artículo largo de "Proyección", enero-marzo 24 Análisis socioteológico del momento actual

El pronóstico de nuestra situación es sencillamente grave.

Hay pequeñas realidades (la mayoría no occidentales)que pueden ser gérmenes de esperanza

“dejamos el cielo para bajarlo a la tierra y nos hemos quedado sin cielo y sin tierra”. Pues bien: si recuperamos el cielo quizá podremos hacer que la tierra, aunque no sea un cielo, tampoco sea un infierno, sino un camino hacia el cielo

da la sensación de que hoy estamos moviéndonos entre dos actitudes iniciales que ya han sido señaladas por los sociólogos: la inconsciencia y el pesimismo consciente.

1.- “Pronóstico reservado”

Pues sí: todo parece negativo en nuestro entorno. Pero nunca en la historia es todo negativo; y las épocas de más crisis pueden ser también a veces las de mayores promesas, como han comentado ya muchos autores. Lo importante para un buen diagnóstico es examinar todos los factores que intervienen en una situación, y no solo los más ruidosos o más salientes.

Hay un primer detalle que no conviene olvidar y creo que ha sido poco comentado: durante la pasada y larga crisis de la covid 19, se oyeron muchas voces que anhelaban volver a “nuestra normalidad habitual”. Frente a ellas, surgió la pregunta de algunos analistas que me parecen más inteligentes y más honestos (ejemplos como Adela Cortina y Josep Ramoneda): ¿queremos volver a nuestra normalidad o a nuestra “anormalidad” habitual?

Si, como creo, tenían razón estos segundos, deberíamos de sacar una primera conclusión: la pandemia fue una lección y un aviso que no quisimos aprender ni escuchar. Y hoy quizá estamos pagando las consecuencias de aquella conducta[1]. Los pronósticos son a la vez muy serios y bastante probables. He aquí algunos síntomas.

 -   Por un lado, estamos cerrando el año más cálido de los que conoce nuestra historia, y las llamadas catástrofes naturales están siendo cada vez mayores. Este doble síntoma irá creciendo.

 -  Por otro lado, las guerras se eternizan y es probable que estalle pronto alguna nueva confrontación, que hace cada vez más posible el estallido de una guerra nuclear no querida, pero imparable.

-   Además, y por increíble que parezca, el pueblo que había sido víctima del mayor holocausto de nuestra historia, está provocando hoy el hasta ahora mayor holocausto de este siglo. Y eso ante una tibieza y una ceguera de gobernantes muy similar a la de los gobiernos occidentales ante el fenómeno Hitler. Ya es sabido que el mayor daño que nos puede hacer quien nos maltrata, no es el mal físico que nos haga, sino sacar lo peor de nosotros mismos.

-  También es muy previsible que, a pesar de nuestros esfuerzos por detenerlo, el fenómeno migratorio siga creciendo, provocado no por supuestos “efectos llamada” sino por la simple necesidad de vivir. Y el caos o las violencias que puede provocar ese fenómeno creciente e imparable son inimaginables.

-   Finalmente tienen muchos la impresión, de que fenómenos como la inteligencia artificial y las telefonías móviles van a acabar dominando al ser humano. Es momento de evocar una advertencia muy repetida por R. Guardini y de la que tampoco hicimos demasiado caso: el hombre ha alcanzado un gran poder sobre la naturaleza; pero debemos preguntarnos si tiene todavía poder sobre su propio poder. La técnica convertida en tecnocracia y en lo que otras veces llamé “imperativo tecnológico”[2] acaba dominándonos a nosotros.

Cabe pues aplicar a nuestro mundo lo que el cantautor Raimon cantaba sobre el hombre: “qui sap el mon on anirà”. Pero todos esos pronósticos amenazadores, que tenemos derecho a considerar como muy probables tienen una misma causa común que puede alumbrar esperanza: son simplemente el fruto último del sistema capitalista y pueden anunciar su final. Esta es la segunda parte que debemos analizar.

2.- Crisis definitiva del capitalismo.

