Dos parábolas sociales

si en el mercado el precio lo determina el vendedor, eso ha de valer también para el mercado de trabajo

Amar al dinero como a ti mismo y al prójimo como la fuente de ese dinero...

I.- ¿Salario mínimo precio máximo?

Pues sí, ahora que los sabios norteamericanos, nos han convencido de la verdad de eso de la reencarnación y nos han contado experiencias de gentes que recordaban sus vidas pasadas, hemos tenido la oportunidad de seguir al caballero de la triste figura y a Sancho Panza, reencarnados en pleno s. XXI, en su nueva aventura desde que salieron de un lugar manchado cuyo nombre no quiero citar.

No vamos a repetir toda la carrera de esa pareja inefable: como el día en que pasando delante del Teatro Real, vieron anunciada una zarzuela titulada “Molinos de Viento” y D. Alonso (que no estaba operado de cataratas) se empeñó en leer “Gigantes de viento”. Y por más que Sancho le advirtiera “mire vuestra merced que allí no se lee gigantes sino molinos”, D. Quijote comenzó a gritar: “no huyades, cobardes y viles criaturas, que no vais a privarme de mi fiel escudero”. Y obligó a Sancho a ponerse en pleno verano una gran cantidad de ropa pesada que casi no le dejaba andar, alegando que a él la armadura ya le protegía de tan pesado viento…

No. Ahora solo vamos a contar lo que sucedió cuando ¡por fin! Sancho consiguió el gobierno de la isla Barataria.

Una de sus primeras medidas fue un decreto por el que establecía que, en los mercados, todos los productos en venta llevarían un letrero que dijese: “Precio mínimo xxx”. Esa era la cantidad que estaba obligado a pagar el comprador. Y no tenía por qué pagar más (si el vendedor lograba convencerle para que pagase más, suerte. Pero si no, el vendedor había de contentarse con lo establecido)

Naturalmente, eso levantó una gran protesta de los vendedores que llenaron la ciudad de pancartas: “No queremos que nos impongan precio mínimo sino precio justo”. Sancho quiso reunirse con ellos: “lléguense vuestras mercedes si son servidas”. Y les dijo que si aceptaba aquellas propuestas,  eso le obligaba a sustituir la expresión “salario mínimo” (vigente en aquella isla) por “salario justo”. Sancho sabía por experiencia que 1040 euros no era un salario justo, porque no alcanzaba para mantener a una pareja con dos hijos (término medio de lo que puede ser una familia). Y bastantes peleas con su señora había tenido que soportar él, por culpa de ese salario insuficiente.

Pero, como en este mundo nunca llueve a gusto de todos, saltaron inmediatamente los empresarios: nosotros no podemos pagar esos salarios justos porque nos hundiríamos en seguida. A Sancho no le gustaron aquellas prisas: “Sepan vuestras mercedes que no por mucho madrugar amanece más temprano, porque de grandes cenas están las tumbas llenas y no es oro todo lo que reluce. Quiero decir que si un sistema económico no puede pagar el precio justo sin hundirse en seguida, eso es señal clara de que ese sistema es irracional e injusto”…

Recordaba bien Sancho que su señor D. Quijote le había explicado allá por alguna venta, que hablar de “mercado de trabajo” era una gran inhumanidad que convierte a los hombres en mercancías. Y él había aprendido al lado de su señor, desfacedor de tantos entuertos, que los seres humanos no son meras mercancía como las cebollas y los asnos. ¡Faltaría más!

Los empresarios trataron entonces de explicar pacientemente al señor Panza que en la vida todo es mercado, que todo funciona según una ley llamada “de oferta y demanda” y que, muchos siglos antes, un tal Adam Smith de Escocia (le repitieron el nombre para que Sancho lo aprendiera bien y no lo confundiese con Amadís de Gaula), había demostrado que ese mercado tiene una mano invisible que arregla todas las cosas, con unas posibilidades insólitas de crecimiento a gusto de todos.

