpo humano. Para realizar estos cambios el transhumanismo cuenta con el aporte de lo que se ha dado en llamar «las tecnologías convergentes»: nanotecnología, biotecnología, tecnologías de la información, tecnologías cognitivas (NBIC).

«Muchos transhumanistas desean seguir caminos de la vida que, tarde o temprano, requerirán convertirse en personas posthumanas: anhelan alcanzar alturas intelectuales tan superiores a cualquier genio humano actual como los humanos están por encima de otros primates; ser resistentes a las enfermedades e impermeables al envejecimiento; tener juventud y vigor ilimitados; ejercer control sobre sus propios deseos, estados de ánimo y estados mentales; poder evitar sentirse cansado, odioso o irritado por cosas mezquinas; tener una mayor capacidad de placer, amor, apreciación artística y serenidad; experimentar nuevos estados de conciencia a los que los cerebros humanos actuales no pueden acceder. Parece probable que el simple hecho de vivir una vida indefinidamente larga, saludable y activa, llevaría a cualquiera a la posthumanidad si continuaran acumulando recuerdos, habilidades, inteligencia» (The Transhumanist FAQ).

Ya no se tratará de «seres humanos» según nuestros estándares actuales. A ese ser posthumano se le ha calificado ya como el «Homo Excelsior». Este salto hacia el posthumanismo requerirá «un nuevo diseño del organismo humano usando nanotecnología avanzada o su mejora radical usando alguna combinación de tecnologías como la ingeniería genética, psicofarmacología, terapias antienvejecimiento, interfaces neuronales, herramientas avanzadas de información, medicamentos para mejorar la memoria, potentes computadoras y técnicas cognitivas» (The Transhumanist FAQ). Resulta difícil para nosotros hoy imaginar cómo sería un posthumano. Carecemos de experiencias que nos permitan siquiera adivinar sus características.

Ciertamente, el progreso científico y tecnológico está alcanzando unos niveles sin precedentes. Lo que ayer fue simple ciencia ficción se está convirtiendo en real posibilidad. Solo un grupo selecto de científicos y expertos en nuevas tecnologías conocen estas posibilidades. A la mayoría de los humanos se nos escapan los campos punteros en los que se mueven hoy en día la ciencia y la técnica. Yo pertenezco, por supuesto, a esa gran mayoría.

«No pretendo grandezas que superan mi capacidad» (Sal 131,1). Esta frase tomada de un salmo de la Biblia judeo-cristiana refleja bien mi estado de ánimo al comenzar este escrito. No pretendo hacer una presentación del transhumanismo, tarea que a todas luces supera mi capacidad. Para hablar y escribir con autoridad sobre el transhumanismo es necesario tener unos conocimientos sobre ciencia y tecnología que yo ciertamente no tengo. Este no es un escrito sobre el transhumanismo, sino un escrito con motivo del transhumanismo. No pretendo explicar qué es el transhumanismo, en qué consiste, cuáles son sus propuestas científicas y tecnológicas. Solo pretendo ofrecer algunas reflexiones que ha provocado en mí el contacto con los temas del transhumanismo.

Porque el transhumanismo no solo es un asunto de ciencia y tecnología. También tiene un profundo componente de ideología. De hecho, los más convencidos representantes están haciendo un notable esfuerzo para ganar apoyos en la opinión pública. Presentan el transhumanismo como un movimiento de liberación y emancipación obligatorio en el siglo XXI. Se propone liberar al hombre de su condición natural y, en cierto sentido, de su dimensión sobrenatural. Por eso, merece ser considerado y enjuiciado, no solo desde el punto de vista de la ciencia y la técnica, sino también desde el de la antropología y, sobre todo, de la ética. Como algunos pensadores han afirmado ya repetidas veces, son la antropología y la ética las que deben guiar e informar la praxis científico-técnica y no viceversa. La ciencia y la técnica no cuentan con herramientas para señalar sus límites éticos, para indicar el sentido de la vida.

He dedicado los últimos tiempos a leer sobre las propuestas de los transhumanistas y sobre la problemática implicada en esas propuestas. Lo he hecho con mucho interés y con mucha atención. Mi reacción ha sido de sorpresa creciente a medida que avanzaba en la lectura. Son muy radicales las propuestas que hace el transhumanismo ya a corto plazo. Y, por consiguiente, son muy profundos los problemas éticos implicados en esas propuestas. Tampoco pretendo dar respuesta a esos problemas. También superan mi capacidad. No ofrezco un trabajo de bioética. La problemática en juego me supera. Doctores hay en el campo de la bioética que deberán afrontar los severos problemas éticos planteados por las propuestas transhumanistas. Yo solo me atrevo a ofrecer algunas meditaciones que han nacido al hilo de mis lecturas.