Da igual que lo llamemos capitalismo, sociedad de mercado, neoliberalismo económico, o que le busquemos otro nombre. Se trata de una de tantas mentalidades y formas de conducta que a corto plazo parecían bienhechoras y a largo plazo resultan desastrosas. Como ocurre a niveles individuales con la droga, podemos decir que nuestro sistema económico es una especie de “heroína social”. Y hoy estamos asistiendo a su verdadero retrato. Veámoslo.

Se trata de un sistema injusto: porque produce mucho para pocos y poco para muchos, poniendo al Capital por encima del trabajo. Y además, hace de la fabricación de armas y de la industria armamentística una de sus mayores fuentes de ingresos, a las que no cabe renunciar ni aunque ese comercio limite los gastos sociales de muchos países pobres.

Se trata además de un sistema inhumano: porque plantea las relaciones humanas desde el individualismo y no desde la comunidad; desde la competitividad y no desde la colaboración. Y acaba mirando a los demás como posibles enemigos -incluso cuando son momentáneamente aliados- a los que hay que buscar cuándo llega la ocasión de “hacerles una OPA”.

Y se trata también de un sistema irracional: porque la meta del “máximo beneficio” acaba impidiendo que el planeta pueda regenerarse y nos ha llevado a ese cáncer de la tierra que llamamos problema ecológico.

Francisco lo ha definido exactamente como “un sistema que mata” y que crea una cultura y una sociedad “del descarte”. Lo que Imanol Zubero ha caracterizado muy bien como “necronomía”[3]. Y es significativo que ningún papa haya recibido tantos ataques tan públicos y tan duros como el actual que, parece, por otro lado, el más “progresista”. Pero, si vale lo de la “heroína social” ante evocado, hay que comprender que esos ataques vienen de “drogadictos sociales” y tienen tanta explicación y tan poca fuerza como las razones de un heroinómano.

Porque a las tres “ies” citadas (injusto, inhumano e irracional”) se añade una cuarta que es la que ha llevado a la crisis actual: el sistema es irreformable. Su poder es tan enorme como su ceguera. Los mismos esfuerzos de países “importantes” para evitar que la ONU sea una autoridad mundial (tan necesaria hoy en un mundo tan interconectado) y se limite a ser una especie de ONG, que utilizan cuando les conviene y de la que prescinden cuando les molesta, pueden ser otro ejemplo de eso. Así hoy Naciones Unidas tiene un gran secretario pero tan excelente como impotente. Y si miramos a ayer: ¿para qué sirvió, y quién recuerda hoy aquella declaración preparada el 1 de mayo 1974 sobre la necesidad de un nuevo orden económico internacional “basado en la equidad, la igualdad… que permita corregir las desigualdades y reparar las injusticia actuales”?[4]  

Aquí conviene recoger las alusiones anteriores a la pasada pandemia, que fue incapaz de provocar la más mínima reforma de nuestra supuesta “normalidad”. Y recordar también el significado histórico que ha tenido el comunismo: mientras existió como amenaza muy seria, consiguió algunas reformas[5], las cuales van desmontándose poco a poco desde que desapareció esa “amenaza” comunista: como si el lobo ya no necesitara vestirse de abuelita “para comerse mejor” a la Caperucita humana.

Digresión comunista.

Esta alusión al comunismo merece una reflexión más larga por las lecciones históricas y antropológicas derivadas de ese sistema fracasado. Veámoslas.

a.- Por un lado, el comunismo confirma una ley histórica muy frecuente: casi todas las reacciones contra situaciones que debían desaparecer, tuvieron razón en el hecho de su reacción, pero fallaron en la manera de reaccionar[6]. No basta tener razón en reaccionar si no reaccionamos bien: “elemental, querido Watson”.

El ejemplo mejor para nosotros puede ser el siguiente: el comunismo tenía toda la razón en su reacción anticapitalista, pero poca en el modo como se concretó esa reacción: el único comunismo válido (y superior) es el que brota de la libertad y, por tanto, del amor. No el que brota de la dictadura y de la falta de libertad.

b.- Por otro lado, la historia del comunismo nos sitúa ante el que parece ser el gran dilema de nuestra humana constitución: la incompatibilidad entre felicidad y libertad. Fuera de sistemas económicos, tanto Dostoievski, como Nietzsche, como Sartre, denunciaron esta antinomia que (según el último de los tres citados) convierte al ser humano en “una pasión inútil”.