El gobernador no estaba muy seguro de que esa mano tan invisible arreglase las cosas a gusto de todos. Y recordando cuando él “solo traía en sus alforjas un poco de queso tan duro que podría descalabrar a un gigante”, replicó que si todo es mercado y el trabajo era un producto de mercado, había que aplicarle esas leyes tan mágicas del mercado. Y en el mercado, lo sabía él muy bien, quien determina el precio es el que vende, no el que compra.

Pues bien: “en el que vuesas mercedes llaman mercado laboral, quien vende su trabajo es el obrero; y por ende, él es quien deberá determinar el precio de su venta. Si pues yo pongo un precio legal en ese mercado, lo he poner en el otro; y si quito toda norma en un mercado, deberé quitarla en el otro...  Si sus señorías empresariales no quieren comprar el trabajo al precio fijado por el vendedor son muy libres de no hacerlo: como el consumidor es libre cuando no quiere comprar cualquier producto al precio señalado por el vendedor. Por eso una ley de precio mínimo es hermana gemela de esa ley del salario mínimo. Y a la inversa: una ley de precio justo es hermana gemela de una ley de salario justo”.

Y además, él estaba gobernando en la isla Barataria. Y era evidente que con esa ley todas las cosas se volverían más baratas…

Postdata más en serio.- Todo un genio como Aristóteles consideraba que la esclavitud es natural desde el punto de vista ético. Paralelamente nuestros empresarios consideran el salario “mínimo” como algo éticamente correcto. Eso permite ver hasta qué punto las más preclaras inteligencias están condicionadas por las estructuras sociales. Por eso es más admirable que en el mundo de entonces surgieran comunidades judías (de esenios sobre todo) contrarias a esa opinión de Aristóteles. Filón da dos testimonios muy poco conocidos que conviene citar:

1.- “Entre ellos no hay ningún esclavo: son todos libres y se ayudan unos a otros. Condenan a los amos no solo como injustos sino incluso como impíos porque infringen la ley de la naturaleza que creó a todos igualmente y los crió como madre, como hermanos legítimos no solo de nombre sino en realidad y verdad” (Quod omnis probus liber sit).

2.- “No tienen esclavos que les sirvan porque consideran que poseer esclavos es totalmente contrario a la naturaleza: pues esta creó a todos los hombres libres. Pero la codicia de algunos hombres partidarios de la desigualdad (causa de todos los males) han devaluado la fuerza de los débiles para ponerla al servicio de los fuertes” (De vita contemplativa).

Cabe suponer que, dentro de unos diez siglos, al estudiar la historia universal, se sorprenderán diciendo: ¡en el s. XXI, mentes muy preclaras consideraban el salario mínimo injusto como algo natural!…

II.- Decálogos para hoy

 La Biblia tiene bastante sentido pedagógico. Y así, aunque la Torá tenga cientos de mandamientos imposibles de retener, dos libros bíblicos (Éxodo y Deuteronomio) se han preocupado de normar las conductas humanas con solo “diez mandamientos” mundialmente famosos y que adquirieron el título tan conocido de Decálogo.

Hoy, buena parte de la cultura dominante ya es ajena a la Biblia. Puede ser bueno por eso entresacar, de entre tanto como se actúa y se escribe, dos pequeños decálogos mucho más modernos, que nos permiten entender las conductas que tantas veces presenciamos en nuestro entorno. Aquí van.

A.- DECÁLOGO CAPITALISTA

 1. El fin último de toda tu actividad ha de ser siempre la obtención del máximo beneficio.

2. Las grandes necesidades humanas (alimento, salud, educación, vivienda) son una fuente enorme de ingresos que te beneficia a ti y te permite decir que lo haces por el necesitado.

3.- En la búsqueda del máximo beneficio solo deben evitarse los medios ilegales. Los llamados medios “inmorales” (salarios injustos, usura etc.) no tienen aplicación aquí porque, según la ética más tradicional, el fin “último” justifica todos los medios.

4. La riquezaes un premio a la inteligencia y a la laboriosidad. No se explica de otra forma. La pobreza por tanto es un castigo a la pereza o a la estupidez humana, tan frecuente.

5.La esencia de todas las relaciones humanas no es la colaboración sino la competitividad: porque ésta nos vuelve más activos y más creativos.

