Misionero en San Ignacio de Mojos, Amazonía boliviana Fabio Garbari, SJ: "Lo que tenemos que hacer como Iglesia es ayudar a que Dios se manifieste dónde y cómo quiera"

Fabio Garbari, SJ
Fabio Garbari, SJ

"Me encuentro en un mundo donde tengo que respetar, porque son ellos que saben cómo se hacen las celebraciones, son ellos que saben qué quieren, yo los tengo que seguir"

"Lo más importante del Sínodo es este trabajo (de escucha) que se está haciendo y la red que se forma a través de este trabajo"

"La Iglesia nos ha abandonado, la Iglesia tiempo atrás estaba más cercana a nosotros de lo que está ahora, dicen los indígenas bolivianos"

Escuchar ha sido una de las actitudes vitales de Fabio Garbari, jesuita italiano que llegó a Bolivia hace 32 años. Eso le ha permitido aprender con los pueblos indígenas, primero en el Altiplano, después en el Chaco Guaraní y desde hace seis años en la Amazonía, en San Ignacio de Mojos, gente que tiene una fe que muestra “otras caras del Evangelio”.

El Padre Garbari reconoce que la misión es “estar a disposición de la gente”, algo que ha ido aprendiendo, actitud fundamental para quien llega de fuera, que no es quien debe proponer, pues cuando se impone el Evangelio, éste acaba provocando heridas profundas. Todo ello es consecuencia del poder, que muchas veces es la actitud más presente en la Iglesia, lo que debe ser transformado en relaciones de confianza, hermandad, amistad, ayudando como Iglesia a que Dios se manifieste dónde y cómo quiera.

El Sínodo para la Amazonía está ayudando a escuchar, a formar redes, lo que está siendo una agradable novedad para los propios indígenas, de quienes la Iglesia quiere que sean protagonistas. Ellos piden la presencia de la Iglesia entre ellos, diciendo abiertamente que “la Iglesia nos ha abandonado, la Iglesia tiempo atrás estaba más cercana a nosotros de lo que está ahora”. En definitiva, que el sacerdote “esté presente, que quiera, que genere confianza”.

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¿Qué es lo que has aprendido en más de treinta años de convivencia con los pueblos indígenas?

He aprendido a escuchar, a relativizar tantas seguridades que uno tiene. Recuerdo una invitación de uno de los jesuitas que estaba cuando yo llegué, que me decía, déjate llevar por la fe de los aimara, que es algo que siempre me ha quedado. Hace años decía que eso no se puede del todo, pero después sí, es algo que descubres que es así, dejarse llevar por la fe de la gente, descubrir que representan otras caras del Evangelio, otros valores que no contemplamos nosotros, pero que son evangélicos, y que por tanto, te enriquecen tu ser cristiano, tu fe.

Aprender a estar a disposición de la gente, una experiencia que he ido aprendiendo a lo largo de los años. Al final, yo no soy de aquí. En el mundo aimara, había aprendido aimara, hablaba con ellos, pero eso no quita el que tú no eres de aquí. Si tú estás es porque ellos te aceptan, porque ellos te acogen. Por lo tanto, no soy yo el que tiene que proponer, sino que es la gente que puede pedirte, exigirte.

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Eso supone un cambio de evangelización, de llevar a cabo la misión, la Iglesia católica, durante muchos siglos intentó, de una forma o de otra, imponer su doctrina. ¿Es difícil asumir ese cambio interior?

Yo he estado mis primeros casi veinte años en el mundo aimara. En el mundo aimara lo que notas es una herida profunda, que viene del tipo de evangelización que se ha tenido allá, una evangelización que impone, una evangelización formal, que no va a la sustancia, que no presenta a Cristo, sino que te arma un tinglado de sacramentos, de ritos y de doctrina. Esta herida la notas y notas también una dicotomía entre la gente. A veces la gente se preguntaba, ¿puedo ser aimara y cristiano al mismo tiempo? Son cristianos, evidentemente, y han asumido el cristianismo de verdad, pero ellos mismos ven que esto les choca todavía, después de quinientos años, con maneras de ser suyas. Tanto que tienen sus ritualidades paralelas, la ritualidad aimara y la ritualidad cristiana, casi paralela, que avanza.

Esto nos hace ver que no puede ser así y que tienes una responsabilidad, no sé si decir culpa, pero sí, culpa histórica, al final ha sido la Iglesia que ha entrado así, y por lo tanto, mostrarles que tú estás a su disposición. Esto me ha servido mucho en el mundo aimara y esto te permite ser acogido. Ahora es una situación diametralmente opuesta, porque estoy en una región que es la continuación de las misiones jesuíticas, y allá los jesuitas han entrado defendiendo a los indígenas. Prácticamente en las misiones, aquí en Bolivia, son las únicas misiones en Bolivia que no han sido destruidas después de la expulsión de los jesuitas.

