Venid, aclamemos al Señor

Al finalizar el día, hay un momento del que disfruto en muchas ocasiones. Cuando se ha terminado una jornada con todos sus quehaceres, con sus alegrías, contrariedades, preocupaciones… con todo lo que el día nos ha deparado. Es entonces cuando entro en mi habitación y disfruto del silencio pero sobretodo de ese silencio interior en el que mi alma necesita recogimiento, a veces más sosiego, donde a mi manera le digo al Señor: ¡Aquí estoy y tú sabes cómo!

Es entonces cuando tomo entre mis manos su Palabra, selecciono algún texto más significativo para mí o que me guste más pero a veces busco que me hable en la sorpresa de abrir la Biblia y es ahí donde me encontré con el salmo 95 (94). Esa noche fue ésa la palabra que necesitaba y no fue casualidad, me invitaba a entrar en su presencia dándole gracias, a aclamarle y sobretodo me decía: ¡Ojala me hagas caso: No endurezcas el corazón…! Y acabé entrando en su descanso…

Al día siguiente, el día me acompañó con su mensaje “No endurezcas el corazón…”, toda yo andaba con más paz interior y el día tuvo otro color, el Señor me ayudó a encaminar mis pasos más hacia Él y dejé que su palabra permaneciera…

“Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo al son de instrumentos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo;
la tierra firme, que modelaron sus manos.
Entrad, inclinados rindamos homenaje,
bendiciendo al Señor, Creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo,
el rebaño de su aprisco.
¡Ojalá le hagáis caso!:
“No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá,
como el día de Massá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron aunque habían visto mis obras”.
Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado que no conoce mi camino;
Por eso juro indignado que no entrarán en mi descanso”.


Texto y foto: Hna. Ana Isabel Pérez.
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