6. No adulterarás con tus bienes.Aceptar la doctrina cristiana sobre la propiedad (que cuando alguien tiene cubiertas todas sus necesidades de manera suficiente y digna, lo demás que posee ya no le pertenece, sino que se debe a los necesitados) es como permitir un adulterio de tus bienes, mezclándose con quienes no tienen derecho a ellos. Ese adulterio debe ser perseguido y castigado.

7. Los impuestos son un robo que te impide invertir creando puestos de trabajo en beneficio de tu prójimo. Evítalos de todas las formas posibles.

8. El mercado es la mejor forma de relación humana porque convierte la vida en “diálogo” sin que esto llegue a desfigurarse por la publicidad o el engaño.

9. Dada la maldad humana, necesitarás armas para defender tus beneficios. Al fabricarlas serás premiado porque se convertirán para ti en una nueva fuente de riqueza.

10. En la economía financiera y de bolsa, no cabe lo correspondiente a los llamados “controles de alcoholemia”: porque sus beneficios son mayores que sus riesgos[1].

N.B. Estos diez mandamientos se encierran en dos: amar al dinero como a ti mismo y al prójimo como fuente de ese dinero.

Además, como la gran arma del capitalismo económico es la palabra “libertad”, cuando se presenta en política lo hace vestido como democracia. Permite así una serie de libertades no despreciables, pero asegurando que los gobiernos políticos estén tácitamente controlados por poderes fácticos económicos. Si hubiera un país (llamémoslo XXA) responsable de esa pseudo y semidemocracia, ¿cuál sería el “Decálogo” para sus gobiernos?

Más o menos el siguiente:

B.- Decálogo para un presidente de los XXA

  1. Amarás a XXA sobre todas las cosas porque es un país elegido por Dios para implantar y mantener la “democracia” en el mundo.
  2. Tu país tiene poder y obligación de aislar y amenazar militarmente a todos los países que no respetan el santo nombre de la “democracia”. Por eso la disolución del Pacto de Varsovia no puede exigir la desaparición de la OTAN.
  3. Tú país tiene derecho a invadir y asesinar en otros países (como Vietnam, Irak o Afganistán) cuando eso sea en defensa de la “democracia”.
  4. Y tiene derecho a espiar no solo a sus enemigos sino también a sus amigos, aunque eso sea inicuo cuando lo hacen los demás países.
  5. Tu país tiene el poder y la obligación de absolutizar sus “intereses vitales” (que son los intereses de la “democracia”), sin tener relación igualitaria con ningún otro país y considerando a sus “amigos” como meros sirvientes y a pequeños países cercanos como su patio trasero.
  6. Su sagrada misión obliga a XXA a no cometer adulterio vinculándose con pactos de otros países: como el Tribunal Penal Internacional, el Acuerdo de Paris sobre el clima y otros.
  7. Tu país tiene derecho a ocupar (como “bases”) territorios de otros países, sin que esto signifique ninguna invasión sino solo una mejor preparación para defender la “democracia” cuando haga falta.
  8. Tiene también derecho a permitir la industria y la venta libre de armas porque sabe que (dada su sagrada misión) es un país que vivirá constantemente amenazado.
  9. Puede desear y buscar con ahínco la condena de J. Assange, mientras condena sin paliativos la de A. Navalny: porque el primero se aprovechó de la sagrada libertad de expresión para poner en peligro la “democracia”, mientras que el segundo la utilizó en defensa de los valores democráticos.
  10. XXA debe mirar la globalización como un bien mientras se trate de universalizar su “democracia”; pero no debe codiciar los bienes ajenos, permitiendo la globalización de productos y culturas de otros países.

[1]  Este mandamiento quizá requiere una explicación: conducir habiendo tomado alcohol está prohibido porque, aunque es mucho más cómodo y rápido que el transporte público, puede provocar accidentes muy tristes. Pero ese principio no puede aplicarse al sistema financiero de las Bolsas porque, aunque esté expuesto a accidentes aún más serios y frecuentes (como las crisis repetidas de Lehman Brothers, Silicon Valley y otros que equivalen a un conducir enajenado) es una fuente de beneficios inmensos y fáciles.

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