Pues bien, la novela Nosotros, del ruso Yevgueni Zamiatin, escrita en 1920 y que intenta proyectar hacia siglos futuros las consecuencias del naciente comunismo, gira toda ella en torno a esta supuesta tesis: los comunistas de esos tiempos futuros serán felices y darán las gracias al sistema (o al “Gran Benefactor” que da lo mismo sea un Stalin o un Partido único) porque les quitó la libertad, ese delirio de los antiguos “salvajes”, para hacerlos felices. Aunque la novela me resultó aburrida tiene algunos chispazos de una lucidez asombrosa y bien formulada en esta dirección[7].

Pero lo que ahora conviene destacar es que ¡esa misma tesis vale también para el mundo occidental que se llama libre! Es conocido hasta qué punto está presente en la cultura de hoy el tema de la felicidad. El sistema nos obliga a reconocer que somos felices: porque si no, será señal de que somos idiotas y nadie está dispuesto a reconocerse así. Pero el sistema occidental (más hábil que el comunista) nos quita la libertad sin decir que nos la quita, sino haciéndonos creer que somos libres.

Ese es precisamente el significado de nuestro consumismo tan desaforado como exaltado. Soy libre porque puedo consumir (“consumo luego existo”[8]), y más libre soy cuanto más cosas inútiles consuma. Y soy feliz consumiendo: como proclaman todas las voces cada vez más presentes y más insistentes de la llamada “publicidad”. La publicidad desmonta y desbarata en dos minutos todas las sugerencias éticas que hayan podido aparecer en la parte anterior de cualquier programa de los medios de comunicación. Y a la vez, es necesaria para la existencia de esos medios...

Y ese fenómeno se eleva hasta potencias que no llego a imaginar, cuando (como está ya sucediendo) deja de ser una publicidad genérica para convertirse en publicidad particular, dirigida a ti en concreto, porque las empresas conocen muy bien todos los gustos y datos y manías tuyas, gracias a la información que compran al mundo digital[9].

Esta antinomia humana (entre felicidad y libertad), tan presente como hemos visto en los dos sistemas socioeconómicos enfrentados hoy, no podemos perderla de vista a la hora de afrontar nuestro futuro: los seres humanos nos encontramos todos frente a esta doble opción que marcará nuestra forma de actuar: ¿hay que renunciar a ser libres para poder ser supuestamente felices, o hay que renunciar a ser felices para poder conseguir la auténtica libertad? Eludir el dilema ya es engañarse. Y las posturas que vayamos tomando ante ese dilema condicionarán nuestro modo de comportarnos ante las amenazas descritas al inicio.

3.- ¿Posibles “antibióticos sociales”?

Pero al comienzo hablábamos también de pequeños brotes de esperanza, que cabrían en aquel conocido refrán: “donde menos se espera salta la liebre”. En la novela del ruso antes citada comienzan a aparecer grietas en aquel sistema tan invulnerable, a partir de pálidas sospechas de que “los antiguos salvajes” (las gentes anteriores a aquel sistema perfecto) no fueran tan totalmente salvajes. Claro que allí esas ocurrencias son tratadas como enfermedad; pero cuando el virus llega algo deja.

Pues bien: también hoy despuntan entre nosotros pálidas pero firmes sospechas de que, a lo mejor, nuestros antiguos salvajes no lo eran tanto. Y hasta (usando un lenguaje actual), podríamos decir que esos gérmenes de esperanza han nacido como “daños colaterales” de la globalización.

Dirán algunos con razón que lo único que hoy está verdaderamente “globalizado” son el dólar y la coca cola. Pero aun así, como desperdicios caídos durante el camino, son hoy más conocidos algunos datos de la sabiduría antigua que merecen un mayor estudio y un comentario: porque puede pasar con ellos lo que sucedió con la penicilina, cuando Fleming descubrió sin querer que había un moho que eliminaba muchas bacterias.

