El Magníficat del Antiguo Testamento

Se inicia con una invitación a la alabanza de Dios: “Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor ahora y por siempre.” Y continúa que se le debe alabar de la salida hasta la puesta del sol (v.1-2). Si esto es así, quiere decir que en todo momento en toda ocasión, Dios tiene que estar presente en nuestro quehacer.
Nuestro Dios es grande, “quien como el Señor Dios nuestro que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra”. Ningún dios es como nuestro Dios. No es un Dios lejano que no le importa lo que ocurre en la tierra sino todo lo contrario es un padre que se desvive por sus hijos y quiere que todos se salven: “Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo”. Estos dos versículos, seis y siete, son muy revolucionarios para la concepción antigua en la que a los humildes se los tenía apartados y he aquí justamente, Dios los levanta y los sienta junto a los poderosos del pueblo. El cántico de María en el Magníficat va todavía más lejos: “Derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos colma de bienes y a los ricos despide vacíos” (Luc 1,52-53). Dios se inclina misericordiosamente ante los humildes, “la ambición del malvado fracasará” (Salmo 111).
Señor quiero ser débil para que tú me puedas elevar.Quiero tener por Madre a María para aprender de ella la humildad. Texto: Hna. María Nuria Gaza.