La cananea

Cananea
Me gustaría ser este cachorro del que habla la mujer cananea que se alimenta de las migajas de pan que caen de la mesa de su amo (Mt 15,21-28). Una migaja de tu palabra, Señor, basta para alimentar la migaja de mi fe; una migaja de tu mirada, Señor basta para darme ánimo de continuar el camino no siempre fácil. Una migaja y nada más. Quisiera ser de estos cachorros que saltan y juegan bajo la mesa de los comensales esperando que les caiga un hueso de pollo o una corteza de pan.

El perro este animal dócil pero despreciado en tiempos de Jesús, y sin embargo fiel compañero del hombre. Yo quisiera ser la compañera de los que con frecuencia son peor tratados que los perritos, quisiera ser de los impuros, de los fracasados porque sé que es donde tú habitas, donde tú vas en busca de la oveja perdida. Tú, Señor, has ido más lejos de las fronteras judías, y ahí te has encontrado con alguien con más fe que en los de tu propio pueblo; has ido al pueblo de los cachorros. Yo quiero ser un perrillo que reclama una miga de tu amor. Tú que no desprecias ninguna petición, ninguna queja, que no te haces sordo a las súplicas de los menesterosos. Los sencillos y humildes jamás son inoportunos ante ti, tú esperas que acudan a ti que puedes sanar sus enfermedades. Y ojalá cuando te presento una súplica pueda oír de tus labios: “¡Mujer que grande es tu fe! Hágase como tú quieres”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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