Nos queda pues, ahora, evocar algunos (no todos porque yo no los conozco) de esos posibles antibióticos de nuestro sistema.

3.1.- El “buen vivir” contra el vivir bien.

Más o menos desde que Evo Morales llegó a la presidencia de Bolivia, ha empezado a ser citada y repetida una expresión típica de las culturas quechua y aimara:  “el buen vivir” (Sumaq kawsay en quechua), que hoy se contrapone al dicho clásico de nuestro sistema consumista: “vivir bien” o vivir mejor. De la expresión quechua hay testimonios ya en el s. XVI[10] y si no me equivoco pasó a la nueva Constitución boliviana.

Comparando el uso de las dos expresiones, la nuestra es totalmente individualista, mientras que la sudamericana es claramente comunitaria. El buen vivir nos humaniza; el vivir bien nos deshumaniza. Hoy comenzamos a darnos cuenta de eso.

Aquí cabe integrar también muchas de las últimas reflexiones de L. Boff sobre la total interrelación de todo: la tierra no es como un montón de piedras dispersas y sin relación, sino que se parece más a un cuerpo en el sentido paulino: donde todo lo particular afecta a la totalidad.

Y desde ahí podemos recuperar, y formular para hoy, un consejo olvidado de Jesús: no andéis obsesionados por qué vais a consumir ni de qué lujos os vais a revestir; mirad las aves del cielo y los animales del campo que no piden a la naturaleza más que lo que necesitan para vivir (cf. Mt 6,25).

3.2.- “Ubuntu”

De las lenguas bantúes del sur de África procede esa palabra. El Ubuntu consiste en conectar bien con los demás, porque solo a través de ellos encontraremos el consuelo, la alegría y la sensación de pertenencia que necesitamos. Así es más o menos como lo define una sobrina del obispo sudafricano Desmond Tutu, premio Nobel de la paz[11].Y este llegó a afirmar que ese era el mejor regalo que África ha hecho al mundo. Podemos quizá traducirlo, aunque imperfectamente, como: reciprocidad.

Cuando la pasada pandemia afirmaron muchos que nuestra reacción había sido totalmente contraria a ese Ubuntu: desde la conducta de las farmacéuticas, la lucha por adquirir vacunas antes que nadie aunque fuera pagándolas a un precio mayor, la dificultad de adquisición de vacunas para los países más pobres… Luego nuestro sistema cantó himnos a la técnica que había conseguido esas vacunas, pero guardándose de decir que el uso capitalista de esas vacunas había contribuido a que la covid supusiera casi cuatro millones de muertos y más de 180 millones de infectados en todo el planeta. Otra vez parece que la tecnocracia esterilizó a la técnica.

Y aunque no estaría de más evocar aquellas palabras de Jesús (“a Mí me lo hicisteis”), podemos quedarnos aquí con otra enseñanza suya: cuando des un banquete, no invites a los ricos que te pueden pagar con otro banquete; porque eso ¿qué gracia tiene? Invita a los que no pueden comer porque eso te volverá más humano (cf. Lc 14, 12-14). Es llamativo cómo empalma la antropología de Jesús con estas antropologías de culturas supuestamente “atrasadas” de Sudamérica y África.

3.3.- Iluminación frente a ceguera

He hablado en muchos otros momentos de la posibilidad de considerar a Buda como un nuevo Juan Bautista: una especie de “precursor” de esa buena noticia que Jesús llamaba “reinado de Dios” como plena realización de lo humano: reinado de la filiación divina (que es fuente de libertad) y de la fraternidad (que es fuente de igualdad).

Evoquemos muy rápidamente el famoso sermón de Gautama sobre las cuatro “nobles verdades”: los seres humanos sufren (y mucho). Una causa muy importante de ese sufrimiento está en ellos mismos, en el descontrol de su deseo y el desborde de su pasión. Buda propone una serie prácticas calificadas todas con el adjetivo de “correctas” (aspiraciones, modo de mirar, de hablar, de comportarse etc.) y que todas apuntan a la liberación del propio ego. No necesariamente matando el yo, sino curando esa hipertrofia de nuestro yo que llamamos “ego”.