Ofrezco estas meditaciones evocando el asombro del salmista en otro de los salmos de la Biblia judeo-cristiana. El salmista se asombra a un tiempo de las maravillas de la creación y del infinito poder del ser humano. «Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!... Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies...» (Sal 8). Los no creyentes pueden prescindir del Señor. Pero nadie puede ignorar las maravillas de esta «creación» y el enorme poder del ser humano. El progreso de la ciencia y de la técnica es hoy una prueba manifiesta de este poder incalculable del ser humano. El transhumanismo es, en cierto sentido, una confirmación de las emociones que embargaban al salmista.

Una meditación siempre tiene algo de soliloquio. La meditación es, en el fondo, un ejercicio de humildad. Porque es un decirse a sí mismo sin pretender decir a los demás o un decirse a sí mismo los propios pensamientos sin pretender ejercer ningún magisterio ante los demás. Meditar es un ejercicio de inteligencia. Es un esfuerzo por comprender. Y, en algunos casos, es un ejercicio de sabiduría, un intento de saborear cualquier nuevo descubrimiento. Meditar es intentar comprender y saborear aquello que se ha comprendido. Es intentar tomar contacto con la verdad, encontrarse con la realidad, descubrir el sentido de las cosas, de los acontecimientos, de la vida misma. Meditar es reaccionar. Esto quieren ser las siguientes meditaciones: mis reacciones frente a las propuestas de los transhumanistas y frente a los problemas que, si se llevan a cabo esas propuestas, se le avecinan a la humanidad. Compartir los propios pensamientos es útil a quien los comparte y, a veces, a algunas personas más.

Hace algunos años publiqué un libro con el siguiente título: 'Creer en el ser humano, vivir humanamente. Antropología en los evangelios'. Al escribirlo, no había tomado contacto con los temas y la problemática que plantea el transhumanismo, ese ciclón de posibilidades y riesgos que llegan desde el progreso científico y tecnológico. Si hoy lo volviera a escribir, el mensaje de fondo sería el mismo. Pero me vería obligado a reformular algunas páginas teniendo en cuenta las propuestas transhumanistas.

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Ni la antropología filosófica ni la antropología teológica pueden ya ignorar los problemas planteados por el desarrollo de las ciencias y de las nuevas tecnologías. Este desarrollo afecta tan al fondo del ser humano, de la vida humana, que plantea de la forma más radical preguntas como las siguientes: ¿Cuál es la identidad del ser humano? ¿Se puede seguir hablando de la naturaleza humana? ¿Es la actual etapa de la humanidad una simple «estación de paso» hacia una vida posthumana? ¿Es el Homo Sapiens la última estación de la historia? Yuval N. Harari lo dice de forma muy ingeniosa: en el siglo XXI partirá el último tren desde la estación del Homo Sapiens; quienes pierdan este tren no tendrán otra oportunidad; solo les espera la extinción.

Las preguntas son tan radicales que no pueden ser contestadas exclusivamente por científicos y técnicos. Necesitan ser consideradas desde visiones más amplias. Se deben buscar respuestas transversales y globales acudiendo al diálogo interdisciplinar. Son preguntas tan decisivas y definitivas para el futuro de la humanidad que necesitan el concurso de todas las áreas del saber: la ciencia y la tecnología, todas las ciencias que tienen que ver con el ser humano, las antropologías filosóficas y teológicas... y sobre todo la ética. Lo que está en juego no son pequeños cambios en la vida humana, sino el sentido y el destino de la misma humanidad.

Mis meditaciones se sitúan en el campo de la antropología filosófica y teológica. Es el campo en el que siempre me he movido. Es el campo que me ha proporcionado inevitablemente el horizonte o la perspectiva de mis lecturas sobre el transhumanismo. E inevitablemente es también el campo que me proporciona el horizonte y la perspectiva de las presentes meditaciones. De ello soy muy consciente, así como de la especial atención y del gran respeto que me han merecido los enormes interrogantes éticos que plantean las propuestas transhumanistas. Semejantes avances en la investigación científica y en las posibilidades tecnológicas requieren más que simples meditaciones. Requieren un desarrollo acelerado de la ética. En este momento personas muy autorizadas reconocen que no tenemos ética para tanta ciencia y tanta técnica." 

Introducción al nuevo libro 
Humanos, sencillamente humanos 
(Desafíos del transhumanismo) de Felícísmo Martínez Díez

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