Allá el Evangelio ha sido un elemento de protección suya, y han logrado unir muy bien el lenguaje indígena de la gente, también el lenguaje simbólico, que está expresando la religión católica. Tengo la suerte de que los párrocos, desde comienzos del siglo pasado, han sido personajes de mucha categoría, que han asumido, aceptado, fortalecido esto, respetado la manera de ser de la gente. Me encuentro en un mundo donde tengo que respetar, porque son ellos que saben cómo se hacen las celebraciones, son ellos que saben qué quieren, yo los tengo que seguir. Me dicen, padrecito, ahora nos haces eso, después puedes irte a descansar, no nos molestes.

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Hablas de las misiones jesuíticas, de la forma de hacer misión de los jesuitas. Podríamos decir que un jesuita, el Papa Francisco está queriendo hacernos ver que es importante cambiar la forma de hacer misión, a partir de la escucha, del respeto a las culturas indígenas. ¿Eso está siendo asumido por la Iglesia católica, o todavía es algo que se queda en palabras del Papa? 

Digamos que estamos en un proceso, para ser positivo. Yo creo que falta mucho para asumirlo y creo que al final el Papa habla de clericalismo y dice también que clericalismo significa hablar poder. Al final es un discurso de poder, se tiene una institución Iglesia que tiene su poder y esto uno lo defiende porque al final se encuentra bien en su espacio de poder, aunque sea un poder bueno, un poder que ayuda, pero es siempre poder. Bajarse de este poder para estar a disposición, tratar de bajarse, porque nunca bajas del todo pero tratar de bajarse y ponerse a disposición, y hacer una relación ya no de poder, sino de confianza, que es lo que genera hermandad, que es lo que genera amistad, esto es el trabajo en el cual nos está queriendo meter el Papa.

Este mundo amazónico, el cual el Papa está teniendo un poco en la mira para ver qué cosas nos puede aportar, está en esta diversidad, en esta identidad suya, en esta capacidad de darnos mucho para hacernos crecer en humildad y descubrir que hay espiritualidades fuera de nosotros, que Dios está y que lo que tenemos que hacer como Iglesia es ayudar a que Dios se manifieste dónde y cómo quiera.

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¿Cómo el Sínodo para la Amazonía puede ayudar en ese proceso que usted dice que estamos?

Creo que la mayor ayuda que nos puede dar es fortalecer este proceso. Ahora todo el trabajo para el Sínodo nos está ayudando a fortalecer el proceso, se está viendo quien se reúne, quien no se reúne, nos estamos juntando, estamos viendo cómo vamos, estamos ayudando a reunir a la gente, a escucharla, de manera que hagamos un ejercicio. Lo más importante del Sínodo es este trabajo que se está haciendo y la red que se forma a través de este trabajo.

Después, confío también que pueda salir un documento que nos ayude, que nos dé pistas, que nos ayude a enfocar el camino. A nivel eclesial no sé si saldrán novedades importantes, pero lo más importante es este proceso, que tiene que seguir más allá del Sínodo, y ojalá que después se pueda apoyar en los documentos del Sínodo para poder seguir fortaleciéndose.

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¿Cómo se están implicando los indígenas con los que convive en este proceso sinodal?

En las primeras asambleas que se han hecho, hay como una sorpresa. Cuando se les dice que el Papa quiere que ustedes digan, hay una sorpresa, preguntándose porque el Papa ha puesto los ojos sobre nosotros. Pasado este momento de sorpresa, no es sólo que se estén implicando en el Sínodo, sino que es fortalecer el proceso de cercanía que se tiene. Ven que no solamente estoy a su lado, que no solamente los acompaño en sus luchas, en sus amenazas que tienen, grandes y numerosas, en su territorio, en su cultura, sino que además la Iglesia les quiere escuchar, cosa que muestra que no son solamente ayudados, sino que son, de alguna manera, protagonistas.

Esto lo captan, y es algo que les gusta, responden y están a la espera. Tienen un mundo que, por ser heredero de las misiones jesuíticas, es muy católico, muy eclesial, y de una forma laical muy fuerte, porque se han manejado siempre solos, con una Iglesia muy ministerial. Están confiando que exista un reconocimiento de su ministerio, que a veces lo tienen que ejercer casi de forma semi clandestina, de una manera tolerada.

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¿Y qué es lo que ellos piden, qué es lo que dicen cuando se les da la oportunidad de hablar?