Esa experiencia de iluminación es profundamente pacificadora; pues la luz y la paz suelen ir unidas y es la ceguera la que nos quita la paz. Esa luz y esa paz llevan entonces a “la compasión” (karunà) que es otra categoría fundamental del budismo. Y de ahí brota una crítica muy dura del budismo al sistema capitalista[12].

Buda mismo avisaba ya de que ese es un camino muy difícil. Quizá por eso, como he explicado otras veces, el primer impacto del budismo en nuestro mundo occidental se fue “descafeinando” poco a poco, hasta convertirse en una especie de “yoga para ejecutivos”. Algo similar a lo que ha ocurrido en buena parte del mundo occidental con el Evangelio.

Y otra vez, evoquemos para cerrar este apartado unas palabras de Jesús que riman perfectamente con lo que acabamos de decir: “quien quiera salvar su ego lo perderá… y ¿de qué te aprovecha ganar todo el mundo si te pierdes a ti mismo?” (cf. Mt 16, 25-26). Para no citar toda la enseñanza paulina de la justificación por la fe como liberación de nuestro ego[13].

3.4.- La teología de la liberación.

Se podrá decir sobre ella lo que se quiera: señalar más sus aportaciones o sus defectos, según escuelas y actitudes. Pero lo innegable es que, desde que apareció esa corriente, hay una importante porción de seres humanos para los que (en clara oposición a nuestros medios de comunicación) las noticias más importantes, las que merecerían primera página y letras más grandes en todos los diarios, no son ni alguna fantochada de Trump, ni una declaración de Erdogan sobre Suecia, ni si hay elecciones en tal o cual país.  Esas noticias de primera página son más bien cuántos murieron de hambre el día anterior, cuántos niños siguen trabajando como esclavos, cuántas personas han muerto violentamente en Palestina o en Israel, o en Ucrania o en Rusia o en Siria, o que España es el país con más niños pobres de toda la Unión Europea… Es decir: esas otras noticias que apenas ocuparán un pequeño recuadro en una página par del diario.

En este sentido hay una nueva porción de gente cuya mentalidad es muy distinta, y aun opuesta, a todo lo visto en nuestra parte anterior. Y se va conociendo la propuesta de Ignacio Ellacuría sobre “una civilización de la pobreza” como única solución posible para nuestro mundo[14].

3.5.- “Personalismo” frente a individualismo.

Para no hablar solo de aportaciones no “occidentales”, debemos citar también la que considero más válida de nuestro mundo: me refiero al llamado “personalismo” de E. Mounier.

Dicho muy sumariamente: en la definición de persona entran tanto los otros como yo y esta es la verdadera condición humana: la persona “está orientada a la inversa del individuo” pues “la comunión está inserta en el corazón mismo de la persona”[15].

Y volviendo otra vez al Evangelio: “amarás a los otros como a ti mismo” es el “nuevo” mandamiento de Jesús, que sustituye a todas las otras normas de conducta[16]. Y lo que interesa destacar es que ese personalismo, como antropología, lleva a conductas y actitudes políticas siempre de carácter “socialista”. La crítica de Mounier al capitalismo es sencilla y radical: se trata de una sublimación del individualismo que lleva a la primacía de la producción sobre el ser humano, a la primacía del dinero sobre el trabajo y a la primacía del provecho sobre cualquier otro móvil de la actividad económica[17].

Breve balance.- Estas semillas de esperanza comentadas, a pesar de sus orígenes bien diversos, coinciden claramente en dos puntos: una crítica al individualismo de nuestra mentalidad occidental[18] y una crítica al capitalismo como sistema estructurador de ese falso individualismo. Considero que este es un detalle fundamental, a contraponer con todo lo dicho en la parte anterior.

Queda no obstante un último rasgo a comentar, que parece ser la última consecuencia de nuestro sistema: nuestro particularismo ha acabado por destrozar hasta la última referencia de universalidad que teníamos los humanos: me refiero a la verdad. Veámoslo.

3.6.- Postverdad y fundamentalismos frente a verdad parcial

Tanto el cristianismo como los humanismos más clásicos han reconocido siempre (por caminos diversos y de formas diversas) que tenemos un acceso solo parcial a la verdad. Solo parcial pero real.

