En el Jubileo de los Migrantes Emilce Cuda recibe Premio Sadlier 2025 del Ministerio Hispano: "Lo que hacemos es considerar hermanos a los que otros llaman migrantes"

"El reconocimiento de aquellos por los que trabajamos es uno de los premios más grandes que uno puede recibir"
"La misericordia no se centra en el culto, sino que se hace concreta, se realiza en la práctica de ayuda a cada una de las iglesias particulares"
"A nosotros nos compete ver de qué manera colaboramos con aquellas personas que llegan a nuestro continente, ver cómo las recibimos, protegemos, acompañamos e integramos"
"A nosotros nos compete ver de qué manera colaboramos con aquellas personas que llegan a nuestro continente, ver cómo las recibimos, protegemos, acompañamos e integramos"
El Consejo Nacional Católico para el Ministerio Hispano entregó este 5 de octubre el premio William H. Sadlier 2025 a Emilce Cuda, secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina.
Galardón que le confieren en la categoría de excelencia en la catequesis y el servicio al Ministerio Hispano. A la teóloga argentina se le reconoce por su acompañamiento constante a líderes de la comunidad latinoamericana y Caribeña residente en Estados Unidos.
Una voz femenina que profundiza en las bases teológicas y pastorales que fundamentan su misión desde la Santa Sede; siempre comprometida con la búsqueda de comunión, justicia e inclusión de migrantes y trabajadores considerados durante mucho tiempo descartados. La ceremonia se realizó en el marco de las actividades del Jubileo de los Migrantes que se adelantan del 2 al 8 de octubre en la Casa Generalicia del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la Salle en Roma.

Construir puentes
¿Qué significa para usted recibir este premio y cómo se siente al ser reconocida por el Ministerio Hispano?
Para mí recibir este premio es un honor, quizá uno de los más grandes. Lo digo porque a lo largo de la vida he recibido muchos títulos académicos, que son fruto de mi trabajo, de mi estudio, pero esto es otra cosa, es algo que viene de la gente. Los títulos académicos finalmente con constancia, paciencia, dedicación se logran, con mucho esfuerzo, pero se logran. Sin embargo, el reconocimiento de la gente es lo más importante. Es lo que los griegos llamaban realmente “el honor”, que es el reconocimiento de aquellos por los que trabajamos. Y ese, es uno de los premios más grandes que uno puede recibir. Por otro lado, yo también soy migrante, nací en Argentina y soy residente de los Estados Unidos.
También estoy en ese país, junto a ellos, como migrante y me conmuevo con su trabajo, no solo ahora que están pasando por una situación difícil; sino por la forma en que se han organizado desde siempre, y no solamente los hispanos. También los migrantes irlandeses, los católicos irlandeses, la gran migración de los trabajadores en el siglo XIX, que fueron acusados en un momento de americanismo, algo parecido a lo que hoy sucede y se acusa frente a los populismos.
Sin embargo, en medio de esas penurias, en su condición social y en ese negarles su condición de cristianos católicos, fueron adelante, organizados como iglesia. Organizados comunitariamente, algo que resalta Alexis de Tocqueville en su obra “La democracia en América”. Eso siempre me impactó y cuando tuve la oportunidad, dada por el Papa Francisco de ser Secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina, le propuse la idea de considerar a Latinoamérica más allá de Centroamérica y el Caribe. Es decir, empezar a construir puentes entre las Américas, por los más de 60 millones de latinos que existen en Estados Unidos, no solamente católicos, por supuesto, porque todos somos hijos del mismo Dios y todos somos hermanos.
En ese marco, comencé a trabajar con ellos, pero a partir de una invitación de ellos, nunca fui a invadir su territorio pastoral. Por el contrario, me invitaron hace muchos años a la primera reunión en Washington y a partir de ahí, empecé una estrecha colaboración, para llevar adelante sus proyectos, colaborando desde la Pontificia Comisión para América Latina, el único continente que tiene la bendición de contar con una comisión en la curia romana, pero esta Comisión es solidaria con todos los continentes, en este caso por los más cercanos, que son los americanos del norte.