Una cosa es la presencia, piden una presencia de la Iglesia, dicen que la Iglesia nos ha abandonado, la Iglesia tiempo atrás estaba más cercana a nosotros de lo que está ahora. Esta es una voz que en Bolivia he encontrado en otros pueblos, aparte de mis cinco pueblos, en otros pueblos donde hemos hecho asambleas presinodales, este reclamo de que la Iglesia nos ha abandonado. Esta presencia de Iglesia, cercana, de cariño. A una ONG le piden una presencia técnica, a nosotros nos piden una presencia de cariño. Si el empleado de la ONG es también cariñoso, macanudo, y si el cura también sabe algo de técnica, macanudo, pero al cura le piden lo cariñoso, que esté presente, que quiera, que genere confianza. Después, ayudarles en la defensa de su territorio, de su cultura.

A nivel eclesial, ser reconocidos. En Mojos hay un parroquia, yo tengo cuatro parroquias, a la que tengo que llegar en avioneta, con dos días de viaje, y logro llegar unas pocas veces al año, que funciona toda solita, tienen su celebrante, que es una anciana, que celebra con mucha devoción y bien, tiene su grupo de colaboradores, preparan las confirmaciones, preparan todo.

En la Asamblea pre-sinodal ha habido una cosa que me ha llamado mucho la atención. Decían, ¿cómo podemos hacer con las misas?, aquí no tienen. ¿Cómo que no tenemos misa?, aquí siempre celebramos los domingos. Ellos están convencidos de que tienen. Si yo no lo reconozco, si nosotros Iglesia oficial no lo reconocemos, es un problema nuestro, pero ellos lo están viviendo en plenitud, porque ellos lo están celebrando con toda su fe. No hacen nada fuera de los cánones, ellos tienen las hostias consagradas que se les deja, pero su concepto es eso. Nosotros tenemos el problema, yo párroco tengo el problema, de pensar qué, pero Dios no tiene este problema, no puede ser que tenga este problema.

Sería bonito que esto pudiese, de alguna manera, ser legitimado, ser reconocido, ser aceptado también por la Iglesia, se quitaría de encima este problema de pensar que todo mundo está en pobreza sacramental.

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De hecho, esa es una de las discusiones que aparecen en el proceso de preparación del Sínodo, pero inclusive antes del Sínodo ya hay mucha gente que se manifiesta contraria y que parece tener miedo a todo eso. ¿De dónde vienen esos miedos?

Al final me arriesgo a decir, una vez más, que es cuestión de poder, al final en la Iglesia, el cura y el obispo somos los dueños de los sacramentos y por lo tanto, como hacemos girar la comunidad alrededor del sacramento, en lugar de hacer girar el sacramento alrededor de la comunidad, somos también dueños de la comunidad, y nosotros decidimos si tú te bautizas, si no te bautizas inventamos certificados, y es una cuestión de poder, que es algo que difícilmente se cambia.

¿No es completamente injusto querer tener poder en comunidades donde el sacerdote aparece una vez por año?

Es profundamente injusto a mi manera de ver, son comunidades que están viviendo su fe, de una manera profunda, con su esfuerzo, con su responsabilidad, con su compromiso, que lo viven sobre la Palabra de Dios, que la viven sobre la Eucaristía, que no pueden consagrar, pero que reparten, que la viven visitando los enfermos, o sea, todas las cosas que hace el párroco en una parroquia cualquiera, inclusive de una manera más horizontal, porque no hay este poder que yo cura siempre tengo dentro, mientras ellos están mucho más horizontal.

La gente está viviendo su fe, y no puede ser que Dios no esté tomando en cuenta aquella fe, simplemente porque sacramentalmente no tiene la plenitud. No sé bien como lo van a arreglar, no soy teólogo ni lo quiero ser, pero a ojo de pastor ves que eso es así y que la gente nos enseña a tener otro tipo de vivencia.

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Esa dicotomía entre teología y pastoral, que siempre ha estado presente, también está presente en el Papa Francisco, a quien se le acusa de ser alguien sin mucha teología, que es más pastor. ¿Cómo se podría llevar todo eso para tantos sacerdotes que muchas veces se preocupan más por el Derecho Canónico, por la teología, que por la vida pastoral en medio de la gente?

Creo que la Iglesia está transformándose, a pesar suyo, porque son cincuenta años que rezamos por las vocaciones y las vocaciones no vienen. Deberíamos entender que el Espíritu Santo no es sordo, si no nos las manda es que calcula que vayamos por un camino diferente, por un camino más laical. Si es que pasa, no es que pueda ser una cosa ajena al Espíritu Santo.

Yo creo que es algo que poco a poco va a salir, si el Sínodo logra dar una legitimidad a estas comunidades que viven su fe con toda devoción y sencillez, sería seguramente un paso de hacer ver que se puede tener una Iglesia más horizontal, una Iglesia menos clerical, una Iglesia donde el sacerdote tiene otro rol. No va a tener un rol del dueño del sacramento, sino que va a tener un rol del pastor, que ayuda a que la gente viva junto.

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