Esta parcialidad de todas las verdades llevaba necesariamente al encuentro con el otro (persona, cultura o sistema) y a la necesidad de incorporar la porción de verdad de lo distinto. Según el cristianismo, el Espíritu Santo “nos va llevando a la verdad integral” (Jn 16,13): lo cual indica que no la poseemos nunca.

Hace poco apareció la palabra postverdad, presentada además como el último grito y la última conquista de nuestra cultura occidental. Desde el más elemental sentido común cabría mirar esa desaparición de la verdad como una especie de SIDA (un síndrome de inmunodeficiencia cognitiva). Pero no se vio así: porque esa postverdad no apuntaba a una desaparición de la verdad sino a una perversión de ella: como ya no hay verdad universal, verdad es lo que yo quiero que sea verdad.

La convivencia y la civilización se vuelven así imposibles: la humanidad se ve llamada a una “lucha de todos contra todos” que no persigue más que el triunfo propio. Aunque sea una cita larga déjeseme evocar estas lúcidas y espléndidas palabras de Javier Vitoria:

“Una vez desaparecida la verdad, el resto que queda no es la mentira sino una verdad ‘a la carta’ según los gustos de cada uno. La verdad se ha convertido en una de las mercancías que tenemos a nuestro alcance: actuamos convencidos de que podemos adquirir la verdad que más nos convenga, la más cómoda, la que menos desestabilice nuestro prejuicios…  La verdad del discurso solo depende de que tengamos suficiente poder para comprarla y, después, para hacerla valer, para imponerla... Donde termina mi tribu, donde terminan los ‘míos’, termina también mi moral. Los de fuera no son capaces de conmoverme ni lo más mínimo. No me siento vinculado moralmente a aquellos que considero ‘los otros’ ”[19].

Naturalmente, la reacción ante esa particularización de la verdad, es otra particularización por el lado opuesto, pero igualmente individualista: la verdad no ha muerto; existe y se encuentra toda allí donde estoy yo: sin posibilidad de matices, de preguntas, ni de confrontación alguna. Es eso que hoy se conoce como fundamentalismos, que no se dan solo en el campo religioso y que son solo otra negativa a reconocer la parcialidad de nuestras verdades: la verdad la poseen los de mi grupo, solo nosotros y totalmente. El independentismo es cosa muy legítima; pero algunos independentistas catalanes son de un fundamentalismo digno de secta norteamericana, y no perciben el daño que hacen a la causa que quieren defender. También la antropología antes evocada del comunismo, como muchos de los llamados hoy “negacionismos” (de la pandemia o del cambio climático…) son buen ejemplo de ello.

4.- A modo de conclusión

Los fenómenos vitales no son susceptibles de diagnósticos estáticos o instantáneos, expresables en una fórmula o gráfico, como los fenómenos físicos o químicos. La vida avanza, retrocede, comienza, se detiene, da saltos, busca variantes… Pero, a la larga, es posible extraer de toda esa ebullición una línea bastante aproximada. Y así se escribe la historia.

Lo presentado en estas páginas es solo una primera aproximación a un fenómeno en el que nosotros mismos estamos envueltos y lo miramos (lo vivimos) más desde dentro que desde fuera. Otros podrán aportar ejemplos o intuiciones que completen lo aquí dicho. Y deben hacerlo.

Pero, a grandes líneas, sí que da la sensación de que hoy estamos moviéndonos entre dos actitudes iniciales que ya han sido señaladas por los sociólogos: la inconsciencia y el pesimismo consciente. Una inconsciencia tranquila, que muchos han plasmado en la frase afortunada de que “seguimos bailando tranquilos sobre la cubierta de Titanic”, y una conciencia más lúcida de fracaso y de derrota, pero que no difiere de la anterior en lo negativo de su balance.

