para pensr entre todos ¿Diaconisas sin ordenación sacramental?

Rasgos fundamentales de la eclesiología de von Balthasar: la dos columnas que edifican la Iglesia

¿Podría el Espíritu Santo quejarse ante el Padre porque se encarnaba La Palabra y no Él?

un fallo muy típico de la iglesia católica desde la contrarreforma: confundir igualdad con uniformidad; no comprender que el gran valor de la plena unidad se da cuando se realiza con el máximo respeto de la diversidad

Hace menos de un mes el obispo de Roma, en una entrevista con una cadena norteamericana, descartó la ordenación sacramental de las diaconisas.  Comenté en uno de mis envíos anteriores mi decepción por esa afirmación de Francisco, remitiendo a otras páginas más antiguas, donde además podía apoyarme en la autoridad de Karl Rahner (ver el capítulo 10 del libro ¿Pasión inútil o pasión esperanzada?).

Hoy debo comenzar proclamando que, a pesar de eso, no me considero con ningún “derecho a desobedecer al papa”, como hacen las clarisas de Belorado y algún cura de Toledo. La obediencia sigue siendo una virtud fundamental para construir comunidad y para que funcionen las cosas. Y, como es sabido, Ignacio de Loyola llega hablar de una obediencia no solo de ejecución, sino de voluntad y de juicio.

Tratando entonces de entender lo que san Ignacio llama “la proposición del prójimo”, me parece que la eclesiología de Francisco es de contextura más propia de Urs von Balthasar que de K. Rahner. A ver si consigo explicarlo.

Bergoglio ve a la Iglesia como constituida por dos columnas teologales: la Palabra y el Espíritu de Dios. Yesos dos rasgos indican la función eclesial del varón y de la mujer (recordemos que el espíritu es femenino en hebreo). La Palabra, como configuración exterior, marca todo aquello que en la Iglesia está determinado, visible, “sacramental” por tanto: recordemos que los sacramentos se definían como “signos visibles” y Jesús era descrito como “sacramento de nuestro encuentro con Dios”. El Espíritu, como motor interior, subraya que, también en la Iglesia, “el Viento sopla donde quiere”; y queda así abierto el campo a la novedad y a lo imprevisible.

Esta dualidad no coincide sin más con esa otra de “institución y carisma” de que hablan muchas eclesiologías; pero se aproxima bastante a ella: en los dos rostros eclesiales que he diseñado caben algo de institución y algo de carisma pero en proporciones muydistintas: igual que se dice que, en cada uno de los dos sexos humanos, hay “algo” del otro.

No significa eso que el vocablo “apóstol”, (que tanto evoluciona en los primeros siglos y en cada autor del Nuevo Testamento) hubiera sido antaño de aplicación exclusivamente masculina, sino más bien que el “apostolado” necesita en la Iglesia esas dos formas: la concreción y la inspiración.

En este sentido el argumento de esa(s) apóstola(s) de las que parece hablar Pablo en la carta a los romanos, perdería algo de fuerza como prueba de la presencia de mujeres “ordenadas” ya en la iglesia primera. Pero sí podría explicar algo que hoy se puede preguntar cualquier lector de la historia del nacimiento de la Iglesia: cómo a san Pedro, cuando tuvo que sustituir a Judas, no se le ocurrió, en vez de realizar una elección, nombrar simplemente a María, la madre de Jesús que “estaba siempre con ellos” (cf. Hchs 1,14), y que sería la mayor autoridad entre aquellos once apóstoles, porque se le había prometido que “el Espíritu Santo descendería sobre ella” (cf. Lc 1,35).

Tenemos aquí dos visiones de la Iglesia, no contrapuestas pero sí complementarias: la Iglesia como “imago Trinitatis” y la Iglesia como “pueblo de Dios”.

