Ojalá escuchéis hoy su voz

Escuchando la voz de Dios
El salmo 94 es una “invitación a la alabanza, una exhortación a la conversión”, dice Hilari Raguer. Se inicia con estas frases: “Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, vitoreándolo al son de instrumentos”. Y, ¿por qué hemos de aclamarlo? Pues sencillamente porque como continua el himno, “porque el Señor es un Dios grande soberano de todos los dioses: tiene en su mano las simas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes; suyo es el mar, porque él lo hizo; la tierra firme, que modelaron sus manos”. Es decir no hay Dios fuera de él. Los dioses que adoraban los pueblos vecinos de Israel no eran más que dioses hechos por manos humanas que no podían salvar, como dice otro salmo: “Tienen píes y no andan, no tiene voz su garganta” y termina con una maldición: sean como ellos los que confían en semejantes dioses.

Pero ante el Dios y Señor del universo hay que “postrarse por tierra,” símbolo de adoración. Unos versículos más adelante recuerda al pueblo de Israel que no endurezca su corazón como en el desierto de Meribá en el que murmuraron contra Yahvé y contra Moisés que los había sacado de Egipto con mano fuerte, ellos habían visto los prodigios que Dios había realizado a favor de ellos pero pronto olvidaron las hazañas que él realizó para librarlos del poder del Faraón.

Pero un tema central del salmo es: “Ojalá escuchéis hoy su voz”. Escuchar la Palabra de Dios es el gran deber de todo cristiano, es un trabajo espiritual que no podemos dejar arrinconado si queremos progresar en el camino de la santidad. Ya para el pueblo de Israel el escuchar era su gran obligación: “Escucha Israel”. Pero no es tan fácil el escuchar a Dios porque en nuestro interior se levantan muchas otras voces. Ahí estriba nuestra labor saber discernir una voz de otra. Es una gracia que hay que pedir al Señor con insistencia. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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