Estas páginas han intentado buscar un camino alternativo entre esas dos actitudes. Nunca está todo perdido y siempre es posible hacer algo, aunque hoy no sepamos exactamente a dónde podemos llegar, porque eso depende de nuestra libertad. Los mismos discursos llamados apocalípticos que cierran la vida de Jesús (en contraste innegable con el optimismo de su primera predicación) coinciden hoy los exegetas en que no pretenden ser profecías sino advertencia: son cosas que pueden pasar, pero no ocurrirán necesariamente. Y aun así, se subraya en ellos que todo aquello “no es el final” (Mt 24,6).

Soluciones fáciles tampoco cabe esperarlas. He soñado muchas veces (a lo Luther King) lo posible que sería cambiar el mundo y el sistema si todas las personas cristianas, verdaderamente religiosas o sinceramente éticas, nos decidimos a una huelga radical de consumo, que hiciera quebrar a tantas empresas inútiles y rentables, creadoras de falsas necesidades. Pero eso vale para un sueño o, a lo más, quizá para conseguir algún pequeño avance.

En todo caso, quizá sí que existe un punto universalizable que no llevaría a soluciones sino al cambio de actitudes iniciales. Últimamente he citado muchas veces una frase (creo que de Josep Ramoneda) que me parece un excelente resumen de la situación que aquí hemos analizado: “dejamos el cielo para bajarlo a la tierra y nos hemos quedado sin cielo y sin tierra”. Pues bien: si recuperamos el cielo quizá podremos hacer que la tierra, aunque no sea un cielo, tampoco sea un infierno, sino un camino hacia el cielo. Los caminos son siempre parcialidades. Así recuperaríamos lo antes dicho sobre nuestro acceso solo parcial a la verdad. Aprenderíamos la lección de la pandemia y no pretenderíamos volver a nuestra anormal “normalidad”.

Apéndice.- Una palabra expresa para cristianos. Estas páginas pretenden ser también un artículo de teología. Porque sobre Dios, podemos hablar más de su actuación que de su ser: pues sobre esto último diremos siempre mucha más mentira que verdad, como enseñó (ya en plena edad media) el cuarto concilio de Letrán. Pero ese otro modo de hablar de Dios implica lo que los evangelios califican como una lectura de “los signos de los tiempos”. Algo de eso he intentado hacer.

En este sentido, me atrevo a proponer que los cristianos evitemos la palabra “Dios”: pues ha sido una palabra tan abusada, tan maltratada y tan desfigurada, que es casi imposible que nuestros interlocutores entiendan por ella lo mismo que queremos decir nosotros.

Propongo entonces que intentemos hablar de algo así como: “el Misterio Infinito (materno y paterno) que nos envuelve”. Tampoco deberíamos hablar tranquilamente de “la voluntad de Dios” o el saber de Dios: pues aunque creemos posible una relación de amor y de conocimiento con ese Misterio Infinito, eso no significa que Dios “tenga” una voluntad y una inteligencia como tenemos los humanos. Pues Dios es simplicísimo: lo que llamamos su amor, es exactamente lo mismo que su saber y que su poder. Y si olvidamos esto convertimos a Dios (como le ocurre a tanta gente) en un mero interlocutor particular. Y todo lo que es particular no es infinito: el infinito es más bien como un océano de totalidad que nos envuelve…

En una palabra: si en situaciones de cristiandad, se puso el lenguaje mucho más en lo que podemos llamar la inmanencia de Dios, en sociedades laicas hay que poner el acento en la trascendencia de Dios, hasta llegar a comprender que el intento de dirigirse a Él sería una insensatez o una blasfemia, si no fuera porque ese Inaccesible se ha manifestado como amor y cercanía. Sin olvidar ese otro lado, y alternando los lenguajes según convenga a cada situación y a cada persona particular.

Y atención a un último detalle para cristianos: la Iglesia debe dictarse ella misma sus metas más importantes, sin permitir que se las dicten los medios de comunicación: pues estos dictan muchas veces, con grandes alharacas, metas reales pero que funcionan como cortinas de humo y que solo aspiran a lo que buscaba el marqués de Lampedusa en el Gatopardo: “que cambie todo aquello que hace falta para que no cambie nada” (o para que no les obligue a ellos a cambiar algo)[20]. En este contexto quizá convenga destacar que “tolerancia cero” no es lo mismo que venganza. Para Jesús esa tolerancia cero era compatible con el que “Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva”. Y temo que algunas críticas que se han hecho a Bergoglio últimamente, se parezcan demasiado a las críticas de los fariseos a Jesús. Recordemos que el fariseísmo es la gran tentación y el gran peligro de todos los moralistas.