La primera, más clásica, ve a la Iglesia como la unidad (sin confusión) de esos dos polos: la Palabra y el Espíritu. La segunda (más propia de la reforma que buscaba el Vaticano II) busca recuperar sobre todo la visión de la Iglesia como pueblo, frente a un lenguaje que cuando hablaba de la Iglesia parecía referirse solo a la jerarquía (o casi mejor: solo a la curia romana). Por ahí van Balthasar y Rahner.

No sabría yo decir ahora qué validez y qué fuerza tiene esta contraposición, para impedir definitivamente la ordenación sacramental de mujeres: quizás es cosa que debemos estudiar y discutir entre todos. Y eso necesita tiempo. Pero sí me parece que desde esta constitución paterno-materna de la Iglesia, no tiene ningún sentido el argumento de que la imposibilidad de acceso de la mujer al ministerio eclesial constituye una opresión y es contraria a los derechos humanos. No deja de resultar extraño que precisamente el papa que más está hablado de “desmasculinizar” a la Iglesia y que más cargos nuevos ha ido dando a mujeres, sea precisamente el más tachado de machista. Como ya se ha dicho otras veces, la liberación feminista no consiste en masculinizar a la mujer sino en promocionar lo femenino.

Esa acusación (tan repetida hoy) creo que cae en un fallo que ha sido muy típico de la iglesia católica desde la contrarreforma: confundir igualdad con uniformidad; no comprender que el gran valor de la plena unidad se da cuando se realiza con el máximo respeto de la diversidad. Ese precisamente fue el principio que anduvo moviendotodas las disputas de los primeros siglos sobre la Trinidad. Y ahora parece que si la mujer se siente oprimida porque no puede acceder al ministerio eclesiástico, el Espíritu Santo debería también sentirse oprimido y protestar ante elPadre porque sea la Palabra y no él quien fue enviado a encarnarse...

De hecho en todo el nuevo testamento el Espíritutambién es enviado; pero de otra forma y con otra misión complementaria de la del Hijo: “derramado sobre toda carne” (Hechos 2,14), es Él quien supera todas las limitaciones inevitables de la encarnación de la Palabra enuna persona concreta de un lugar concreto e,inevitablemente, de una cultura y una historia particulares y limitadas.

Repito que no doy un valor decisivo a esta manera de pensar que he intentado sobre todo comprender. Creo que la respuesta debemos ir dándola entre todos, procurando además salvar lo que hay de valor en ella. Y sin creer que el presbiterado de la mujer es hoy la única demanda pendiente y la más importante: porque hay infinidad de caminos a inventar y de tareas que crear para que la Iglesia cumpla hoy su misión. Además Francisco ya demostró (cuando lo de la pederastia en Chile) que si se le da razones capaz de pedir perdón y cambiar.

Por eso me atrevo a sugerir a algunas feministas más radicales e impacientes en este punto, que se pregunten ante el Altísimo si son movidas por el Espíritu o manipuladas por algunos medios de comunicación que,descargando sobre ellas esta reivindicación como la más urgente y definitiva (y acariciando quizás algunas “zonas protagonísticas” que todos tenemos) se dispensan a sí mismos de examinar otras reivindicaciones de Francisco que les afectan a ellos y les pueden poner en evidencia.

Me parece mucho más sensato y más cristiano que intentemos pensar todos como aquel Gamaliel de que habla también el libro de los Hechos: si esto es de Dios, nadie podrá pararlo por más que se empeñe; y si no lo es ya se irá deshaciendo por sí solo (cf. 5,34ss).

De hecho, Benedicto XVI, que era también contrario a esa ordenación, daba el único argumento que podría ser decisivo: “es contrario a la voluntad de Dios”. La objeción que quedaba en el aire es cómo estaba Ratzinger tan seguro de conocer esa voluntad divina, cuando otras mil buenas personas creen que la voluntad de Dios es la contraria. Por eso sugerí entonces que quizá la autoridad eclesiástica podría presentar y proponer a todos los católicos un material y una temporada de plegaria,pidiendo que cumplamos la voluntad divina en este punto, al margen de cuáles sean nuestras convicciones y deseos.

Porque ese tipo de oraciones suelen ser infaliblemente escuchadas…

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