Amistad

Dicen algunos que las monjas se juntan sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse. No estoy en absoluto de acuerdo con este dicho.

Mis mejores amistades las he labrado viviendo en comunidad. Con algunas me encuentro con frecuencia, o tengo la suerte de vivir con ellas, otras viven a miles de kilómetros de distancia, otras ya están en la casa del Padre. Con ellas hemos tratado temas que nos han ayudado a crecer en la fe. Ni la muerte ni la distancia han borrado nuestra amistad. Es aquello de que el amor es más fuerte que la muerte.

Estos últimos meses he tenido la gran alegría de encontrarme con dos de estas hermanas que viven muy lejos:

Una es de la India, mucho más joven que yo. Nos conocimos en Roma. Ella estudiaba Ciencias Religiosas. Cuando terminó los estudios regresó a su país. Pero la amistad trabada, quedó. Ahora de paso por España nos pudimos ver de nuevo. Después de tantos años de separación teníamos mucho que contarnos aunque ella vino para trabajar unos proyectos de diversas misiones que las hermanas llevan a cabo en la India, aprovechamos para compartir. Cuando nos despedimos sentimos la tristeza del adiós y también el gozo de habernos vuelto a ver.

La otra, también más joven que yo, es iraquí. La conocí en el Líbano. Era la directora de una escuela de un barrió extremo de Beirut. Era la época de la guerra civil libanesa. Siempre admiré su coraje, intrepidez y prudencia para moverse en situaciones conflictivas.

Hace dos años la enviaron a su país. La pobre va de guerra en guerra. Su valor ante las dificultades se ha acrecentado. Cuando un periodista le preguntó si no tenía miedo, le respondió que si tenía miedo pero al pensar en sus hermanas religiosas, los niños, los enfermos y las jóvenes se sobrepone y anima a todos para que hagan frente a las dificultades, para que luchen para ayudar a su país tan maltratado y oren para que el Señor les conceda que pronto su país pueda vivir en paz.

Vernos en estas circunstancias fue una gozada. Mantiene el ánimo, la tenacidad y una confianza ilimitada en la protección divina. Al despedirnos la emoción invadió mi corazón y le pedí a la Virgen con toda la fuerza de mi corazón que la protegiera de todo peligro y asistiera en su misión de sostener a sus hermanas y a su pueblo. Texto: Hna. María Nuria Gaza.

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