[1] Y no es único caso: recordemos que Primo Levi acabó suicidándose tras ver que nadie hacía caso de su testimonio sobre el Holocausto y la necesidad de que nunca se repitiera: pero nosotros preferimos volver a “nuestra normalidad”.

[2] En la obra de Cristianismo y Justicia ¿Mundialización o conquista?, Santander 2001, pgs 202-204.

[3] En la charla de inauguración del curso 23-24 de Cristianismo y Justicia (7 octubre 2023) titulada: El capitalismo es un sistema objetivamente incompatible con la vida.

[4] Para explicar ese “olvido” basta con saber que la declaración tuvo 120 votos a favor, 6 en contra y 10 abstenciones. Pero votaron en contra Estados Unidos, Alemania (occidental), Gran Bretaña, Bélgica, Dinamarca y Luxemburgo. Se abstuvieron: Austria, Canadá, España, Francia, Holanda, Irlanda, Israel, Italia, Japón y Noruega. Es decir: todo el mundo rico se opuso a esa resolución… Y perdón si me repito pero, en este tema, pasa lo que antaño se decía de los “niños malos” en los colegios: no se enteran “porque no quieren enterarse”

[5] que curiosamente dieron lugar a lo que se ha llamado “la edad de oro del capitalismo”, entre 1950 y 1975.

[6] y, aunque moleste a algunas, me permito llamar la atención sobre esto a las militantes feministas, precisamente porque considero al feminismo como uno de los actuales “signos de los tiempos” (Juan XXIII).

[7] Como por ejemplo: “¿por qué la danza es bella? Porque es un movimiento no libre [subrayado en el original], porque el significado profundo de la danza consiste en esa subordinación estética absoluta, en esa no-libertad ideal” (p. 44). O el detalle de llamar a aquella sociedad “el Estado Unido”…

[8] Eso podía leerse antaño en la entrada de unos grandes almacenes de Barcelona.

[9] Cf. el ya clásico el libro de Shoshana Zuboff, El capitalismo de la vigilancia (Paidós, Barcelona 2020).

[10] En la obra de Guamán Poma de Ayala.

[11] En el libro Ubuntu: lecciones de sabiduría africana para vivir mejor.

[12] Más información en dos cuadernos de “Cristianismo y Justicia”: El silencio y el grito (208), y el 180: Unicidad de Dios pluralidad de místicas (pp. 9ss.)

[13] Me permito remitir para eso a mi breve comentario Carta a los humanos (Santander 2020) que quiere ser una paráfrasis del texto paulino.

[14] Como ya será conocido, preferí traducir la expresión de Ellacuría para nuestra Europa como “una civilización de la sobriedad compartida”.

[15] Manifiesto al servicio del personalismo. En “Obras” (Laia, Barcelona, 1974), I, pp. 606 y 615.

[16] Ahí parece ver Pablo, la novedad de ese mandamiento: cf. Rom 13, 9-10.

[17] Revolución personalista y comunitaria (“Obras”, pp. 310.311).

[18] De manera más académica desarrollé esa crítica en el epílogo al libro de Josep Mª Rambla Moverse por el amor, y que se titulaba: “¿Hacia una redención de la modernidad?”

[19] Hacia una teología de la verdad en tiempos del “adiós a la verdad” y de “incertidumbre ante el futuro. En la obra de varios autores: “La verdad” (Ed. Tirant-Humanidades, Valencia 2023, pp. 109 y 110).

[20] Para decirlo claramente: ni el horror de la pederastia ni el presbiterado (¡no sacerdocio!) de la mujer son tareas de las que la Iglesia pueda desentenderse. Por supuesto. Pero tampoco son las más importantes, ni las más urgentes de las que el Evangelio impone hoy a la Iglesia, ni aunque sean las únicas que le exigen los Medios de Comunicación, porque estas no les afectan a ellos…

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