Una noche serena

Una tarde de domingo puede dar para mucho e incluso acabar sorprendiéndote, y así fue, sin haberlo planeado, un paseo inicial en buena compañía acabó a la orilla del mar, contemplando una noche serena, donde se iba serenando a la vez el propio interior. Hacía tiempo que no disfrutaba de un regalo así, esa gratuidad de contemplar la luna llena reflejada en el mar. ¡Cuántas oportunidades tenemos de disfrutar en lo sencillo y cuanto bien nos hace!

Estaba físicamente contemplando un mar y me trasladé a otro mar, a unos años donde todo empezó... volví a palpar en mi interior el inicio de la llamada del Señor a la vida religiosa, en aquél mar, mi mar de niñez y adolescencia... fue allí donde Dios en los amaneceres y atardeceres me fue hablando al corazón, donde mi vida empezó a recibir una luz y hubo un cambio interior.

Cuando mi mirada se perdía en el fondo de aquél mar, allí estaba Él invitándome a ir más allá, a buscar otros mares en su compañía… esa tarde de domingo sentí nostalgia de “mi mar”, alegría profunda por haberle reconocido en aquella orilla y gozo por el presente en clave de futuro que contemplaba mirando nuevamente más allá de aquél nuevo mar, con la fuerza y el amor que empuja a seguir surcando otros mares, a continuar allá dónde Él quiera… poniendo en el reflejo del mar su rostro que me sigue enamorando, en el que le pido que sea de verdad el Señor de mi vida, de nuestras vidas…¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? (Salmo 139). Texto: Hna. Ana Isabel Pérez.
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