Integración, reconciliación y fraternidad
¿Cómo contribuye su trabajo en la Pontificia Comisión para América Latina al fortalecimiento del ministerio hispano en Estados Unidos?
La Pontificia Comisión para América Latina no interviene en la jurisdicción episcopal de los Estados Unidos. Por el contrario, el primer paso que hemos hecho desde el proyecto que coordino Construyendo Puentes o Building Bridges, es justamente eso, construir puentes de integración, reconciliación y fraternidad entre las tres Américas, a pedido del Papa Francisco con el apoyo del entonces cardenal Prevost, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina en su momento y ahora pontífice que en su primer discurso invitaba a todos a construir puentes.
El primer puente que hemos hecho fue a través de las universidades. Eso funcionó muy bien, estudiantes de las tres Américas, juntos dialogando con el Papa Francisco y luego desde las Américas dialogando con África y Asia, con el sur global. Eso fue maravilloso. Luego de eso lo que hicimos fue conectar a la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos con el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), para juntos comenzar a construir otros puentes y esos fueron los puentes laborales con sindicatos, cámaras de empresarios, comunidades organizadas y movimientos populares.
¿En qué colaborar? bueno, en aquellos temas que son coyunturales que tienen que ver con la condición social de las personas que son excluidas del sistema y por lo tanto viven en condiciones de injusticia social. De acuerdo con el actual magisterio social de la Iglesia, consideramos que la misericordia no se centra en el culto, sino que se hace concreta, se realiza en la práctica de ayuda a cada una de las iglesias particulares.
Históricamente éramos los del sur, los que íbamos a pedir ayuda al norte, pero las condiciones geopolíticas, sociales y económicas a veces invierten ese mapa y hoy somos nosotros los de América Latina quienes podemos ayudar a los del norte, poquito, pero podemos. Por ejemplo, recibiendo a todas aquellas personas que vuelven desde el norte al sur. Ver cómo incorporarlas, ver cómo atender las relaciones con las universidades, sindicatos y empresas para que puedan tener una vida digna, un trabajo decente.
También compartir prácticas, saberes que hace, por ejemplo, América Latina con los procesos migratorios que tenemos muchos; son lo que se conocen como migración interna y ver de qué manera estas prácticas pueden servirle a los del norte y al mismo tiempo, aprender de ellos cómo han llevado adelante durante tantos años una organización que, a mi juicio, es exitosa, siempre caminando de la mano de los obispos.

Hijos de un mismo Padre
- En tiempos de políticas radicales nos hallamos ante el derecho de las personas a migrar y la libertad de los Estados para implementar sus leyes... ¿Cómo hallar el equilibrio? ¿Cuál es el rol de la Iglesia en la defensa y promoción de los derechos de los migrantes y refugiados?
A la iglesia católica no le compete intervenir en los asuntos políticos y económicos. De acuerdo con el capítulo 8 de Fratelli Tutti, el Papa Francisco nos vuelve a recordar que todos somos hermanos, porque todos somos hijos de un mismo padre y dice que eso nos hermana en la carne. Por lo tanto, nosotros como católicos, lo que hacemos, es poner en práctica esa fraternidad y considerar a los que otros llaman migrantes, hermanos.
En Latinoamérica los llamamos trabajadores, con lo cual reconocemos en ellos esta dignidad de ser creativos a imagen y semejanza de Dios, considerarlos como sujetos históricos, como sujetos económicos, como sujetos políticos y poco a poco ir integrándolos en nuestras estructuras en nuestras universidades públicas, en nuestras organizaciones barriales. Creo que esa práctica que tiene Latinoamérica, que es el principio de solidaridad de la Doctrina Social de la Iglesia, que ha alcanzado un estado de institución, es algo que podemos aportar para colaborar con aquellas personas que nuevamente deciden volver a trabajar en nuestro territorio.
Y eso es mucho, parece poco, quizá no es algo que tenga que ver directamente con lo que acontece en el territorio norteamericano; pero eso es una responsabilidad de la iglesia, los obispos, sacerdotes, pastores y fieles de la Iglesia de los Estados Unidos de Norteamérica. A nosotros nos compete ver de qué manera colaboramos con aquellas personas que llegan a nuestro continente, ver cómo las recibimos, cómo las protegemos, cómo las acompañamos y cómo las integramos.